No podían apartar la mira el uno del otro. Bien dicen que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad y ellos no pudieron ocultar el hecho de que estaban comenzando a ser una tormenta de recuerdos felices, de alivio por verse, escuchar sus palabras, por borrar esa sensación de vacío en el pecho por no haberse visto. Eran medicina el uno para el otro de esa horrenda sensación de incertidumbre que les causaba la ausencia de ambos. — Te extrañé tanto que hasta el mismo diablo se compadeció de mí —dijo Enith entre llantos viendo a Elio a los ojos. — ¿Tú crees que yo no te extrañé? Te extrañé como un desquiciado, te busqué como Don Quijote buscó a Dulcinea, loco por no saber de ti —dijo Elio limpiándose las lágrimas de los ojos. — ¿Estás llorando también? —preguntó Enith despegándo