Capítulo 7. El paraje de las promesas

3164 Words
Lady Yukan y Clara Luz caminaban por el planeta de los muertos. —¿Qué es lo que buscas en este lugar? —preguntó Yukan Clara se quedó en silencio, quería ver a sus padres, pero no se sentía cómoda diciendo eso  —No lo sé. —Es un problema, cuando no se sabe lo que se quiere. —¿Usted conoce a Kent? —preguntó la chica —Ojalá no lo conociera, pero sí, ha estado aquí tantas veces que ya perdí la cuenta. —¿Él puede ir y venir por aquí siempre que quiera? —preguntó Clara Luz —Ahora si puede. Piensa que eso es toda una osadía o un lujo. ¡Está tan equivocado! Podemos aplicar en Kent ese dicho de "Él que no tiene más remedio, se le deja tan libre como el viento". Hasta el propio universo ya no debe tener más expectativas sobre él, por eso está condenado a vivir como vive, piensa que es muy poderoso, pero es su última oportunidad, ¡Solo el universo creador sabe lo que le espera cuando vuelva a fallar! —dijo Yukan con frialdad, mientras volvía a sentarse sobre una roca y miraba a la chica —¿Kent ha cometido muchos errores? —Kent tiene un alma muy vieja, el problema no es cometer errores, todos lo hacemos, pero el pertenece a una extraña gama de almas que ven todo desde una forma diferente, individualista y liberal, ¡Se les olvida que pertenecen a un todo y entonces están perdidos!, ¿Por qué estás cerca de Kent, no parece que tengas el nivel de conciencia requerido para estar cerca de él? —dijo Yukan observándola —Él me secuestró. Los ojos de Yukan se ensancharon ante aquella respuesta  —Por lo visto parece que ni esta vez entenderá. Se ha intentado todo con Kent, ¡La próxima vez el castigo será mucho peor! —¿Tan malo es Kent? —preguntó Clara Luz sentándose a lado de Yukan —El alma de Kent ha cometido muchos actos negativos. Aun así, Kent ha tenido oportunidades, ha podido alcanzar niveles de conciencia tan superiores, que muchos creíamos que en su última vida física iba a alcanzar La gran llama. En cambio, cuando tuvo todo ese conocimiento, eligió volver a actuar contra sí mismo. Por eso su condena es estar con todo el conocimiento adquirido, pero vivir sin amor. Y ese, es el peor castigo. Deberá luchar por amar, o no servirá de nada todo su poder. —¿Qué es eso de alcanzar la gran llama? —preguntó Clara Luz buscando algo de sentido entre su ignorancia —Todo lo que ves a tu alrededor, pertenece a lo mismo. Todo pertenece a uno. Pero es tan complejo que, para comprenderse tiene que separarse en pequeñas partes y así, cada una de ellas pueden conocerse a sí misma una y otra vez, y después volver a él sabiéndolo todo. Y cada vez que vuelve, una de esas pequeñas partes se vuelve más grande. Alguna vez volverán a él, y será el Todo. Clara la miraba dudosa, no entendía nada  —¿Qué es el Todo? —Nosotros lo llamamos Universo, otros lo llaman la Fuente Divina, hay otros que lo llaman El Poder o La gran energía, pero quizás tú lo llames Dios —dijo Yukan —. Sin importar el nombre, lo es Todo. Clara Luz seguía sin entender, pero no parecía interesada.  «¡Debe ser un sueño!» pensó convencida —¿Por qué no perdonan a Kent?, así él puede dejarme libre. —Claro, pero ¿No crees en verdad que perdonar hará que se eximan los castigos? —preguntó Yukan —. Cada acción que haces produce una reacción en otros, sean positivas o negativas, generan un pago que debes saldar. Algunas veces a través de la vida se van saldando las deudas, pero casi siempre se pagan aquí. ¡Te mostraré, vamos, sígueme! Clara se puso de pie y siguió a su compañera. Meditaba que se podía acostumbrar a no sentir su cuerpo, aunque era extraño, no tener que preocuparse por alguna necesidad o dolor físico podía ser fácil. Subieron una pequeña colina y cuando la bajaron, se encontraron con una aglomeración de personas que caminaban de un lado a otro, caminaban por unos cincuenta metros y regresaban en línea recta. Todos vestían túnicas grises. Algunos eran simples humanos, pero otros eran diferentes, había seres que tenían piel azulada y ojos color oscuro, otros tenían cabellos en colores fluorescentes, pero en su mayoría eran semejantes al cuerpo humano. Todos sin excepción cargaban una mochila negra con un cierre dorado en la espalda. A Clara Luz le llamó la atención que algunas mochilas estaban muy pesadas, porque algunos cuerpos lucían encorvados. —¿Quiénes son todos ellos? —¿Quiénes