Clara Luz despertó con el primer rayo de luz que se asomó por la ventana, no había podido dormir bien. Intentó salir de la habitación, descubrió que estaba cerrada con llave, escuchó que alguien abría la cerradura y se puso nerviosa. Cuando la puerta se abrió se encontró con Kent, llevaba una bandeja de comida y la había colocado en una mesita en el centro de la habitación
—Hoy estaré muy ocupado, así que permanecerás en esta habitación, hasta que yo haya terminado —dijo Kent
—Pero, ¿Qué harás?
—Prepararé tu viaje —dijo Kent, cuando miró la duda sobre el rostro de Clara Luz insistió —. Iras al planeta de los muertos.
Ella no quería ir a ningún lado, pero no se atrevía a decir nada por temor a la reacción de Kent, quien abandonó la habitación cerrándola con llave.
Clara Luz tomó el desayuno y por primera vez desde su secuestro estaba comiendo a gusto, lejos de la incomodidad que Kent le causaba.
Había escuchado ruidos y vio luces fluorescentes parpadear por debajo de su habitación.
«¿Qué locura podría estar haciendo Kent?» pensaba en silencio.
Ahí encerrada era incapaz de tener calma, ideó una manera de adivinar la hora con el sonido del antiguo reloj del salón, que cada hora hacía sonar una campana, pero Clara descubrió que daba tres campanadas cada tres horas; así, cuando escuchó la triple campana supo que eran las nueve de la mañana y cuando escuchó otra vez, supo que era medio día.
Cuando Kent abrió la puerta de la habitación Clara estaba durmiendo.
—¡Levántate! —dijo Kent malhumorado
Despertó enseguida al escuchar su voz, intentaba convencerse de qué no era una pesadilla; su mente se aclaró recordando cómo había llegado hasta ahí. Se puso de pie y aletargada escuchó a Kent quien la miraba inclemente.
—Báñate y vístete, no uses zapatos, te veré en el salón —dijo Kent colocando un vestido sobre la cama y se retiró
Clara Luz restregó sus ojos y bostezó somnolienta. Quería seguir durmiendo, pero tomó la decisión de obedecer a Kent, quien sabe qué pasaría si no lo hiciera, de todos modos, no quería averiguarlo. Por la oscuridad ya debía ser de noche y una vez que salió de bañarse, se vistió, aquel vestido que Kent le había entregado era largo, de un espantoso color marrón, con delgados tirantes y en corte A.
Kent estaba en medio del salón, Clara Luz se encontró con él, miró en el reloj antiguo que estaban por dar las nueve de la noche, Kent pidió que le siguiera, entraron a una habitación con dos puertas de vitral decorado. No había muebles y estaba semi vacío, con una lámpara al fondo y algunos objetos que yacían en el suelo de madera.
—Bien —dijo Kent colocándose frente a ella —. Quiero que te acuestes sobre el suelo.
Clara Luz lo miró intrigada, se recostó sobre el suelo, era obediente, convencida de que ese hombre no la lastimaría, por lo menos, hasta ahora no había sido tan violento como creyó, excepto por aquel beso que no quería recordar, parecía inofensivo, aun así, se mantuvo alerta, porque no había más que hacer. Kent tomó cuatro velas blancas y puso una en cada extremo del cuerpo de Clara.
Después se colocó en cuclillas a lado de ella y tomó un contenedor transparente que parecía tener un polvo oscuro
—Déjame ver tus manos —dijo Kent
Ella le mostró las palmas de sus manos. Kent tomó un puñado de aquel polvo oscuro y untó en sus manos. Era tierra negra con un olor húmedo y las ennegrecía
—¿Pero...? —tartamudeó desconcertada
—Es humus, es necesario para el ritual —dijo Kent y luego de que dejó las manos de la chica en paz, se trasladó hasta los pies colocando el resto de la tierra negra. Clara lo miró incómoda, pero Kent logró su cometido.
Ella sentada, mirándose las palmas de las manos, no sabía que hacer. ¡Hubiese querido salir de aquella habitación! Kent tomó una piedra que parecía un trozo de bronce mate, sucio y abollado, y un pañuelo color dorado. Colocó aquella piedra deforme sobre la mano de Clara, quien la sometió a una observación. Le pareció una piedra sin atractivo, pero entre más la escudriñaba más brillaba.
—Sí, es oro —dijo Kent y ella se sorprendió, envolvió con el pañuelo amarillo la piedra que yacía en la palma de la mano, hasta que quedó inmóvil.
