1 | Mi Monstruo

2604 Words
Venganza. Venganza. Muerte a Siniestro. Venganza. Esas eran las únicas palabras que resonaban en la cabeza del hombre que bajo el efecto de Fury, una droga que elevaba su enojo y deseo s****l, era un animal tanto en el foso donde peleaba para Siniestro, como en el catre apenas utilizable donde tomaba a las mujeres igual de drogadas que él, que se abrían de piernas y en sumisión total, dejaba que el semen recorriera sus muslos y su culo. El foso era un puto infierno en el que el Siniestro reinaba como quería. Era un hombre tan poderoso, que doblegaba con ese grueso acento ruso y sus trajes Armani a medida. Era imponente, versátil y sarcástico, y el dueño del odio de su mejor peleador. Esa noche el foso estuvo preparado como a Siniestro le gustaba. Tendría un invitado especial que esperó durante semanas. la agenda ocupada del hombre le impedía a Siniestro apoderarse de algo que durante años deseó. Las hermanas Lev eran de las más hermosas de Moscú. El dinero de su difunto Padre, Vladimir Lev, fue invertido en un impresionante negocio petrolero, que floreció al paso de los años, y que en ese momento, era un pozo del que Siniestro quería beber. Roman Rodiv, conocido en las fauces del inframundo como Siniestro, era un hombre al que la palabra feroz le quedaba corta. Era letal en medio de sus chistes oscuros, y era la clase de hombre que te doblaba como acero caliente con una puta mirada, pero con un corazón tan podrido como basurero. Roman era un siniestro, tal como su difunta prometida lo apodó cuando eran jóvenes. Desde entonces, Roman era un hombre que se apoderaba de otros hombres y los subyugaba con su pie. Los arrebataba de sus hogares, sus trabajos, o de lugares poco elegantes, para inyectarles Fury en el cuello y volverlos sus perros. Eso hizo con Kirill Kraznov, su mejor peleador y un puto Monstruo. Kirill lo perdió todo en la vida, menos una de las putas peleas en las que estaba involucrado, y esa noche, esa puta noche, era la noche. Esa noche la barra de libertad, estaba alcanzando el límite. Diez años de golpes, mutilaciones, desmembramientos, e infinidades de atrocidades que les hizo a los enemigos de Siniestro, lo llevaron al límite de su enojo, y al final de su adiestramiento. Esa noche, el hombre de espalda enorme, de músculos gruesos, de venas tan marcadas como sogas de caballo, de infinidades de cicatrices en la piel y de un largo cabello cenizoso que alguna vez fue rubio, se levantó del banco de concreto en el que estaba sentado cuando el guardia de su celda la abrió. Kirill intentó por dos años, abandonar ese lugar, vengarse y recuperar su vida, pero con cada guardia que asesinaba, dos más lo azotaban. La mayoría de sus heridas eran de batalla, y con los años, aprendió que la paciencia no era una virtud; era una puta obligación en el foso. —¡Tu turno! —gritó el guardia de aspecto limpio cuando barrió su celda con una porra eléctrica—. El jefe te quiere afuera. Kirill tensó la mandíbula y observó como cuatro hombres arribaban a su celda. Podía arrancarles la garganta si eso quisiera, pero no valdría la pena, así que se dejó sujetar de los brazos y apuntándole el pene con la porra eléctrica, uno de ellos le quitó el cabello sucio del cuello y le clavó la inyección. Kirill conocía lo que la inyección le causaba, y tardó mucho en adaptarse a ella. Las dosis variaban de acuerdo a lo que Siniestro quería que hicieran, y esa noche, la dosis fue tan alta, que en cuando Fury entró a su torrente sanguíneo, sintió las orejas calientes y el corazón a mil. —¿Hoy te comportarás? —preguntó uno de los guardias al sonreírle y pulsar el botón para que las chispas eléctricas le rozaran el pantalón desgastado—. ¿No quieres una descarga? Kirill, al instante, miró todo rojo. Sus pupilas se dilataban, sus respiraciones se tornaban aceleradas y solo pensaba en una cosa: asesinar. Eso era todo lo que estaba en su cabeza, y cuando el hombre ante él vio como se enderezaba y sus fosas nasales se dilataban, dio un paso atrás y le dijo que se comportara. Kirill tensó la mandíbula y empujó a los dos hombres que lo sostenían de los brazos. La fuerza que adoptaba era tal, que uno de ellos se quebró el brazo cuando se estampó contra los barrotes, y el otro perdió el conocimiento. Uno de ellos le dijo al otro que se fueran, e incluso abandonó la celda, pero el de la porra pensó que una descarga eléctrica era suficiente para detener a Fury. —¿Qué me harás, Monstruo? —le preguntó el hombre. Kirill veía al hombre rojo, como un puto objetivo, y si algo provocaba la droga, era que todos fuesen un objetivo. —Inténtalo y te noquearé con esto —dijo sacando más chispas. Kirill no hizo un paso en falso, y el que hizo bastó para sujetarlo del cuello desnudo y alzarlo sobre sus pies. El hombre comenzó a