La noche en ese lugar fue horrible. Nunca había estado tan incómoda en un lugar para dormir. Muchas veces nos habíamos quedado junto a Joel fuera de casa, pero había sido en hoteles más lindos. Por supuesto que no estaba en condiciones para criticar el lugar que habíamos conseguido con el poco dinero que teníamos pero j***r, ellos habían podido lavar las sábanas después de haber dejado que alguna pareja se quedara en ese lugar.
¡Ni siquiera teníamos papel higiénico en el baño!
— ¿Estás segura de quedarnos en este lugar?
Robert frunció el ceño revisando cada una de las cosas en la habitación. Aquella había sido la más costosa también.
Costaba de una cama matrimonial (por supuesto), un pequeño sofá roto, dos mesas y un baño algo sucio.
— ¿Cuánto tiempo nos quedaremos aquí?
— No lo sé —respondí estresada—. Lo importante es que podamos descansar un poco. Nos merecemos dormir más de ocho horas.
— ¿Y si no?
— Nos golpearé en la cabeza —bromeé.
Robert se quedó observándome unos cuantos segundos más, esperando darse cuenta si lo que decía era cierto o no. Pero cuando vio que realmente no estaba riéndome por ello, su gesto cambió y tragó saliva.
— Me haré el dormido entonces.
— Más te vale.
Comenzamos a reírnos un rato con algunos chistes estúpidos que decíamos porque los conocíamos o nos los habíamos inventado, hasta que la puesta del sol se dejó ver en la pequeña ventana que había en la habitación y suspiré.
— ¿No tienes sueño?
— Todavía no. ¿Y tu?
— Tampoco.
Robert se rio y comenzó a susurrar alguna canción de las que sabía, generando que mi cuerpo comenzara a sentirse más cansado con cada estrofa que cantaba.
— ¿Qué me estás haciendo?
— Mi madre me susurraba algunas canciones para dormir. Quería intentar si servían contigo.
— Joder…
— ¿Eso es un sí?
— Absolutamente.
Mis ojos se comenzaron a sentir pesados y solté una exhalación larga. Su voz era suave y delicada, haciendo que recordara a mi madre. Ella también me cantaba algunas canciones cuando no podía dormir, pero definitivamente, lo que más hacía, era acariciar mi cabello hasta que veía que había caído profunda.
Siempre había agradecido aquellos gestos, puesto que algunos niños podían tener pesadillas y lo mejor era la compañía de sus propios padres para superar esos sustos.
Recordaba que una vez había visto una película en la que el monstruo tenía los ojos en la palma de las manos y en la noche, me era imposible conciliar el sueño. Siempre me sentía ansiosa, con el corazón a mil, hasta que le comenté la situación a mi mamá. En ese tiempo ya tenía aproximadamente diez años y consideraba que estaba muy grande para pedir la ayuda de mi madre, pero, cuando supo lo que me estaba atormentando en las noches, pude tener su compañía durante unos días hasta que todo pasó.
Su mano acariciaba suavemente mi cabello y con pequeños susurros me calmaba para poder dormir hasta el siguiente día sin tener ningún tipo de pesadilla. Hasta que fui lo suficientemente grande y no volví a necesitar de su ayuda.
Pero el solo recordar todo lo que hacía para que pudiese descansar bien, me generaba melancolía. Extrañaba como no tenía idea a mi madre y esperaba poder volverla a ver pronto.
Habíamos durado bastante tiempo sin vernos por culpa de la primera pandemia que habíamos vivido y ahora, que ya estaba terminando y habíamos comenzado a vivir nuestra nueva realidad, sucedía lo del virus AAA23.
No sé cuánto tiempo estuve escuchando a Robert, pero pronto, caí en un sueño profundo.
Solo esperaba que él se pudiese dormir rápidamente.
Pude escuchar mi nombre siendo susurrado mientras seguía dormida. Esas cosas me molestaban puesto que no dejaban a las personas descansar cómodamente, sino que, por el contrario, las despertaban sin que el propio reloj biológico lo hiciera.
— Joder, Robert —susurré casi llorando. Odiaba eso.
— Joy…
Abrí los ojos y miré a la persona que estaba casi encima de mí. En otro caso me hubiera asustado, pero solamente golpeé su frente con la palma de mi mano.
— ¡Joy!
— ¿Por qué me despiertas?
— Porque vinieron a golpear la puerta diciendo que lo que habíamos pagado venía con desayuno.
— ¿Qué hora es?
— Las tres de la tarde.
Fruncí el ceño y me levanté.
— ¿Nos ofrecieron desayuno en la tarde?
— Eso mismo me pregunté yo. ¿Cómo sabían que seguíamos dormidos?
— Espera —me dirigí a la puerta y puse mi oído en el objeto para, tratar de escuchar lo que sucedía al otro lado—. ¿Vinieron hace poco?
