Capítulo 8. Humillación y poder

1596 Words
Se enderezó sobre el suelo, sentía demasiado cansancio y sus ojos estaban llorosos. Cuando miró sus manos, se apuró a desatar el listón amarillo y quitar la piedra de oro que estaba sobre la palma, había quedado una marca ennegrecida, pero que de seguro el tiempo borraría.  Cuando miró al suelo vio la empuñadura de bronce brillando ¡Era la Hoz!, Clara sonrió feliz de haber conservado un recuerdo de aquel hermoso lugar. Todo su cuerpo dolía se había acostumbrado a no sentirlo, pero sabía que pronto se adaptaría de nuevo a él, tomó la hoz entre sus manos sucias por el humus, y caminó fuera de la habitación dejando la puerta entreabierta. La mansión estaba en silencio y no encontró ni rastro de Kent, aquello la complacía porque no tenía ganas de verlo, así que, aprovechando su soledad, intentó escapar, al no conseguir una salida, fue hasta el lugar donde dormía. Necesitaba orinar y lavarse las manos. Cuando llegó hasta la habitación dejó la hoz sobre la mesa que estaba afuera del cuarto de baño y entró de inmediato. Orinó, lavó sus manos con agua y jabón, una vez que las tuvo limpias bebió agua sobre sus manos porque moría de sed, lavó su rostro y se miró en el espejo mientras lo secaba. Le parecía que se veía mucho más vieja que la última vez que se había observado. Luego se sentó sobre el excusado. Estaba tan exhausta y pensó en todo lo que había escuchado en aquel lugar, intentaba buscar algún sentido de todo eso. Faltaban menos de ocho minutos para la media noche. Kent salió del salón, pisando los cristales de los espejos que había roto. Pero cuando descubrió la puerta entreabierta se detuvo en seco. Se apuró a entrar y cuando la encontró vacía enloqueció, salió rápidamente de la habitación pisando muy fuerte. Caminó de un lado a otro, a punto de estallar de rabia, logró respirar, volviendo a su inteligencia y cordura. Si bien Clara Luz no estaba en la habitación, debía estar en algún lugar de la mansión, porque no había ninguna forma de escapar, y él lo sabía. Así que comenzó a buscarla por cada rincón —¡Clara Luz! —gritaba desesperado buscándola, mientras se acercaba a la habitación donde ella dormía Cuando Clara escuchó la voz de Kent, salió como una bala fuera del cuarto de baño. Iba tomar la hoz para ocultarla, pero Kent había entrado antes de que ella lo hiciera, así que la ocultaba en su mano, colocándola detrás de su espalda para que no la viera. Kent estaba frente a ella, respiraba como si se estuviera ahogando, no era más que un efecto de la rabia contenida a punto de explotar —¡¿Como llegaste hasta aquí?! —preguntó molesto —Yo... no lo sé. —¡¿Cómo volviste?! —gritó Kent —¡Hubo un viento y de pronto comencé a caer y desperté! —exclamó Clara con el fin de tranquilizarlo —¡No pudiste sentir nada en la zona oscura! —dijo Kent frustrado —. ¿Como volviste? Explícame —dijo el hombre y caminó hacia ella tomándola de los hombros con fuerza. Clara intentaba calmarse. Tenía miedo. —¡No lo sé! —¿Qué es eso que escondes de mí? ¿Qué tienes en tus manos? ¡Muéstramelo! —dijo Kent con firmeza Clara Luz se quedó inmóvil, se negaba a entregarlo, incluso meditó la posibilidad de liberar la hoz y atravesar a Kent con ella ¡Un escalofrió le recorrió el cuerpo!, aquel pensamiento rencoroso le había provocado miedo. Pero, Kent no estaba dispuesto a escuchar un no. Y sujetando con fuerza su brazo la obligó a mostrar lo que había escondido. Kent se había puesto pálido al mirar aquel objeto —¿De dónde lo sacaste? —dijo Kent—. Es una Hoz. —Me lo regalaron, estaba en la cápsula de los recuerdos —dijo Clara —¿Quién te lo regaló? —preguntó Kent —Fue Santino de la zona de las recompensas. —¡¿Estuviste en la zona de las recompensas?! ¡No es cierto, nadie puede entrar ahí, al menos que estés muerto! —exclamó perplejo —¡Sí que lo estuve! —dijo Clara con voz firme—. Ahora dame la hoz, ¡Es mía! Kent la miró extrañado, terminó por entregarle la hoz, ella la dejó sobre la mesita que estaba detrás. Kent se sentó en el borde de la cama, colocó las manos sobre su cabeza, se veía cansado, como si no hubiese dormido en varias noches —¿Viste a tus padres? —Vi a mi madre —dijo Clara Luz con voz apagada —¿Y entonces, ya sabes por qué te abandonaron? ¿Sabes cómo murieron? —preguntó Kent Clara Luz negó  —No lo sé. —Entonces, no averiguaste nada, ¿No