Capítulo 2. Humillación

3107 Words
—¡¿Que?! —respondió ella con su voz quebrada al oír a su esposo, que cumpliera la loca voluntad del tío abuelo. —¡Yo no me voy a arrodillar! Jean Paul la miró con desagrado, y se acercó a ella con intenciones de obligarla a que se arrodillara, por lo tanto, le ordenó: —¡Hazlo! Ella sintiéndose muy decepcionada con un nudo en la garganta, mirando a Jean Paul con sus ojos llenándose de lágrimas por esa gran humillación que le estaban haciendo exclamó: —¡Primero muerta! —Entonces, no dormirá dentro del palacio princesa Angelica. —dijo el tío abuelo Pierre—No vamos a tolerar estos comportamientos tan maleducados de parte suya y que no nos pida perdón por los daños ocasionados. Era la primera vez, que le sucedía algo así a Angelica porque jamás imaginó que la realeza era tan mezquina y malvada sobre todo con las mujeres, por lo tanto, de la rabia que sentía comenzó a llorar ante ellos: —¿Qué daños? —dijo ella con su voz quebrada por la rabia —¡Yo no hice nada! y si no les gusta mi actitud entonces háganme firmar el maldito divorcio de una buena vez! El tío abuelo Pierre soltó una risilla burlona haciendo sentir a Angélica como si fuera una basura y le respondió: —Já, le dije que aquí no existían los divorcios, olvídese de eso. Usted se divorciará del príncipe cuando él lo decida, más no usted. Así que, como no quiere obedecer, entonces, váyase a dormir con los caballos. —Vamos Angelica, solo arrodíllate —comentó Jean Paul con descaro —¿Vas a dormir en aquel frio de las caballerizas? Angelica, se secó las lágrimas y enseguida le respondió: —¡Si. Prefiero dormir con los caballos, que arrodillarme ante ustedes. No sé como pude haberme casado con alguien tan despreciable como tú! Jean Paul alzó una de sus cejas y mirándola sin importancia le contestó: —¡Ok, como quieras. Pero recuerda que no te daré el divorcio. Solo viuda te podrás separar de mí! El tío abuelo, quien prácticamente era el dueño de ese palacio le ordenó a los sirvientes que escoltaran a Angelica hacía las caballerizas. Esa fue una total humillación para ella, por lo tanto, ahora más que nunca quería divorciarse del príncipe. «¡Necesito que se muera éste maldito, si es que así es que me va a dar mi anhelado divorcio!» Angelica llegó a las caballerizas y decidió dormir sobre una pila de heno con tal de no arrodillarse ante ellos, sintiendo la peor humillación de su vida, deseándole la muerte al príncipe y al tío abuelo por eso que acababa de suceder. Ella no podía decirle a sus padres lo que le estaba pasando, porque en más de una ocasión le advirtieron que no se casara con Jean Paul Dubois quien era conocido por ser déspota y de mal carácter, pero ella por su ambición para tener un título nobiliario más grande no le hizo caso a sus padres. A su vez, ella como era super orgullosa, y que no contaba casi sus cosas se iba a tragar esa humillación y nadie se enteraría. Y ella estando ahí en aquella pila de heno, llorando se decía: —¡Ah, ahora soy una pordiosera, ¿Quién iba a creerlo?! ¡Si padre o mis hermanos se enteraran de esto matarían a este idiota! ¡Pero no, no quiero que se ensucien sus manos, debo hacer algo para que este idiota me de el divorcio pronto! Minutos despues… Desde la puerta principal, mirando hacía las caballerizas, se encontraba, Lumiere el mayordomo, quien era un señor de unos setenta años, de piel blanca, francés, algo robusto, de ojos grandes, cara redonda con un gran bigote canoso, cuyas puntas le sobresalían de la cara, había trabajado para esa familia real desde los veinte años ya que, ese trabajo de mayordomo era herencia de todos los que trabajaban ahí. A su vez, se encontraba Carmen la asistente de la princesa Angelica, quien era una chica robusta de unos veinticuatro años, era hija menor de Lumiere, y al verla a simple vista podrías observar que era la hija de ese mayordomo pero sin bigote. También era robusta, de piel blanca y recientemente había cumplido veinticuatro años. Ella por herencia del servicio de su padre en el palacio, se había convertido en la asistente de Angélica, la nueva princesa. Sin embargo, ambos lamentaron lo sucedido con la princesa, ya