Capítulo 6: El Camino de Rodrigo

2259 Words
Se puede decir que Rodrigo había lidiado toda su vida con un sentimiento de soledad. Tuvo una infancia feliz. Sus recuerdos más dichosos eran en la hacienda La Ensoñación, en donde vivió durante mucho tiempo con sus padres. Eran una familia que podría considerarse normal. Siempre estaban juntos, en momentos buenos y malos. Recordaba a sus progenitores como una pareja que se amaba, que siempre se expresaba afecto. Y la mejor prueba de que sus recuerdos de ellos eran reales estaba plasmada en sus fotos. Se podía ver claramente a dos personas felices, que se miraban con amor, ternura y que tenían un gran compañerismo. Entonces no tenía idea del mundo, ni de que había crecido en una posición privilegiada. Su padre era Octavio López Carranza, un empresario y prestigioso hombre de negocios. Su madre era Valeria Williams Forte hija de ganaderos y una persona gentil que despertaba el afecto de todos los que la conocían. Por lo que recuerda, sus padres eran felices. Octavio sentía una profunda adoración por ella. Y según le habían contado, estar con Valeria lo había convertido en una persona mejor, más abierto a la verdadera felicidad que ofrece la vida. No era difícil comprender que fue la única mujer que realmente amó. La tragedia los golpeó cuando Rodrigo tenía diez años. Un accidente fatal en una carretera se cobró la vida de su amada madre. Entonces su padre, para ocultar el dolor se convirtió en una persona cerrada. Hubiera sido más saludable confortarse acercándose a lo único que le había quedado de ella, su hermoso hijo. Pero no lo hizo. Comenzó a viajar cada vez que podía y mandó al joven heredero a un internado para no tener que verlo y recordar de este modo a su amor perdido. Algo que su madre no habría permitido de ninguna manera. Rodrigo creció entonces en un ambiente formal, con otros futuros herederos como él. Buscó siempre la excelencia en sus estudios, obteniendo las mejores calificaciones para hacer que su padre estuviera orgulloso de él. Pero no logró que esto los acercara más. De hecho lo visitaba poco en el internado. Incluso cuando iba a casa durante fines de semana en las vacaciones, se ausentaba con frecuencia. Por supuesto trataba de compensarlo con fiestas fastuosas de cumpleaños y regalos muy caros para Navidad. Pero difícilmente estaba ahí para darle lo que más necesitaba, su afecto y su compañía. Habituado a esta distancia entre ellos, Rodrigo se acostumbró a pasar su tiempo fuera de la escuela en el que fuera el hogar de su madre. Es decir en la hacienda La Ensoñación. Allí convivió con el cariño de la ama de llaves, doña Eulalia y con el afecto del capataz Don Remigio, con quién aprendió todo lo que debía sobre los negocios agrarios y sobre la producción rural de la estancia. Estos no eran sólo empleados de la hacienda. Eulalia había sido la mejor amiga de su madre. Ella y su esposo Remigio se habían convertido en sus padrinos, por lo que era natural para ellos prodigarle afecto y apoyo en sus momentos más difíciles. Fueron quienes lo ayudaron a sentirse menos solo cuando su padre estaba lejos, lo que desgraciadamente sucedía con frecuencia. Cuando llegó a la adolescencia su padre lo envió a un internado en Europa. Allí cursó el bachillerato y después asistió a prestigiosas universidades de negocios, preparándose para hacerse cargo del imperio que heredaría en el futuro. Desafiando todo pronóstico, a pesar de ese sentimiento de soledad, en lugar de cerrarse, se convirtió en una persona carismática. Descubrió que tenía una gran facilidad para tratar con las personas. Entendía lo que los demás necesitaban y sabía establecer una buena relación en base a esto. A diferencia de otros empresarios que eran competidores feroces, Rodrigo pensaba que en los negocios todos tenían que ganar. Era un gran negociador y en base a eso hacía tratos exitosos. Por eso era una persona querida y muy admirada, con la que todos querían tratar. Se dio cuenta de que era capaz de leer a las personas jugando póker. En un año sabático en el que se dedicó a recorrer el mundo se había hecho la costumbre de participar en cada partida de la que se enterara. Siendo un juego de habilidad, se podía ganar de dos formas. Por un lado estaba el conjunto de cinco cartas que recibía cada jugador, que debían responder a la máxima categoría en lo establecido por el juego. Esa parte dependía de las probabilidades matemáticas, el azar o como quien dice, de la suerte. Pero por otro