Capítulo 5: El Camino de Amanda

2411 Words
Amanda estaba segura de que el momento más traumático de su vida fue el divorcio de sus padres. Tenía sólo seis años cuando esto sucedió. Hasta entonces había tenido momentos relativamente felices en su niñez, oscurecidos por peleas, discusiones y situaciones muy dramáticas, siempre tristes para todo niño. Era lamentable que una familia se separase, pero era lo más saludable dado la forma en que se trataban y en cómo cualquier cosa derivaba en una miserable rencilla. Cuando quedó sola con su madre comprendió que había sido lo mejor. Entonces disfrutó de una vida bastante tranquila. Las visitas de su padre eran cada vez más distantes debido a lo difícil que era el trato entre ellos. En cada ocasión que debían verse no podían evitar pelear. Se odiaban profundamente y no había ni un mínimo entendimiento porque no hacían más que hacerse reclamos y recriminaciones. Siendo un poco mayor pudo conocer a los padres de sus amigas, algunos de ellos divorciados también. Pero tenían relaciones diferentes, con una decencia y humanidad que no pudo ver en sus progenitores jamás. Algunos incluso eran amigos, que podían compartir el cumpleaños de sus hijos, reunirse en Navidad, o en las fiestas de Fin de Año. Estaban juntos en las graduaciones o en el casamiento de sus retoños, cuando alcanzaban la edad adulta. Incluso actuaban con increíble solidaridad cuando alguno de ellos enfermaba con gravedad. Llegó a pedirle a Dios que cambiara a sus padres, que los hiciera más amables y comprensivos. Pero a medida que iba creciendo tuvo que resignarse a la suerte que le había tocado. Se prometió que de tener una ruptura amorosa haría todo en su poder para que fuese amigable. No permitiría que sacara lo peor de ella. Con el tiempo, Amanda creció y comenzó a desarrollar sus propios intereses. Descubrió que tenía talento para escribir y que le apasionaba el mundo de las noticias desde muy joven. Ya en la preparatoria fundó un periódico escolar, en dónde cubría eventos que sucedían en la escuela y practicaba la redacción de notas periodísticas. También trabajaba con sus compañeros en la edición de cada número mensual. Por eso cuando le llegó la hora de elegir sus estudios superiores, supo con seguridad que iba a ser periodista. Se inscribió en la carrera de comunicaciones y así comenzó la etapa más emocionante de su vida. De repente estaba en su ambiente ideal, rodeada de personas con sus mismos intereses y en dónde podía imaginarse en su propio camino. Fue una etapa en la que hizo muchos amigos y en la que también se divirtió un montón. Comenzó romances con algunos chicos. Hubo un muchacho que estudiaba bellas artes con el que tenía una relación bastante platónica, que en realidad no prosperó. Tuvo citas con amigos de sus amigos y hasta salió con sujetos que podía tildarse de rebeldes. Sin embargo, aunque cada romance fue digno de ser recordado a su manera, ninguno significó nada parecido al amor. Supuso que debido al sinsabor que le dejó lo sucedido con sus padres, que no podría lograr tener una vida romántica plena. Sencillamente, no podía confiar en los hombres que aparecían en su vida. Mientras estudiaba también comenzó a prestar su tiempo como voluntaria en un albergue que rescataba perros y gatos. Muchas veces se llevaba algunas de estas mascotas abandonadas a su casa para cuidarlas temporariamente, hasta el momento en que fuesen a su hogar definitivo. Su madre compartía esta pasión y la ayudaba a cuidar de todo perrito o gatito al que le diera un hospedaje temporal. Una parte activa del rescate de animales consistía en retirarlos de los lugares en los que corrían peligro. Recibían frecuentemente llamadas que denunciaban cuando un animalito era maltratado. Uno de estos casos era sobre un desarmadero en el que decían que tenían a un perrito atado con una pesada cadena y expuesto al sol, casi sin agua y con una cantidad prácticamente nula de comida. Cuando llegó a lugar con sus compañeros rescatistas pudieron comprobarlo. Se trataba de un cachorro de patas regordetas, pero que estaba flaco y demacrado. Era un ser dulce deseoso de recibir amor. Pero en lugar de eso estaba lleno de pulgas, garrapatas y una sarna creciente comenzaba a cubrir su pelaje. Además estaba rodeado de pura chatarra, restos de carros, metales, o cubiertas de automóviles. No había siquiera una pequeña planta o un sector de césped que olfatear, como le gusta hacer a los perros. Hablaron varias veces con el dueño del lugar. Primero le pidieron que le pusiera un techo al animalito, más