Capítulo 38

1341 Words
Nicola El silencio de la habitación estaba roto solo por el suave sonido de nuestras respiraciones, el roce de las sábanas bajo nuestros cuerpos y el latido constante de mi corazón, que parecía acelerarse con cada segundo que pasaba. Valentina estaba acostada a mi lado, su cuerpo entrelazado con el mío, su piel suave tocando la mía de una forma que solo ella podía hacer que me sintiera completo. —Nicola... —susurró, su voz tan baja que parecía un eco dentro de mí. Mis manos viajaban por su espalda desnuda, subiendo desde la curva de su cintura hasta sus hombros, disfrutando cada centímetro de su piel como si fuera la primera vez que la tocaba. Mi boca descendió por su mandíbula, dejándole suaves besos que ella respondía con ligeros suspiros que me hacían temblar. Se giró un poco, quedando de lado mientras mis labios trazaban un camino por su cuello, bajando hasta el hueco de su clavícula. El calor que emanaba de su piel me envolvía, y el simple hecho de tenerla así, tan cerca, tan mía, me hacía olvidar todo lo demás. —Nicola, —repitió con una suave risa que se convirtió en un susurro mientras sus dedos acariciaban mi cabello, —si sigues así, nunca saldrás de aquí. —No tengo intención de irme a ningún lado, principessa. —Sonreí contra su piel, dejando un beso sobre su clavícula antes de levantar la cabeza para mirarla a los ojos. —Eres tan... —mi voz se desvaneció por un segundo mientras la miraba. No había palabras para describir lo que ella me hacía sentir. —Tan, ¿qué? —preguntó, mordiendo su labio inferior mientras sus dedos seguían acariciando mi cabello, sabiendo que esas pequeñas caricias me desarmaban por completo. —Tan perfecta... —respondí, mi mano descansando en su mejilla, acariciando su piel con el pulgar. Ella rió suavemente y rodó sobre su espalda, haciendo que mi cuerpo se moviera con el suyo, quedando medio apoyado sobre ella. Sus piernas se enredaron en mi cintura, y en ese momento, mis labios encontraron los suyos de nuevo, esta vez con más intensidad, mientras mi eje se introducía lentamente en ella. Mi mano bajó hasta su cintura, acariciando su piel caliente. Su respiración se aceleraba, y cada segundo que pasaba me hacía sentir más fuera de control. Pero, aunque me invadía el deseo, mantuve la calma, porque con ella, siempre quería más. Dejó caer la cabeza hacia atrás soltando un gemido, cerrando los ojos mientras mis labios continuaban su viaje por su cuello, pero justo cuando sentí su piel erizarse bajo mis besos, el sonido agudo del teléfono rompió el momento. —Mierda... —gruñí, deteniéndome a regañadientes. Ella rió suavemente mientras yo soltaba un suspiro, apoyando mi frente en su hombro y deteniendo mis caderas, completamente enterrado en ella. —Nicola... —ella susurró mi nombre, arrastrando cada letra de una forma que hizo que me costara aún más levantarme, —tal vez deberías atender. —Tal vez no... —respondí en tono bajo, dejando un beso rápido en su cuello, pero el maldito teléfono seguía sonando con insistencia. —Un segundo, principessa. —Me salí de su cuerpo con un gruñido, bajando de la cama para alcanzar el teléfono que estaba sobre la mesita de noche. El nombre de Lorenzo apareció en la pantalla, y sentí cómo mi humor se oscurecía. Algo debía haber pasado si él me estaba llamando ahora. —Lorenzo, más te vale tener una buena razón para interrumpir... —gruñí, mi mirada aún sobre mi mujer, que me sonreía, apoyada en su brazo. —Problemas en el muelle, jefe, —respondió con un tono de urgencia. Fruncí el ceño. —Voy enseguida. Colgué el teléfono y miré a Valentina, su cuerpo se tensó mientras se sentaba, mirándome con preocupación. —Tienes que irte, ¿verdad? —preguntó, aunque la decepción era clara en su voz. —Sí, —murmuré, caminando de nuevo hacia ella y sentándome en el borde de la cama. —Tengo que atender unos