Daniel se mantuvo firme y sereno, aunque claramente incómodo por la situación. Su actitud mostraba determinación y respeto, a pesar del desagrado evidente en el rostro de doña Rosaura. Lo vio dudar por un par de segundos y se dirigió hacia Martín. «Bien… espero que ahora arranque, que se vaya y me evite un bochorno aquí», imploró Ava a Dios, al universo o a quien sea que la estuviera escuchando en un plano espiritual. Ella, se mordió el labio nerviosamente, observando la escena con preocupación. La tensión en el aire era palpable y un nudo en su estómago se formó abruptamente cuando en lugar de arrancar, la limusina se apagó y se escuchó el sonido de la puerta del vehículo abrirse para ver los lustrosos zapatos de Daniel apoyarse en la acera. —Señora, entiendo que nuestro encuentro fue