lado, ganar dependía en gran parte de conocer las reacciones de los otros jugadores, saber cuándo estaban seguros de lo que tenían o si fingían estar seguros de lo que realmente poseían. En ese momento había que impresionar con las apuestas ya sea para atemorizar, o para presentar pelea. Rodrigo había desarrollado la capacidad de detectar a los presuntuosos, a los temerosos y a los que realmente tenían cartas fuertes. Aprendió a llevarse todo el dinero de una mesa, incluso si no tenía una mano realmente poderosa. Sólo tenía que estudiar a las personas y hacerles creer que tenía las cartas ganadoras. Gracias a eso se había convertido en un jugador bastante bueno, y supo que podía llevar esta capacidad a diversos aspectos de su vida. Cuando concluyó sus estudios retornó al hogar. Estaba listo para participar de los negocios de la familia. Su padre comenzó a interiorizarlo en las principales empresas. Las más importantes eran la naviera Star Lounge con la que trabajaban a nivel internacional, la constructora Golden Sun, una empresa de negocios inmobiliarios y una entidad financiera. Entonces comenzó a tener las principales discusiones con su padre Octavio, quien mantenía una competencia feroz, siempre dispuesto a derribar contrincantes y aplastarlos. Rodrigo era diferente, pensaba en establecer un nivel de productividad, y en hacer alianzas en lugar de opositores. Tuvieron disputas que no fueron fáciles de solucionar. Había asuntos de los que no habían hablado antes, de un dolor no declarado y de una lejanía entre ellos que no era fácil de allanar. Octavio no compartía la visión de negocios de Rodrigo. Sencillamente no tenía la capacidad de identificar las oportunidades como él lo hacía. Su hijo se desenvolvía entre las personas despertando simpatía y admiración, algo que él nunca había logrado. Rodrigo rechazaba de plano la personalidad de su padre, dueño de una masculinidad tradicional y agresiva con la que permeaba todos los aspectos de su vida. Octavio se encargaba en ser dominante en todas las formas más perjudiciales. Trataba de gobernar tiránicamente en los negocios y no tenía capacidad de comunicación en la vida personal. Era un hombre inexpresivo que desde que murió su esposa además buscaba validar su hombría con gran cantidad de novias o parejas jóvenes. Ese era otro problema fuente de gran tensión entre ellos. El carnaval de compañeras que desfilaban por la mansión ya sea como compañía ocasional o esposas, que desde que enviudó, habían sido cuatro. En ese momento estaba casado con Lorena Garrido Herrera, una socialité de veintinueve años, con la que este sujeto de setenta años ya llevaba cuatro años de matrimonio. De más está decir que tener a estas compañeras en su vida no era precisamente barato. Para “fomentar su amor” no reparaba en gastos. En el momento del casamiento se firmaba un acuerdo prenupcial, que es tradicional en las clases altas. Se trataba de una medida estándar para que estas futuras ex no reclamaran la mitad de todos los bienes de la familia. Les daba el derecho a tener cierta suma generosa de dinero y una propiedad en el caso de llegar al divorcio. No obstante, cada una de estas señoras eran voraces. Todas lo demandaron invariablemente para obtener más. Y para esto se valían de buenas excusas tales cómo haber sido engañadas o dañadas moralmente. En todos los casos salieron triunfantes y obtuvieron una tajada adicional que amenazó la estabilidad financiera del imperio López Williams. Rodrigo no tuvo más opción que exigirle a su padre que lo dejara hacerse cargo de casi todos los negocios y empresas para proteger su patrimonio. Su padre conservó la dirección solamente de la empresa naviera, ya que era el que conocía más sobre su funcionamiento y desarrollo. Establecieron las nuevas reglas ante un consejo de asesores que apoyó al joven heredero. Estaban muy impresionados con el hecho de que había tenido gran éxito en cada uno de los negocios de los que se había hecho cargo desde que regresara de Europa. Así fue cómo quedó a cargo de prácticamente todo y logró una relación medianamente estable con su progenitor. Mientras tanto, había tenido algunos romances con señoritas de alta sociedad, con quienes se esperaba que estuviese relacionado. Pero no llegó a nada serio con ninguna. Jamás sintió más que una atracción limitada por esas niñas mimadas, mayormente superficiales, deseosas de echarle el lazo sólo por cuestiones de conveniencia económica o social. Fueron relaciones