Cuando llego a casa, voy directo al despacho de mi padre don William Mitchell, coloco sutilmente el diploma como la mejor egresada, pero eso a él no parece importarle, simplemente le dedica una rápida mirada al papel y continúa en lo que está haciendo.
—Ok, papá del año, gracias por tus enormes felicitaciones y el gran orgullo que sientes por mí —digo sarcástica. Inhalo profundo aire, lo suelto y culmino—. Gracias por todo, señor William Mitchell, pero tu hija acaba de cumplir dieciocho años, lo que significa que puede irse por fin de tu casa.
No parece importarle, por eso me retiro sin mirar atrás, con el corazón apachugado, pero con mi orgullo de no mendigarle amor a ese hombre que me trajo al mundo, porque los hijos no nacimos para mendigar amor de nuestros padres, deberían amarnos desde el día que nos engendraron, pero he aquí el señor William nunca me quiso, por eso iré a buscar a mi madre, que parece quererme algo.
Como ya tenía mi maleta hecha, solo subo por ella, agarro el último obsequio que recibí de aquel extraño y dándole una última mirada a mi habitación, salgo. Ahí se quedan todos los días de augurios, soñación, desolación. Porque desde que era una niña soñaba que mi padre entrara por esa puerta y me diera un beso y un fuerte abrazo, que se quedara contándome un cuento hasta que mis ojitos se cerraran, escucharlo susurrarme al oído cuanto me amaba y lo que significaba en su vida, pero las noches fueron interminables en espera de ese momento, el cual nunca llegó. Tuve que calarme su desamor hasta que fui creciendo y comprendí que, no era nadie importante en su vida.
Con determinación abandono esa mansión, por consiguiente, Orlando, la ciudad donde crecí, donde hice muchos amigos.
Varias de mis amigas vinieron a despedirme en el aeropuerto. Nos hicimos una bola y chillamos. Entre los que vinieron a despedirse estaba Galo, alguien a quien consideraba un amigo con derecho, pues teníamos algo, pero a la vez nada.
Amaba su bondad y todo lo que quería por mí, se notaba que había surgido más sentimiento de él hacia mí del que debía, pero era una pena, porque ahora mismo iba a abordar un avión hacia el otro océano.
Me despido de Galo con un fuerte abrazo, y con un beso apasionado de esos que solía darme siempre. Es la última vez que lo veré, debía recargarme de sus besos para recordarlo hasta que apareciera alguien más que lo reemplazara.
Fueron ocho horas y medias intensas de vuelo, donde se me hicieron eternas. Cuando salgo, pienso encontrar al chofer que mi madre dijo que enviaría con un letrero y mi nombre escrito en este, no obstante, no hay nadie, quizás mi madre olvidó que llegaba hoy.
Todas las personas desaparecieron, quedándome completamente sola, me senté en una banca en espera de que esa persona viniera Por mí. Seguramente se retrasó, ya sea porque salió tarde o el tráfico está tenaz a esta hora.
Estoy por realizar una llamada cuando unos brillantes zapatos se detienen delante de mí.
—Brigitte Mitchell —Pronuncia mientras voy levantando la mirada. Cuando mis ojos se posan en su rostro, me encuentro un hombre hermoso, de una belleza que me deja sin aliento. Su rostro es una obra de arte, tallado con precisión y suavidad. Tiene unos ojos profundos y penetrantes, de un color intenso que parecen mirar directamente en mi alma. Su cabello oscuro cae en suaves ondas sobre su frente, enmarcando su rostro perfectamente esculpido.
Cada rasgo de su cara es armonioso y cautivador. Sus pómulos marcados resaltan su mandíbula fuerte y masculina. Sus labios, suaves y carnosos, parecen invitarme a explorarlos con los míos. Su nariz, elegante y recta, le da un toque de distinción a su rostro.
Su cuerpo es escultural, con músculos definidos que se marcan sutilmente bajo su blanca camisa. Es alto y bien proporcionado, con una postura segura y confiada que emana una irresistible atracción.
Cuando nuestros ojos se encuentran, siento una mirada profunda que parece traspasar mi ser. Me siento cautivada por esa mirada, esa figura que detona poder.
Las sensaciones que este hombre despierta en mí son intensas y abrumadoras. Su voz suena en mis oídos como una grave melodía, pero armoniosa.
Tengo la boca abierta, quiero decir algo, no obstante, no puedo articular palabra alguna, la lengua parece adormecida, como si una sustancia de inmovilidad hubiera caído sobre ella, o estuviera congelada.
