A la hora de su almuerzo, Ivania recorrió el barrio de la panadería buscando una habitación para alquilar, mientras repasaba la noche en que Doña Hortensia la sacó.
Regresaba de donde la señora Laura, después de haber recogido a Antonella y cuando llegó a la casa, Doña Hortensia la estaba esperando.
—¿Todavía tiene a esa bebé que no es suya?
—Doña Hortensia, no quiero tener que pelear con usted. Ya estoy buscando otro lugar, pero mientras tanto, tiene que recibirme —contestó Ivania, preparada para confrontar a la casera.
—No, niña, ahora mismo tiene que irse. Ayer se venció la quincena y, por tanto, hoy ya no puede entrar. Aquí he dejado sus cosas. —Sin apartarse del marco de la puerta, que obstruía con su volumen corporal, Doña Hortensia se giró para que Ivania pudiera ver la maleta y las bolsas de tela en la que estaban empacadas sus pertenencias—. Cójalas y váyase.
Al ver sus pocas posesiones arrumadas a un lado de la puerta, Ivania palideció, embargada por la furia y la tristeza.
—¡Cómo es usted de atrevida! —gritó Ivania—. No tiene derecho a poner sus manos en mis cosas y menos empacarlas de esa forma, como si me estuviera echando.
—Es que la estoy echando, niña, ¿no se da cuenta?
Ivania se fijó en que doña Hortensia giraba la mirada como si llamara a alguien que estuviera esperando una señal para hacer su entrada en escena.
—Señora, le he pagado la renta, siempre al día y usted no me dio ningún tipo de aviso para que yo me preparara y pudiera sacar otro cuarto en alquiler.
—Aquí está el doctor Avellaneda. —Por detrás de doña Hortensia se asomó un hombre de unos cincuenta años e igual de barrigón a la casera—. Es mi abogado y va a explicarle que estoy en mi derecho a hacer lo que estoy haciendo.
—Mucho gusto, señorita —dijo Avellaneda mientras intercambiaba la posición de obstáculo de la puerta con doña Hortensia—. Aquí la dama tiene razón, señorita. Si ella no quiere renovarle el contrato de alquiler, como propietaria puede hacerlo y ella me dijo que ya le dio un preaviso el día de ayer.
—¿Ayer? ¿Pero de qué habla?
—Sí, señorita —continuó Avellaneda—. Me dice la dama que ayer tuvieron la misma discusión y que en ese momento ella le dijo que ya no le podía seguir alquilando, que iba a respetar el acuerdo y la dejaba quedarse hasta esa noche, pero ya hoy es otro día, que no está cobijado por el contrato de arrendamiento de inmueble que ustedes suscribieron.
—No, pero es que ella no puede hacer eso porque me está sacando sin que yo le haya incumplido.
—Me temo que eso no es cierto, señorita, porque me comentó la dama que ella es muy estricta en el reglamento de alquiler y que se los hizo saber a todos los arrendatarios. Entre las cláusulas del contrato está estipulado que no se acepta la residencia de menores de edad, pero como lo ha usted manifestado, señorita, y lo veo aquí de cuerpo presente, usted tiene a una menor de no más de un año, con la que, en efecto, pernoctó la víspera en esta residencia.
—Pero no, señor, es que lo que está haciendo va contra la ley, la protección de los niños, ¿usted dónde cree que yo voy a pasar la noche, teniendo una bebé de brazos?
—Señorita, me temo que eso lo debió haber usted resuelto el día de ayer, cuando recibió el preaviso por parte de la dama.
Aunque se había formado un corrillo de vecinos frente a la puerta, cuando supieron de la presencia de un abogado empezaron a dispersarse como si hubieran visto a algún tipo de inquisidor medieval. Ivania insistió en su derecho a quedarse, mencionó a Antonella y el problema que para ella representaba salir a esa hora de la noche a buscar un techo, pero nada conmovió al abogado o a doña Hortensia que, cuando vio a los vecinos alejarse, empezó a sacar la maleta y las bolsas de tela a la calle. Cuando sacaba la última, Sonia, la compañera de habitación de Ivania, llegó y preguntó qué estaba pasando, aunque era evidente lo que sucedía. Cuando quiso intervenir en defensa de su amiga, Ivania la convenció de no hacerlo.
—Deja así, Son, no quiero perjudicarte. Mejor ayúdame a llevar mis cosas al apartamento de la señora Laura.
Con resignación y el corazón cargado de furia, Ivania regresó por las calles que acababa de caminar.
