Mi pecho salta como si hubiera corrido un maratón. Hay una fiesta en mi interior por aquellas palabras. Se aleja, dando pasos hacia atrás. En el tercer paso se da la vuelta y se marcha sin mirar atrás.
—¿Lista para dar su primer paseo en el auto?
Pregunta mientras coloca las llaves en frente.
—No —digo decidida a no hacer lo que ese hombre quiere—. Dame el blanco.
—Pero…
—Dijo que eligiera el que yo quería ¿Cierto? —asiente—. Entonces dame el blanco.
La mujer va por las llaves del blanco, las tomo y subo al coche. Manejo durante varias horas por las hermosas calles de esta ciudad. Es impresionante las vistas que tiene.
En la tarde llego a casa, estaciono mi coche en frente para que lo vea. Contenta voy hacia donde me dijo Lino que podía encontrarlo, no obstante, me dicen que fue despedido.
—¿Despedido? ¿Pero por qué?
—No lo sé señorita. Solo sé que el señor Easton lo mandó a llamar y luego volvió con su liquidación.
Easton, ese miserable.
Entro a casa, lo veo parado en una de las ventanas frenteras, pienso en cuestionarle por el despido de Lino, pero antes que lo haga dice—. Si vienes a preguntar por qué lo despedí, fue porque estaba muy coqueto con mi hija…stra.
Lo miro y ladeo la cabeza.
—¿Algún problema con eso?
—Ninguno. Es su casa, son sus empleados, puede hacer y deshacer.
—Qué bueno que lo tengas claro —dice al levantarse y caminar a paso lento—. Todo lo que está de esa puerta para acá, me pertenece. Lo tomo y lo desecho el día y el momento que quiera.
Un nudo se atasca en mi garganta cuando camina a mi alrededor y se detiene detrás, traza líneas por mis hombros y vuelve a recalcar—. ¡Todo!
Enderezándome, musito—. No todo —giro el rostro en su dirección encontrándome con el suyo—. Yo no le pertenezco —curva los labios y vuelve a decir.
—Todo lo que hay en esta casa, se mueva, o no se mueva, me pertenece.
Dice y se va. A unos cuantos pasos se detiene y musita—. El blanco me encanta, buena elección —. Suelto un suspiro y me pregunto a que se refería con. “Todo, se mueva o no se mueva”.
Le restó importancia porque Easton Richardson no va a acomplejarme. Tengo que sacarlo de mi cabeza, dejar de pensarlo y añorarlo como lo he venido haciendo en esta semana. Y para eso tengo que mantener mi mente ocupada. Hasta que empiecen las clases me inscribiré en algún curso de lo que me apasiona.
Paso toda la tarde buscando algo que me inspire en la profesión que quiero. Señalo algunas para luego comunicarme o realizarles una visita.
Estoy en eso cuando llega mi madre. Pasa por mi habitación a ver como estoy. Le hago saber que bien, pero es ella la que no se ve nada bien, parece a llorado, le pregunto que tiene y asegura que nada, se marcha dejándome intrigada, se encierra en la habitación, aunque no me abre la escucho llorar. Toco la puerta sutilmente y me pide que no la moleste.
Pienso en que pudo pasarle para que esté así, lo primero que se viene a mi cabeza es que discutió con su esposo. ¿Pero en que momento si Easton ha estado en casa toda la tarde y ella recién llega? Seguramente lo hicieron por teléfono.
Bajo a la sala, me encuentro con una de las empleadas y le pregunto dónde está el señor, ella responde que se encuentra en el estudio de arte. Así que ha sido el estudio de arte esa pequeña casa.
Voy hacia allá. Cuando paso la alberca dudo, porque estar a solas con ese hombre me deja inerte y altera mis hormonas.
Dejo de pensar en esas cosas y me decido a ir. Lo hago muy rápido porque no quiero arrepentirme. Al llegar toco la puerta, estoy por abrir cuando esta se abre. El alto hombre no me mira, solo mira hacia la mansión, de pronto me agarra del brazo y de un tirón me deja a dentro. Cierra la puerta y se da la vuelta.
—¿A que vienes? —pregunta fríamente mientras va hacia la habitación donde se encuentran los cuadros.
Intrigada me quedo porque me ingresa de un tirón, luego se aleja como si lo hecho fuera normal. Voy hacia la habitación, al llegar a la puerta me detengo. El señor Richardson se encuentra pintando. La imagen que pinta es la misma que vi ayer.
—¿Me dirás a qué viniste? Porque a verme pintar no fue ¿cierto? —me mira con sus profundos ojos.
—Eh… es mi madre. Ya llegó.
—¿Y? —replica sin importancia—. Vive aquí ¿no? —me mira. Aparto la mirada y la poso en el cuadro. La imagen que tiene es una cabaña en medio del bosque. En una de las ventanas hay una joven—. ¿Te gusta?
Soltando el aire retenido le miro—. ¿Quién es la mujer de la ventana? —vuelve la mirada al cuadro y sin responder sigue pintando—. Mi madre está encerrada llorando en la habitación ¿sabe qué le pasa?
—La mujer de la ventana es alguien que buscaba amor, y cuando creyó haberlo encontrado terminó siendo prisionera de aquello —explica mientras deja las pinturas, seguido cuelga la cortina y se gira para petrificarme con esa mirada—. Respondiendo la segunda pregunta, Barbi debió obtener nuevamente malos resultados.
—Re… resultados ¿Qué tipo de resultados? —Tartamudeo porque lo veo venir.
—Quiere tener un hijo, un hijo mío y de ella. Pero el tratamiento no funciona —explica ya estando cerca. Trago gruesa saliva y reculo.
—Un hijo —sigo reculando—. Pero… pero ¿Por qué realiza tratamiento si ella puede embarazarse normal?
No sé en qué momento crucé el espacio del pasillo, pero ahora mismo estoy recostada en la pared, él en frente de mí, con una mano apoyada en la pared, y otra dirigiéndose a mi cara.
—Podía, pero luego de que tu naciste, tu padre le obligó a realizarse más de un aborto porque todas las ecografías decían que eran mujer, y él quería un varón. Eso le dejó el vientre débil, sin posibilidades de embarazarse. Alguien le dijo que con un tratamiento podía hacerlo, no obstante, han sido inútiles —habla tan cerca de mí, que su tibio aliento abriga mi rostro. Estoy conteniendo la respiración, porque este hombre me quita las ganas de respirar.