que, al lugar en donde fue llevada por su castigo, hacía mucho frio y olía a excremento de caballo. Pero, Angelica le faltó el respeto al príncipe y ese era el castigo que se merecía según las leyes de la realeza, que a puertas cerradas, los ciudadanos no sabían que existían. Por su parte, el señor Pierre y Jean Paul le prohibieron a todos los sirvientes del palacio que no se atrevieran a si quiera atender a la princesa o si no, serian removidos de sus cargos, asi que, ellos para conservar sus empleos de ochenta mil euros según su escalafón de servicio, decidieron no intervenir. —¡Pobrecita la princesa Angelica—contestó Carmen la asistente—, de seguro debe estar bien asustada! Lumiere quien ya tenía más de cincuenta años trabajando en ese palacio, conocía todas las directrices, por lo que, le respondió a la mujer: —Me imagino que todo esto debe ser por mandato del señor Pierre. Yo vi cuando ella comenzó a alzarle la voz al príncipe, no debió hacerlo. Las mujeres de la familia real deben ser sumisas y no levantarles la voz a sus esposos. Asi es la monarquía. —Pero padre, de verdad el príncipe se ha estado portando muy con ella. Me parece que tiene una amante y está bien descarado. Se pierde por una semana y la deja sola. Ya tiene seis meses comportándose así. Lumiere con sus manos hacía atrás alzó una de sus cejas y le respondió: —Pues…se debe enfrentar a las leyes de le familia real, si ella creyó que era fácil el ser la esposa del príncipe, debió haberlo pensado dos veces al casarse. —Si—respondió Carmen mirando curvando su boca hacía abajo—, de verdad ella debió haberlo pensado dos veces. Se casó muy rápido. —Así es…—respondió Lumiere haciendo luego un suspiro porque a pesar de todo, le dio algo de pesar aquella pobre chica rica—ahora debe atenerse a las consecuencias. Y si no le gusta tendrá que adaptarse porque el divorcio con un hombre de la realeza es difícil. Hasta podría afectar a su familia. Posteriormente, ellos estando ahí en la entrada del palacio, escucharon llamar a Lumiere desde lejos a Lumiere con un tono de voz enojada: —¡Lumiere! Lumiere y Carmen prestaron atención para ver quien los llamaba, y se dieron cuenta de que era Gerald el hermano del príncipe, quien desde hace dos años estaba en silla de ruedas y era bien amargado. Lumiere miró su reloj y vio que eran las tres de la madrugada y luego exclamó: —Vaya, se levantó temprano. —Ese está más amargado ahora que se fue Amelie su asistente hace un mes —comentó Carmen—, y la verdad no me sorprende, esa pobre mujer aguantó mucho. Yo la admiraba porque tenía una paciencia de acero y bueno al parecer no fue así. Suerte que estoy con Angelica quien es algo berrinchuda cuando no obtiene algo, pero por lo menos es más pasable que estar con Gerald. —Si… hice lo posible para que no estuvieras con él hija. Ahora se desquita conmigo. Pero lo entiendo, el pobre hombre después que era todo un adonis, mujeriego y que tenía el mundo por delante, ahora no quiere ni siquiera bañarse por la depresión, me da mucha pena por él, porque a pesar de todo, tenía muy buenos sentimientos. Por lo menos con Amelie de vez en cuando sonreía un poco. —¿Y la llamaste papá? —Si. —¿Y tú crees que volverá? —Eso no lo sé hija, ya todo dependerá de ella. —Puso su atención en su hija Carmen y colocó una de sus manos sobre sus hombros —Anda a dormir, descansa, mañana se le levantará el castigo a la princesa. Dile que se comporte. Carmen comprimió sus labios y de una vez, miró a su padre con algo de pena. —¿Y tú no dormirás? —Pues… ya estoy acostumbrado hija. He sobrevivido por más de veinte años. Anda y descansa, mañana será un largo día. Luego, Lumiere fue hasta la habitación de Gerald, quien debió ser el príncipe porque era el primogénito de su padre Peter. El sirviente abrió su puerta y vio a Gerald acostado en la cama con mucho enojo en su rostro. —¡Porque te tardaste! —exclamó Gerald con aspereza en sus palabras. —No me tardé señor, solo que hubo un problema con la princesa Angelica, fue llevada al establo por órdenes del señor Pierre y de Jean Paul y bueno estábamos al pendiente de ella. ¿Pero dígame, que desea? —¡No me acercaste mi celular