2 | Mía

2653 Words
Los hombres soltaron las muñecas y el cuello de Kirill, y la furia que tenía en ese momento, era apoteósica. Su cuerpo entero estaba caliente, y la persona ante él, estaba igual de incendiado en ira. Las drogas que les inyectaban en el cuello, no solo aumentaban su resistencia, su fuerza y musculatura con el paso del tiempo, sino que elevaba los niveles de noradrenalina, dopamina y glutamato. Kirill Kraznov era un animal que no se detenía hasta que la última gota de sangre de su oponente estuviese en el piso. Al descender los niveles de serotonina y vasopresina, el hombre de espalda marcada, de nudillos rotos, de nariz torcida y una enorme cicatriz que le atravesaba la mitad del rostro como un arañazo, brotaba, y el oponente se rendía. A diferencia del enamoramiento, este cambio neuroquímico se producía de inmediato, y el Monstruo, como era conocido en las fauces de Moscú, era aclamado cuando sus pies desnudos y sucios tocaban el círculo infernal, y los billetes caían uno sobre otro en la mesa de las apuestas. Para el gran Roman Rodiv, tener a un hombre como el Monstruo en sus primeras filas, era dinero seguro, sangre que corría por el suelo y una excelente reputación en las peleas clandestinas. Y esa noche, cuando Roman colocó el destino de su armamento en manos de su Monstruo, solo apretó más su vaso y pidió que soltaran a la bestia que ató por diez putos años. —¿Quieres ver un monstruo? —le preguntó Roman a Oslo cuando vio las venas del cuello de Kirill tensarse como sogas de barco—. YA pokazhu tebe, chto takoye nastoyashchiy monstr (Te mostraré lo que es un verdadero monstruo). Roman solo alzó una ceja, y de un tirón, soltaron la cadena de la que estaba sujeto Kirill. Como un animal embravecido, Kirill saltó contra el hombre al impulsarse desde sus pies hasta sus brazos. El salto derribó a su oponente con facilidad cuando le asestó el primer golpe en la cabeza. Kirill no iba al rostro, ni al cuello. Él iba a la cabeza, a hacer el mayor daño posible a nivel neuronal. La dureza con la que se estampó contra el hombre, no solo bastó para derribarlo de un golpe, sino para lograr que un par de los adinerados aplaudieran porque el dinero apostado regresaba a sus cuentas. Kirill bramaba como un toro salvaje cuando tiró de una de las hachas que colgaban de los metales del círculo infernal. Todo lo que el hombre veía cuando la droga estaba en su sistema, era tan rojo como la sangre que le sacó al hombre de la espalda cuando sujetando el hacha con ambas manos, la clavó en su columna. De la garganta de su oponente brotó un quejido tan fuerte, que los tímpanos de los espectadores vibraron cuando el filo del hacha destrozó su columna, sus pulmones y le rozó el corazón. Kirill sacó el arma afilada y la sangre le salpicó el rostro. Oslo no pestañeó cuando miró el Monstruo de Roman destruir agitadamente a su oponente. Su aliento se contuvo cuando Kirill alzó de nuevo el hacha y la dejó caer contra los huesos de la cabeza. El sonido fue escalofriante, y no cesó. Kirill era un animal que no soltaba hasta que su oponente dejara de respirar. Solo así la ira se desvanecía, solo así dejaba a de mirar todo a través del filtro rojo de Fury. Solo de esa manera la droga lo soltaba por unas horas antes de volver a suprimirlo a un rincón y darle espacio al alter ego que destruía hasta su propio cuerpo si era necesario. Kirill sacó el hacha de la espalda destrozada del hombre, y por último la clavó en su cabeza una vez más para trocearla en dos. Kirill respiraba agitado, su cuerpo estaba caliente como lava de volcán y sentía cada vena de su cuerpo tensarse por el enojo. Una parte de Kirill sabía que todo era parte del espectáculo que debía entregar, pero la otra parte sabía que si no lo hacía correcto, sería él quien acabaría en una bolsa de cadáver antes de cumplir su venganza. Debía salir, debía vengarse, debía sobrevivir una pelea más, y después de una década, la muerte era una forma de vivir. Kirill soltó el hacha contra el suelo cubierto de sangre, y se inclinó para hundir ambas manos en la piel, la sangre y los huesos rotos del hombre. Sus manos se mezclaron contra los desechos, y escuchó como la carne y la sangre chapoteaban dentro del caparazón de cuerpo que dejó. Kirill frotó sus manos, y alzándolas, las llevó hasta su rostro. Ambas manos se deslizaron desde su frente hasta su pecho, dejando la sangre de su oponente en su cuerpo, y siendo una señal de la victoria número cien. Roman terminó su whisky y dejó el vaso en la charola del hombre junto a él. Para cualquiera habría sido una victoria más, pero no para Roman, no para el Siniestro que siempre quiso tener a una de las mujeres más bellas de Moscú bajo su cuidado y protección, pero también bajo su yugo y su maldita