Kent tomó un frasco de vidrio que tenía un líquido color lila. Cuando lo abrió, un profundo olor a lavanda y violetas penetró el lugar. Clara disfrutó el olor, pero Kent la desconcentró cuando tomó su cabello y vertió parte de aquel líquido
—Pero, ¡¿Qué haces?! —exclamó molesta
—Debes oler bien —dijo Kent y tomó un paño de algodón, humedeciéndolo con la loción de lavandas, comenzó a frotar el paño sobre los brazos de Clara quien lo miraba aterrorizada. Kent continúo untando aquel líquido por el rostro, piernas y pies de Clara Luz, en una escena bastante embarazosa, ella evitaba cualquier contacto visual, y él parecía anhelarlo. Kent miraba sus labios con un deseo voraz, su respiración agitada le indicaba que podía tomarla cuando quisiera, ella tuvo miedo, su corazón latió de prisa, ese hombre tan fuerte frente a ella, le provocaba tantas emociones encontradas, que le impedían reconocerlas, su cuerpo temblaba al contacto, y Kent dibujó una sonrisa maliciosa en su rostro, al sentirlo. Disimuló, pero miraba sus labios con excitación, disfrutando asustar a la chica.
Kent sacó de su bolsillo un frasco con un líquido blanquecino, lo agitó
—Escucha, beberás esto y después estarás en el planeta de los muertos.
—¡Pero, yo no puedo ir, no conozco ese lugar! ¿Vendrás conmigo?
—Yo no iré, ese viaje lo harás tu sola, ahí siempre hay un guía, nadie se pierde en ese lugar. ¿Recuerdas el rostro de tus padres?
Clara cerró sus ojos y comprobó que tenía el recuerdo de la fotografía de sus padres como un tatuaje en la piel. Después asintió
—Recordar sus rostros es todo lo que necesitas para encontrarlos. Solo puedes estar ahí antes de la medianoche, te traeré de vuelta antes de esa hora.
—¿Y si no regreso a esa hora? —preguntó Clara asustada
Kent arqueó sus cejas con un gesto molesto
—¡He dicho que te regresaré de vuelta aquí antes de esa hora, y yo siempre cumplo mis promesas! ¿Por qué siempre dudas de mí? —Clara se quedó en silencio, ante aquel reproche—. No me extraña para nada, tú no confías en nadie, ni siquiera en ti misma —dijo Kent tomando su mentón obligando a que lo mirara.
Luego abrió aquel frasco y lo puso frente a ella
—Ahora bebe esto.
Clara Luz tuvo miedo, ella no quería beber nada, ¡No quería ir a aquel planeta de los muertos!, no creía en nada de eso y estaba convencida de que Kent era un enfermo de psicosis, perdido en su alucinación, ¡Ni con todo lo que había visto hasta ahora se convencía del poder que había en Kent! ¿Pero acaso él le había mostrado lo poderoso que era?
Acercó hasta sus labios aquel frasco, pero ella negó con su gesto clásico de desprecio, el hombre perdió la paciencia, con una mano apretó su nariz y empuñó el frasco hacia su boca. Cuando Clara Luz bebió, Kent la dejó paz. El agrio sabor de aquel líquido desaparecía de su boca. Se quedó quieta un momento ¡Estaba tan enojada!, que una lágrima cruzó por su rostro, cansada de ser la víctima perfecta de aquel depredador con expresión de superioridad. Kent se puso de pie.
Al cabo de unos minutos Clara Luz comenzó a sentirse muy mal, sintió escalofríos, luego sintió un terrible dolor en la boca del estómago, como si se quemara por dentro. Sudaba muchísimo y estaba mareada. De tanto dolor solo pudo recostarse sobre el suelo. Tocaba con fuerza su estómago, y se atormentaba por el sufrimiento.
—¡Me diste veneno! ¡Estoy muriendo! ¡Voy a morir! —gritó Clara hiper ventilaba y una punzada se clavaba en su pecho causándole dolor
—Tranquila, en unos minutos desaparece el dolor —dijo Kent arrodillándose cerca del rostro de Clara Luz
—¡Me duele... todo! ¡Me duele todo! —Clara lloraba, intentando respirar, pero se ahogaba
—Solo déjalo ir. Déjalo ir. Deja de luchar —estaba conmovido. Kent acarició su rostro, los ojos de ella se ensancharon en un gesto de terror, cerró los ojos como si se hubiera quedado dormida. Kent estuvo tranquilo, aunque un nudo apresaba su garganta. Tocó con sus dedos el cuello de Clara Luz, se convenció de que no había ningún signo vital, tomó una bolsita del suelo y la abrió para verter alrededor de Clara Luz arena de mar. Encendió cada vela. De pie frente a ella, le pareció que se veía más joven de lo que era.
