Terminando de acomodar mis prendas acomodo los obsequios que he recibido desde que cumplí catorce. En cada cumpleaños recibía un regalo con una tarjeta y una frase escrita en esta. Una frase muy extraña, pero me gustaba.
Al principio creía que era de mi madre, sin embargo, la primera vez que llamó y le pregunté por esos regalos dijo no saber de lo que le hablaba, sobre todo, que no conocía donde estudiaba por eso nunca envió un regalo. Pero sabía dónde vivía y nunca me envió un regalo, tampoco me llamó a darme mi feliz cumpleaños.
¿Todo eso se lo habrá prohibido mi padre?
Otra vez las preguntas, las cuestiones que me dejan un sabor amargo de boca, porque ahora que veo el panorama desde acá, me doy cuenta de que mi madre tenía todos los medios para pelear por mí, incluso para comunicarse conmigo, sin embargo, no lo hizo, y si no lo hizo es porque no me quería cerca, o tal vez su esposo no quería lidear con una niña a punto de ser adolescente.
Seguramente eso fue, por eso ahora que soy mayor de edad, mi madre pudo comunicarse conmigo y proponerme a vivir con ella. Yo, buscando la mínima posibilidad que le impidió a mi madre hacer todo lo que una madre que ama a su hija hiciera para tenerla a su lado.
…
Terminando bajo, una empleada me espera en el pie de las gradas. Seguramente espera por mi para llevarme al comedor, ya que puedo perderme en esta enorme mansión, la cual parece un castillo de antaño.
Sigo a la mujer, vestida con un perfecto uniforme blanco, no hay arruga ni manchas en ese uniforme, parece recién comprado, o definitivamente las empleadas no se ensucian al momento de hacer la limpieza.
Al entrar al comedor, lo primero que veo son sus ojos fijos en esta dirección. Es tan intensa su mirada, que me obliga a apartar la mía y hacer un recorrido por la mesa, y es ahí donde me percato que mi madre no está.
Estoy por preguntar por ella cuando aparece diciendo―. En un momento servirán la cena.
Me pide que me acomode en una de las tantas sillas vacías. Lo hago en la más cercana, con la mirada posada en el centro de la mesa, sintiendo mi mejilla izquierda quemar.
Cuando colocan la comida, mi madre cierra los ojos y empieza a orar ¿es devota? No sabía que fuera creyente del de arriba, quizás después de traicionar a mi padre se hizo religiosa.
Sin poderlo evitar llevo la mirada a él, quien luego de una mirada intensa me guiña el ojo, produciendo una explosión de pirotecnias en todo mi vientre y salpicadas eléctricas en mi piel. Joder, no había existido un hombre que solo con una mirada me tensara, peor aún, con un giño de ojo me hiciera humedecer las bragas.
Los días pasan lentos y aburridos, porque mi madre y aquel hombre pasan en el trabajo. Ya llevo una semana aquí y no he podido pasar tiempo con ella.
He pasado encerrada en esta enorme mansión, explorando cada rincón de este lugar. En una semana he recorrido cada espacio de esta mansión, menos la pequeña casa que se encuentra alejada de este palacio.
Hoy decidí aventurarme a ese sitio, descubrir que hay o quien habita en ese lugar. la puerta principal está abierta, por lo que me es fácil ingresar.
Desde la mansión la casa se ve pequeña, pero ya estando aquí, veo que es grande, parece como si fuera la casa de los empleados. Si no hubiera otra más grande que esta, creería que aquí viven los empleados.
Camino lentamente, pasando los dedos por los cuadros que cuelgan en las paredes, esperando encontrar polvo, no obstante, esto está totalmente limpio, parece que aquí habitara alguien.
Llego hasta una de las habitaciones, abro la puerta y me encuentro con varios cuadros. Varios están cubiertos con sábanas, solo uno, el que parece aún no está terminado está descubierto. Me acerco para ver las imágenes de los que están cubiertos, cuando estoy por descubrirlos escucho esa voz y me congelo.
—¿Qué haces aquí? —Quita mis manos del trapo que cubre el cuadro, aleja este de mí acomodándolo cerca de la pared, una vez acomodado se gira y me petrifica con la mirada—. ¿No te enseñaron a respetar los lugares privados?
Conteniendo la respiración, porque es la primera vez que me encuentro a solas con él, digo—. Alguien se robó a mi madre cuando yo era una niña, y no tuve un padre que se preocupara por enseñarme esas cosas.
Sus comisuras se curvan en una sonrisa, toca con las yemas de sus dedos la punta de la nariz, vuelve la mirada a mí y musita—. ¿Y qué otra cosa no sabes? —Viene hacia mí, dejando mis pies sembrados y mi cuerpo inmóvil—. Digo, porque yo podría enseñarte lo que tus padres no te enseñaron. Al fin de cuentas, soy tu nuevo padre ¿No? —se ha detenido a unos cuantos pasos de mí, dejando su mirada fijada en mis labios. Lo sé porque sus parpados no están al nivel que deberían estar si la mirada estuviera al frente.
—Muchas cosas…
Digo en un tartamudeo porque se ha acercado más de lo debido, incluso su pulgar acaricia mi mejilla izquierda, rueda sobre mi piel hasta llegar a mi labio inferior el cual despega sutilmente del otro. Levanta su mirada conectándola con la mía. Me pierdo en ella, olvidando que el hombre que estoy por besar es el esposo de mi madre. Cuando creo uniremos nuestros labios se aleja y sonríe.
—Sal de aquí niña. Este es mi espacio y no me gusta que nadie ingrese sin mi consentimiento —dice mientras me da la espalda.
Sigo parada, observando su alta figura, estoy perdida en el deseo cuando le veo girarse. Guarda las manos en los bolsillos y viene de nuevo a mí, se detiene a medio metro y mirándome con su cautivadora mirada dice— ¿Qué esperas para irte?
—Lo, lo siento, no escuché.