—¡Hice una pregunta! —exclamó en voz fuerte la madre de Juan Andrés, observó a su hijo con la camisa manchada de sangre, el rostro lleno de rasguños, estaba desgreñado, y luego enfocó su vista en la muchacha, quien respiraba agitada y tenía el cabello enmarañado.
—¡Esta loca me agredió, mamá! —se quejó él—, no la quiero en la hacienda, sáquenla —ordenó.
—¿Qué le hiciste? —cuestionó la señora Duque a su hijo, mirándolo con profunda seriedad.
El joven arrugó el ceño.
—¡Nada! ¡Ella me estaba provocando y como no le hice caso!
—¡No es cierto! ¡Eres un mentiroso! —gritó Paula, intentó soltarse del agarre de los hombres que la sostenían. —¡Eres un atrevido! —rugió—, dile a la señora como mandaste a los municipales para que me quitaran mi mercancía —gritó despavorida a los cuatro vientos.
—¿Hiciste eso? —indagó María Paz, negando con la cabeza.
Juan Andrés observó a Paula amenazante, y luego dirigió su vista a su madre.
—¡Esta loca me confunde, no es cierto, mamá! —mintió él.
Paula logró zafarse de los recolectores, y se lanzó de nuevo sobre él.
—¡Mentiroso! —vociferó, estaba por abofetearlo de nuevo cuando sintió que todo daba vueltas a su alrededor, se puso pálida como un papel, la visión se le tornó borrosa, y se desvaneció.
—Lo que me faltaba —gruñó Juan Andrés con evidente molestia, alcanzó a sostenerla—, no se queden ahí parados —vociferó a los trabajadores—, ayúdenme.
Paz sacudió su cabeza, reaccionó de inmediato.
—Lleven a esa muchacha a uno de los cuartos del cuartel de recolectores —ordenó María Paz, y luego observó a su hijo con profunda seriedad—. Ya hablaremos —advirtió.
Andrés rodó los ojos, y arrugó los labios, se dirigió a la casa.
«M@ldita loca, chismosa»
Instantes después Paula parpadeó, sentía la cabeza pesada, cuando abrió sus ojos, no reconoció el lugar donde se encontraba, la pieza era sencilla.
—¿En dónde estoy? —cuestionó asustada, se sentó de golpe y todo dio vueltas.
—Tranquila —escuchó en la dulce voz de una mujer—, estás en la hacienda la Momposina, te desmayaste —habló con dulzura aquella persona, jamás antes nadie la había tratado de esa manera, que se estremeció.
Paula abrió con lentitud sus ojos, y reconoció a la dama, era la mamá de Juan Andrés.
«¿Cómo una mujer tan dulce, puede ser la madre del ser más insoportable del planeta?» se cuestionó.
—Lo lamento señora —se disculpó con la voz entrecortada, se sentó y buscó sus zapatos—, no volveré por aquí.
—¿No necesitas trabajar? —indagó María Paz, la miró con atención.
—Sí, claro que requiero hacerlo, tengo…—Apretó los labios y suspiró profundo—, pero su hijo me echó de la hacienda, y… —pausó lo que iba a decir—, no quiero más problemas con él.
Paz elevó una de sus cejas, la observó con atención.
—¿Es cierto lo que dijiste? —indagó con curiosidad, y la mirada llena de tristeza—, mi hijo te hizo todo lo que mencionaste.
Paula inclinó su cabeza, sus ojos se llenaron de lágrimas, se mordió los labios al recordar como por culpa de él, se llevaron su carrito de jugos. Se quedó en silencio.
—Vamos, cuéntame, confía en mí.
Paula se cubrió el rostro con ambas manos, lloró con fuerza.
—Es verdad señora —balbuceó gimoteando—, yo no miento, hay testigos, mucha gente filmó el instante en el que se llevaban mis cosas —sollozó—, pero no vaya a pensar que he venido hasta acá buscando desquitarme, no sabía que él era el dueño —resopló—, de saberlo, jamás hubiera puesto un pie aquí, su hijo me odia.
Paz se estremeció y en su pecho se abrió una g****a, no comprendía porque su hijo se comportaba de esa forma tan cruel con las personas.
—No te preocupes, yo me encargaré que mi hijo no vuelva a molestarte, puedes seguir viniendo si lo deseas —aseguró la señora—, ¿cuánto costaba tu carrito? —cuestionó Paz.
—No he venido buscando indemnización, no me agrada que me regalen las cosas, siempre me las he ganado, soy pobre, pero tengo dignidad —enfatizó.
Paz miró con atención a la muchacha, le agradó su actitud, le sonrió con ternura.
—Por ahora ve a casa y descansa, pero antes de que te marches anda al comedor de los recolectores y pide que te sirvan de comer, aliméntate —propuso—, déjame tus datos personales, en estas fechas siempre necesitamos gente.