pasajeras que lo cansaron, ya que nunca cubrieron sus necesidades afectivas de verdad. Decidió que a menos que se topara con un sentimiento extraordinario estaría solo. Mejor que mal acompañado, como rezaba un refrán. Y se hizo esa promesa, un día cuando estaba en un desarmadero de coches, buscando una refacción para un viejo Buick Special Coupé de 1954. Era una especie de pasatiempo que tenía con un amigo que restauraba vehículos antiguos, algo que hacía más por placer que por negocio. Sin embargo, sucedió en se mismo día un hecho extraordinario que en realidad no esperaba que le pasara alguna vez. Conoció a una persona totalmente diferente a cualquier otra en su universo. Una discusión acalorada le llamó la atención. Una mujer estaba increpando al dueño de ese lugar, reclamando cuidados dignos para un perrito que tenían atado con cadena a un costado del predio. Se fue acercando con la intención de intervenir. Afortunadamente logró detener al sujeto que estaba por cometer una atrocidad, casi abofetea a la mujer. Debió hacer uso de un poco de fuerza y de dominio para exigirle que retrocediera. Al mismo tiempo les pidió a los que venían con ella que la alejaran para apaciguar el calor del conflicto. De inmediato entendió que la causa era justa. Ya había visto al pobre perro atado con una cadena pesada en al menos dos oportunidades, expuesto al sol, enflaquecido y sin agua. Se sintió un cobarde por haber sido indolente en un principio y pensó que la muchacha era muy valiente. No era físicamente muy grande y sin embargo había sido capaz de hacer frente a un tremendo desgraciado. Supo que era su turno de ayudar. Con la elocuencia que lo caracterizaba calmó al individuo y le aseguró al grupo de rescatistas que llevaría al perro al refugio. Cuando quedó solo con el sujeto logró convencerlo de que la mejor solución era usar cámaras de vigilancia. Como conocedor de la última tecnología le explicó que ahora había dispositivos fáciles de instalar en dónde fuera, que además podían controlarse desde teléfonos inteligentes o tablets. Para que no opusiera resistencia se las regalaría, no tendría que gastar ni un solo centavo. Pero cerró el trato con una propuesta más. Le prometió que recomendaría ese lugar a sus amigos que también restauraban autos antiguos, que estarían encantados con las piezas que tenía en el lugar. Ante un ofrecimiento tan completo el sujeto aceptó. Al otro día cuando fue con el equipo prometido le entregó al perro y tuvo la satisfacción de llevarlo al refugio, en dónde sabía que lo iban a ayudar. Allí se sintió inmediatamente atraído por la muchacha, tan sencilla, simpática y llena de un valor que nunca antes había visto en otras personas. Tuvo la necesidad de conocerla un poco más. Y no sólo a ella, a esas personas valiosas que le dedicaban tiempo a una causa meritoria. No estaban ahí para ganar una posición, dinero o poder. Sólo detestaban el maltrato animal y estaban dispuestos a hacer algo al respecto. Comenzó a prestar ayuda como voluntario, como uno más, sin privilegios. Limpiaba jaulas, les daba la medicación a los animales enfermos y en definitiva hacía lo que se necesitara. Usó sus influencias para que el refugio recibiera donaciones e incluso logró que profesores y estudiantes de veterinaria trabajaran con los animales dándoles algunos cuidados médicos fundamentales. Esto lo convirtió en un gran benefactor, y un colaborador muy querido del lugar. Y si había algo que lo inspiraba a hacer más era Amanda Peña. Una mujer sensible, simpática y de gran humanidad. Cultivó su amistad, algo que no le molestó. Pero se dio cuenta de que quería ir más allá con ella. Su cercanía se hizo mayor cuando Helena, su madre falleció. Ella buscó su consuelo, su proximidad para poder superar el dolor que sentía. Y un día sucedió, se miraron a los ojos y se besaron apasionadamente. —Amanda, creo que estoy enamorado de ti— le dijo cuándo sus labios se apartaron. — ¿Lo crees?— preguntó ella— Porque estoy segura de que estoy total y completamente enamorada de ti. Se sintió un poco tonto por haberse expresado de forma tan timorata. Tenía que rectificarlo. —No es cierto— dijo— No creo estar enamorado. Estoy absolutamente loco por ti. ¡TE AMO! Soy tuyo, si me aceptas. Por toda respuesta Amanda lo besó nuevamente en los labios. Y a partir de allí comenzaron a vivir juntos, en ese pequeño apartamento, íntimo y sencillo, en dónde estuvieron juntos por cuatro meses.
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