3 | Amigas desafiantes

3362 Words
Los siguientes días fueron calmados, hasta que el viernes, justo antes del atardecer, las mejores amigas de Dove llegaron a levantarla del sofá y exigirle que se alistara para salir a divertirse. Dove se encontraba viendo una película de comedia sin gracia con Ava, cuando Shady tocó a su puerta de forma incesante. Ellas no aceptarían un no por respuesta, menos después de casi suplicarle por teléfono que se alistara para conocer el bar del que tanto hablaban en las reuniones de clases de sus hijas. Era imperativo conocer el lugar donde la magia nacía, o donde los hombres no veían a las mujeres como nada más que carne fresca y seductora. Dove se quitó la frazada de las piernas, se levantó del sillón y caminó a la puerta. Al abrirla, encontró a sus dos mejores amigas de la universidad completamente lista para lo que sucediera. —Toc, toc —vociferó Quiana—. Vinimos por ti. Shady la observó de pies a cabeza. Dove llevaba pantalones de algodón dos tallas más grandes de lo normal, una sudadera del equipo de beisbol estadal y pantuflas de panda. No lucía como una madre soltera de treinta y siete años con un cuerpo que mantenía debido al spinning dos veces por semana y una dieta balanceada. Era un desperdicio que se quedara sentada en el sofá comiendo una enorme dosis de mantequilla en las palomitas y revolcándose en su miseria cada noche después de perder a su esposo. Pasaron diez años. Incluso Ava quería que su madre volviera al ruedo. —¿Por qué estás vestida así? —le preguntó Shady. Dove tocó el borde de su sudadera. —Porque no saldré. —Te equivocas. —Quiana la empujó leve por el hombro y ambas entraron a la casa—. Esta noche te robaremos de casa. Quiana miró a Ava de espaldas a ellas. —¿No te molesta o sí, Ava? Ava, quien prefería ver las películas sola, negó. —Por favor, llévensela —respondió en un tono que no debía sonar ofensivo, pero lo hizo—. Necesita despejar la mente. Quiana llevaba una botella de vino en su enorme bolso de manos y lo extrajo al tiempo que buscaba tres copas de vidrio. —¡Busquemos algo lindo! —chilló Shady al llevarla a su habitación—. Sé que encontraremos algo lindo que puedas usar. Ava regresó su atención al televisor mientras su madre era arrastrada por las escaleras hacia el segundo piso. Entraron a su habitación y Quiana sirvió las tres copas. La habitación era enorme, con su vestidor y un pequeño balcón donde se sentaba en otoño a ver como los niños pedían dulces en Halloween. Amaba sentarse en ese lugar con su esposo cada tarde cuando él regresaba del trabajo. Miraban los autos en las calles, leían algún libro o revista, o solo pensaban en lo afortunados que fueron por tener una hermosa familia. Y aunque la tradición de sentarse en el balcón cesó cuando él murió, continuaba siendo el lugar favorito de Dove cuando estaba cansada del trabajo y quería dejar de pensar. Siempre sería el lugar de su esposo, aunque no estuviera. —¿Por qué no tienes ropa decente? —preguntó Shady al empujar los sacos del trabajo—. No encuentro nada vulgar. —Trabajo con el alcalde. No puedo ir con un corsé al ayuntamiento. —Cruzó los brazos—. No tengo nada, así que no iré. Quiana ingirió el resto de su vino y vertió más en su copa. —No, no, no. —Movió los dedos—. Shady te dará su vestido. Shady las miró. —No —dijeron ambas mujeres a la vez. El vestido de Shady estaba dividido en dos piezas que se unían en una y formaban un vestido n***o ceñido hasta la cintura y un poco suelto hacia la mitad del muslo. Era un corsé apretado que explotaría los senos de Dove, además de que sus tallas eran diferentes. Lo que para Shady era grande, para Dove era pequeño. —Te quitarás el vestido —ordenó Quiana—. Ella lo necesita. Shady tardó mucho eligiendo el vestido perfecto para esa noche, como para cederlo a la que no necesitaba maquillaje para lucir sensual. No se trataba del costo