Capitulo 5

1609 Words
Jenny Parker. —¿Señorita Parker, desea algo más? —pregunta la azafata, con mucha amabilidad. —No, gracias, Lysa. Todo está bien —niego, agradecida con la atención que me ofrece y mostrando mi sonrisa cansada, pero sincera. Lysa es la azafata principal y, en compañía de Marcelo, su esposo y primer piloto de vuelo, trabajan para la compañía de mis padres desde que tengo uso de razón. —Te ves muy cansada, mi niña. Deberías aprovechar y dormir un poco —insiste en ayudar. Yo ruedo los ojos, resignada y divertida a partes iguales. —Ok, Lysa —río—. Tráeme, por favor, una manta y una almohada. Intentaré dormir un poco antes de llegar. Ella asiente, con una sonrisa confiada. Gira sobre sus talones para ir en busca de mi pedido. Me recuesto al cómodo asiento y cierro los ojos. El cansancio me puede y creo que debo hacer caso de lo que me dice. Unas horas de sueño, mejorarán mucho mis ánimos. Minutos después la siento acomodar una almohadilla en mi costado y la suavidad de la manta, cuando me cubre. Intento abrir los ojos, pero me pesan tanto, que me es imposible. Me quedo así, tranquila, pensando en todo lo que he vivido estos últimos meses. No le temo al trabajo duro, ni a la responsabilidad. A pesar de haberlo tenido todo en la vida, siempre mis padres me enseñaron a sentir por lo demás, con humildad y dedicación. Y eso es lo que he estado haciendo, brindando mi apoyo y mis conocimientos a personas verdaderamente necesitadas. A mujeres principalmente, que no viven en las mejores condiciones, ni pueden darse el lujo siquiera de decidir lo que desean hacer en sus vidas. Ni con sus cuerpos. Desde que culminé mis estudios en la especialización de ginecología, decidí que quería ayudar en las organizaciones de beneficencia de mi familia, Parker Foundation. La rama que desarrollamos, la medicina, se presta mucho para este tipo de ayuda por el amplio crecimiento que hemos logrado. Por lo que, mis padres se sintieron orgullosos, cuando decidí comenzar mi vida profesional ayudando a los que no pueden darse el lujo de recibir una atención gratuita y de calidad. Todo el trabajo desarrollado me llena de orgullo, pero a la vez, mi cuerpo ya siente el peso de tantas horas a la disposición de las necesidades. Un año entero, sin descanso. Ya creo que me merezco unos días para disfrutar y dormir ocho horas seguidas. O diez . O quince. «O todo el día», pienso, antes de caer en un sueño profundo. (...) —Gracias por todo. Fue un buen vuelo —agradezco a Marcelo y a Lysa por su excelente trabajo. Ellos asienten en respuesta y, con sonrisas satisfechas, me ayudan a tomar todas mis maletas y montar en el auto que me espera en el hangar. Mi chófer, Evaristo, me recibe con la puerta trasera abierta y con una sonrisa, luego de todo un año de no vernos. Me alegra tanto verlo que lo abrazo, emocionada. Él, que es demasiado serio en su trabajo, me devuelve el abrazo, pero con mucho recato. Mis padres de pequeña, me exigían distancia con nuestros empleados, pero ellos también son mi familia y los trato como tal. Salimos de la pista privada y ya en la autopista, le saco conversación. —¿Cómo está tu familia, Evaristo? —Están todos bien, señorita. Emocionados porque ya regresó. La extrañamos —dice, mientras mira por el espejo retrovisor. —Y yo a ustedes —respondo, emocionada por tanto cariño. Luego de nuestra pequeña charla, viajamos en silencio. Son al menos cuarenta minutos de viaje hasta casa de mis padres. Yo vivo en el centro de la ciudad, cerca de la clínica principal de mi padre, donde comenzaré a trabajar una vez vuelva a acostumbrarme a los nuevos horarios. Pero la casa de mi familia está en las afueras de la ciudad, en un área bastante privada y dónde solo viven los que pueden permitirse ciertos lujos. El teléfono de Evaristo comienza a sonar y me provoca un respingo. —Es su padre, señorita. ¿Desea hablar usted con él? —murmura Evaristo, atendiendo a la carretera y señalando el teléfono que está entre los asientos delanteros. Asiento y tomo el teléfono, alegre por escuchar la voz de mi padre nuevamente. —Hola papi —digo, emocionada. —Mi niña, ya estás aquí. ¿Todo fue bien en el viaje? —. Escuchar la voz de mi padre me llena de felicidad. Últimamente ha tenido problemas con las clínicas y de tan ocupado, no hemos tenido tiempo de conversar, más allá de organizar mi regreso. —Sí, papi, todo perfecto. Ya vamos en camino, pero todavía demoramos —respondo, calculando una media hora de viaje por hacer. —Precisamente por eso los llamaba. Necesito que