Llevo más de cuarenta y cinco minutos en la autopista. Avanzando diez metros y quedando diez minutos estancada entre tanto tránsito. ¡Uff! Apoyo la frente en el volante mientras espero para poder seguir y me enderezo cuando el coche de atrás me toca un bocinazo. —¡Ey, ¿vas a moverte? No tengo todo el día! —me grita por la ventanilla. Piso el acelerador y ocurre lo mismo. Avanzo apenas unos metros y de nuevo freno. —¡Ey! —vuelve a gritar el muy pesado. —. ¡¿Qué?! —saco la cabeza por la ventana del conductor—. ¿Quieres que mi auto despliegue alas y salga volando? El sujeto pone cara reprobatoria y hace gestos al aire con la mano. De seguro ha de estar insultándome, pero me importa un rábano, ni que yo fuera la culpable del embotellamiento. Del maldito embotellamiento. Dios