Él solo me mira profundamente, dejándome sin respuestas, inmóvil ante tanta belleza—. ¿Él chofer? —pregunto en un tartamudeo.
Sus comisuras se curvan, me es imposible descifrar si fue una sonrisa o una mueca—. Acompáñeme —se da la vuelta para irse, esperando lo siga, no obstante, me quedo inmóvil, mirando esa alta figura alejarse, con su caminar altivo y esa espalda que me hace morder el labio. Es muy ancha y esculpida por los mismos dioses, definitivamente Dios puso todo el empeño en crear esa belleza masculina.
Se detiene a unos metros, cuando no siente mis pasos, va girando lentamente el cuello para mirarme sobre el hombro. Al hacer contacto con mis ojos, un escalofrío sacude mi cuerpo.
—¿Viene o se queda?
Me levanto y voy hacía él. Mientras camina no deja de observarme. Siento que su mirada es un imán, que me va jalando hacia él.
—No me has dicho si es el chofer que mi madre envió. No puedo irme contigo si no me demuestras que te envió mi madre.
Sus comisuras vuelven a curvarse—. ¿Quién conoce a Brigitte Mitchell más que los que rodeamos a Bárbara Davis? Nadie —asegura y se va.
Voy tras de él, replicando que muy pronto seré famosa, porque no he venido a San Francisco a ser una carga, he venido a graduarme en la mejor universidad, sobre todo, lo poco caballeroso que es, al permitir que yo lleve mi maleta—. No estás haciendo bien tu trabajo, deberías haber cargado mi maleta, sin embargo, has dejado que yo la traiga hasta aquí.
Se detiene, se gira como un robot y se acerca, demasiado cerca que me tensa, tengo que arquear mi espalda hacia atrás para no chocar contra su pecho. Y ese exquisito aroma que mana de su ropa, me hipnotiza.
Sin decir nada, lleva su mano a mi maleta y tira de ella, con voz grave dice—. Mil disculpas.
Se da la vuelta, lleva la maleta a la cajuela, seguido sube al auto sin abrirme la puerta. Me cruzo de brazos, esperando que lo haga, pero el muy arrogante se queda con la mirada al frente y las manos en el volante.
—Tendré que decirle al esposo de mi madre que su chofer es un vago, sobre todo, muy arrogante.
Por el retrovisor me mira, con mucha intensidad, le mantengo la mirada, y mientras esperamos que el semáforo cambie, nos miramos de esa forma.
Al notar que no la despegará, supongo que hasta que el semáforo cambie, cruzo mis piernas, una sobre la otra. Cómo contengo una falda corta y ajustada, traza mis grueso muslos.
Deslizo mis uñas por mis brillantes y suaves piernas, su mirada baja con intensidad a esta, la mantiene firme hasta que el claxon del coche trasero suena.
—Y pervertido —digo aun mirándole fijamente.
Aparta la mirada y toda velocidad arranca, haciéndome ir hacia atrás.
—Si eres nuevo, estarás despedido apenas llegues, porque no pienso callarme toda la grosería que me has hecho.
No ha vuelto a mirarme por el retrovisor, ha mantenido la mirada al frente, aún en los semáforos.
Le he hecho algunas preguntas, casuales como se le hace a una persona que recién conoces, porque como está tan bueno, es inevitable ignorarlo, no obstante, no me ha respondido ninguna, es como si sufriera del oído.
Es un tipo raro, no sé cómo el esposo de mi madre pudo contratarlo. Seguramente es por lo viejo que está, ya no debe saber diferenciar entre lo bueno y malo.
Me mantengo en silencio el resto del camino, observando esos vigorosos brazos, no son tan anchos ni delgados, son perfectos, como gustan. Con uno solo podía elevarme. Muerdo mi labio mientras tengo pensamientos obscenos con ese hombre.
No sé en dónde, pero me quedé dormida, despierto cuando escucho el sonido de un portón abriéndose.
Estrego mis ojos, para ver mejor la belleza que tengo en frente. Entramos por un camino rodeado de árboles podados perfectamente, con luces alrededor, que dan un alumbrado excepcional en la oscuridad.
Al llegar a casa, estaciona el coche y baja, espero me abra la puerta para salir, sobre todo, saque mi maleta de la cajuela, porque es lo que hacen los choferes, no obstante, se va hacia la casa.
Salgo cuando veo salir a mi madre, pretendo darle la querella, pero al verla besarse con ese hombre, me quedo atónita. Mis ojos se abren con asombro porque creo que mi madre también engaña a su esposo como engañó a mi padre.