Enith se llevó ambas manos al pecho queriendo calmar a su corazón, que la atacaba como un martillo que golpea la pared sin cesar, sobre su pecho. Observaba al extraño tendido en el suelo boca abajo, durmiendo plácidamente. La chica se llevó una mano a la cabeza, cerró sus ojos, respiró con profundidad y comenzó a recordar lo que había hecho de manera confusa el día anterior.
Recordó que se encontraba en su habitación cuando decidió salir por un trago “sola”, sin decirle a ninguno de sus conocidos.
Se encontraba en su recámara, la luz del día había invadido el cuarto escabulléndose como un ladrón por la ventana, como si los rayos de luz quisieran arrancarle la melancolía a su alma. Se revolvía en las sábanas pensando en todo lo que había sucedido hace unos meses atrás, y la relación fugaz e intensa que había tenido con el billonario.
La soledad le había hecho entender que buscaba la presencia de Elio con su sonrisa característica, como una parte de su vida diaria ¿qué tanto se había acostumbrado a él? Lo extrañaba con cada pensamiento de su raciocinio y cada emoción que embargaba su alma, deseaba vivir más locuras a su lado; aunque la imagen de él besando a Romina la comenzaba acosar por su mente y le acuchillaba cada arteria de su corazón causándole un dolor agonizante.
Había leído, sin exagerar, mil veces el reporte de su investigación, preguntándose si había hecho lo correcto al alejarse de su lado de esa manera, sin decir nada, en un impulso, de esos que te llevan a actuar sin pensar, invadida por una adrenalina que sentía en el pecho y garganta, de esas que te invitaban a correr hasta dejar tus pulmones en el aire.
Se levantó de la cama, se dió un baño de agua fría para despertar, se vistió, se puso un maquillaje natural con lipstick rosa y salió en sus característicos tacones hacia la calle decidida a ver a Elio por primera vez desde aquel incidente en la playa.
Tomó su auto y condujo hasta el característico edificio donde había sido feliz trabajando para el magnate, entró a la recepción, con el corazón hecho un carro de carreras con la marcha a mil por hora.
— Buenas tardes, vengo a visitar al señor Guinot —dijo Enith a la recepcionista.
— Enith qué gusto verte por aquí —dijo inmediatamente la chica detrás del mostrador al reconocerla— me temo que el señor Guinot lleva tres días que no ha venido a la oficina, tomó un periodo de tiempo para descansar.
— ¿No sabes cuando estará de regreso? —preguntó la chica un tanto decepcionada.
— No sabría decirte Enith, pero puedes escribirle un mensaje y con gusto se lo puedo hacer llegar en cuanto llegue de su viaje —dijo la recepcionista.
Enith accedió escribiendo una nota donde se disculpaba por su comportamiento y la manera en cómo había corrido de manera cobarde, deseaba hablar con él, y aunque para ella no había ya esperanza alguna de regresar con él (pues sentía que Elio de alguna manera la odiaba), quería al menos hablar con él y aclarar las cosas de la mejor manera posible, era de esas personas con las cuales ella no le gustaría quedar en malos términos, él era especial.
— Listo —dijo Enith— por favor es algo muy importante para mí que le pueda llegar al señor Guinot.
— No te preocupes está a salvo conmigo tu mensaje, yo se lo haré llegar.
Enith le dió la gracias a la recepcionista, giró su cuerpo ciento ochenta grados para emprender camino rumbo a la salida, veía hacia sus pies y las formas que el mármol tenía de manera desigual conforme su vista avanzaba sobre el suelo, manteniendo la cabeza baja por el peso de sus pensamientos, estaba tan distraída que no pudo evitar chocar con un desconocido casi al llegar a la salida, lo que la hizo tambalear y caer de nalgas al suelo.
— Enith —dijo una voz masculina llena de sorpresa en su voz expresiva.
Enith alzó de inmediato la mirada, se quedó con una pequeña parálisis en el cuerpo, al ver el rostro del hombre que aquella noche la hizo bajar de su nube, estaba frente al vicepresidente de la compañía, Aquiles Berestain.
— Señor Berestain —fue lo único que pudo articular la muchacha al verlo de pie frente a ella, con una sonrisa maliciosa de la cual ni el mismo diablo se fiaría de él.
