Nicola
—Nicola, —la voz de Renata tembló mientras me entregaba la carpeta con los documentos que había solicitado. —¿Qué pasó para que salieras?
Levanté la vista de los papeles que sostenía en mis manos. Me la quedé mirando durante unos segundos, sin decir nada, solo observando cómo sus ojos nerviosos buscaban alguna señal en mi rostro.
Pero no sentía nada. Ninguna presión en el pecho, ni ese familiar cosquilleo en la espalda que me recorría cada vez que consideraba la idea de abandonar mi habitación.
Cinco años.
Habían pasado cinco años desde que me encerré apartado del mundo exterior.
Todo había comenzado después de esa maldita cena de compromiso fallida. Pasé semanas en coma después de lo que ocurrió aquella noche. Un error que casi me costó la vida.
Cuando desperté, mi cuerpo estaba débil, mis movimientos torpes y descoordinados. Cada paso que daba me recordaba lo lejos que estaba de la fuerza y el control que solía tener.
Los dolores de cabeza eran constantes, acompañados por mareos que hacían que incluso las tareas más simples parecieran insuperables. Pero más que el dolor físico, lo que realmente me atormentaba era el vacío, la sensación de haberle fallado a mi familia.
Mi padre no se resistió cuando tomé la decisión de mantenerme en mi habitación. No lo hice por miedo o por lástima. Lo hice porque sabía que no quería que nadie me viera así de vulnerable. Sabía que, en este estado, cualquiera podría aprovecharse y atentar contra lo que más me importaba: mi familia.
Instalé las cámaras de seguridad que controlaban nuestras diferentes empresas, los lugares donde se cerraban nuestros negocios, y por supuesto, nuestra casa.
Vigilaba cada rincón, con detalle, todas las habitaciones... excepto la de Bianca. Siempre había mantenido su privacidad intacta, incluso cuando me consumía la necesidad de protegerla de todo y de todos.
Y, hace un par de horas, había añadido otro lugar más a mi lista. El apartamento de Valentina.
El pensamiento de ella me invadió, una imagen nítida de su figura esbelta, de su mirada intensa, de la forma en que me había hecho sentir vivo otra vez. Algo en ella despertaba partes de mí que había enterrado hace años, y eso me aterraba tanto como me fascinaba. Su existencia se había convertido en una especie de obsesión, y aunque sabía que estaba mal, no podía evitarlo.
—No creo que hayas salido por el cumpleaños de tu hermana... —La voz de Renata interrumpió mis pensamientos, y el sonido de sus palabras me provocó un dolor de cabeza punzante.
Cerré la carpeta con un movimiento brusco, queriendo cerrar la conversación con ella de la misma manera.
—Gracias por traer los documentos, —dije, mi tono era distante. Me volví hacia la puerta de la cocina, dispuesto a dejar atrás su molesta presencia. —Pero la próxima vez, que sea tu padre el que venga.
Sentí el peso de su mirada clavada en mi espalda, pero no me detuve. Estaba harto de su insistencia, de la manera en que siempre intentaba acercarse a mí, como si creyera que, de alguna manera, podría entrar en mi mundo. Pero justo cuando estaba por salir, volvió a hablar con un tono dulce que solo me provocaba más irritación.
—¿Seré tu cita para mañana? —preguntó, estirando una mano hacia mí para alcanzarme.
Me detuve un segundo, apenas girando mi cabeza para mirarla por encima del hombro. Solté un bufido, lleno de desdén, antes de dejar que una sonrisa irónica se dibujara en mis labios.
Mi cita. Qué insistente que era.
Lo cierto era que Renata llevaba años detrás de mí, siempre con esa fachada de "amor" que intentaba mostrar, pero sabía la verdad. Lo único que quería de mí era mi dinero y el poder que venía con mi nombre. Era lo único que había en su mente, por mucho que intentara disimularlo detrás de sonrisas y palabras bonitas.
Y eso, jamás lo tendría.
—No te hagas ilusiones, Renata, —respondí, mi voz baja y gélida. No tenía tiempo para sus juegos, no tenía paciencia para su falso amor.
