NICOLAS —¡HENDERSON! —mis dientes rechinan cuando algo hace un ruido ensordecedor contra la reja de mi celda—. ¡HENDERSON, ARRIBA QUE ESTAS NO SON HORAS PARA DORMIR! Otra vez el ruido casi torturador. Ese mismo sonido que hace el tenedor raspando un plato. Un ruido capaz de enloquecer a cualquiera. Reprimiendo el dolor que siento en todo mi cuerpo, me voy enderezando. Recién en la madrugada pude pegar el ojo. Y aunque hubiera pagado con mi vida para dormir en un pedazo de polifón, tapado con cartones, agradezco al hecho de haber podido dormir al menos unas horas en este banco de concreto. —Tal vez hoy sea tu día de suerte, princeso —el guardia que custodia el pasillo dos de la estación me ve con una sonrisa idiota en la cara. Parece que disfruta de joder la maldita existencia de