Cuando deja de besarse con ese hombre viene a mí, me da un abrazo fuerte. Mientras me abraza me dice lo grande y hermosa que estoy. Le sonrío forzadamente mientras mantengo la mirada en ese hombre.
Ella mira hacia atrás y con una sonrisa dice—. Ya conociste a mí esposo, Easton Richardson.
—Tú… ¿tú esposo? —asiente y mi sangre cae a los pies.
Cómo es que el esposo de mi madre se ve tan joven si se suponía que traicionó a mi padre con alguien mucho mayor a él. Y eso fue lo que frustró a don William Mitchell, que el hombre por el que mi madre lo abandonara fuera mucho más mayor que él. Pero el hombre que me presenta como su esposo es demasiado joven, incluso más joven que ella.
Aunque mi madre, Barbara Davis es una mujer que ya cruza los cuarenta años, se ve joven, divina, perfecta. Tener una sola hija ha dejado su cuerpo en perfecto estado, como si nunca hubiera tenido hijos.
Miro al hombre a su lado, quien me observa con esa mirada profunda, con la misma intensidad del aeropuerto, y eso provoca un cosquilleo en mi guata.
Carajo… ¡Es mi padrastro! La tierra parece temblar bajo mis pies mientras intento procesar esta revelación impactante. La persona a la que pensé que era un simple chofer resulta ser mi padrastro, el esposo de mi madre. Mi rostro se pone pálido y siento un nudo en el estómago. ¿Cómo es esto posible?
Trato de mantener la calma, de no mostrar lo que estoy sintiendo en mi interior, pero por dentro, estoy en completa ebullición. Me siento culpable y avergonzada por haber tenido ideas tan obscenas con respecto a mi padrastro. Esto no está bien. No debería sentirme así. Pero los deseos inapropiados persisten, y siento que mi cuerpo se tensa con una mezcla de repulsión y atracción.
Deseo que la tierra se abra y me trague en ese preciso momento. Quisiera desaparecer, alejarme de esta situación incómoda y de mis propios pensamientos retorcidos. Me maldigo a mí misma por haber tenido estos pensamientos impuros y por haber permitido que se entrometieran en mi mente.
―No sabía que era tu esposo ―digo, al tiempo que dejo rodar gruesa saliva.
― ¿No te presentaste como mi esposo, amor?
―No lo vi necesario si fui con la intención de hacerme pasar por el chofer para ver qué tan amable era tu hija, sabes que me gusta dejar entrar a casa a personas respetuosas, que no se crean más que los empleados.
Así que por eso fue al aeropuerto, para ver qué tan educada era para tratar con los empleados.
Mi madre sonríe con lo que dice, yo esfuerzo una sonrisa porque no me agradó en lo absoluto lo que hizo. Si hubiera dicho que era el esposo de mi madre, no habría tenido pensamientos obscenos con él, porque de camino a casa me perdí en los pensamientos con él, incluso lo soñé dándome duro contra el muro.
―Ingresemos ―mi madre me da paso para que ingrese. Estoy por agarrar la maleta, pero su voz me detiene―. Déjalo que el chofer lo ingrese―miro a un costado, veo a un chico, quien me sonríe. Le regalo una sonrisa, pero me niego a que ingrese mi maleta. Le mostraré a mi querido padrastro que no soy la típica niña engreída que espera que todo le hagan. Si hice eso en el aeropuerto fue porque quería hablar con él, pero el tipo es tan arrogante que hay que sacarle las palabras con pala.
―No gracias, yo puedo.
Agarro con fuerza mi maleta y me dirijo hacia la entrada. Cuando estoy cerca de ellos levanto la mirada, la poso en mi madre quien me sonríe amablemente, luego en él, y al segundo siguiente la aparto puesto que me es imposible mantenerle la mirada a ese hombre.
Al entrar a la enorme mansión Richardson, me quedo completamente asombrada por lo que veo en su interior. No puedo evitar contener el aliento ante la magnificencia y el esplendor que se despliegan frente a mis ojos. Cada detalle y cada rincón de esta antigua mansión están impregnados de un encanto y una elegancia que me transportan a otra época.
El vestíbulo principal se abre ante mí, y me encuentro parada sobre un suelo de mármol pulido que brilla bajo la luz deslumbrante de una majestuosa araña de cristal colgando del techo alto. Las paredes están adornadas con paneles de madera tallada con exquisitos detalles y molduras que muestran la habilidad artesanal de antaño. Me siento como si estuviera entrando en un palacio de ensueño.
Pero no son solo los espacios comunes los que me sorprenden. Las habitaciones privadas son verdaderos santuarios de lujo. Los dormitorios están decorados con camas con dosel, cortinas de seda y tocadores ornamentados. Los baños están equipados con bañeras de porcelana y lavabos de mármol, y la grifería dorada brilla con un brillo deslumbrante.
― ¿Y qué te parece?
Me pregunta mi madre al momento que estamos en a que será mi habitación.
―Debo decir que es muy hermosa.
Es cuatro veces más grande de la habitación que tenía en casa de mi padre. Miro alrededor, para notar que solo el espacio del baño es lo que era mi habitación, incluido el baño.
― ¿Pero te gusta?
―Por supuesto que me gusta.
―Me da gusto que te haya gustado ―acaricia mi cabello―. Me siento contenta de tenerte aquí. Que hayas decidido mudarte me pone feliz.
―A mí me hubiera gustado que me trajeras cuando te mudaste ―digo con tristeza.
―Tú padre me ganó la custodia, por eso no podía traerte conmigo. Pero ya no pensemos en lo que pudo ser y no se hizo, mejor pensemos en lo que vamos a hacer ahora que estamos juntas ―mira mi maleta―. ¿Quieres que envié una empleada para que te ayude a desempacar?
―No, lo haré sola.
―Ok. Cuando termines baja, cenaremos juntos. No tardes tanto, porque Easton es muy exigente en el horario de comida ―Asiento con un leve movimiento de cabeza.
La veo partir. Cuando la puerta se cierra me lanzo en la cama, centro la mirada en el tejado, suspiro profundo y pienso en lo bien que ha estado viviendo mi madre. Se casó con alguien multimillonario, ¿No podía buscar un buen abogado y pelear por mí? ¿Por qué me escribió recién hace unos meses, cuando ya estaba por cumplir la mayoría de edad?
Dejo de hacerme tantas preguntas que no tendrán respuestas, tal vez me las den, pero con excusas que no vienen ni al caso.
Procedo a acomodar mis prendas, tal cual las tenía en mi antigua habitación, blusas en un cajón, pantalones en otro, y así sucesivamente.