Aquiles le tendió una mano a Enith para ayudarla a levantarse del suelo, la chica lo vió con desconfianza, pues desde la última vez que habló con él no había sido para nada, tan amable como se estaba portando en ese momento.
— Vamos Enith, dejemos los rencores del pasado atrás ¿acaso no te enseñaron que guardar rencor es malo? Solo quise ayudarte —le dijo Aquiles guiñandole el ojo, la muchacha aceptó la ayuda por cortesía, pues varios fisgones que estaban pasando, ralentizaban su paso para enterarse de lo que estaba sucediendo “parecen empleados de Elio, igual de chismosos” pensó Enith.
La mano de Aquiles era fría, dura, exactamente como la manera en cómo le había “ayudado” aquella noche con sus palabras hirientes. El hombre la ayudó a incorporarse de un sólo tirón.
— Gracias señor Berestain —dijo Enith zafando su mano de inmediato— con permiso.
Aquiles sonrió como si fuera un gato jugando con un ratón antes de comerselo, detuvo a Enith poniendo su mano en el hombro, la chica sintió como el contacto del hombre generaba en ella un helamiento en su cuerpo, como si con un horrible hechizo la hubiese vuelto hielo.
— Vamos Enith ¿acaso huyes de mí después de que te ayudé? —Enith se paró en seco, se giró sobre su cuerpo para ver en la cara a Aquiles y su sonrisa perfecta dentro de esa barba tan bien delineada.
— No creo que tenga nada de qué hablar con usted señor Berestain.
— Tal vez no fue la manera más indicada de haberte ayudado, sin embargo, me gustaría disculparme por la manera en que te traté aquella noche —el hombre de la barba perfecta le sonrió, mostrando una estela de carisma, solo para dar la ilusión de ser una buena persona y guardar las apariencias frente a la gente de su alrededor— ¿Qué dices? Déjame disculparme Enith, no soy una mala persona .
La chica vió la mano de Aquiles extendida frente a ella, invitándola a sellar una tregua con él. La muchacha después de pensarlo y meditarlo un rato, accedió a una invitación a cenar por parte de Aquiles, intercambiaron números de teléfono y quedaron de acuerdo en la hora, tenía que de alguna manera que averiguar qué tan buenas intenciones tenía el hombre con ella, por lo que le dió el beneficio de la duda en ese momento.
Salió del edificio distraída por lidiar con la cabeza hecha un lío. Llegó al estacionamiento de la empresa con sus pasos en automático, pues sabía muy bien el camino, para tomar su auto. Salió de manera abrupta de sus pensamientos cuando un segundo encuentro inesperado llegó a sus espaldas.
— Enith —dijo la voz masculina a sus espaldas.
Un frío recorrió la espalda de la muchacha como un hielo resbalando sobre la piel, de esas sensaciones molestas que te enchinan el cuerpo por el shock de algo inesperado, que lo hace reaccionar de manera involuntaria. Enith sintió un atisbo de esperanza al imaginarse a Elio detrás de ella, que de alguna manera había regresado de su viaje y finalmente, después de meses de haber desaparecido del radar, al fin había llegado el momento de verse frente a frente, sintió una oleada de emociones que utilizaron su tráquea como elevador, pues ese aleteo que sintió iba de su estómago al pecho y viceversa.
Giró sobre su cuerpo para toparse frente a frente con Roberto Yagüe, su ex prometido, la sanguijuela que la dejó plantada años atrás en el altar. La sonrisa se esfumó como un algodón de azúcar al entrar en contacto con el agua, con un dolor de garganta provocado por la decepción de que no fuera Elio.
— ¿Qué quieres Roberto? ¿Qué haces aquí? —dijo Enith abriendo la puerta de su auto.
— Vine aquí a una reunión de trabajo, ya sabes que estoy trabajando con ellos en conjunto —dijo Roberto haciendo referencia a la empresa de Elio.
— Bien por ti —Enith aventó su bolsa de mano en el asiento del copiloto.
— Enith, espera —dijo Roberto deteniendo la puerta del auto para impedir que Enith se fuera sin escucharlo— sé que las cosas entre tú y yo están mal desde el incidente…—Roberto fue interrumpido.
— Ahora lo llamas “incidente” —replicó Enith con sarcasmo.
