DAVID A paso lento cruzo el umbral. Estoy peor que un adolescente inseguro y más nervioso que un niño que acabó de cometer una travesura. Tengo el estómago hecho un nudo, la cabeza comprimida y el pecho ardiéndome. Estoy que me desbordo de emoción pero también del miedo. Acorto las distancias hacia el pequeño living comedor del departamento de Charlotte y retengo el aire en mis pulmones cuando veo a mi hijo sentado, con una pierna cruzada sobre la otra, las manos cerradas en puños y la mirada puesta en mí. Siento que no puedo respirar, que quiero llorar, que mi corazón dice una cosa y mi cuerpo otra completamente distinta. No puedo hablar, tampoco moverme, ni siquiera gesticular. Mis ojos se empañan y empieza arderme la nariz. Me contengo de derramar lágrimas. David Henderso