y mi silla está bien lejos. Tuve que orinar en la bacinilla y tu sabes que no me gusta hacerlo! Lumiere fue hasta donde estaba la silla de ruedas que era de las modernas, y mientras la rodaba para ponerla al lado de su cama, le contestó: —Perdóneme señor, Gerald. Tiene razón no le puse el seguro a la silla y por eso se rodó. Gerald no fue invitado por el tío abuelo Pierre, porque no quería que le dañara su vibra en su cumpleaños numero sesenta. Despues de que Gerald tuvo ese accidente, para la familia real él fue un lastre y lo hicieron a un lado. Prácticamente, para ellos él no existía y casi que de un año a otro. Gerald era un rubio mucho más apuesto que su hermano Jean Paul. Antes del accidente de auto que le arruinó la vida, en el cual ahora está vivo de milagro, era todo un galán y tenía muchas amistades que lo alababan porque sabían que él sería el próximo príncipe de Mónaco. Pero, todo eso quedó en el pasado, ya que ahora, todas las pleitesías eran para su hermano Jean Paul y se dio cuenta de que todas esas amistades no eran genuinas y tampoco su familia. La única que a veces lo visitaba era su cuñada Angélica porque le daba pesar la situación de su cuñado. Jean Paul y el tío abuelo no lo visitaban casi porque estaban pendientes era de otros asuntos de los cuales tenían un secreto. No obstante, Gerald estaba haciendo terapias para poder caminar de nuevo con una terapeuta de veintinueve años llamada Amelie, pero él descargaba toda su frustración con ella, haciendo que las terapias fueran una tortura para la pobre mujer en donde terminó renunciando. Al irse Amelie, Gerald se puso peor de amargado y ahora su frustración la descargaba con Lumiere. Pero este tenía temple de acero y quería mucho a Gerald porque lo conoció desde que estaba el vientre de la fallecida madre de Jean Paul y de Gerald quien murió a causa de suicidio por abuso de píldoras hace tres años atrás. La muerte estaba siempre acechando a la familia Dubois, pero Gerald sobrevivió a ella. Entonces, él mirando a Lumiere con algo de cólera le exclamó: —¡Tráeme agua! —Claro que sí señor. Lumiere con mucha paciencia le sirvió el vaso con agua y no pudo negar que le dio algo de pena porque Gerald en todo el día fue encerrado en su habitación para que no asistiera a la fiesta “porque iba a dañar el ambiente” con su depresión. —Tome señor. Gerald le dio un sorbo al vaso, y después de tragar el liquido le dijo al mayordomo. —¿Y entonces la fiesta del tío abuelo se terminó con mi cuñada metida en el establo? Lumiere cabizbajo agarrando sus manos hacia adelante, sin mirar a Gerald le respondió: —Si señor. —Já —soltó una risilla burlona — ¿Y que hizo? —Se puso a discutir con su hermano en plena reunión. El señor Pierre se disgustó mucho porque eso llamó la atención de sus invitados y bueno, recibió el castigo real. Gerald le dio otro sorbo a su vaso con agua y soltando otra risilla con sátira, exclamó: —Ja, ja. Estamos en este siglo y seguimos con esas tradiciones arcaicas y tan machistas. Pero bueno, ella sabe en donde se metió. Cuando se casó se le leyeron las leyes y ella las aceptó. —Si, y no se puede divorciar. —contestó Lumiere. —No, al menos que quede viuda. Pero… me alegro de que le haya arruinado la fiesta a mi tío. —sonrió Gerald de forma maliciosa. Gerald se enteró de un secreto que tenía el tío abuelo y su hermano Jean Paul, el cual hizo que los odiara de por vida. Al día siguiente… La mujer en horas de la mañana fue visitada por su esposo Jean Paul quien obvio se fue a burlar de ella. —¿Qué tal tu noche querida esposa? Angelica tendida ahí en la pila de heno, le contestó con mucha ira: —¡Cállate, eres un perfecto idiota! Jean Paul estando con sus manos agarradas hacia atrás mirándola con altivez le contestó: —Ay, que actitud tiene mi esposa. Pero… quien iba a creer que eras tan fastidiosa y contestona. —¡Si soy tan fastidiosa, entonces, dame el divorcio! —No. No te lo daré. Vamos, solo arrodíllate ante nosotros y ya. ¿Qué te cuesta? Todo esto que te está pasando fue por tener una boca sucia. Angelica con el cabello lleno de paja, mirando a su esposo con odio, le contestó: —¡Pues no lo haré, prefiero estar