— Claro. Por eso te levanté.
— ¿Y a dónde fueron?
— Les pedí la comida. Debemos esperar a que vuelvan.
— Joder, ¿para dónde podríamos irnos ahora?
— No lo sé, pero calma —Robert apretó mis hombros con sus manos—. Miraremos qué es lo que tiene la comida y ahí sabremos si es cierto o no.
Asentí.
Nosotros también estábamos siendo muy paranoicos. Las personas del día anterior habían hablado con esos hombres desconocidos porque estaban temerosas de lo que nosotros dos podríamos hacer. No teníamos por qué estar ofendidos por su accionar y menos, estando con personas que se las venden como peligrosas.
Poniéndome en su lugar, yo también hubiese hecho lo mismo sin importarme nada. Primero estaba la seguridad de mi esposo y yo.
Ahora bien, tampoco podíamos desconfiar de todo. Podía ser que la mujer la noche anterior, olvidó decirnos las cosas que traía consigo la habitación y por eso ahora nos estaban ofreciendo algo de comida. Y podía ser cierto, puesto que al ser la habitación más costosa de todas, debería tener un plus por encima de las demás.
Unos quince minutos después la puerta comenzó a sonar y nos asustó.
— ¡Room service!
Levanté las cejas y tomé una de las armas que habíamos hecho junto a Robert y asentí cuando él me miró buscando aprobación para abrir la puerta.
Del otro lado se encontraba una mujer mayor con una bandeja en sus manos. Me sorprendió que ella pudiese manejar todas las cosas que habían encima del objeto y Robert se movió rápidamente a ayudarla para que ella no tuviese que cargar con todo eso mucho más tiempo.
— Gracias, hijo.
La señora volteó a mirarme y se quedó observándome por algunos segundos hasta que Robert carraspeó la garganta y ella saltó levemente en su lugar.
— Lo siento. Es que es muy hermosa, señorita.
— Muchas gracias —susurré con recelo.
No podía comunicarme muy bien con ella, pero podía entender algunas cosas básicas. Por la misma razón, terminaba siendo Robert el encargado de hablar o entablar relaciones con las otras personas al yo encontrar aquello un poco complicado.
Mis ojos se dirigieron hacia la mujer mientras ésta se daba la vuelta para salir de la habitación y apenas cerramos la puerta, solté un suspiro.
— Esa señora era muy rara —fue lo primero que atiné a decir.
— Cálmate. La comida se ve deliciosa.
Me acerqué a la bandeja que cargaba Robert y el aroma de un buen desayuno golpeó mi nariz y estómago, que comenzó a rugir como si no hubiese comido bien el día anterior.
— Se ve delicioso —me quejé.
— Si quieres pruebo yo primero y luego tú.
— ¿Y si tiene algo me quedo sin ti?
— No importa, sabes que puedes con todo. Nosotros estamos aquí gracias a ti.
Mis ojos comenzaron a humedecerse y golpeé levemente el hombro de mi compañero. Conocerlo a él era lo único que me había mantenido cuerda el tiempo que llevaba en ese lugar. Me dolía como no tenían idea estar en esa situación, pero ya entrada en gastos, lo mejor era continuar.
— Está bien. Comamos los dos —sugerí con un encogimiento de hombros.
— ¿Segura?
Comenzamos a comer todo lo que había en la bandeja y los sonidos de satisfacción que soltábamos eran sumamente graciosos como para ser confundidos con otros sonidos dentro de un nuevo contexto.
Los productos eran livianos y mi estómago agradeció que comiéramos todo lo que había allí.
— Joder, esto está muy bueno —Robert cerró los ojos probando un poco de pan—. En casa no hubiese disfrutado igual toda esta comida.
— Pienso lo mismo.
Cuando tenemos todo lo que necesitamos dejamos de apreciar las cosas pequeñas que tenemos. Mientras terminaba lo que estaba tomando, recordaba la manera en la que había despilfarrado muchas veces el dinero y me golpeé mentalmente por ello. No era posible que ese tipo de cosas me pasaran teniendo treinta años.
Si era capaz de salir de todo este problema, me prometía yo misma que me encargaría de acabar con ese tipo de decisiones que lo único que acarreaban era ruina futura puesto que si llegaba algún momento donde lastimosamente no pudiese tener un trabajo seguro, no tendría ningún tipo de ahorro y me encontraría en una situación como en la que estaba.
No contaba con el dinero que tenía en mis tarjetas ni el banco puesto que cuando Félix y sus secuaces me habían secuestrado, ellos se habían quedado con todo. Había sido muy pocas cosas las que había logrado sacar conmigo y eso era lo que más me hacía sentir triste. Porque yo estaba bien, pero ellos habían sido los culpables de todas las desgracias en mi matrimonio.