Capítulo 6. Los perdedores de corazón roto

880 Words
Kent llevaba una bandeja con pan de centeno sin cortar y llevaba una botella con agua. Cuando bajó al sótano dejó la bandeja a un lado para abrir la puerta. Aquel sonido alarmó a Leónidas, movió su cabeza de un lado a otro intentando reconocer el ruido. Había entrado con la bandeja y la había puesto sobre el suelo, muy cerca del muchacho, después le quitó la venda de los ojos. Leónidas abrió los ojos, parpadeaba y le costaba acostumbrarse a la luz. Cuando por fin lo consiguió miró el rostro de Kent con desprecio, pero en silencio. Kent tenía un gesto de satisfacción y poder, sus labios formaban una temible e irónica sonrisa —¿Tienes hambre? —preguntó Kent con sarcasmo. Sacó una navaja de su bolsillo, se puso a cortar una rebanada de pan. Después, miró al chico y tomó sus manos, cortando las vendas que las mantenían atadas, Leónidas movió sus muñecas con soltura, estaban enrojecidas y adoloridas —. Vamos apúrate a comer —dijo Kent El muchacho obedeció, estaba hambriento, había perdido la cuenta de cuántos días llevaba en ese lugar. Tomó el trozo de pan y lo engulló, con la certeza de que podía ser su último bocado, pero con la convicción de que comía para no desmayarse, aún conservaba la esperanza de salir de ahí. Kent estaba sentado a un lado, recargado contra la pared, lo observaba, no tenía más aquella pinta juvenil y atractiva que presumía cuando lo había encontrado en la convención. Si lo pensaba bien había sido demasiado fácil su secuestro, era un periodista de renombre, pero no había desconfiado de Kent cuando este le ofreció información sobre su investigación. —¡Olvidé darte la información prometida, que despistado soy! —dijo Kent burlonamente—. ¿Sabías que la curiosidad siempre mata a los gatos?, Pero, no quiero que mueras, hoy no. —¿Acaso tú mataste a esa niña? —preguntó Leónidas Kent se echó a reír. —¡Vaya imaginación! ¿Dices que yo maté a la niña que encontraste en la Torre de Belém? debió ser traumático para ti encontrar un cadáver cuando tenías solo diez años. ¿Quieres hablar sobre eso? Leónidas permaneció inmóvil, recordando ese horrible día. Aquel trauma se había grabado en su cabeza y que le obsesionaba saber la verdad sobre esa niña, pero estaba convencido de que ese psicópata no le diría nada. —No diré nada —dijo Kent afirmando, Leónidas lo observó despectivo—. Sabes, en cuanto llegue Clara Luz nos iremos muy lejos a un nuevo hogar, en cambio tú te quedarás aquí a morir. —¡Mátame si quieres, pero algún día has de pagar por ello! —dijo el muchacho enojado —¿Crees que no he pagado lo suficiente? ¡He pagado con creces!, pero ahora es mi turno de ganar —dijo Kent con voz firme —Tú nunca vas a ganar —Leónidas tenía los ojos severos El semblante de Kent se transformó en uno salvaje y colérico, sus ojos le miraban penetrantes y destellantes —Clara Luz es mía. —Yo no sé quién sea, ni me importa si es tuya o es de nadie —dijo Leónidas molesto—. ¿Acaso esto lo haces por una mujer? La mente de Leónidas había volcado a recordar si conocía a una chica con ese nombre. Hacía un gran esfuerzo, pero nada venía a su mente. No había sido un hombre de amantes. Aunque sus padres eran médicos, había desistido de la medicina por el periodismo y sus padres lo apoyaron, él había pagado sus estudios, así que su época universitaria la había pasado entre trabajos de medio tiempo y las clases. Nunca había tenido ningún desliz amoroso que le avergonzará, tampoco había tenido relaciones importantes. —¡Es mía! —gritó Kent con furia —. He terminado contigo. Mira donde te tengo, ¡Jamás la conocerás! Luego se puso de pie. Leónidas dibujó una media sonrisa en su rostro —Es tuya, porque me tienes aquí encerrado ¿Verdad? —Los ojos de Kent le miraban enormes y su rostro parecía apabullado—. Tienes miedo de que me conozca y decida quedarse conmigo —dijo Leónidas con bastante placer, solo para hacerlo enojar, y cuando vio que funcionaba se sintió satisfecho Kent hizo un gesto de enojo, se acercó al muchacho y le propinó un puñetazo en el estómago, tan fuerte que le hizo perder el aire. Leónidas tosía e intentaba recuperar el aliento, Kent volvió a atarlo de manos y cubrió su boca y ojos. Una vez que terminó, cerró con la puerta con llave. Al salir del sótano llegó hasta una habitación decorada con espejos, estaba tan enojado que los había lanzado al suelo, rompiéndolos, gritaba con todas sus fuerzas. ¡Como si aquello lo liberará de su ira!, aunque en realidad solo acrecentaba más. Se puso de rodillas en medio del suelo. Su corazón latía a mil revoluciones por segundo, sentía tanta rabia dentro de sí, que creía explotar. Quería calmarse, pero no lo conseguía. —¡¿Puede un perdedor ganar, aunque sea solo una vez?! —exclamó Kent en voz alta. Luego lanzó un grito de furia que resonó por toda la habitación.
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