ahogarse de inmediato, y buscando aire, colocó la eléctrica en el pecho de Kirill. Eso no fueron más que cosquillas para el hombre, y apretándole más el cuello, usó su otra mano para torcerle la cabeza y que el hueso crujiera como galleta pisoteada. Kirill lo arrojó al suelo como so fuera un juguete, y crujió el cuello justo antes de que cerraran la puerta con llave. Una vez drogado, era imparable, y solo Siniestro tenía la forma de detenerlo con un pulso electromagnético que enviaba un chispazo al chip en el cuello de sus peleadores. Solo bastaba un clic para que la cabeza del hombre que quisieran eliminar, explotara como granada. Kirill quedó encerrado con un cadáver y dos hombres lesionados que no pudieron sacar antes de que les arrancara las lenguas de las bocas y les hundiera los pulgares en los ojos. Esa era una forma de diversión para los millonarios. Todo el que tuviera más de un millón de dólares que apostar, disfrutaba de un espectáculo de vísceras y órganos desparramados en el suelo, entre ellos Oslo Lev, el hijo mayor y el heredero universal por dictámenes de su padre, de la fortuna Lev. Oslo no era un hombre que adorase las apuestas, pero le pareció fascinante cuando le notificaron que el gran Roman Rodiv lo había invitado a una fiesta privada y exclusiva a la que solo los allegados del millonario eran invitados. El dinero de las peleas clandestinas de Rodiv, era lavado en sus múltiples importadoras. Sus negocios reales eran subterráneos, y el tráfico de órganos y personas en el mercado. Roman Rodiv era todo un personaje, pero el verdadero rey del horror en ese lugar, era el Monstruo que sacarían tan pronto como todos los adinerados estuvieran en su asiento de cuero rodeando el foso. Los hombres estaban hablando entre ellos, y todos se silenciaron cuando el metro ochenta de Roman Rodiv llegó al centro del foso luciendo un traje rojo como la sangre. —Segodnya osobennyy. Segodnya vecherom moy Monstr budet drat'sya so svoimi detenyshami (Esta noche es especial. Esta noche mi Monstruo peleará con sus cachorros) —dijo girando para mirar a los adinerados—. Esta noche, la sangre llenará este lugar, y solo el mejor podrá tener una pizca de la recompensa. Hagan sus apuestas y consigan la oportunidad de ganarle a la casa. Los hombres arreglaron sus corbatas y usando una pulsera de metal que le entregaban cuando entraban al lugar, la colocaron en el reposador de su asiento y apostaron el monto que quisieron a favor de su peleador favorito. En una enorme pantalla digital estaban los nombres de los peleadores, así como el monto total de la apuesta por cada pareja de luchadores. Roman asintió con la cabeza una vez que la primera apuesta fue cerrada, y girando, abandonó el lugar y dio por comenzada la primera pelea. Los primeros que salían, siempre eran los menos afortunados. Algunos eran invitados o patrocinados por los adinerados, y peleaban con los hombres de Siniestro. Sus peleadores eran fuertes, pero nada que no se solucionara con un buen mazo de metal. Y Roman, saliendo, tomó su lugar al lado de Oslo. Ese era su invitado especial esa noche, y debía tener la mejor vista. Roman aflojó el botón de su chaqueta roja y cruzó una pierna sobre la otra. Alzando la mano, consiguió que le colocaran un trago de vodka en la mano. Oslo estaba impresionado. Era la primera vez que veía algo como eso, y cuando los dos hombres de pecho desnudo y apenas un pantalón rasgado cubriéndolos, comenzaron a golpearse, a arrancarse partes del cuerpo o apuñalarse, el estómago se le revolvió. Ese no era su ambiente, pero nadie se negaba a la invitación de Siniestro. —¿No te gusta el espectáculo? —le preguntó en ruso. Oslo tenía una copa de champaña sin espuma en su mano, y sus ojos estaban clavados en la sangre y las mutilaciones en la zona inferior. El foso era llamado de esa manera porque era igual que una arena romana. Los espectadores estaban rodeando desde una zona elevada, y en la zona inferior, en el foso, estaban los peleadores, intentando llegar a la libertad cuando alcanzaran la línea. Uno de los que peleaba esa noche la deseaba, pero cuando su oponente sujetó una espada y se la clavó en la cabeza, se acabó. —No es mi tipo de espectáculo —respondió Oslo. Roman bebió todo el vodka y elevó el vaso por más. —Escuché que frecuentas clubes sexuales —dijo Roman alzando una ceja y rodeando el vaso con tres dedos—. Pensé que de igual forma te gustaría ver carne y un poco de sangre. Oslo tragó saliva. Él tenía un pasado como todos, y Roman lo estaba dejando al descubierto cuando le dijo que no solo frecuentaba esos lugares, sino que cogía con putas menores de edad. Su pasado no tan pasado, era más escabroso que una montaña, y eso solo le daba ventaja a Roman. Por eso Oslo permaneció en silencio hasta que el primer ganador