Clara Luz estaba sentada y en silencio frente a Kent. Intentaba no mirarlo, de vez en cuando su rostro espiaba al de Kent y cuando era descubierta, bajaba la mirada
—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó con valentía
—Eso depende de ti, hay un motivo por el que estás aquí, pero lo averiguarás a su tiempo. Ahora ven conmigo, debes tener apetito y ya es hora de la cena. Sígueme —dijo Kent poniéndose de pie.
Clara lo miró avanzar y él se detuvo porque ella no había movido ni un músculo. Atemorizada, se puso de pie y caminó detrás de Kent. Lo siguió hasta que llegaron a un amplio salón, con una enorme mesa bien servida
—Toma asiento —dijo Kent extendiendo una de las sillas
Ella dudó, pero tomó asiento. Kent retiró el cloche del plato de Clara Luz y ella miró un platillo exquisito.
—Es quiche Lorraine, pruébalo —dijo Kent mientras comía. Ella moría de hambre, pero no sabía si debía comer—. ¡Qué esperas, come, ahora! —Kent sentenció con fuerza
Ella asustada tomó el tenedor y comenzó a comer. La comida era deliciosa, apenas pudo dar unos bocados. Luego bebió agua.
—¿Qué vas a hacerme? —preguntó con los ojos llenos de lágrimas
—Depende de tu decisión —Kent bebía vino. Estaba frente a ella y pudo observarlo bien por primera vez. Parecía mayor de treinta años y estaba calvo, tenía la piel tan blanca que las venas de su cuello se notaban. Era muy alto, tenía una complexión musculosa, grandes ojos color verde esmeralda, pestañas espesas, orejas pequeñas y una nariz aguileña.
—¿Qué voy a decidir? —preguntó Clara Luz con el rostro pálido
—Estás aquí por una razón. No voy a lastimarte si te comportas de la manera que yo te indique; quiero que hagas algo por mí —dijo Kent
—¿Qué debo hacer?
—Lo sabrás en su momento,
Clara Luz creía que estaba loco
—Una vez que haga lo que dices, ¿Podré irme? —dijo Clara Luz
—Si queda aún tiempo, tal vez —dijo Kent —. No todo es tan malo. Aprenderás algunas cosas.
Clara se sintió aletargada y cansada, como si tuviera mucho sueño. Luego se recargó un segundo en la silla, para caerse de lado perdiendo el conocimiento.
Kent no se inmutó al verla, había colocado algo en su bebida para hacerla dormir. Cuando terminó de beber, levantó a Clara Luz del suelo, llevándola entre sus brazos.
La llevó hasta una habitación. Kent depositó a Clara Luz sobre la cama y la observó un momento; tenía los ojos hinchados por llorar. Su oscuro cabello lacio caía por montones sobre su rostro y Kent lo retiró para observar. Tenía los labios casi blancos de lo pálida que estaba, pasó su dedo pulgar sobre ellos, deseándolos con ansias. Kent le quitó los zapatos, se levantó de la cama, salió de la recámara, tomó su bastón y se dirigió al sótano, llevaba una bolsa con pan y una botella con agua, cuando entró, llegó hasta donde estaba su otra víctima. Caminó hacia él.
El hombre que estaba atado comenzó a sentir pavor. Su respiración se aceleró al escuchar el ruido de los zapatos.
Kent se puso frente a él, percibió aquel aroma, hizo un gesto de disgusto
—¡Pero, qué horrible olor! ¿Es verdad? ¿No pudiste resistir las ganas de orinar? —preguntó Kent
El hombre miraba a todos lados escuchando la voz. Kent dejó en el suelo el pan y el agua.
—¡Me das asco! Estás sucio, como tu podrida mente.
Kent retiró la banda que cubría su boca.
—¡Por favor, necesito ir al baño, necesito limpiarme! —suplicó Leónidas Garreti
Kent desató una mano de Leónidas. Y puso pan sobre su mano.
—Vamos come —ordenó Kent
Leónidas tomó aquel bocado, sin saber qué era, lo llevó hasta su boca, era la comida más deliciosa, pues estaba hambriento. Kent abrió la botella de agua y Leónidas pudo beber.
Una vez que terminó, Kent le cubrió la boca y lo levantó de la silla colocándolo en el suelo.
—¡Eres un maldito! ¿Te acuerdas lo malo que fuiste conmigo? —preguntó Kent
Leónidas negó con la cabeza.
