Capítulo 3. La fábula de las sensaciones

1780 Words
Cuando Kent terminó de desayunar, ordenó a Clara Luz que lo siguiera hasta la sala. Ella estaba impresionada con la mansión, porque, aunque tenía muebles viejos, era elegante y limpia, nada que ver con la decadencia que ella vislumbró tras las ventanas. —Siéntate —dijo Kent y Clara obedeció Kent caminó hasta una mesa y abrió un cajón, tomando unas hojas de papel y un bolígrafo plateado. Luego se sentó en un pequeño sofá a lado de Clara Luz —¿Por qué nos tienes secuestrados? ¿Qué daño te hemos hecho? —preguntó con tanto miedo que temblaba —¿Tienes frío o miedo? —preguntó Kent con burla, al escucharla hablar —Dijiste que había un motivo por el cual yo estaba aquí, pero la otra persona que tienes en ese oscuro lugar, ¿Por qué está aquí? —¿A ti que te importa lo que yo haga con esa persona?, ni siquiera has mirado su rostro, ni conoces su nombre —dijo con enojo —¿Por qué eres tan malvado? ¿Acaso tu vida ha sido tan miserable que quieres volver un infierno las nuestras? Kent se quedó en silencio sosteniendo las hojas de papel en sus manos. —No recuerdo mi infancia, quizás nunca tuve una. He vivido tantas vidas que no recuerdo como inicie, siempre es más fácil recordar el final —dijo Kent pensativo —Pero, tú ayudaste al señor Duncan, salvaste su vida, aunque era un desconocido para ti, quizás no eres tan malo como pienso. —Para ti todo se divide en buenos y malos. Salvé a un humano que había matado a treinta y seis hombres en el campo de batalla, pero no lo juzgué por esas muertes—dijo Kent mirándola con cierta compasión, conmovido por su inocencia e ingenuidad —¿Cómo lo salvaste? —preguntó Clara Luz intrigada Ken se puso de pie y la miró con firmeza, odiaba recordar el pasado —¡Crees que puedes interrogarme, pero no te das cuenta de quién soy yo! Clara Luz se asustó, e hizo un gesto de desprecio —¡No me mires así! —sentenció Kent con rudeza—. ¡Aquí nadie es inocente! Clara bajó la mirada. Kent le entregó las hojas y el bolígrafo, —Ayer tuvimos un extraño sueño y hoy debemos interpretarlo —dijo Kent mientras volvía a sentarse en el sillón Clara Luz lo miró sorprendida, ¿Acaso habían soñado lo mismo? —Dicen que cuando vives el fin del mundo, es porque en otra parte está naciendo otro —dijo Kent —Pero, si solo fue un sueño —dijo Clara Luz —¿Estás segura? —dijo Kent con las cejas alzadas y un gesto de satisfacción en el rostro Clara Luz dudó de sí misma —No entiendo. —¿Quieres qué te cuente la verdad? —dijo Kent Ella asintió. —En veinte días es el fin del mundo —dijo Kent con tranquilidad Clara Luz lo miró horrorizada, después se mostró incrédula —Nadie sabe lo que pasará mañana, es imposible que tú lo sepas. —¡Lo sé todo! —dijo Kent con seguridad—. ¿Quieres qué te cuente cómo sucederá? —Claro que sí —dijo con firmeza—. Pero, ¿Por qué lo harías? —preguntó Clara Luz curiosa —Es la única razón por la que estás aquí. No creas que no reconozco esa curiosidad que siempre te lleva a la perdición, ¿Acaso alguna vez cambiarás?, Si no tuviera todas las respuestas, jamás hubieras llegado hasta aquí. Tú viniste hacia a mí. Yo solo te empujé a entrar a mi vida, pero tú, ya estabas en la puerta. Clara pensó en su argumento, tenía lógica.  —Sea como sea, quiero saberlo todo, cuéntame sobre el fin del mundo —dijo anhelando saberlo todo Kent asintió —Entonces, escríbelo, no quiero que vayas a olvidarlo. Clara Luz se levantó del sillón y se sentó sobre el suelo, apoyando las hojas blancas contra la mesa para poder escribir, como una alumna que espera el dictado de su maestro. —El fin del mundo será en veinte días, a partir de hoy, y sucederá en cuatro preámbulos —dijo Kent Clara Luz escribía a toda prisa, intentando no asustarse, ni tampoco interrumpir —El primer preámbulo; cuando el reloj indique la décima hora del día veinticinco toda la gente podrá elevarse, ¡Creerán que vuelan, pero podrán flotar! Los osados y valientes no dudarán en hacerlo, e invitarán a los demás. Solo los cobardes y cautelosos se quedarán firmes, sujetados a sus pies con fortaleza. ¡Pero aquello solo durará una hora!, después todo lo que sube bajará. —¿Cómo ocurrirá?, y los que han subido, ¿Cómo sabrán cuando bajar? —preguntó Clara Kent sacó una moneda plateada de un bolsillo de su pantalón, la sujetó y la lanzó hasta caer al suelo. Clara se horrorizó, había entendido la referencia, se mantuvo consternada —Durante el segundo preámbulo llegarán fuerzas extraterrestres que destruirán al planeta, los Kygos del planeta Kraal, devoraran todo a su paso y se llevaran todo lo que les guste, ningún arma servirá a la humanidad contra ellos, estarán tan desprevenidos y asustados que no responderán. Los lactinos... —Kent detuvo su plática un momento y se quedó perdido entre sus pensamientos, pero prosiguió—. Los lactinos van a