aquí en este lugar mal oliente, que arrodillarme ante ustedes! —Mmmm, bueno, entonces… quédate aquí todo el día de hoy —sacó su celular y de inmediato le tomó una foto. —¿Qué hiciste? —Tomé una foto para enviársela a mis suegros. Seguro a tu padre le encantará ver a su princesa aquí viviendo en este establo. Me imagino que quizá se alegrará mucho al verla. Angelica sabía que su padre Henry se moriría si viera que ella estaba en esa situación y Jean Paul tenía conocimiento de eso. La joven quería que su familia creyera que ella estaba en la mejor situación y a su vez, sus fans y el público en el Reino Unido. —¡No lo hagas, no le envíes esa foto a mi padre! —Mmmm, entonces, arrodíllate ante mí y pídeme perdón. Luego, ve con el tío abuelo. Unos pasos, se escucharon viniendo hacia ese establo. —No es necesario que ella venga hacía a mí, porque aquí estoy. —respondió el tío abuelo sonriendo de manera maliciosa. El hombre se acercó en donde estaban ellos y él con sus manos hacía atrás fue donde estaba Angélica. —Entonces… princesa, ¿se va a negar a pedirnos perdón? Ya le dimos unas cuatro horas para que lo pensara bien. —¡Pero es que el que me tiene que pedir perdón es él quien me está engañando, no yo señor Pierre! —Como le dije—contestó el tío abuelo—, usted no tiene pruebas. —¡No las tengo—contestó Angelica con desesperación—, pero es muy evidente! El señor Pierre quien estaba muy molesto porque en su fiesta al final solo hablaron de la pelea entre princesa y el príncipe más no de él, con mucha aspereza en sus palabras le contestó: —Mientras no las tenga, nada sucederá princesa. Arrodíllese ante nosotros o si no, sufrirá muchas consecuencias. —miró a Jean Paul—. Envíale esa foto al conde de pacotilla para que venga hacia acá. Y…también quiero decirle que gracias a usted su familia quien es de un titulo más bajo que nosotros puede sufrir consecuencias. —¿Consecuencias? —dijo Angelica frunciendo su entrecejo. —Si, consecuencias. Ustedes solo son ricos, más no poderosos como nosotros. Así que… no queremos arruinarles su fortuna… no sé si me entiende. Pierre era un hombre que siempre quería que se hiciera su voluntad a toda costa. Él le dio el sí a su sobrino con Angelica porque era una mujer famosa, con un título noble y rica más no porque la quería. Para él la única persona que tenía valor eran los reyes de las monarquías, y él. Ni si quiera el presidente de Francia; asi que, aquella rebeldía que esa chica estaba teniendo ante él, le molestaba en gran manera, ya que hasta ahora en sus sesenta años, nunca nadie se había salido con la suya. Por lo tanto, haría lo imposible para que aquella mujer se hincara ante él amenazándola hasta con su familia. Angelica, con sus ojos desesperados porque no quería que su padre se enterara de esta humillación, al ver que Jean Paul estaba buscando los contactos en su teléfono, les rogó con ambas manos: —¡No, no lo hagan! —¡Arrodíllate entonces! —exclamó Jean Paul enseñándole el contacto de su padre. La mujer por temor a que su familia se enterara de su horrible matrimonio y a su vez, que posiblemente le hicieran algo a ellos, con lágrimas en sus ojos, no le quedó más remedio que, hincarse ante ellos. Tanto Lumiere como Carmen estaban desde lejos, mirando toda la situación con mucho dolor sin poder hacer nada. Pierre contento porque había logrado su cometido con una sonrisa le respondió. —Asi me gusta princesa Angelica. Que esto le tome como consecuencia de habernos faltado el respeto. Si vuelve a pasar alguna situación similar, dormir en el establo no será suficiente. Minutos después… —Señor Gerald, la princesa siempre se arrodilló ante su tío y hermano. —¿Qué? —Si. Parece que… la amenazaron seguro con algo. Gerald no pudo negar que se molestó mucho con esa situación, pero por ahora era solo un lastre que recibía los chismes de lo que pasaba en ese palacio gracias a Lumiere. Y estando en su cama con el desayuno ya servido dirigió su mirada hacía la comida, y de inmediato se dijo en pensamientos: «¡Si tan solo mi cuñada, supiera lo que hace mi hermano a escondidas, con eso se podría divorciar!»
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