—Las primeras horas después de la muerte no hay diferencia entre parecer dormido y estar muerto. ¿Podrías estar muerto cuando duermes? —dijo Kent, pero se decepcionó de que sus palabras no tuvieran repercusión. Volvía a estar solo, pero recordó que aún había alguien que podía escucharlo. Y salió de la habitación hacia el sótano. Mientras Clara comenzaba su viaje al planeta de los muertos.
Cuando Clara Luz abrió los ojos, parecía estar en medio de la noche, y encontró un paisaje surrealista, el cielo estaba cubierto por estrellas brillantes y tan cercanas que su luz iluminaba el lugar. El suelo estaba lleno de pequeñas rocas negras. Parecía un lugar desértico, no había nadie ahí, había cumbres rocosas, pero nada más. «¿Qué era ese lugar?» otra pregunta más importante invadió a Clara Luz. «¿Por qué no siento mi cuerpo?» pensó tan asustada. Alzó sus manos y pudo verlas, descubrió que llevaba una túnica gris hasta los tobillos, podía mover su cuerpo ¡Pero, no lo sentía! Comparó aquella sensación como a la vez que fue operada de la apendicitis y le aplicaron anestesia.
¡Ella no sentía nada físicamente, ni dolor, ni calor, ni frío, podía mover su cuerpo a voluntad, pero no lo sentía!, aquello parecía sacado de un cuento de terror, que estaba viviendo.
—¡No puede ser! ¡No puede ser! —gritó y sus palabras hicieron eco por el lugar, sintió que iba a llorar, pero ninguna gota resbalaba por su rostro ¡Quizás no lo sentía!
—Aquí las lágrimas se evaporan antes de escapar por las cuencas de los ojos —dijo una figura de voz femenina sentada sobre una gigantesca roca
Clara Luz sentía miedo
—¿Quién eres tú?
—Soy Lady Yukan, ¡Bienvenida al planeta de los muertos!
Clara dudó, aquella fémina no lucía tan diferente, era muy alta quizás del tamaño de Kent y era delgada, su cabello era corto, casi pegado a su cuero cabelludo y de un color marrón como los troncos de los árboles. Sus ojos eran del mismo color. No parecía distinta a ninguna persona que ella conociera.
Lady Yukan también la miraba confundida, no estaba acostumbrada a que los nuevos habitantes la vieran de aquella forma, pero sabía que podía esperar cualquier cosa de los muertos
—Sígueme, te enseñaré el lugar.
Clara Luz la siguió, pero Lady Yukan se detuvo y se giró a mirarla
—Generalmente cuando llegan aquí ya traen su mochila consigo, ¿Dónde está la tuya?
—No tengo mochila.
—Qué extraño —dijo Lady Yukan
—¿Esto es el planeta de los muertos?
—Así es —dijo la mujer
—¿Pero por qué lo llaman así?
—¡¿No es obvio?! ¡Porque aquí viven los muertos! —exclamó con un tono de fastidio
—¡Pero, yo no estoy muerta! —exclamó con firmeza
—Yo no me encargo de eso, debieron explicarte en la ascensión, donde también te debieron dar tu mochila.
—¡No estoy muerta!
—Y, si no estás muerta, ¿Por qué estás en el planeta de los muertos?
Lady Yukan la miró de arriba a abajo y notó algo raro sobre sus manos
—. Enséñame tus manos.
Mostró su mano derecha, aún no se acostumbraba a lo terrible de no sentir su cuerpo. Cuando Yukan miró su mano se quedó confundida
—¿Eres terrestre?
—Sí —dijo Clara Luz confusa
—¡Tu otra mano! —gritó Lady Yukan
Clara miró su mano izquierda y encontró una cicatriz horrorosa como si la piel se hubiera hundido, formando un hoyo, no dolía, pero era desagradable.
Lady Yukan sorprendida apretó su nariz y sacó de ella unos pequeños tapones oscuros. Se acercó a la joven y comenzó a olfatear su pelo. Clara la miró incrédula, aunque ya no se sorprendía por nada.
—¡Huele a lavanda!, los muertos hieden. ¡Tú no estás muerta! —dijo Yukan muy sorprendida—. ¿Cómo llegaste hasta aquí?
—Me han enviado.
—¿Quién? —preguntó Yukan expectante
—Kent.
Lady Yukan abrió bien sus ojos. Luego se giró mirando al cielo estrellado
—¡Maldito Kent! —exclamó enfurecida.