vayan directo a tu apartamento. Una urgencia de último minuto me tendrá ocupado y lo más seguro es que tenga que salir de viaje. Lo siento, Jen. Me pone triste saber que aún no podré ver a mis padres, luego de todo un año lejos. Pero comprendo el compromiso en nuestra profesión, la cual compartimos. —No pasa nada —murmuro con voz desanimada. No puedo evitarlo. —Te prometo que nos veremos cuanto antes, mi niña. Ya dejé indicaciones para que te lleven la comida. También llamé a Emily, para que te acompañe esta noche —dice, con voz entristecida también. Yo mejor que nadie entiendo lo que se siente hacer planes y luego tener que correr ante una emergencia. —No te preocupes, papi. Estaré bien. Los extraño, mucho. A ti y a mamá. Pero comprendo todo, solo no demoren mucho —pido, con voz rota. Necesito pasar el tiempo con ellos. Contarle todo lo que llevo dentro después de vivir tan intensa experiencia. Todo lo que me cambió en este viaje. Nos despedimos con la promesa de vernos pronto. Suspiro con cansancio luego de colgar y miro por la ventanilla, preguntándome si algún día podré llevar una vida privada a la par que la profesional, al contrario de mi padre. Una lágrima se desborda de mis ojos cuando le pido a Evaristo cambiar la trayectoria, hacia mi apartamento. Él asiente, mirándome con conocimiento de todo lo que soy por dentro ahora mismo. —Descanse señorita. Cuando estemos llegando se lo haré saber. Le agradezco con un gesto de la cabeza y cierro los ojos, acomodándome en el mullido asiento. (...) Subo en el ascensor, repleta de maletas y bolsas. Al llegar al edificio, el señor Carlos, me esperaba con la comida que mi padre había indicado me trajeran y un recado de mi amiga Emily, de que pasaría cuanto antes por aquí. Él pretendía ayudarme a subir todo esto, pero entró una llamada que tuvo que atender y pues, yo seguí sola. Ahora me arrepiento de andar tan apurada, porque me di cuenta que sola no puedo con todo. Marco como puedo el número seis en el panel y las puertas se cierran. Suspiro aliviada, pero aún queda hacer el camino hasta la puerta de mi apartamento. Por un motivo de privacidad, escogí el apartamento más alejado de mi piso, lo que en ocasiones como esta, pienso que fue un error. Me fijo en la pantalla, que ya casi llego al sexto piso y tomo todas las bolsas que había dejado descansar. En una fracción de segundo, pierdo el equilibrio, justo a la vez que las puertas del elevador se abren, por lo que no puedo evitar una caída estrepitosa. Voy directa al piso, a la vez que todas mis bolsas y maletas. —Ay, por Dios. Lo último que faltaba —reclamo, molesta conmigo misma, en lo que intento recoger todo el reguero a mi alrededor. Una sombra se cierne sobre mí y yo, sorprendida, levanto la cabeza. Un par de ojos increíblemente verdes, me observan fijamente, con un brillo extraño en ellos. El chico, que debo decir tiene un rostro hermoso, de pronto comienza a hiperventilar, alejándose de mí como si lo mirara el mismo diablo. —¿Estás bien? —pregunto, pero el chico sigue con la mirada perdida en mis ojos. Por mis incipientes conocimientos de psicología, cortesía de mi amiga Emily, reconozco un ataque de pánico. Me acerco a él y comienzo un proceso de recuperación en la respiración, inhalando y exhalando a la par de él. Cuando se recupera, se aleja otra vez y se levanta. Medio irritada por su reacción, no puedo evitar hablarle. —Perdona, no quería parecer entrometida. Pero estabas al borde de un ataque de pánico —exclamo, con audacia, disfrazada de dulzura. —Lo...lo siento. No sé qué me pasó —responde, mirándome aún con desconfianza. Su forma de actuar me confunde, pero no puedo dejar de verlo. Lo miro de arriba a abajo, con curiosidad. Al parecer, a él le incomoda mi exhaustivo repaso, porque carraspea y se aleja hacia el ascensor, murmurando unas palabras. —Ya me voy —exclama, a la vez que presiona el botón del ascensor. No entiendo por qué, me molesta su reacción hacia mí. Intento entretenerme en lo que él entra al ascensor, recogiendo todas mis pertenencias, pero me siento atraída hacia él y no logro quitarle los ojos de encima. Cuando me quedo sola del todo, me siento en el piso, pensando en cómo un completo extraño, me hizo sentir de tantas formas diferentes en solo minutos. «Llevo mucho tiempo fuera», justifico, en lo que me levanto y, sacudiendo la cabeza para ubicarme, me dirijo hacia mi apartamento. Regreso a mi vida. Otra vez.   Escritora Luna: Claudia Pérez            
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