Sara Cortés
Decido ir a visitar a mi hermano a su oficina, aprovechando que Ernesto había tenido que salir a una reunión con proveedores, me encanta trabajar en Industrias Cazares ahora que mi hermano estaba también trabajando en la empresa, al igual que mi cuñada Karla, quien ahora era su asistente. Suelto una risita divertida ante un pensamiento que cruza por mi mente.
—Hola Karla, ¿está Ciro? —le pregunto a mi cuñada alzando un poquito la voz al ver que está muy entretenida viendo fotos en i********:, ¿qué no se supone que era horario de trabajo? Sonrío, pero ella así era, demasiado relajada, estaba sentada en su silla cruzada de piernas dejando ver gran parte de piel por su falda. Al principio Ernesto puso el grito en el cielo, una de las reglas en el trabajo era que todos sin excepción deberíamos llevar pantalón de oficina, pero Karla era la única que vestía con falda. Al final, él se cansó de regañarla.
Después de interceder un poquito por ella porque me agradaba mi cuñada desde el principio, aunque teníamos la misma edad, parecía como si yo tuviera diez años más. A su edad ella vestía muy atrevida, juvenil, fresca, y así mismo se comportaba. Los regaños de mi prometido no le hacían ni pellizco.
—¡Sara! —exclamo de pronto con el único fin de sorprenderla.
—No te sentí —responde con una sonrisita nerviosa. —¿Cuándo llegaste? Yo estaba... ocupada. Eso, muy ocupada.
—Lo noté —señalo con una mueca sarcástica hacia el móvil con mi rostro.
Ella suelta una carcajada.
—No le digas al gruñón de mi hermano —pide haciendo ojitos como niña pequeña. —Él podría malentenderlo. Ya sabes cómo se pone con las cosas del trabajo.
—Claro que no, para eso estamos las cuñadas —le guiño un ojo a modo cómplice.
Ella hace como que acomoda los papeles que están sobre su escritorio para después guardar su celular en uno de los cajones de la mesa.
—Ciro no está, salió hace un rato —comenta algo pensativa. —No mencionó a donde iba.
La miro algo extrañada.
—¿No sabes a dónde fue? —cuestiono desconcertada.
Ella sacude su melena castaña enérgicamente.
—Últimamente ya casi no hablamos —dice en un tono de decepción haciendo puchero.
A mi hermano, desde niño se le daba muy bien desaparecer, porque cuando lo hacía siempre era por algún motivo importante. Me pregunto por cuál motivo sería ahora ¿Marion?
Al parecer Karla leyó mis pensamientos porque pude notar como una ligera oleada de tristeza se dibuja en su rostro, al instante decido cambiar de conversación ya que las dos estamos sin jefe por ahora. Me siento en la silla frente a su escritorio.
—¿Quieres platicar? —le pregunto con amabilidad queriendo aprovechar el momento.
A ella se le ilumina la mirada al instante.
—Claro, siempre tengo tiempo para mi cuñada favorita —suelta y yo frunzo el ceño.
—¿Cómo que tu cuñada favorita? ¿Acaso hay otra? —coloco ambas manos en mi cintura como si estuviera reclamando algo.
Ella se ríe divertida negando con la cabeza y con las manos.
—¡Claro que no, es broma, Sara! —ríe.
—¿Por qué no hablamos de mi hermano? —decido tomarla por sorpresa.
Me sorprende que ella al instante endurece sus facciones que hace un momento estaban tan alegre.
—¿Por qué mejor no hablamos de otro tema? El de tu hermano no es tan divertido... —dice simulando indiferencia mientras desvía la vista. A mí no podía engañarme, pero respetaba sus decisiones.
Platicamos buen rato sobre cómo iba con los preparativos de la boda y las actividades que realizaría para esta semana, le comenté que tenía una cita con mi primera opción de mesa de postres, en donde degustaríamos algunos de ellos. Ernesto había prometido que me acompañaría ya que quería que los postres en nuestra boda fueran algo especiales, amaba lo dulce.
Karla se emociona al instante y pide como niña mimada ir con nosotros, a lo que yo le respondo que por mi estaba bien que nos acompañara.
Se me ocurrió una idea genial de repente ahora que la noto un poco cabizbaja.
—Oye Karla, ¿Tú has asistido alguna vez a eventos de fundaciones, de los que hacen para empresarios muy ricos? —pregunto con intriga rogando que me diga que sí.
Ella entrecierra un poco los ojos y se lleva el dedo a los labios pensando.
—Sí, cuando vivía en Europa, mi padre me enviaba en su representación a ese tipo de eventos —comenta ilusionada. —Se conoce mucha gente interesante, pero, ¿por qué me preguntas?
Bajo la mirada un poco, estaba apenada por lo que tenía en mente justo ahora.
—Hoy por la mañana llegó una invitación para un evento de la fundación MIA, es una recaudación de fondos para víctimas de violencia, será en la Riviera Maya —digo tratando de recordar todos los detalles posibles de la invitación porque sólo la había leído una vez. —Suena a algo bastante bueno, y más cuando será en un hotel tan hermoso.
Karla abre por completo los ojos.
— ¡Wooooww! Será como una despedida de soltera. Diviértete a lo grande cuñadita —dice guiñándome un ojo.
—¡Ni se te ocurra mencionarlo frente a tu hermano! —le ordeno agitada y señalándola con el dedo. —Él es muy celoso, es capaz de ir conmigo, aunque el evento es exclusivo sólo para chicas —me quedo pensando por unos segundos. —¿Por qué no vas tú en mi lugar?
—¿Yooo? —cuestiona extrañada y alzando un poco la voz y llamando la atención de algunas personas cerca de nosotros.
Pongo las manos sobre el escritorio para denotar más peso a mis palabras.
—Sí, tú sabes divertirte, te encanta la playa y te la pasas genial donde quiera que vas y es sólo por un fin de semana —digo con mucho entusiasmo. Es mi coartada perfecta para desligarme de ese compromiso. Enviar a Karla a ese evento es la solución. No se vería bien que cancelara y así tendría más tiempo para pasar junto a Ernesto y adelantar a los preparativos de nuestra boda.
—Mmmm... no lo sé ¿Ya se lo consultaste a Ernesto? —pregunta intrigada.
—No —respondo encogiéndome de hombros. —Pero no creo que le disguste la idea — sonrío.
—Pues yo no tengo ningún problema con irme de vacaciones un fin de semana y menos si es a la playa, ¡ya me veo allí con mi traje de baño nuevo! —exclama estirando todo el cuerpo y afirmando fervientemente con la cabeza.
Sonrío complacida al ver que mis planes se van acomodando.
Miro el reloj de pared que se encuentra a las espaldas de Karla, y ya eran ya casi las seis. ¡Casi la hora de salida!
—Voy a ver si tu hermano ya llegó —digo a manera de despedida poniéndome de pie. —Antes de que el mismo venga hasta aquí a buscarme.
—Adelante, nos vemos en la casa y gracias por el viaje —se despide agitando la mano, mientras sonríe alegremente.
Escritora Luna: Nancy Rdz