Llegamos al hotel y el chófer nos abre la portezuela. Apenas pongo un pie fuera, los flashes se centran en mí. Aparentemente atosigan a fotogragías a cualquiera que haya sido invitado al evento. Abandono la elegante limusina temiendo caer y morder la alfombra roja estilo Nueva York y Hollywood. Avanzo algunos pasos y espero por Ámbar. Hay demasiados fotógrafos a mi alrededor. Los pestañeos de las cámaras me encandilan. Los security privados de la fiesta me cierran para no terminar aplastada por una avalancha de periodistas. Me falta el aire al ver solamente espaldas trajeadas, oír voces que nunca se callan y de sentir el efecto paparazzi a tan pocos centímetros de mí. —Tranquila, Charlie —la mano de Ámbar se cierra en mi muñeca. Salimos del núcleo de guardias y la prensa ávida