matar a miles de humanos, mientras les hacen beber un suero que es nocivo para la vida. El tercer preámbulo es la llegada los seres de Platinea. Son seres pequeños. Matarán a cada adulto y anciano que se atraviese ante sus ojos, llevándolos a los crematorios que yacen al interior de sus naves. Una vez que acaben con todos los adultos que encuentren se marcharan del planeta —dijo Kent sin inmutarse ni un momento Clara Luz estaba intentando escribir todo aquello, —El último preámbulo marca el final del planeta. Una enorme bola de fuego caerá sobre la tierra extinguiendo toda la vida humana —dijo Kent y finalizó su historia Clara Luz estaba trastornada, enloquecida por lo que había dicho Kent —¿Por qué no te importa? —dijo poniéndose de pie, consternada, rabiosa, mirándolo como si fuera un monstruo—. ¡Pareces tan frío e infame! ¡Cómo si no te importara la tragedia que viviremos! ¿Acaso es toda una mentira para torturarme? —exclamó angustiada Kent se levantó del sillón y se puso frente a ella. —No te miento, y lo sabes muy dentro de ti. —¿Y entonces por qué no tienes temor, acaso no sientes nada? —A mi no me importa el fin del mundo, Clara, a mi me importa algo más grande que eso. Ella titubeo, ¿Qué podía ser mas importante que la vida misma? —¿Qué es? Kent la miró fijamente, serio, pero altivo —Podría ser el fin del mundo, y todo lo que me importa es sentir, una sola persona necesito para que la vida sea vida. Soy un condenado, no hay nada peor que sentirte incompleto, debes saberlo. —No entiendo… —dijo dudosa, arrugando el ceño, Kent se acercó a ella —No lo entiendas, no uses tu lógica, todo se trata de sentir las emociones correctas, a veces un odio se apodera de mí. Una furia ardiente como el fuego, y siento todo otra vez, ahora que estoy tan cerca del final, sé que es mi última oportunidad —dijo Kent, muy cerca de ella, Clara lo miró bien, sintió compasión, creía ver un dolor aterrador en los ojos verdes de ese hombre intimidante Clara sintió lástima por Kent, debía ser horrible vivir así. —Lo lamento —dijo con una voz dulce, su mano abierta acarició el rostro de Kent, quien recibió la suave caricia cerrando sus ojos, entregándose a la anhelada sensación de un poco de calor humano. Clara replegaba su mano una y otra vez sobre la mejilla de Kent con ternura, y él se estremecía de ternura. Pero, fueron interrumpidos por unos gritos desgarradores que suplicaban ayuda. El hombre del sótano había conseguido quitarse la venda de la boca, gritaba por ayuda con todas sus fuerzas. Clara detuvo la caricia, consternada por aquel ruido, quería correr hacia ese lugar. Kent abrió los ojos llenos de furia. Tocó la frente de Clara Luz haciéndola caer desmayada sobre el suelo, luego caminó con pasos fuertes hasta el sótano. Cuando abrió la puerta, miró al dueño de esos gritos. Leónidas estaba en el suelo amarrado de piernas y brazos, se recargaba a la pared, asustado —¡Ayúdame! ¿Quién eres? —dijo Leónidas Kent lo sujetó con fuerza de la camisa y lo arrastró por el suelo hasta una habitación al fondo, aventó la puerta de una patada. Leónidas gemía y gritaba, se movía para no ser arrastrado, pero era imposible. Aquel cuarto era un baño, con un lava manos y una bañera repleta de agua. Kent levantó a Leónidas y hundió su cabeza en el agua fría. ¡Leónidas sentía ahogarse!, repitió aquella tortura por tres veces más. Lo dejó sobre el suelo, tosiendo sin poder recuperar el aliento, golpeó su cabeza contra la pared, por accidente Kent le quitó la venda de los ojos ante la fuerza del golpe. Ahora el pobre muchacho sangraba de la frente también. Kent se sentó en la esquina de la habitación, estaba agotado, incluso temblaba del frenesí que experimentaba, deseaba no golpear más a ese hombre ¡Lo odiaba tanto! Colocó las manos sobre su rostro desesperado, ¡Sabía todo lo que perdería si ese hombre moría! Leónidas se enderezó y miró aquel hombre, Kent quitó las manos de su rostro asombrado de que lo estuviera viendo. Un hombre alto, calvo, y fornido. ¡Leónidas jamás había visto ese rostro en toda su vida! —¡Maldito psicópata! —gritó Leónidas Kent se levantó de inmediato y lo tomó de los cabellos arrastrándolo hasta el lugar donde le tenía prisionero —¡Maldito! ¡Cobarde, solo puedes golpearme por estar atado, suéltame y te romperé cada hueso! —gritaba Leónidas enfurecido—. ¿Qué quieres de mí? —Eres el recurso de emergencia—dijo Kent y lo dejó sobre el suelo, tomó una venda que estaba sobre una mesa para colocarla en el joven, primero puso una sobre su boca y la anudó con fuerza. Luego se acercó a Leónidas mirándolo fijamente. El muchacho lo veía enfurecido y desesperado, sus ojos azules estaban acuosos, Kent inclemente colocó la venda sobre sus ojos y lo sumergió de nuevo en la profunda oscuridad.
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