— Escucha, prometo dejarme golpear cuantas veces quieras, puedes descargar toda la furia que tienes hacia mí pero por favor, necesito que me des una oportunidad para hablar, tengo algo muy importante qué decirte…
Enith se subió a su auto asegurando su cinturón de seguridad mientras negaba con su cabeza todo lo que Roberto le decía.
— De verdad no tienes vergüenza —dijo la chica tomando la puerta de su auto para poder cerrarla.
— Escucha, si después de lo que tengo que decirte decides no volver a verme, cumpliré mi palabra y te dejaré en paz por el resto de mi vida —Roberto se había puesto en cuclillas para quedar a la altura de Enith— sabes que no estaría actuando de ésta manera si no hablara en serio —Roberto la vió a los ojos.
Enith conocía a Roberto, no por algo había tenido una relación de tres años con él antes del trágico día, el hombre frente a ella tenía desesperación en sus ojos que estaban adornados con dos medias lunas moradas producto de no dormir bien. Se le hizo un nudo en la garganta al recordar el dolor que le había provocado su desplante, tal vez si se permitía escucharlo, podría finalmente cerrar el ciclo con él y continuar su vida de una manera más tranquila.
— Está bien, más vale que tengas algo importante que decirme, de lo contrario no dudaré en usar el martillo que traigo en mi cajuela (baúl) contra ti —dijo Enith, Roberto suspiró aliviado al ver que Enith había aceptado hablar con él.
— Y no opondré resistencia ¿Puedo invitarte un café?
Enith con todo su pesar, intercambió número de teléfono con Roberto quedando en ir a tomar un café, con la esperanza de cerrar un ciclo con él, como el amante que alguna vez fue, no quería tener más rencores en su vida, tenía que poner orden a su existencia. Fue lo único que Enith pudo recordar del día anterior, por más esfuerzo que hizo, su mente quedó en blanco, no recordaba más sucesos después de los encuentros con ambos hombres, antes de despertar en la suite de lujo en Las Vegas.
A Enith le dolía el cuero cabelludo de tanto pasarse las manos en un intento de desenterrar con los dedos, los recuerdos del día anterior, para curar la amnesia que el alcohol le había provocado. Al recordar lo que había hecho el día anterior, los pensamientos que la invadían como torpedos en plena segunda guerra mundial hicieron estragos en alimentar su ansiedad.
— Enith qué estupidez cometiste —se decía así misma— es la idiotez más grande que he hecho ¿cómo pude arruinar mi sueño casándome de ésta manera? ¿cómo llegué a Las Vegas? —se revolvió su cabello con ambas manos sin perder de vista al hombre inconsciente que yacía en el suelo durmiendo plácidamente— lo peor de todo ¿quién es mi esposo? Deberían darme el Oscar a la estúpida del año.
En el fondo, Enith tenía el cuerpo invadido en angustia, le provocaba ansiedad revelar la identidad de su ahora esposo, más sabiendo que en las posibilidades figuraban Aquiles Berestain (quien tenía todos los recursos para traerla a Las Vegas con sólo chasquear los dedos) o su ex prometido Roberto Yagüe, se llevó una mano a la boca al cruzar una hilera de locos pensamientos en su cabeza.
— Tal vez por eso estoy en Las Vegas, porque aquí él no está casado y en Grand Amarilo él ante la ley lo está y …. ¡ahhhhhh! ¡no quiero sabeeeeer! —explotó la angustia de Enith —¿quién de los dos es? ¿o no es ninguno? ¿qué fue lo que hice? ¿cómo me llamo? ¿en qué año vivo? ¿fue un mal sueño? —La muchacha estaba delirando.
Enith se calló de inmediato al escuchar que el hombre que yacía en el suelo, comenzó a hacer unos pequeños gruñidos, de esos ruidos extraños que generalmente la gente que está por despertar hace. La muchacha se acercó con lentitud, con pasos ligeros como cuando una gacela caza a un ciervo, el hombre comenzó a incorporarse, quejándose del dolor de cuerpo que le había provocado haber dormido durante la noche sobre el suelo. La sorpresa trajo a Enith una parálisis corporal momentánea, que la dejó con más confusión debido a su nerviosismo al ver el rostro de su ahora esposo.