del vestido ni nada sentimental, sino que fue tardío elegirlo, maquillarse de acuerdo a él y que Dove no contaba con ningún atuendo lo bastante pecaminoso ni vulgar como para que Shady luciera como una prostituta esa noche; esa era su atención, lucir tan vulgar como fuese posible, debido a que su única motivación era encontrar alguien con quien tener sexo casual solo una noche, sin preocuparse por más. Quiana lucía un pantalón de mezclilla ajustado con una blusa sin mangas, y no consideraba su atuendo lo bastante atrevido como para sacar a Dove de su zona de confort. Esa noche era para alocarse, para perder los sentidos, no para colocarse el mismo traje café con el que asistía al trabajo. No la dejarían salir así, por lo que Shady, rendida a que realmente era la única que podía cambiar su ropa, hizo un berrinche acompañado de una mala expresión que solo duró tres segundos cuando Quiana la convención de que sus atributos eran suficientes para ligar. —¿Y qué me colocaré? —les preguntó a las mujeres. —Tu maquillaje atraerá más atención que tu ropa —respondió Quiana—. Usarás uno de sus sacos elegantes, te quedarán geniales. Shady revoloteó los ojos cuando entró al vestidor para quitarse la ropa. Quiana empujó a Dove al baño para que se bañara y depilara cada vello de su cuerpo. Dove protestó que no iría a dormir con nadie, sin embargo, Quiana estaba segura de que ese vestido la haría atrapar más que un resfriado. Dove limpió el vapor del espejo cuando salió de la ducha y pensó que eso no era lo correcto. Ella no era esa clase de mujer. Ella se negó cualquier interacción con el sexo opuesto hasta que su hija se fuera de casa. No quería darle el ejemplo incorrecto al llevar distintos hombres. En ocasiones se sentía sola, pero lo ocultó con trabajo y el cuidado de Ava. Ella también era humana, y estaba sola a nivel emocional. Quizá salir una noche no sería malo, menos si mantenía en mente que solo sería una salida normal, sin relaciones ni hombres. —¿Qué tal el vestido? —gritó Quiana desde la cama. Dove se aplicó una buena dosis de crema en las piernas y brazos, usó ropa interior que casi nunca usaba por las largas horas sentada y se embutió el vestido que, aunque a Shady le quedaba holgado en los muslos, para ella era ajustado, no lo bastante para cortarle la circulación, pero sí para entallar la cintura que no mostraba para no llamar demasiado la atención. Usó unos tacones que quedaban perfectos con el vestido y se terminó de secar el cabello con el secador. Respiró profundo y les dijo que estaba lista. Ambas mujeres entraron, Shady solo usando una bata de baño al no elegir su traje café, y se quedaron igual de asombradas por lo hermosa que era su amiga. Le dijeron que girara, que moviera las piernas y se sentara para que la maquillaran. Le dieron suficiente vino como para que Dove sintiera que sus defensas se tambaleaban y que su cuerpo flotaba. No era la mujer recta que decía no en el ayuntamiento, ni la que se privaba de las diversiones. Se sintió desinhibida mientras la maquillaban al son de una canción de Queen. No fue extravagante, pero sí lo suficiente para que sus pómulos se notaran, sus labios resaltaran y sus ojos fueran tan atrayentes como la mitad de los senos que brotaban del escote. Y cuando Dove se vio por completo, no se reconoció. —Así me veré el día de mi funeral —gruñó Shady detrás al colocarse uno de los trajes de Dove—. ¡Es espantoso! Dove giró hacia ella y colocó las manos en sus hombros. —Te ves hermosa —le aseguró con una sonrisa roja. —Para ti es fácil decirlo —replicó—. Tú sí luces hermosa. Quiana colgó sus brazos en los cuellos de ambas. —Todas lucimos hermosas. —Terminó la discusión—. Es tiempo de irnos a cazar como nuestros ancestros lo hacían. El vino era el que hablaba por ella, pero en parte era cierto, irían de cacería, la diferencia era que sus armas eran sus senos