más?, son los muertos, por supuesto. —¿Toda la gente que muere está siempre aquí? —Todos los muertos están aquí, pero no están por siempre aquí, todo tiene un ciclo que inicia en la ascensión, luego pasa por la zona de oscuridad, después van a la zona de recompensas, y finalmente llegan detrás del amanecer para volver a iniciar una y otra vez. Clara miraba a esa gente, ¡Por supuesto que no parecían muertos, pero tampoco vivos! Caminaban sin rumbo aparente y no tenían noción de la realidad, no veían a nada, ni a nadie, incluso aunque tropezarán, sus ojos estaban amoratados y hundidos, no había un rastro de emoción en sus rostros. Tan solo esas mochilas podían tener efecto sobre ellos, porque algunos se detenían intentando enderezarse sin éxito, otros acomodaban el peso de la mochila aligerándolo, Clara Luz observó que algunos abrían las mochilas, y de vez en cuando sacaban de adentro unas piedrecitas que lanzaban al suelo. La chica intentó correr a tomar una del suelo, pero antes de llegar, aquella piedra se evaporó ante sus ojos sorprendidos. —¿Por qué cargan esas mochilas? ¿Qué contienen? —Todo el tiempo que estén aquí en la zona oscura, deben cargar su mochila: contiene su deuda. Algunas son realmente ligeras, otras muy pesadas. —Pero... ¿Ellos pueden quitar el peso de su mochila, pueden lanzarla al suelo, pueden sacar todo el peso de ella? —preguntó la chica al comprender que no estaban obligados a cargarla —Exacto, ¡Esa es una brillante solución! —¿Y por qué no lo hacen? ¿Deberíamos decirles? —Ellos no escuchan a nadie, a veces solo a mí, pero no todos, y aún si les dijeras que soltarán esas cargas pesadas, no lo harían. Esas mochilas contienen tantas emociones, sentimientos, experiencias y vivencias, que se aferrarán a ella hasta que lleguen detrás del amanecer —dijo Yukan Clara Luz estaba angustiada, sentía una desesperación por ayudar a aquellas personas, Lady Yukan la observó y leyó su atormentado pensamiento —Escucha, esto lo tiene que vivir cada alma, es la única manera de avanzar, no hay ninguna ayuda que sirva en la zona oscura; ¡Pero, míralos! —dijo Yukan y señaló a una persona, ¡Tenía su mochila sobre su regazo, y sacaba de ella algunas rocas y las tiraba al suelo!, luego volvió a cerrar la mochila, pesaba, pero debía ser menos—; Alguna vez descubrirá que esa carga no le permite caminar, todas las piedras serán lanzadas al suelo, la mochila desaparecerá, para volverse invisible en su alma, y volverá a estar vacía para recibir lo que necesita. Cada piedra que abandona es un progreso, ellos no lo saben, no tienen conciencia —la voz de Yukan se volvió emocional —¡Pero alguna vez lo consiguen, y verlos caminar detrás del amanecer es hermoso! Clara intentó comprender, se distraía mirando el rostro de los que estaban ahí, buscaba un rostro familiar y era el de sus padres, pero no lo conseguía. Clara Luz vio a una persona que le recordó a su madre, fue tras ella. Cuando consiguió llegar hasta ella, descubrió que era desconocida, se alejó y entonces encontró a aquella muchachita que deambulaba entre unas rocas. Descubrió que era quien buscaba —Mamá… —susurró sin que nadie la escuchará —¿La conoces? —preguntó Yukan—. De todas maneras, no tiene conciencia, no sabe nada de ella, ni sobre ti, así que déjala tranquila. —Se llama Yovanka —dijo Clara con voz apagada. Aquella mujer se sentó sobre una roca, ella la rodeó para escudriñar su mochila. Abrió el zíper y miró adentro de la mochila. Observó cientos de piedras transparentes de varios tamaños, de pronto de la mochila se originó un sonido ensordecedor: ¡Llantos desgarradores, gritos furiosos, palabras de odio y alaridos de dolor!, retumbaron entre el silencioso planeta —Pero, ¡¿Qué haces?! —preguntó Yukan desconcertada Clara aterrorizada por aquel sonido, apenas pudo cerrar la mochila. Yovanka se fue lejos con su mochila, sin dar importancia. —¡Es todo el dolor que causaron! —exclamó, quería llorar, pero no podía. —Y también el dolor que sufrieron, y todo eso que no les permite evolucionar. ¡Pero, observa por allá, una vez que descubren que solo deben dejarlo ir, pueden cruzar al otro lado! —dijo Yukan mostrándole a una persona que se dirigía hacia el norte, sin mochila, a lo lejos un amanecer iluminaba un bosque repleto de árboles—. ¿Por qué querrías ir ahí? —Usted también lee mi mente —dijo Clara