Subí a mi habitación, dejando los papeles sobre el escritorio. Me acerqué a las pantallas que ocupaban una gran parte de mi espacio personal para organizar mis pensamientos.
Todo lo que había leído en esos documentos era una confirmación de lo que ya sospechaba: teníamos un traidor dentro de uno de nuestros clubes. Algo que no podía dejar pasar, y que requería que actuara de inmediato.
Miré las pantallas durante unos segundos, seleccionado y observando las imágenes de mis clubes. Pero esta traición era algo que no podía manejar desde la distancia. No, esto era algo con lo que tenía que lidiar personalmente.
Tomé el teléfono y marqué varios números. Las llamadas que hice fueron breves y directas. No había tiempo para perder en conversaciones innecesarias. Todo debía estar en marcha esa misma noche.
Ya no podía permitirme seguir escondido en las sombras, observando desde lejos. Era el momento de volver a tomar el control de todo. Era el momento de que el Volpe volviera.
Mi familia, nuestro imperio, necesitaban a alguien que no temiera ensuciarse las manos. Y yo siempre había sido ese alguien.
Me dirigí al baño, buscando una manera de enfriar el fuego que aún ardía en mi interior. Me desnudé rápidamente y me metí bajo la ducha. El agua fría golpeó mi piel con fuerza, haciéndome estremecer, pero también ayudando a calmar el calor que había estado acumulándose desde mi encuentro con Valentina.
Sin embargo, no importaba cuánto intentara concentrarme en otra cosa, no podía evitar cerrar los ojos y dejar que los recuerdos de ella inundaran mi mente.
El contacto de su piel contra la mía, la manera en que su cuerpo se había amoldado al mío como si hubiera sido hecho para encajar perfectamente. Su calor, su aroma... todo me invadía de nuevo, desafiando cualquier intento de control.
El agua fría no era suficiente para apagar el deseo que había despertado en mí. Mi mente volvía una y otra vez a ese momento en la cocina, al breve instante en que el mundo había dejado de existir y solo estábamos ella y yo, atrapados en una tensión tan densa que apenas podíamos respirar.
Dejé escapar un suspiro pesado, apoyando mi antebrazo contra la pared de la ducha mientras con la otra mano agarraba mi longitud dura, tal vez esto me ayudaría a pensar con claridad.
Gemí bombeando furiosamente mi m*****o en mi puño, recordando como había lamido sus labios, como me miraba, provocándome, como ella también quisiera una parte de mí.
Mi mano se movió más rápido, y apreté los ojos y los dientes, trabajando para forzarla a salir de mi cabeza.
El placer me atravesó, dejando que mi orgasmo y los rastros de lo que había hecho se perdieran junto al agua que aún caía sobre mí piel.
Abrí los ojos de golpe, sabía que esta obsesión no podía continuar, que debía mantenerme alejado de ella. Pero, al mismo tiempo, sabía que lo que había comenzado entre nosotros no se detendría tan fácilmente.
Terminé de bañarme y apagué la ducha con un movimiento brusco, sintiendo el frío del aire en mi piel mientras salía del baño.
Me sequé rápidamente, vistiéndome con un traje a medida. El Volpe estaba de vuelta, y no habría espacio para la debilidad.
Mientras me preparaba para salir mis ojos se desviaron instintivamente hacia las pantallas. No podía evitarlo, era una especie de reflejo que se había convertido en parte de mi rutina.
Mis dedos se movieron casi sin pensar, deslizándose entre las diferentes cámaras que tenía bajo mi control, hasta que me detuve en una en particular: la habitación de Valentina.
En cuanto apareció su imagen en la pantalla, todo mi cuerpo se tensó. La respiración se me aceleró de golpe, y sentí cómo una oleada de calor me recorría desde el estómago hasta la garganta. Allí estaba ella, en su cama, pero algo no estaba bien.
Su figura se movía bajo las sábanas, pero no era un movimiento de simple incomodidad o cansancio. No, era algo que despertó en mí una reacción inmediata.