—Pues, yo sí —dijo con ironía
Kent volteó a Leónidas boca abajo y tomó el bastón para golpearlo con fuerza en la espalda. Leónidas se quejaba del dolor, todos sus aullidos de dolor eran silenciados por la banda que cubría su boca, lágrimas de rabia surcaban su rostro. Kent dejó de golpearlo y lo dejó sobre el suelo. Leónidas quedó sufriendo terribles dolores, sin poder entender por qué ese hombre le odiaba tanto.
Clara Luz despertó sobresaltada. Se enderezó sobre la cama y miró al ventanal que daba al balcón abierto. Cuando se levantó, caminó hasta ahí. Notó que tenía puesto un vestido blanco, que le pareció una mortaja que le quedaba muy grande. Aquel pensamiento pasó como un destello sobre su mente, llegó ahí y observó a un hombre de pie. Clara Luz se acercó, era Kent que vestía un traje n***o y tenía la mirada perdida hacia el cielo.
—¿Kent? —preguntó la voz dudosa de Clara—. ¿Qué sucede?
—Las estrellas al fin murieron, ahora son brillantes supernovas —dijo Kent y señaló al cielo
Clara encontró el cielo cubierto de explosiones de colores, que sus ojos no podían mirar por la luminosidad.
—¿Qué ha pasado? —preguntó desconcertada
—¡Han muerto las estrellas del firmamento, como la tierra! —expresó Kent con ojos soñadores, la algarabía se apoderó de su voz—. ¡Es el fin del mundo!
Clara Luz miró alrededor, descubrió que todo estaba destruido, había fuego por todos lados, aquello que antes había sido un bosque, ahora ardía hasta convertirse en cenizas
—¡¿Qué paso aquí?! —preguntó consternada
—Es lo que llaman el apocalipsis. Es el fin del mundo —dijo Kent—. ¿Quieres saber cómo ocurrió?
—Sí, cuéntame sobre el fin del mundo —dijo Clara Luz, mientras Kent se acercó tomando sus hombros, su mirada brillante la atemorizaba, pero no pudo moverse, entonces el hombre besó sus labios con lentitud…
Clara Luz despertó para comprobar que solo había sido un sueño. Se levantó de la cama y comprobó su ropa, los jeans y la playera que tenía puestas desde que salió de casa la última vez. Miró al balcón, las puertas de madera estaban cerradas, cuando se acercó para intentar abrirlas descubrió que tenían llave. Se asomó por una de las cortinas que cubrían la ventana, rayos de sol iluminaban el lugar.
—¡Solo fue una absurda pesadilla! —exclamó en voz alta.
La puerta se abrió. Kent ingresó en la habitación llevando entre sus manos una tela blanca y otra en color lavanda. Clara asustada e inquieta dio unos pasos para alejarse de él.
—Buenos días. Quiero que bajes a desayunar conmigo —dijo Kent, luego colocó sobre la cama las telas que llevaba cargadas. Para sorpresa de Clara Luz era aquel vestido blanco con el que había soñado
—Quiero que vistas esto, quizás te quede muy grande, usa el lazo para ajustarlo. No demores mucho, me molesta esperar.
Clara observó que Kent se marchaba. El vestido le parecía horrible, pero tuvo miedo de no hacer lo que el hombre decía, caminó a la habitación del fondo, y descubrió un baño. Se sacó la ropa y se metió a la regadera que hacía correr agua fría en pleno invierno, Clara Luz soportó, estaba acostumbrada, no había agua caliente, ni comida suficiente en el orfanato, así que ella podía soportar aquello sin lamentarse.
Después de bañarse se vistió con la mortaja y ajustó el vestido con el lazo color lavanda, se puso sus tenis blancos y salió al comedor.
—Sígueme, Clara Luz —Kent la esperaba en medio de aquel salón.
Clara Luz lo siguió; entraron a una pequeña habitación que tenía ventanas pequeñas en la parte superior, donde se colaba un poco la luz del sol e iluminaban. Había una pequeña mesa redonda y dos sillas, el desayuno estaba preparado, Kent sirvió un poco de jugo y cortó una rebanada de tarta para ponerla sobre el plato de Clara. Ella lo miró.
«Parece un tipo amable, no parece el psicópata malvado que creí, ¿Acaso debo guiarme por algunos actos gentiles?» pensó
—¿Qué es un psicópata? Si no un alma incomprendida por aquellos a quien ama —dijo Kent
Clara Luz estaba impactada, ¿Ese hombre podía leer su mente?
Kent se quedó con un gesto de suficiencia.
Ella degustó aquella tarta.
—Dime, Clara Luz, ¿Quieres que te cuente sobre el fin del mundo? —dijo Kent
Clara Luz lo miró con terror.