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1536 Words
— No sabemos qué les pudo haber pasado —proseguí—. Pero lo que sí sé, es que este computador es mío y posee mucha información que puede hacer que muchas personas importantes pierdan su trabajo y vayan a la cárcel. — También puede hacer el nos asesinen. — Lo más probable —me encogí de hombros—, ¿tienes algo que perder? El hombre me observó profundamente y luego negó. Por supuesto que no tenía nada que perder. Ni él, ni yo. Ninguno de los dos podría perder nada porque ya todo lo habíamos perdido. Por lo menos hasta ahora. — Aunque sea a ti te enviaron un mensaje de ayuda que pudo ser de Joel. — Pero puede que tampoco sea. Además, tú escuchaste que dijeron que lo tenían preso. — Lo entiendo. — Exacto. Necesitamos continuar con nuestro plan si queremos encontrar respuestas y hacer pagar a todas las personas que tanto daño nos han hecho. — Tienes razón. Decidimos quedarnos otra noche más en aquel lugar y dejar que al siguiente día todo se calmara aún más. Por supuesto, estábamos afanados por encontrar algo más, pero habíamos jugado durante mucho tiempo con nuestra salud física y mental y era hora de tomar un descanso. No podíamos continuar de esa manera y los dos lo sabíamos. Unos golpes en la puerta hicieron que me levantara de la cama (habíamos aceptado nuestro destino con la suciedad de la habitación), y me dirigí a la puerta para abrirla y nuevamente encontrarme con la anciana que habíamos visto más temprano. La mujer nuevamente se quedó viéndome durante unos cuantos segundos y luego soltó un suspiro, entregándome un paquete. — ¿Qué es esto? —Pregunté mirando su rostro cansado. — No lo sé. Se lo dejaron en recepción. — ¿Quién? — Disculpe señorita —rozó mi mano y me alejé al sentir algo de electricidad entre los dos—. No puedo darle esa información. Es confidencial, pero no se preocupe. Nosotros antes de recibir cualquier cosa revisamos que no sea nada peligroso. Fruncí el ceño un poco, pero acepté su respuesta. Ella también trabajaba en ese lugar y debía aceptar las políticas del “hotel”. Ni siquiera podía creer que a su edad tuviese que seguir laborando. — ¿Podría pedirle un favor? — Cuénteme. — ¿Podrían limpiar esta habitación lo más pronto posible? Sentimos que olvidaron limpiarla cuando nos la entregaron. Los ojos de la mujer se abrieron y tocó su rostro, preocupada. — ¡Lo lamentamos profundamente! Últimamente hemos estado teniendo muchos visitantes y tal vez se le olvidó a alguna de las mucamas la limpieza de esta habitación. — Eso pensamos… — Si quiere, puedo quedarme limpiando… — No, no —la corté—. No puede hacerlo usted. Que envíen a alguien más. — Pero también es parte de mi trabajo. Soy la única persona que habla su idioma en este lugar. — No importa, él también puede comunicarse con todos. Si va a haber algún problema, podría hablar con su jefa. La anciana asintió y se retiró para buscar a alguna persona que nos pudiese ayudar con la limpieza de la habitación. Me partía el corazón que ella tuviese que estar en todo ese trajín, cuando lo más bello de la vejez era el descanso. Poder descansar y estar segura de que todo lo que se construyó durante la juventud, estaba recolectándose en la vejez. O bueno, eso era lo que habían hecho mis padres y esperaba hacerlo también yo. Volví dentro de la habitación al momento que vi cómo la mujer desaparecía por el pasillo del lugar. Me generaba gran inquietud ver lo que había dentro de la caja y mucho más, al saber que tenía que venir de Julián o alguno de sus trabajadores. Era imposible que alguna otra persona supiera que nosotros estábamos allí. — ¿Qué es eso? — No lo sé. — Ábrelo. Acepté el comentario de Robert y me dispuse a abrir el paquete. No tuvimos que esforzarnos mucho puesto que se trataba de una simple cajas con poca cinta a su alrededor, así que, los dos abrimos bien los ojos cuando comenzamos a rebuscar en su interior. — ¿Tus tarjetas? — Pueden estar clonadas. No son seguras. Robert tocó su frente y luego soltó una idea: — Llama a tu banco. Ellos deben saber si lo están o no. — No tengo manera de comunicarme. — ¿Y el internet para qué sirve? —Robert rodó los ojos y solté una