*** —¿Donde estamos? —mi voz salió casi en un susurrido —¿Aquí nos quedaremos?. Ángela, que mostrando una mueca por su dolor en el brazo herido sale del auto seguida de mí, asiente con la cabeza dándome la respuesta. —En esta cabaña nos vamos a resguardar por el momento —suelta un quejido débil —. Raymond vendrá después con nosotros, y Bernard también. Esperaremos aquí. Los escoltas se bajaron de sus autos al llegar a la zona, e inmediatamente se esparcieron por todo el sector de la cabaña como hormigas. Sacaron sus cortas y largas armas, alertas a cualquier tipo de movimiento suave o brusco. Hasta el mínimo ruido de las ramas de los árboles frondosos era motivo para sobresaltarse. —Vamos, Elia, entremos —me toma del brazo y me encamina —. No te preocupes por nada más, Raymond me