casi decepcionada—. Kent también lo hace, lo detestó. —A mí también me molesta —dijo Yukan arrepentida—. No lo volveré a hacer. La próxima vez que Kent intente leer tu mente puedes evitarlo, si así lo quieres. Piensa en un momento muy feliz que hayas experimentado, y consérvalo en tu mente, eso impedirá que alguien lea tu mente; es un truco muy antiguo. —Gracias. Clara se levantó y comenzó a caminar hacia el norte, era seguida por Lady Yukan. Una vez que estuvo frente a ese bosque se detuvo, estaba iluminado por el amanecer —¡Espera! —dijo Yukan alarmada—. ¿A dónde crees que vas? —Cruzare al amanecer. —No puedes hacerlo, solamente los muertos que han pasado la zona oscura pueden atravesar. Deberías volver al lugar donde viniste. —No quiero volver con Kent —dijo al recordar que le temía demasiado y aquel lugar era menos tenebroso que estar junto a él —Todo sucede por algo, Kent solo puede salvarse si hace las cosas bien una sola vez, o quizás, sí un alma pura se atreve a rescatarlo. —¿Cómo se puede rescatar a alguien que no quiere ser salvado? —preguntó Clara Luz confundida —Hay muchas formas de salvar un alma, incluso si tenemos que sacrificar la nuestra. Todo es válido si se trata de salvar un alma. —No lo haré. ¡No volveré! —dijo Clara Luz y comenzó a caminar rápido internándose en aquel bosque, escuchaba a Lady Yukan gritarle que volviera, ella se había quedado parada en el límite de la zona oscura y no se atrevía a cruzar. Clara Luz dejó de escuchar su voz. Y descubrió que cada paso que daba su cuerpo se ralentizaba. No sentía nada, se daba cuenta de que no avanzaba, ¡Tuvo mucho miedo!, si se quedaba ahí sostenida por siempre sería catastrófico y se preguntó si Kent sería capaz de rescatarla. Un momento después pasó, Clara imaginó que era como haber pasado sobre una burbuja que había reventado. Y se odió por haber recordado a Kent, y desear que la salvará. «¡Le aborrezco y jamás será un héroe!» pensó en su mente. Al caminar unos pasos observó aquel amanecer, el reflejo de un gigantesco Sol estaba iluminando todo, y aquella luz podía ser cegadora, pero Clara se daba cuenta de que ella podía ver los rayos sin parpadear. Caminó sin detenerse, y una vez que lo hizo descubrió que la luz se volvía más brillante, cerró sus ojos, temía que estuviera incendiándose todo. Lady Yukan la miraba desde el límite de la zona oscura y cuando la vio cruzar el amanecer gritó sorprendida —¡Solo un alma pura puede atravesar el amanecer! Cuando Clara Luz abrió los ojos encontró un lugar diferente y especial; ahí todo estaba verde, tilos enormes, flores y cascadas de aguas cristalinas decoraban aquel espacio. «¡Es como un paraíso!» pensó. Había personas deambulando por aquel lugar, vestían túnicas de un color dorado satinado, pero Clara destacaba con su túnica gris y opaca. Toda la gente parecía feliz, platicaban, algunos descansaban y disfrutaban la compañía de muchos animales; ¡Gatos, perros, pájaros, incluso leones, serpientes y arañas, estaban cerca sin que nadie se preocupara! Clara caminó por el lugar, no podía sentir nada físicamente, pero en su interior se sentía plena. Admiraba aquel bello paraíso, sonreía hipnotizada por su belleza —¡Tú no perteneces aquí! —gritó un hombre que había cruzado su mirada con ella, Clara se asustó no quería ser expulsada de ese lugar—. Esté no es el paraje de las promesas. Pero, creo que tú no eres visitante, tu ropa parece de la zona oscura, ¿Qué haces aquí? —Yo necesitaba un refugio donde esconderme, usted no puede expulsarme, aquí todos están bien, ¡Yo necesito estar bien! —dijo Clara intentando convencerlo Aquel hombre de grandes ojos grises la observaba con un gesto de intriga —Está bien, no voy a acusarte. Todos merecen tener su lugar especial. —Me llamo Clara Luz. —Bueno, aquí no nos llamamos por un nombre, pero me puedes llamar por mi último nombre: Santino. Clara sonrió —¿Qué es este hermoso lugar? —Casi siempre lo llamamos la zona de las recompensas, pero supongo que puede llamarse como quieras. Todos los que estamos aquí disfrutamos de esto, luego caminamos hacia el sur y entonces volvemos al inicio. Pero, solo cuando estamos listos. —¿Y qué hay más allá? ¿Es mejor que esto? —preguntó Clara Luz —Creo que es algo subjetivo. Por ejemplo, aquí es mi dulce lugar, no quisiera dejarlo, supongo que en algún momento debo abandonarlo y volver