NO ES UNA PETICIÓN, ES UNA ORDEN.

1089 Words
Estoy por irme cuando me detiene sutilmente del brazo—. Aprende este mandamiento —se acerca y me susurra rosando la oreja—. No codiciar los bienes ajenos —se aleja en retroceso, mirándome fijamente y con una leve sonrisa marcada en su rostro. Sin poder articular una palabra, porque no tengo defensoría ya que estoy incumpliendo el último mandamiento, me doy la vuelta y salgo de esa casa a toda prisa. Cuando voy por medio camino miro hacia atrás, lo veo parado en una de las ventanas, con su mirada puesta en mí. Suelto un suspiro, dejo rodar el nudo de mi garganta e ingreso a la mansión. Estoy por subir las escaleras cuando llega mi madre. —Cariño ¿Cómo has pasado? Estoy nerviosa. El momento que pasé con ese hombre me dejó con los pelos de punta. Trato de que mi madre no note mi nerviosismo, pero es imposible, ya que Easton aparece. Se saludan con palabras cariñosa, incluso con muestras de cariño, por lo que algo dentro de mí se rompe y no sé porque carajos me siento así. Dejando rodar el nudo en la garganta me alejo de ellos, subo las gradas y voy hasta mi habitación. Estando ahí camino de un lado a otro, traqueteo los dedos pensando en hacer algo para quitarme esa sensación que ese hombre provoca en mí. Veo el computador en mi cama, voy hacia él, lo abro y empiezo a chatear con mis amigas, incluso con Galo. “Adivina qué, hermosa” “Ya dime, no puedo adivinar sin verte a la cara” “Ok. Convencí a mi padre de que me dejara mudarme ¿y qué crees?” “¿Vienes a San Francisco?” Espero ansiosa su respuesta, cuando afirma que vendrá grito como una loca. Creo que al fin tendré con quien desahogarme y dejar de tener pensamientos impuros con el esposo de mi madre. Eso sucederá dentro de unos meses, hasta mientras, debo empezar a salir, conocer más gente en este lugar y así poder tener con quien platicar, porque hasta que llegue Galo, me volveré loca estando encerrada. En la noche, cuando bajo a la cena solo se encuentra mi madre en el comedor. Agradezco que ese hombre no esté, porque así puedo tener una conversación fluida con mi madre. —No quiero pasar mis días encerrada, quiero empezar a aplicar para las universidades. —No tengo tiempo para llevarte. —Puedo hacerlo sola. Tampoco es que sea una caída de la maca. —¿Quieres dinero? —No. Tengo mis ahorros —después de todo William Mitchell no fue un mal padre, siempre pagó mis estudios, me alimentó, incluso me dio mi mesada semanal, la cual fui ahorrando—. Compraré un auto… —No es necesario que compres —Escucho esa voz y mi cuerpo se tensa—en casa hay muchos, incluso puedes pedirle al chofer que te lleve y te llevará donde quieras. Agradezco, pero insisto en querer comprar mi carro. —¿Y sabes manejar? —Pregunta y sin mirarlo a ver asiento. Gracias a Galo aprendí, incluso saqué mi licencia de conducir—. Bien, entonces mañana vamos por tu carro. —¿Vamos? —Si. Los tres —dice sonriéndole a mi madre. Mientras le agarra la mano deja un beso en esta y me mira—. ¿O no quieres que tus padres te acompañen? —No eres mi padre —le digo y una leve curva se asoma en sus comisuras. —Cariño… —Bueno, podría serlo… si es que quieres, claro está. No respondo, me concentro en terminar mi comida. Quiero salir huyendo de este comedor, encerrarme en la recámara y no verlo. Carajo, como es que de un momento a otro tengo que andarme escondiendo. Al día siguiente me levanto pasada las nueve de la mañana, me doy un baño y me preparo para salir. Desayuno y salgo. El chofer se ofrece a llevarme porque tiene ordenes de llevarme a comprar el auto. Me subo sin chistar. De camino al almacén de automóviles tengo una mena conversación con el chofer. Creo que si él hubiera ido a retirarme al aeropuerto ya habría tenido un amigo. Pero nunca es tarde para empezar una amistad con alguien. Bajo del coche con una gran sonrisa dirigida a él, cuando voy hacia el interior del almacén me encuentro con esa alta figura. ¿Qué hace él aquí? ¿Por qué ha venido? —Es ella, atiéndanla bien. Pide a la empleada que se acerca a mí. La mujer me sonríe amablemente y me invita a pasar. Camino junto a ella sin despegar la mirada de ese hombre que nos sigue. —El señor Richardson nos pidió los autos más exclusivos del mercado, y son estos, puede elegir el que desee. —El señor Richardson no es quien va a comprar, soy yo. Y quiero un auto menos costoso. —El coche ya está pagado señorita —dice con una amplia sonrisa. Le pido me deje sola con él. Luego me arrepiento porque los espacios solitarios junto a este hombre se vuelven calientes. —No quiero que pague mi auto, señor Richardson, puedo pagarlo… Se acerca, dejándome anonada con la fragancia que se carga—. Quiero darle un regalo de bienvenida a mi querida hijastra —veo el movimiento de sus labios, los cuales se mueven sensualmente. Lo tengo tan cerca que parece va a besarme. Mi estómago se eleva, como si mariposas aletearan alrededor o lo cargaran entre sus alas—. Y no está en discusión —se da la vuelta, le hace señas a la mujer que nos atendió—. Prepárele el rojo, es su color favorito. ¿Mi color favorito? ¿cómo sabe que es mi color favorito? Estoy por recriminarle, no obstante, se aleja para contestar una llamada. Habla en turco, y es un idioma que desconozco por lo tanto no puedo saber lo que dice. Suelta una carcajada y me mira, profundiza su mirada poniéndose serio. Al cortar la llamada guarda el móvil en uno de sus bolsillos, y las manos igual—. Me iré, y por la tarde quiero ver ese auto en casa. No es una petición, es una orden. Abro la boca para replicar, que no es nadie para darme ordenes, pero él cubre mis labios con su dedo índice, lo cual provoca una descarga eléctrica que llega hasta el centro de mis piernas—. Calladita, te vez muy hermosa.
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