agua y comida. Que lo ayudarían si no tenía tiempo. El sujeto que los miraba de reojo primero les dijo que podía hacerlo. Pero cuando regresaron al día siguiente, no había hecho absolutamente nada. Le hicieron el mismo pedido una vez más, el hombre dijo que si tenía tiempo iba a bañarlo y a llevarlo al veterinario para que le diera algo para combatir el enrojecimiento de su piel. Pero cuando regresaron dos días después confirmaron nuevamente que no había movido ni un dedo. A Amanda se le partía el corazón al ver al animalito en esas condiciones. El perrito era muy simpático y cada vez que la veía la llenaba de besos. Por eso se salió de sus casillas. Comenzó a discutir acaloradamente con el individuo. — ¡Hay leyes que protegen a los animales, estúpido, cretino! ¡Volveremos con la policía para llevarnos al perro! ¡Te pondremos en una lista pública de maltratadores de animales para que no te permitan tener nunca más una mascota! El sujeto entonces se violentó. — ¡Los llamaré ahora mismo! ¡Esto es una propiedad privada, y la están invadiendo! — ¡Si, claro, hágalo! Vamos a ver que dicen cuando vean al perrito y cómo lo tienes— respondió ella haciendo le frente con ferocidad. En ese momento ocurrió algo temible, el hombre levantó la mano derecha, dispuesto a abofetear a Amanda. Ella se cubrió con los brazos, sorprendida por el inesperado movimiento. Pero en la última fracción de segundos, algo sostuvo la mano del individuo en el aire e incluso hizo que perdiera el equilibrio, haciéndolo caer sentado en una silla. Ella no lo conocía, pero era Rodrigo López Williams, que se encontraba en el lugar buscando piezas para reparar un coche antiguo. A la distancia le había llamado la atención la pelea, particularmente el carácter férreo de la mujer que por alguna razón estaba envuelta en el pleito. Esto lo motivó a acercarse, lo que lo colocó en el lugar justo para evitar que el conflicto se volviera realmente serio. Amanda terminó por convertirse en una fiera endemoniada cuando vio lo que pasó. — ¡Imbécil, idiota! ¿Quieres pegarme a mí? ¡Verás lo que va a pasarte! ¡Haré que cierren este lugar! Rodrigo le pidió a sus compañeros rescatistas que la apartaran para que se calmara, mientras sostenía la muñeca del sujeto exigiéndole que se tranquilizara. Cuando este lo hizo, se puso a dialogar con el individuo enfurecido. No podían saber exactamente qué le dijo, pero de alguna forma logró que se calmara y que disminuyera el voltaje del conflicto. Después se acercó a Amanda y a los demás, y se presentó. Les dio una tarjeta para que sepan en dónde encontrarlo. —Me ha dicho que no va a llamar a la policía, pero que tienen que irse. —Pero,… ¡El perro! ¿Qué va a pasar con él?— dijo Amanda. —Yo me haré cargo, haré que me lo entregue. Mañana lo llevaré a su refugio. — dijo mientras recibía también una tarjeta de un compañero rescatista. Amanda salió de ese lugar profundamente contrariada. Creía que el asunto estaba perdido, que no habían podido hacer nada por el pobre perrito y ya planeaba regresar al lugar con la policía. Pero no fue necesario, porque tal como lo había prometido Rodrigo se presentó en el refugio al día siguiente llevando al cachorro envuelto en mantas. Se lo veía demacrado, y un tanto aletargado, pero con un poco más de ánimo del que tenía en el lugar espantoso en el que había vivido. Al verlo la muchacha gritó de la alegría. El perrito la reconoció y comenzó a darle besos. Lo tomó entre sus brazos y le dio un gran abrazo a Rodrigo. — ¡Gracias, gracias, gracias!— le dijo— Pero, ¿cómo lograste que te lo diera? —El tipo quería tener vigilado su negocio. Su idea era criar al perro como guardián. Bueno, tenía una idea muy cruel para lograr esto— le explicó. —Me imagino su idea de crianza— comentó ella— atado a un poste, poca comida o agua y golpes para que se vuelva malo. —Sí, exactamente. Me dijo que así atacaría a todo lo que viera— —Y, ¿Qué sucedió? ¿Cómo lo convenciste de que te lo diera? —Lo persuadí de que un sistema de cámaras haría un mejor trabajo que un perro. Ahora está instalándolas en su propiedad. Son pequeñas, fáciles de ubicar y manejar desde una aplicación en su teléfono móvil. Viendo las ventajas, no fue difícil que renunciara al perro. Amanda se enteraría más tarde que no sólo lo convenció de que instalara las cámaras. De hecho se las regaló y envió a un técnico a que lo instruyera en cómo usarlas. En ese momento sentía un enorme agradecimiento por lo que había logrado. Volvió a abrazarlo y a darle las gracias por lo que hizo. Por supuesto, esa no fue la única vez