carcajada. Decidí prender mi computador y recibí su vibración tan reconocida por mí. Luego de saludarle, entré a internet y comencé a chatear con algunos agentes que me podían dar algo de información sobre lo que había estado pasando con mis cuentas. Luego de algunos minutos, mi sorpresa se dejó ver y miré a Robert, para explicarle lo que había sucedido. — Al parecer todo está bien. Nadie intentó utilizarlas. — ¿Segura? — Si. Me enviaron toda la información a mi correo electrónico y está todo bien. Hasta la moneda más pequeña. — Interesante… Nuestra atención se dirigió nuevamente a la puerta donde esperábamos, llegara la persona que limpiaría la habitación. Mi compañero se encargó de abrir la puerta y una chica más joven que yo, entró con la cabeza gacha. — Lamento lo sucedido con esta habitación. Fue mi culpa. — ¿Qué pasó? —Me levanté y me posicioné frente a ella—. ¿Ocurrió algo? — Si. Tuve un imprevisto con mi hijo y tuve que escaparme del trabajo. No pude limpiar la habitación y cuando volví a hacerlo, ustedes ya estaban hospedados aquí. Lo lamento. — No te preocupes… —sonreí tratando de darle ánimo—… espero todo esté bien con tu hijo. — Muchas gracias señorita. Usted sabe, locuras que hacen los niños pequeños —se rio y yo sonreí de vuelta. En realidad, no sabía. Joel me había pedido muchas veces que tuviéramos una familia y yo siempre me había negado. Ahora, la verdad si me arrepentía de no haberle hecho caso ya que si todo hubiera salido como él quería, en este momento tal vez estaríamos comprando una nueva casa y en espera de un bebé. — ¿Quieres que salgamos de la habitación y volvamos más tarde? — ¿No sería mucha molestia? — Por supuesto que no —le respondí tomando mi maleta con el computador dentro—. Volveremos en unas horas. — Les agradezco. Robert y yo nos despedimos y decidimos salir del lugar. Ni siquiera sabíamos dónde podíamos estar, pero para ella era mejor trabajar sin que nosotros estuviéramos ahí dentro. — ¿No se te hizo raro que la chica hablara también tu idioma? Robert soltó la pregunta y me detuve en mi lugar. Tenía toda la razón. — ¿Por qué? — Porque la anciana dijo que era la única que lo conocía en este lugar. Un estruendo se dejó escuchar desde la habitación en la que nos estábamos hospedando y Robert y yo abrimos los ojos de sobremanera. Volteamos a mirar la puerta y un poco de humo salía de allí. Inmediatamente las personas que se estaban hospedando en las otras habitaciones salieron a ver lo que estaba sucediendo y nosotros corrimos a abrirla, encontrando todo hecho un chiquero. Ella no era la persona que iba a limpiar la habitación. La pequeña ventana había sido rota y se notaba que la chica había buscado hasta debajo del colchón por algo de información. Pero no había logrado dar con nada. ¿Por qué? Porque simplemente estaba toda la información la llevaba en mi maleta. — ¿Qué sucedió aquí? —Escuché a la anciana detrás de mí y la volteé a mirar, aterrorizada—. ¿Están bien? — Una mujer vino y nos dijo que era la persona de limpieza. — ¿Cómo así? Me encogí de hombros y Robert puso su brazo en mis hombros. — Nos tendió una trampa. Al parecer era una ladrona. — ¿Vieron su rostro? — ¡Por supuesto! — Debemos llamar la policía —la mujer sacó un celular de su bolsillo y yo asentí. — Háganlo, pero nosotros debemos salir. Teníamos una reunión de trabajo urgente. — No se preocupen, aquí hay cámaras de seguridad. — Perfecto. Continuamos nuestro recorrido fuera de “hotel” y cuando estuvimos lo suficientemente alejados, dejamos escapar una respiración larga y prolongada. — Joder —Robert pasó una mano por su cabello—. No podemos volver si están ahí los policías. — ¿A dónde vamos? — Estaba pensando que podríamos ir a la casa de los ancianos. Robert levantó una ceja y se cruzó de brazos—. ¿Ahora mismo? — Ahora mismo. Pero debemos estar seguros de que llevamos cosas de defensa personal. No podemos estar en ese lugar sin nada para protegernos. — Tendríamos que sacar algo de dinero, pero me da miedo que ellos tengan un GPS en las tarjetas o algo así. — ¿No pediste nuevas? — Claro, pero las envían a mi casa en Estados Unidos, no aquí. — Mierda.
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