La llegada de los hermanos

1208 Words
Era un tiempo difícil, hacía ya unas semanas que había sucedido lo de Ignacio, el hogar estaba en plena reforma, aquella vieja casona muy castigada por el transcurso de tantas generaciones de jóvenes, se nos hacía muy difícil para trabajar, no resultaba un lugar agradable para el logro de los objetivos, se sentía el frio, estaba en muy mal estado de pintura y los muebles eran viejos y muy desgastados, por lo que no invitaba a quedarse. Aquel día a la mañana había muchos niños, eran casi las diez, cuando sonó el timbre que nos anunciaba un nuevo ingreso. Camine por aquel corredor que me parecía tan largo y oscuro, y siempre me hacía la misma pregunta -¿Cómo se sentirán aquellos nuevos ingresos? - ¿Qué miedo sentirán ante esa semi oscuridad? Sabía que para invitarlos a entrar debía tratarlos con mucho respeto y de una manera muy afable, para hacerlos sentir bien. Como de costumbre me presentaba como Leila, les indicaba que era una coordinadora del grupo y además les preguntaba su nombre, invitándolos a conocer el hogar. No siempre fue fácil, los ingresos por general venían llorando, se les veía el susto en sus caras, muchas veces descompensados por situaciones muy difíciles vividas. En aquel nuevo ingreso llegaban dos niños delgados al extremo y con una gran deficiencia psíquica muy visible, pregunté su edad pensando que se habían equivocado que no eran para nuestro hogar, en el que se entraba de doce a quince años. Pablo tenia once y Juan tenía doce, por la fragilidad que mostraban se había acordado que ingresarían a nuestro hogar para no separarlos porque eran hermanos. La comunicación fue bastante difícil, logré que me dijeran sus nombres y que aceptaran conocer el hogar, increíblemente vi algo en sus ojos que pocas veces se veía, un brillo que denotaba satisfacción, sin querer me encontré pensando que situación tan difícil los traía a este lugar que visiblemente les parecía hermoso. Luego de una visita por el centro, los invité a subir a la primera planta donde estaban los dormitorios, ahí también se encontraba el consultorio médico y las enfermeras. Como de costumbre lo primero era que se bañaran y pasaran por el médico para hacer una evaluación y saber cómo se encontraban físicamente. Comencé a leer su primer diagnóstico de cómo y por qué habían entrado en nuestro hogar, se me helo el alma, su historia era muy dura, el maltrato físico y psicológico, era de terror. Dos jóvenes adolescentes que se encuentran atados con cadenas en un chiquero de chanchos, apenas se comunicaban, tenían marcas en brazos y piernas de las cadenas, y presentaban una desnutrición muy importante. Ingresaban por orden judicial tras una denuncia de vecinos. Luego de pasar por el medico este dio una serie de indicaciones a las enfermeras para curarle las heridas, y todo tipo de analíticas. Articulaban muy pocas palabras y apenas se les entendían. Por lo que había leído nunca concurrieron al colegio, no sabían leer ni escribir. Se les puso ropa limpia y zapatos, nunca llevaban zapatos y tuvimos que probar varios números para saber cuál les quedaría bien, unas cómodas zapatillas negras y un equipo deportivo abrigado a ambos, estábamos en invierno y el frio golpeaba fuerte. Se miraban la ropa y dejaban caer una leve sonrisa entre ellos. ¿Qué sentirían aquellos jóvenes casi niños de ver sus frágiles cuerpos vestidos, de sentirse cuidados por primera vez en sus cortas vidas? Fue muy difícil su primer día. Se acercaba la hora de almorzar, ese día había un pastel de carne con patatas, el grupo estaba jugando en el patio con los educadores. Era la hora de presentarlos, me acerqué a Lucas uno de los educadores y se los presenté. La mayoría de los jóvenes cuando llegaban al hogar tenían una tristeza muy visible en sus ojos, pero en cambio, ellos presentaban un brillo inusual. Lucas llamó al resto del grupo y le dijo que eran Pablo y Juan que iban a pasar una temporada con nosotros. En ese momento vi por primera vez el susto en sus ojos, se tomaron de la mano para protegerse ante aquel grupo de chicos que entendió la situación sin la necesidad de mediar palabras, si entenderían ellos de miedos, solo que habían aprendido a lidiar de otra manera con ello. Les dije -Los dejo en buenas manos chicos, a ver quien juega con ellos pregunté- salió un grupo que estaban jugando con la pelota y los invitó, otra vez aquel brillo se vislumbró en sus ojos y se unieron muy tímidamente a correr con la pelota. Era ya la hora de almorzar debían pasar por los baños a lavarse, pusimos dos sillas más y los cubiertos para ellos. Siempre a esa hora había un gran bulla en el comedor, habitualmente había que pedir que bajaran la voz. Se sentaron juntos y se sirvió la comida aquel pastel de carne y papas que tenía un aroma rico, tal fue nuestro asombro cuando ellos no comenzaron a comer sino que miraban al grupo asombrados, sus manos estaban debajo de la mesa unidas y temblando. Se acercó Laura la educadora del turno, y le preguntó qué pasaba, no entendió lo que decían pero de pronto el más grande agarro el plato y comenzó a comer con la boca dentro del plato, el grupo comenzó a reírse y tuvimos que poner orden. En ese instante comprendimos que no sabían usar los cubiertos. Comenzó para nosotros una nueva y casi desconocida etapa en el hogar, enseñar a aquellos jóvenes a usar los cubiertos ante la mirada y risas de algunos. Fue una tarea en la que implicamos a todos para que saliera bien y realmente así sucedió. Pablo y Juan comenzaron entonces unos meses de aprendizaje, a hablar, comer, bañarse, jugar, hasta comenzaron a hacer sus primeros dibujos y manualidades. Se les veía radiantes sonreían todo el tiempo, pero también comenzaron a defender sus derechos de una manera que nos asombraba día a día. El equipo del hogar apoyó toda la tarea de educación, los educadores, las enfermeras y la maestra pusieron todo para que aquellos niños salieran adelante, También se tuvo varias charlas con el grupo de jóvenes para cambiar la risa por el apoyo incondicional, era un nuevo reto para el grupo, se trataba de enseñarles a no reirse de sus carencias si no a apoyarse mutuamente para emprender el viaje de cultivarse. Luego de unos meses aquellos jóvenes se habían integrado totalmente a las actividades del hogar La maestra consiguió un lugar para inscribirlos en el colegio, era uno especial para capacidades diferentes. Aún recuerdo aquel día que venían del colegio acompañados de dos compañeritos, tocaron timbre y me dijeron que les querían mostrar en el palacio que vivían. Generalmente no se premitía la entrada al hogar de personas sin autorización, vi aquellos ojos tan llenos de ilusión que no pude negarme, fueron unos minutos de recorrido por la planta baja, su emoción y aquel brillo desmesurado en sus ojos me dijo que valió la pena romper las normas por unos minutos. Esos niños que llegaron en una situacion de total vunerabilidad en pocos meses se convirtieron en dos jóvenes llenos de vida y ganas de vivir.
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