—Mamá, me aburre mucho hacer la tarea así —deja el lápiz sobre la hoja y cierra la laptop. —¿Porqué? —alejo mi taza de té y recargo el mentón en la mano—. ¿No te gusta ver a tus compañeros? Hace cara de espanto. —¡Sí pero no así! Pone los ojos en blanco. Detesto cuando pone los ojos en blanco. —Madison... No hagas eso —le apunto con el dedo. Entiende perfectamente lo que le digo. Se ríe y pestañea. —¡Pero es que, mamá, soy una niña rara! No quiero ir a la escuela por computadora —hace un mohín—. Quiero sentarme en una banca y saludar a mi maestra —vuelve a poner los ojos en blanco—. No verla por aquí y contigo al lado. —¿Te gustaría volver a Manhattan? —Desde el domingo que me preguntas lo mismo —apunta. —¿Y eso está mal? Le acaricio el pelo. —Es raro —gira en la