soga. —Privedi svoyu sestru, i ona budet moyey zhenoy (Trae a tu hermana y será mi esposa) —dijo Roman sin mirar a Oslo. Oslo, por un segundo, por inexperiencia, por vanidad o egocentrismo, realmente pensó que podía ganar contra él, sin embargo, cuando Kirill se frotó la sangre, la carne y los sesos del hombre abatido, por todo su cuerpo, supo que había cometido el error de entregar a una de sus hermanas en bandeja de oro. La única promesa que le hizo a su padre antes de morir, acabó en esa arena infernal cuando el suelo se tiñó de sangre, y su palabra quedó puesta a escrutinio público si no le cumplía a Siniestro. Roman no obtuvo ese apodo por ser una buena persona. Lo obtuvo porque era siniestramente la peor persona con la que se podía hacer negocios. Roman obtenía lo que ganaba, y también lo que no, con sangre, y eso sería algo que le quedaría claro a la familia Lev cuando Roman decidió mirarlo para que cumpliera el trato. Su Monstruo había ganado, se había bañado en la sangre de su oponente, y había recibido los aplausos de los que fueron por la apuesta más segura de todas sus malditas vidas. Lo que para algunos fue un triunfo, para Oslo fue el inicio de su perdición. —YA vybirayu dat' tebe oruzhiye (Elijo darte las armas) —dijo Oslo cuando decidió mover el cuello para mirarlo—. Podemos renegociar. No puedo darte a una de mis hermanas. Son lo más preciado que tengo. Le prometí a mi padre mantenerlas a salvo. A Roman no le importaba si se lo prometió al mismísimo Lucifer. —Esto fue un pacto de caballeros —dijo Roman cuando su hombre encendió un habano para él—. Nunca tomo lo que me pertenece de una forma abrupta. Apuesto por ello. Roman sintió como el calor del habano quemaba sus pulmones, pero no había mejor sensación que un poco de calor en el alma. —Apostamos a tu hermana, y soy tan bueno contigo, que aceptaré que elijas a quien me entregarás —dijo soltando el humo que bailó entre ambos—. Elige una, o las tendré a las tres. Oslo sintió como el alma abandonaba su cuerpo. Estaba rodeado de hombres que podían acabar con él antes de que pidiera ayuda, y negarse a Siniestro, era una forma fácil de terminar su vida. Si un hombre era capaz de secuestrar, drogar y formar un club de la pelea clandestina, era capaz de cualquier cosa, incluso matarlo, y si algo temía Oslo, era a la muerte. Fue un tonto al apostar sin conocer lo que apostaba, y la idea de perder, no estaba planeada. —Soy un hombre racional, y sé que podemos concretar un mejor negocio que venderte a una de mis hermanas. Roman soltó más humo, esa vez por la nariz. —No las estoy comprando —dijo—. Tomo lo que me pertenece. Oslo tragó saliva. —Las apostaste, pensaste que ganarías y perdiste. —Roman miró cuando volvieron a atar a Monstruo del cuello para llevárselo a su celda y darle su merecido premio. Esa noche sería un festín para él, y también para Siniestro—. Entrégame lo que me pertenece, o iré por ellas. Sé que tus fuerzas no son competencia para mis hombres. Incluso mis perros son mejores que tus hombres, y eso es mucho para un pederasta como tú. Roman no le dio más opciones, y Oslo no se rendía. Así tuviera que dar su vida por ellas, no dejaría que las tocaran. —No tendrás a mis hermanas —le dijo Oslo—. Quizás mis fuerzas no son suficientes, pero moriré peleando por ellas. Mi familia es intocable, no es comprable ni una ficha que se apueste. Oslo se colocó de pie y miró a Roman. Tuvo una chispa de poder. —Sobre el cadáver de todos mis hombres y el mío, las tendrás. Roman se mantuvo en su asiento. Siniestro no movió más que sus pulmones para inhalar el humo del habano, y sus labios para soltarlo. Él era un hombre que había estudiado cada movimiento de Oslo, y que dejó especificaciones claras de cómo deseaba que se llevara a cabo el cobro de su deuda si el deudor se oponía. —Eto tvoya problema, Lev. (Ese es tu problema, Lev) —dijo Roman cuando deslizó la mirada hacia los retazos de hombre que su Monstruo dejó en medio del círculo infernal—. Vy deystvitel'no dumali, chto u vas yest' vybor, kogda eto mesto moye, i to, chto yego kasayetsya (Realmente pensabas que tenías opciones, cuando este lugar es mío y también todo lo que toque). Roman respiró profundo y recibió un nuevo trago en su derecha. —So mnoy nikogda ne byvayet vybora. Eto vsegda budet moim avtoritetom, a takzhe moim resheniyem (Conmigo nunca es una elección. Siempre será mi autoridad, y también mi decisión) Oslo, quien había ocultado un arma en su saco Armani, la sacó y apuntó a Siniestro a la cabeza. Roman no hizo un movimiento, y tampoco sus hombres. Esa no era la primera vez que alguien se oponía, y la solución estaba en un solo corte preciso. —Na moyem trupe ya pozvolyayu tebe zavladet' moyey sem’ya (Sobre mi cadáver permito que te apoderes de mi familia) —dijo