se pronunció y los trabajadores de Roman sacaban el cadáver y volvían a colocar los instrumentos en las paredes de la jaula del foso. —Te gustará lo que vendrá a continuación —comentó Roman. Oslo esperó paciente, hasta que en la pantalla apareció el nombre de dos nuevos peleadores. Esa vez eran de musculatura similar, y a uno de ellos lo llevaban sujeto del cuello. Ante la vista de Oslo apareció Kirill con un collar eléctrico en el cuello, y detrás de él iban dos hombres más, cada uno sujetándolo de una parte del cuerpo. Kirill fue doblegado con un collar y unas muñequeras especiales que Roman pidió fabricaran para él. Kirill era un puto monstruo, y de ahí radicaba su preciado apodo. Monstruo era poco para lo que Kirill era, pero ese fue el mejor que encontraron, cuando lo que hizo con sus guardias, fue monstruoso. —Eto monstr, kotorym ty khvastayesh'sya? (¿Ese es el Monstruo del que alardeas? —preguntó Oslo al acariciar su mentón lampiño y apretar su copa—. Eto malo (Es poco). Para Oslo solo era fanfarronería, porque se veía igual de fuerte que su contendiente, y ese no iba sujeto de cadenas de metal. —Moy Monstr luchshe vsekh, a yesli ne verish', to davay posporim (Mi Monstruo es el mejor de todos, y si no confías, apostemos —le dijo Roman cuando encendió un habano y soltó una calada de humo—. Boyevoye oruzhiye, kotoroye pribudet na vashi berega v eti vykhodnyye, budet moim, yesli moy Monstr pobedit v bitve. (El armamento militar que llegará a tus costas este fin de semana, será mío si mi Monstruo gana la pelea). Oslo lo miró. Su empresa familiar también era una fachada, porque el dinero que decían que era limpio, era del tráfico de armamento militar. Por medio de un contacto en las fuerzas, los sacaban en contrabando y los vendían a países en guerra. Oslo se preguntó como era posible que Roman conociera su más grande secreto. Ni siquiera su familia lo conocía, y Roman lo usaba a su favor cuando le dijo que él quería ese armamento en su poder. —Mne nuzhno eto oruzhiye (Necesito esas armas) —dijo Oslo. Roman miró a Oslo y colocó el trago en su rodilla. —Oni mne tozhe nuzhny, i yesli ty ne soglasish'sya, ya ikh vse ravno zaberu (También las necesito, y si no accedes, te las quitaré de igual forma) —advirtió en ese tono que comenzaba a molestar a Oslo. Roman sonaba como un puto todopoderoso—. YA khochu imet' ikh chestno (Quiero tenerlas de forma honesta) No había honestidad en advertirle que de una u otra forma las tendría, sin embargo, Roman no solo quería las armas. Quería las tres joyas de la corona Lev, y las más famosas sirenas ojiazules. —A yesli ne khochesh', vsegda yest' variant tvoyey prekrasnoy sestry (Y si no lo quieres, siempre esta la opción de una de tus bellas hermanas) —agregó Roman cuando alzó el trago para que su sirviente lo rellenara—. Poteryay oruzhiye, kotoroye ya tak ili inache otnimu u tebya, ili peredam tvoyey sestre (Pierde las armas que de una u otra forma te quitaré, o entrégame a tu hermana). Roman siempre quiso que alguna de ellas fuese suya. Las tres eran igual de hermosas, y se conformaba con cualquiera, siempre que estuviera bajo su dominio y el control de sus drogas. Para Roman era una puta fantasía coger con una de esas mujeres, mientras para Oslo fue un descaro pedirle a su hermana. —¿Quién carajos crees que soy para darte a mi hermana? —preguntó Oslo con el ceño fruncido y una gran ira en la voz. —Eres un hombre en ruinas —respondió Roman tranquilo—. Eres alguien que bajo las reglas de este país, irá a prisión por el robo de las armas, sin mencionar que te coges a menores. Roman hizo un sonido con la lengua. —Eres un puto vaso roto, y yo te puedo terminar de quebrar —agregó Roman—. Si no haces lo que quiero, iré a tu casa, mataré a toda tu familia, y te dejaré con vida para que te revuelques en la sangre de tu hermana degollada. Es fácil, Oslo Lev. Dame a una de tus hermanas, y serás libre para hacer lo que quieras, o apostemos tu destino con mi Monstruo, y el resultado lo elegiré por ti. Oslo no tenía demasiadas opciones en ese momento. Su reputación y la vida de su familia estaba en manos de Roman, pero sin pensar más allá de su orgullo, eligió la opción del Monstruo. —Yesli ty lyubish' moyu sestru, zastav' svoyego monstra pobedit' moyego (Si quieres a mi hermana, haz que tu Monstruo le gane al mío) —le dijo cuando apostó por el contrincante de Kirill. Las personas estaban esperando que comenzara la pelea. La euforia era tal, que Roman usó un comunicador para dar la orden. —Otpusti eto (Libéralo) —le dijo al que lo ataba del cuello. Kirill estaba embravecido cuando lo soltaron, y Roman no solo vio el imperio que tendría cuando obtuviera las armas, sino el placer de estar dentro de una de las sirenas de Moscú.
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