que lo vio. Al día siguiente llamó al refugio y Amanda lo atendió. Estaba interesado en saber cómo estaba el perrito. Ella le explicó que estaba bajo tratamiento y que ni bien estuviera repuesto le buscarían un nuevo hogar. Al día siguiente regresó al refugio, volvió a preguntar por el perro. Ella lo llevó hasta la jaula en dónde estaba y pudo comprobar que se veía mejor. Comía bien y ladraba animadamente. Reconoció a Rodrigo cuando lo vio y lo llenó de besos. Lo habían llamado Bingo, al menos de forma temporaria. Seguramente su nueva familia le pondría otro nombre. Lo que sería una pena porque le quedaba muy bien. Además de hablar sobre el perro, la conversación entre ellos giró en torno a otras cosas. Descubrió que les gustaban las mismas películas y los mismos libros. Y que también adoraban la vida al aire libre. Sus amigos del refugio comenzaron a decirle que era evidente que no había ido hasta allí, solamente por el perro, que iba buscándola a ella. Además, las otras muchachas señalaron que era muy guapo (algo que no era necesario que le indicasen) que debía atrapar a este sexi espécimen masculino de inmediato. Ella rechazaba la posibilidad de que tuviera intenciones románticas. Era como un príncipe salido de un cuento de hadas moderno, demasiado bueno para ser verdad en su realidad. Pensó que ya no regresaría, que tendría otras cosas mejores que hacer. Sin embargo, sucedió todo lo contrario. Para su sorpresa, Rodrigo regresó y comenzó a participar cómo voluntario. No iba con tanta frecuencia cómo ella. Pasaba allí algunas horas de los martes y de los jueves haciéndole compañía. Y hacía lo que fuese necesario. Limpiaba los caniles o bañaba a los animales. Incluso sacaba a pasear a algunos perros por los terrenos cercanos. Cuando menos lo imaginó ya eran amigos y almorzaban juntos en algunas ocasiones. Sus amigas le decían que no esperase, que lo hiciera suyo en sentido bíblico. Sin embargo, estaba lejos de pretender algo semejante. Adoraba lo que tenían, charlas interminables, complicidad y momentos divertidos que la hacían sentir muy bien. No obstante, su interés por Bingo era real. Un día ella lo llevó a su casa para hacer lugar en el refugio para rescatar a otros animales. Ya estaba muy bien, había engordado y su piel ya se había curado de la sarna. En ese momento invitó a Rodrigo a su casa para que lo viera, y se lo presentó a su madre. Helena sonrió cuando vio a este hombre simpático y caballeroso, que no hacía más que tener ojos para su hija. Además Amanda sonreía cada vez que lo veía, y eso para una madre, era más valioso que todo el oro del mundo. Cuando se quedaron a solas le dijo: —Hija, querida, ha llegado tu momento, el hombre ideal para ti. Amanda la miró sorprendida y un tanto cohibida. — ¡Mamá! ¡Qué estás diciendo! —Ese es tu hombre, el que te hará feliz. —No necesito tener a un hombre, me conoces. —Por supuesto, eres decidida y te vales por ti misma. Pero todos necesitamos amor, hija. El que tu madre haya fracasado en esto no significa que debas hacerlo tú. Entonces le dijo lo que era de esperarse. Que no era el momento, que eran sólo amigos, que además quería concentrarse en sus estudios y que su objetivo era ser periodista. —Está bien, si tú lo dices— repuso su madre, pero esgrimió al mismo tiempo una sonrisa tranquila. De alguna forma esto la ayudó a comprender que su hija estaría bien, que ya no la necesitaría. Que podía partir. Días antes le habían diagnosticado cáncer de útero avanzado. Renunció a todo tratamiento porque no serviría de nada. Concentro sus energías en pasar buenos momentos con su hija, con Rodrigo que comenzó a ser un habitué en su hogar y con un cachorro travieso que rompía todo a su paso pero que rebosaba de amor. Los médicos le dijeron que tenía sólo unos meses, que preparara todos sus asuntos. Pero con buena voluntad y algunos cuidados pudo vivir un año más. Sólo le reveló la verdad a Amanda cuando su condición ya no se podía ocultar. Antes de que esto sucediera en un momento en que quedó a solas con Rodrigo, le pidió que la cuidara y la amara mucho, que merecía lo mejor de este mundo. El respondió que así lo haría, ya que era la dueña de su corazón, que podría confiar en que la cuidaría sin importar qué sucediera. Tres meses después Helena halló la paz definitiva. Amanda se encontró en el cementerio, pálida y ojerosa recibiendo una urna con sus cenizas. Rodrigo y Bingo estaban junto a ella y se dio cuenta de que a pesar del dolor, no se sentía sola, que tenía una familia.
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