Oslo con el arma apuntando a Roman. Roman era un hombre que medía todo con calma, y solo usando un simple movimiento de dedo casi indistinguible, un hombre alto y delgado colocó la hoja de una navaja afilada en el cuello de Lev. —Byt' po semu (Que así sea) —dijo Roman sin pestañear. El hombre le rasgó la garganta a Oslo y la sangre salpicó el rostro y el saco del sádico. Siniestro sintió la sangre caliente caer en su rostro, y lo único que hizo fue soltar un suspiro y llevar el trago a sus labios para darle un pequeño sorbo reflexivo —Búscala y tráela a mí en una hora —les ordenó Roman a sus hombres—. Mi sirena dormirá en una cama diferente esta noche. Misma noche que en la mansión de los Lev se celebraba anticipadamente el cumpleaños de Catka Lev, la menor de las sirenas. Catka era el retoño más pequeño de la familia. Era la estudiosa que siempre buscaba la manera de solucionarlo todo pacíficamente. Catka era la recatada que no había recibido su primer beso, y que esperaba el príncipe que escalara la torre más alta por ella. A diferencia de sus dos hermanas, ella era más soñadora en medio de su cabeza centrada, y con el corazón más grande que alguien alguna vez conoció. Ella odiaba los cumpleaños, pero ese año, sus hermanas pensaron que sus dieciocho no podían pasar desapercibidos por sus estudios. —Feliz cumpleaños, pequeña Catka —dijo Veronika cuando se asomó en la puerta de su habitación justo a la medianoche—. Sé que no quieres regalos, pero vi esto y pensé en ti. Catka estaba sentada en la cama con las piernas dobladas y las notas de su estudio desparramadas en la cama y en la laptop. Catka se quitó los anteojos cuando su hermana aplaudió para encender la luz principal, y le sonrió con el regalo en el pecho. Era una caja pequeña, azul como los ojos que compartían las tres, con un lazo blanco de seda que apuntaba hacia el sur. —No debiste comprarme nada —dijo Catka cuando Veronika se arrojó contra su cama y movió sus apuntes—. Es muy lindo. Veronika miró arriba y luego a ella. Catka arrugó un ojo cuando vio el gesto de su hermana. Veronika, aunque era la mayor, tenía una manía por tomar lo que no le pertenecía. —Espera —dijo Catka antes de abrirlo—. ¿Lo robaste? Veronika no respondió y se mordió el labio. —¡Felices dieciocho, Catka! —vociferó Veronika mientras apretaba sus hombros y la movía para alborotar su cabello—. De donde provenga no importa. Importa que lo hice con amor. Catka estaba completamente en desacuerdo con sus robos. —Somos ricas, Ronnie —dijo Catka—. No necesitas robar. Veronika hizo un bufido y abrió la caja por ella. Eso era especial. —Los obsequios son mejores cuando no pagas por ellos —le dijo al sacar una bola de cristal con un trébol de cuatro hojas en el interior—. Era la planta favorita de mamá, y te dará suerte en los exámenes y el resto de su vida. Cada hoja representa uno de los cuatro componentes básicos de la felicidad. Una es la esperanza, otra la fe, una el amor, y por supuesto la suerte. El trébol estaba dentro de una bola de cristal 3D, en una base de lámpara de color giratoria. La bola giraba, y los colores cambiaban creando diferentes tonalidades que se fusionaban. Era hermoso a la vista, y debido a la pasión de Catka por recolectar bolas de cristal, fue el regalo perfecto para terminar su primera colección. —Es hermoso, Ronnie —dijo Catka con su mirada en el trébol que se iluminaba de púrpura a fucsia, luego verde, azul, rojo, naranja, dorado, y de nuevo la repetición que se saltaba algunos colores para que en cierto punto no se esperase el color—. Me encanta. Te lo agradezco mucho, aunque sea robado. Veronika se inclinó para dejarle un sonoro beso en la mejilla. —Llévalo a la colección —animó moviendo la cabeza. Catka se levantó de la enorme cama y se apresuró hasta las repisas al frente de la cama donde mantenía su colección. Comenzó cuando tenía cuatro años, y llevaba más de cincuenta bolas de cristal con un interior diferente. Tenia desde navidades, hasta océanos, montañas, el espacio, las profundidades de la tierra y cada rincón que guardaron en un cristal mucho tiempo atrás. —Es perfecto —dijo Catka acariciando la bola—. Lo amo. Veronika pudo planearle una fiesta sorpresa a su hermana y raptarla de la cama, pero esa no era la vida de Catka. Esa no era ella. Su vida, aunque millonaria, era aburrida, pero todo cambió cuando una fuerte detonación sacudió toda la mansión y las bolas se rozaron entre ellas y un par cayeron al suelo de golpe. Veronika se levantó de la cama para buscar a su hermana pensando que era un terremoto, pero al cesar, supo que algo andaba mal. —Corre, Catka —dijo Veronika cuando miró por la ventana y observó los encapuchados que entraban—. ¡Es un ataque!
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