Tomó nota del teléfono de varios avisos, publicados en negocios, tiendas y hasta en los postes de luz. En la tarde, cuando el tráfico de clientes de la panadería disminuyó, Ivania aprovechó no solo para almorzar, sino también para realizar las llamadas. Tenía siete números. En los dos primeros le pedían demasiado dinero:
—Señorita, pero es que tiene baño privado y servicio de WiFi.
—Sí, gracias, pero es que se sale de mi presupuesto.
La siguiente llamada le generó sospechas:
—Claro, mami —dijo el arrendador—, la pieza está disponible, pero dime, ¿cuántos añitos es que tienes?
—Diecinueve, señor.
—Ummm, ¿y estudias o trabajas?
—Trabajo, señor.
—Entonces sí tienes para comprarte tu ropita, dime, ¿qué llevas puesto en este momento?
—Gracias, señor. Hasta luego.
En la cuarta llamada, Ivania casi sintió que la arrendadora iba a golpearla a través del auricular cuando le mencionó que tenía una hija de seis meses y la quinta, aunque tenía un buen precio, tenía el inconveniente de que la habitación era compartida con un hombre. La sexta llamada fue prometedora:
—Sí, la habitación cuenta con baño privado, WiFi y televisión por cable —dijo la arrendataria, una mujer con un tono de voz muy similar al de la señora Laura.
—¿Y está usted segura de que me está indicando bien el precio? —preguntó Ivania, porque la señora le estaba pidiendo muy poco.
—Sí, sí, mijita, ya le dije. Es que, la verdad, vivo sola y me gustaría vivir con alguien que me acompañara, una señorita, por eso pido tan poco.
Ahora venía la pregunta que podría dañar tan buena oferta.
—¿No tiene problema en que viva con mi hija? Es una nena de seis meses.
—No, no, mijita, ¿cómo va a ser? Mejor, me encantan los niños.
Sonaba demasiado bien para ser verdad. El precio era incluso inferior a lo que pagaba donde Doña Hortensia.
—Bueno, en ese caso, me interesa, ¿puedo pasar esta noche? ¿A eso de las siete?
—Sí, sí, mijita, anote la dirección.
Cuando Ivania empezó a anotar la dirección, encontró el gran percance. Aunque el anuncio había sido puesto en la cartelera de un negocio cercano, la casa quedaba en un barrio muy lejano y en un sector que, por lo menos una vez a la semana, era nombrado en los diarios más amarillistas.
—No, lo siento, pero no me sirve. Pensé que la habitación me quedaba más cerca del trabajo. Gracias por su tiempo.
A Ivania solo le quedaba un número al que llamar.
—Aló, buenas tardes. —Era la voz de un hombre joven.
—Sí, hola, llamo por el anuncio de arriendo de una habitación.
—Por supuesto. Mira, es una habitación bien iluminada, en un segundo piso, con vista a la calle y un jardín exterior. Está provista de una cama semidoble, nueva, clóset individual, mesa de noche y televisión de 24 pulgadas, con servicio de cable. También cuenta con WiFi.
—¿El precio es el que está en el anuncio?
—Sí, es ese, ¿me lo puedes confirmar?
—¿Y el baño es individual o compartido?
—Queda en el corredor, pero casi sería tuyo porque serías la única que lo usaría. Solo tengo esa habitación para arrendar.
Sonaba genial, pero hacía falta la pregunta bomba.
—Tengo una hija de seis meses, ¿hay algún problema?
El joven no contestó de inmediato, lo que hizo sospechar a Ivania de que acababa de perder una buena oportunidad.
—¿Ivania? —preguntó el joven.
—¿Cómo lo sabes? No te he dicho mi nombre.
—Soy Jaime, de la empresa de recreacionistas.
Ivania casi se cae de la silla en la que estaba sentada.
—¿Jaime? No te reconocí la voz.
—Bueno, quizá sea porque desde ayer tengo dolor de garganta, pero a mí sí me pareció que eras tú. Cuando me dijiste que tenías una hija, lo supe.
—Bueno, pues, ya lo sabes.
—¿Te interesa la habitación? Por Antonella, hasta puedo ofrecerte un descuento.
Ivania sonreía, todavía incrédula por su cambio de suerte.
—Me encantaría, Jaime, por supuesto, suena genial, pero tranquilo, no tienes que hacerme un descuento, el precio también está muy bien y es lo justo.
—Bueno, Ivania, ya sabes dónde queda la casa. ¿Cuándo puedes pasarte? ¿Necesitas que te ayude con el trasteo?
—Esta misma noche y, sí, me encantaría que me ayudaras.