viste en su mochila? ¡Solo debías sostener alguna de esas piedras! —dijo Kent sorprendido y con las cejas arqueadas —No quiero saberlo, no me interesa. —¡Cómo que no! ¿Cómo qué no? —dijo Kent para levantarse bastante perturbado por lo que la chica decía —No importa lo que mis padres hayan hecho, eso no tiene nada que ver conmigo. Incluso si ellos decidieron abandonarme fue lo mejor que pudieron hacer —dijo Clara con los ojos nublados Kent estaba impactado ante sus respuestas —¿Qué? —dijo turbado, observándola con gran intriga —A veces también una forma de amar es dejar ir —dijo Clara Luz Kent comenzó a reír. —Esa es la frase típica de los mediocres y los débiles para justificar su falta de valor —Clara Luz se limitó a asentir—. ¡Estás derrotada Clara Luz Galland! —exclamó Kent, mientras la miraba de arriba a abajo con voz amarga —Incluso perdiendo se puede ganar —dijo Clara Luz muy convencida Kent la miró seriamente, consternado por las palabras que decía. Aquella frase parecía tener un significado especial que solo él entendía. —¿Eso crees? —preguntó Kent con una voz demasiado tranquila, que hizo que Clara se pusiera sobre aviso, era casi un susurro, y su mirada impenetrable y esmeralda la recorrió sin vergüenza Ella asintió, pero Kent caminó hacia ella, cruzando su distancia íntima. Ella quiso dar un paso atrás, pero se topó con la pared limitando sus movimientos. Él estaba demasiado cerca de ella y la miraba de esa forma que ella odiaba, ese gesto de vanagloriarse de su poder, que la hacía sentir tan humillada —Quiero que me hagas ganar, aunque sea solo una vez —dijo Kent con voz susurrante, ronca, y acercó peligrosamente su rostro al de Clara Luz—. ¿Podrías hacerlo? —preguntó Kent, ella pudo sentir su cálido aliento y un olor a whisky y menta la impregnó Clara Luz negó. Kent sonreía suavemente, sus ojos estaban perdidos en los ojos de Clara, que le miraba aterrorizada, pero Kent prefería eso a aquella mirada de desprecio. Ella sentía que su corazón latía muy fuerte, pronto recordó a Lady Yukan; sus últimas palabras sobre salvar un alma comenzaron a rondar por su mente. Kent en cambio la miraba implacable y sin tregua, deslizó su mirada a sus labios y optó por dejarse llevar, cerró sus ojos, besó sus labios. La chica se había quedado inmóvil con los ojos cerrados, no podía moverse y aunque quería alejarlo de ella, se debatía entre el temor y la obligación. Kent se había abandonado ante el deseo y la gratificación. Cuando la tomó de la cintura y la acercó a él, aquel beso se volvió mucho más apremiante. Su cuerpo reaccionó con vehemencia, su piel se estremecía y tenía una enorme erección, el calor lo quemaba. Clara Luz intentaba corresponder, pero no tenía el suficiente ardor, que parecía quemar a su acompañante. Esto no parecía importarle a Kent, ¿Quizás la llama de su amor era capaz de incendiarlos a los dos? Kent tomó el rostro de Clara entre sus manos, sin dejar de besarla con pasión y la hizo caminar unos pasos, débilmente, hasta que la recostó sobre la cama. Ella se asustó, pero él no abandonó sus labios, ella intentó permanecer ahí y dejarse llevar, cerró los ojos con fuerza queriendo sentirse cómoda, pensaba en la zona de las recompensas y sus majestuosos paisajes, hasta que un recuerdo surgió desde lo más profundo de su alma; entonces los labios de Kent ya no eran de él, ¡Si no los de otro!, aquella forma de besar era diferente: dulce, limpia, apasionante y amorosa tan intensa que apenas podía respirar. Kent estaba perdido en esa mágica y placentera respuesta que Clara estaba teniendo y se detuvo un momento para recuperar un poco de aliento —Lux… —dijo Clara Luz, casi como un murmullo Los ojos de Kent, atormentados, se habían transformado en dos rocas de hielo verde, envenenadas de frustración e ira. Clara ni siquiera parecía consciente de sus palabras, pero cuando Kent apretó con fuerza su rostro con la mano, ¡Fue víctima del pánico! —¡¿Qué fue lo que dijiste?! —exclamó el hombre con rabia Entonces, los gritos de Clara Luz resonaron por toda la mansión. Leónidas Garreti lloraba en el sótano al escuchar los gritos de auxilio, que parecían provenir de todas partes, no podía hacer nada por ayudar, se sentía la escoria más inútil del planeta, sin embargo, sabía que jamás olvidaría aquellas súplicas.
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