al principio. —Si estuviera en tu lugar me quedaría para siempre aquí —dijo Clara —No se puede. Por supuesto que volveré al principio, pero lo haré cuando esté listo y una vez que lo haga iré al Sur, planearé toda mi nueva vida y entonces iniciaré otra vez —dijo aquel hombre con ojos soñadores —¡Ojalá hubiera planeado mi vida desde un inicio, quizás no estaría en estos dilemas! —¡Pero, tú lo has planeado todo! —dijo el hombre sorprendido—. Desde el color de tu cabello, incluso hasta el día en que vuelves al planeta de los muertos. ¡Todo lo planeamos nosotros mismos! Clara Luz le miró confundida  —¿Qué se siente estar muerto? —No se siente nada —dijo Santino con la mirada perdida—. Al principio es difícil acostumbrarse a no sentir, pero luego te adaptas. Quizás en el camino se pierde un poco la cordura, pero está es la zona de las recompensas, aquí puedes disfrutar de toda la paz, ¡El silencio, la calma, los colores naturales, todo es posible!, nuestra conciencia es amplia, aquí recordamos cada experiencia de todas nuestras vidas y también nos liberamos de todo aquello que nos mantiene anclados. Interrumpieron su plática cuando vieron a un par de personas en una especie de burbuja transparente. Clara miró anonadada aquella situación —¿Qué es eso? —Eso es el paraje de las promesas, a veces puedes traer a la gente que más amas hasta aquí, incluso si ellos no están muertos —dijo Santino, mientras Clara Luz estaba atenta—. Ellos pueden pensar que fue un sueño, pero solo podemos traerlas aquí sí en verdad las amamos. —¿Tú has traído a alguien? —preguntó Clara Luz Santino no respondió, asintió. Luego caminó hacía un gigantesco árbol atrayendo a Clara hacia él. Había una caja de madera sobre las raíces del árbol. —Es nuestra cápsula de los recuerdos —dijo y luego quitó la tapa de madera—. Todos dejamos algo aquí. Algo que nos une demasiado a la vida física, puede ser cualquier objeto material que recuerdes. Es como un intercambio; entregas algo valioso, a cambio de disfrutar una recompensa mayor. Clara miraba complacida cada uno de los objetos de aquella caja, había objetos tan hermosos, como raros. —No perteneces aquí, y en víspera de que debes irte, te dejaré tomar un objeto como un souvenir. Para que te sea útil en tu vida física —dijo Santino Clara sonrió, con un semblante triste, ¡No quería irse!, pero ella misma sentía que estaba llegando la hora de partir —¡Toma el que quieras, pero solo puede ser uno! Clara Luz comenzó a remover aquellos objetos inquieta por elegir el más peculiar y perfecto. Movía cada cosa, pero estaba indecisa, de pronto miró un par de colgantes que estaban entrelazados, cada uno poseía una figura de una llave antigua, estaban pintados uno de n***o y otro de azul turquesa, habían llamado mucho su atención, como si los hubiera visto antes, pero no estaba segura, fue entonces que miró aquel mango que parecía como de espada, era de bronce. Lo tomó entre sus manos y lo observó, miró un pequeño botón en la empuñadura y lo oprimió, ¡Emergió una hoja afilada y curvada de hierro! Clara Luz se sorprendió al verla y desertó los collares pidiendo la Hoz como souvenir. —¡Es una Hoz del planeta Hansti, son tan filosas que pueden cortar cualquier materia física en el universo! Si tu mundo es tan cruel para elegir una Hoz, entonces has hecho una buena elección —dijo Santino De pronto un fuerte viento comenzó a soplar. Clara buscó a Santino a su lado, pero descubrió que ella flotaba entre el viento, aquel hombre estaba de pie sobre aquel suelo observándola. ¡Le gritaba algo que ella no podía escuchar! pero la miraba sonriente. Clara Luz miraba su mano sosteniendo la Hoz, no sabía si podía hacerlo por mucho tiempo. Comenzó a sentir sus manos que con fuerza sujetaban aquella herramienta para no perderla, estaba mareada de flotar entre el viento y su cabeza dolía como si se estuviera partiendo en dos pedazos, y entonces comenzó a girar tan rápidamente que creyó que se desmayaría, hasta que sintió que estaba cayendo. ¡Gritaba enloquecida porque esperaba un terrible golpe! Cuando sintió que estaba por tocar el suelo, abrió sus ojos para encontrarse sobre el suelo de madera en la mansión de Kent. Respiró con angustia, miró las velas blancas encendidas a su alrededor y olió la lavanda impregnada en su piel.
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