Paula pasó la saliva con dificultad, había días que su única comida era una fruta, porque ganaba muy poco y eso lo invertía en los gastos de su pequeño, además el mundo estaba lleno de gente indolente, de personas egoístas que solo se interesaban por sí mismas, como Juan Andrés Duque.
—Gracias, es usted muy buena —indicó y los ojos se le llenaron de lágrimas.
—Tranquila. —María Paz la miró con ternura.
Paula se puso de pie, se colocó los zapatos, le dio su nombre y su dirección a Paz, y antes de salir se dirigió a la señora.
—¿En verdad es usted la mamá del… patrón? —indagó con curiosidad.
Paz frunció el ceño.
—Por supuesto, soy su legítima madre, ¿por qué?
—Disculpe si sueno atrevida, pero no me cabe en la cabeza que alguien de tan buenos sentimientos como usted, tenga por hijo a… ese nefasto ser, su hijo es de lo peor, lo lamento. —Salió de la alcoba y corrió hacia donde estaban un grupo de recolectores para averiguar en dónde quedaba el comedor.
—Tienes toda la razón muchacha, debo tomar cartas en el asunto, mi hijo necesita aprender una lección —susurró Paz con la voz entrecortada cuando se quedó sola.
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—Varios recolectores afirman que te pasaste de atrevido con la muchacha quien te golpeó. ¿No te he enseñado a respetar a las mujeres, carajo? —gritó a viva voz el señor Duque.
Juan Andrés se agarró las sienes, frunció el ceño.
—No grites papá —advirtió—, lo que ellos dicen no es verdad, mira cómo me dejó el rostro —señaló su cara—, parecía una gata salvaje —resopló apretando los puños—, esa recolectora es una ofrecida como las demás, quieren atrapar al patrón para salir de esa vida de miseria, pero conmigo se equivocó.
—¡No mientas más! —vociferó el señor Duque—, si te nombré administrador es para dar ejemplo, no para ir de acosador con las chicas que vienen a trabajar en esta hacienda, ellas lo hacen porque necesitan el empleo, no vienen buscando marido —resopló y negó con la cabeza. —¡Ya no sé qué hacer contigo! —se quejó—. Un día de estos me vas a matar.
Juan Andrés rodó los ojos, resopló.
—No seas exagerado, además yo no entiendo, ¿por qué tanto escándalo por una simple recolectora? —reprochó con evidente molestia.
—No es una simple recolectora, es una mujer y se merece respeto, y más del patrón, en todos estos años que yo estuve a cargo, jamás tuve lío de faldas con nadie —aseguró.
—¡Es una campesina! —rugió con la respiración agitada Juan Andrés, y los puños apretados.
«Todo por culpa de esa simple recolectora, espero no se le ocurra volver, porque haré sus días miserables»
—¡No te refieras así de ella! —vociferó el señor Duque—, así sea humilde merece respeto.
—Y no fue solo eso —interrumpió María Paz, observó a su hijo con profunda decepción, deglutió la saliva con dificultad, y narró lo que le hizo a Paula, y el carrito de sus jugos.
Joaquín cerró los ojos sin poder creerlo.
—¿Le hiciste eso? —cuestionó con la mirada llena de decepción.
—¡No es verdad! —vociferó Juan Andrés con nerviosismo—, esa piojosa te está lavando el cerebro mamá.
Paz derramó varias lágrimas, su pecho ardió de dolor.
—No puedo creer que el niño dulce, noble y tierno que crie se haya convertido en un ser despiadado y sin corazón —expresó con la voz entrecortada.
Juan Andrés inclinó su cabeza, ver llorar a su madre, le partía el corazón.
—Mamá…
—¡No digas más! —exclamó el padre del joven—, me has decepcionado, he pasado por alto muchas cosas, pero esta… no —gritó—, te vas a disculpar con esa muchacha, la dejas en paz, le devuelves el carrito, o te quito todos los privilegios.
—¿Qué? —vociferó Juan Andrés abriendo sus ojos con amplitud—, ni loco me disculpo con esa piojosa, no me van a humillar de esa forma, desherédenme si desean, pero no lo haré —rugió y salió de la casa azotando el portón de madera.
María Paz se abrazó a su esposo, soltó su llanto.
—¿En qué nos equivocamos con él? —cuestionó susurrando bajito.
—¡No lo sé! —respondió Joaquín, afectado por el comportamiento de su hijo—, hemos sido justos con todos, los hemos tratado por igual siempre con el mismo cariño, nunca hicimos diferencias, ¿en qué fallamos? —indagó con el corazón lleno de tristeza.
Paz inhaló profundo, se aclaró la garganta.
—Se me ha ocurrido algo, es una idea descabellada, pero pienso que es la única forma que tenemos para darle una lección. —Miró a los ojos a su esposo y empezó a narrarle su plan.
—¿Y crees que ella acepte? —indagó Joaquín, la idea era una locura, pero no le desagradaba.
—No lo sé, espero que diga que sí, es la única persona que puede ayudarnos.