asuntos, pero volveré enseguida. —Incliné la cabeza para besarla, un beso suave. Sus labios respondieron, aunque esta vez con una lentitud que me hizo querer quedarme. —Ten cuidado, —dijo, mientras sus manos se aferraban a las mías por un segundo más, como si no quisiera dejarme ir. —Siempre lo tengo, principessa. —Sonreí, antes de levantarme por completo. Me vestí lo más rápido posible, mirándola una última vez antes de salir de la habitación. —No tardo. Me giré hacia la puerta, dejando atrás el calor de su cuerpo y el confort de su cama. El mundo afuera siempre sería caótico, pero aquí, con ella, podía ser diferente. Solo ella podía hacerme dudar en un momento así. El aire en el muelle estaba denso, cargado con el olor salado del mar y el metálico rastro de sangre, llenando mis pulmones en cuanto me bajé del coche. Lorenzo me esperaba, su rostro tenso mientras sus ojos escudriñaban las sombras entre los contenedores. —¿Qué demonios pasó aquí? —pregunté fríamente, mientras caminábamos hacia el lugar donde había dos cuerpos; Franco y Vittorio, ambos leales a mí hasta el final, y ahora estaban aquí, ejecutados sin piedad. —No fue un ataque limpio, jefe. —Lorenzo señaló los cuerpos. —Nos tomaron por sorpresa. Esto no era un simple ataque. Lo sabía. Esto era un mensaje. Lorenzo estaba detrás de mí, en silencio, esperando instrucciones. Mi mirada recorrió sus cuerpos una vez más, buscando cualquier señal, cualquier pista que me dijera quién había sido. Entonces lo vi: una pequeña marca en el cuello de Franco. —Lorenzo... —mi tono era bajo, mientras me agachaba para examinar la marca de cerca. El símbolo de la Camorra. —Mira. Lorenzo inhaló bruscamente. Ambos sabíamos lo que eso significaba. —La Camorra... en Palermo... —dijo, con una mezcla de furia e incredulidad en su voz. —Están cruzando la línea. Mis dientes se apretaron. Palermo siempre había sido nuestro, el corazón y el alma de nuestra organización. La Camorra, esos malditos ratas de Nápoles, llevaban años intentando expandirse, pero nunca habían sido tan audaces como para hacer algo así en nuestra casa. Aquí, en mi territorio. —Esto no es solo una provocación, —dije, poniéndome de pie, mi mirada fija en el horizonte del puerto. —Es una declaración de guerra. Quieren Palermo. Controlar esta ciudad significaba controlar las rutas clave del contrabando de armas, drogas, todo. Si perdíamos Palermo, todo nuestro imperio podría tambalearse. No era la primera vez que los miembros de la Camorra trataban de colarse en nuestras operaciones, usando tácticas sucias, siempre tratando de morder más de lo que podían tragar. Habíamos expulsado y mantenido al margen a esos bastardos antes, pero siempre volvían, como ratas buscando las sobras. Pero esta vez, habían llegado demasiado lejos. —¿Qué hacemos, jefe? —preguntó Lorenzo, mirando los cuerpos con una mezcla de rabia y tristeza. —Lleven los cuerpos para... El sonido de un teléfono interrumpió lo que estaba diciendo, y mi furia estalló instantáneamente. —¡¿Quién mierda deja el teléfono encendido en medio de esto?! —gruñí con la voz afilada como una navaja. —Es el suyo, jefe. —respondió uno de mis hombres señalando mi bolsillo. Saque el teléfono y vi el nombre de Valentina parpadear en la pantalla. El aire se me escapó por un segundo. El corazón me dio un vuelco, y por un instante todo a mi alrededor se detuvo. ¿Le habría pasado algo? Deslicé el dedo para atender justo cuando el primer disparo cortó el aire. —¡Mierda! —Salté detrás de una caja, con Lorenzo y los otros hombres haciendo lo mismo. Las balas llovían sobre nosotros, y mi mano libre fue directamente hacia el arma en mi cintura. —Amore mio, ¿estás bien? —pregunté, intentando mantener la calma en mi voz, aunque la preocupación me quemaba por dentro. —Nicola...
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