"No lo entiendo", dije, dejando caer el lápiz y respirando profundamente mientras me recostaba en mi asiento. Me dolía el cerebro y me dolían los huesos de estar sentada en aquella incómoda silla de madera durante dos horas seguidas. Quería levantarme y hacer una pausa para estirarme y relajarme un poco, pero Jackson no lo permitió. "¿Cómo no lo entiendes?", me preguntó. Intentó disimular la frustración en su voz, pero era difícil. Llevaba aproximadamente cuarenta y cinco minutos explicándome postulados y teoremas, y aún no habíamos avanzado nada. Jackson no era de los que tienen paciencia, pero yo necesitaba desesperadamente la ayuda. "Simplemente no lo sé. Lo siento". "Claro que lo sientes", murmuró, añadiendo algunas palabras coloridas en voz baja. Puse los ojos en blanco. "¿Podemos