ajustados, las gruesas piernas de Dove en el apretado vestido n***o y el sentido de humor oscuro de Quiana. Shady no lucía horrenda. Se colocó una blusa de corpiño de Dove y se dejó el saco abierto, arremangado hasta poco antes del codo y un pantalón de corte alto que iba perfecto con el color de sus tacones de aguja. Parecía una secretaria sexy, aunque era evidente que nada le ganaba al vestido, e incluso Ava se sorprendió al ver a su madre con tan poca ropa, ajustada y luciendo como una bailarina exótica. —Regresaré más tarde —anunció Dove al guardar las llaves en su bolso—. Cierra todas las puertas y no le abras a extraños. Ava se quitó la frazada de las piernas y se arrodilló en el sofá, colocando los codos en el espaldar y arrojando su cabello atrás. —Por favor, denle suficiente alcohol como para que entienda que no tengo diez años —les dijo a las mujeres antes de hacerles un ademán—. Váyanse. Arruinan mi película. Dove se acercó para darle un beso en la frente, pero Ava le dijo que se correría su maquillaje, así que volvió a repetirle que se cuidara, que volvería antes de la medianoche. Quiana se despidió de Ava y Shady acompañó a Dove hasta el convertible. No irían en la camioneta de Dove, por lo que se desordenarían el cabello en un convertible descapotado. Quiana se desplomó en el asiento trasero, Shady detrás del volante y Dove de copiloto. Shady aceleró hasta perderse de la calle principal y Ava volvió a desplomarse en el sillón, con la frazada en sus piernas y un bol de palomitas lleno. Era una película que ante la critica era comedia negra, pero a Ava la divertía. Era su tipo de humor oscuro y ácido. Pasaron menos de quince minutos cuando el teléfono sobre la mesa a su lado vibró. Lo elevó para ver el nombre y deslizó el dedo por la pantalla para contestarle a su mejor amiga. —¿Salimos esta noche? —preguntó Arizona al mirar por la ventana—. Hay una fiesta buenísima en casa de Zenia esta noche. —No tengo ánimos de salir esta noche. —Es tarde. —Arizona sonrió—. Estamos en tu puerta. Ava miró atrás. La cortina de colores del recibidor estaba corrida. Se levantó para acercarse a la puerta, aun con el teléfono en el oído, cuando observó el auto de Evolet estacionado afuera. —¿Qué demonios? —Abrió la puerta—. No saldré. Arizona colgó la llamada, bajó del auto junto a sus otras dos mejores amigas y caminaron a la puerta de Ava. Ellas lucían como las porristas que eran, con sus faldas o vestidos cortos, cabello suelto y maquillaje brillante para lucir bajo las luces de la fiesta. —¿Cuándo le has temido a fugarte, Ava Price? —preguntó Arizona al entrar a la casa—. ¡Anímate! Habrá universitarios. La idea de convivir un par de horas con universitarios no era algo que la excitara. De cierta forma, años atrás, conoció a un par en fiestas y eran todo lo opuesto a lo que vendían las películas de universitarios. No eran atrevidos ni ligaban tan sencillo. Ella era buena conversando, no se le trababa la lengua ni tenía dificultades para hablar de cualquier tema, pero con los últimos que conoció, tuvo que sacarles las palabras de la boca con un cubierto de postre. Por otra parte, quedarse en casa un viernes por la noche tampoco era excitante, así que movió los hombros y subió las escaleras hasta su habitación por algo de ropa y un poco de maquillaje. —Debo regresar antes de las doce —dijo al colocarse rubor, rizar sus pestañas y mirarse en el espejo—. Mamá salió. —Mejor —replicó Arizona, marcando aún más su labial. Ava rizó un poco más las ondas de su cabello castaño y miró sus ojos gatunos, aquellos por los que Liam le colocó gatita. Eran verdes con un toque de marrón y gris. Eran una combinación exótica de colores, hermosos ante la vista. Fueron por los que su ex novio cayó rendido, y también por los que Liam lo haría. Y una vez listas, subieron al auto de Evolet y cantaron una canción a todo pulmón hasta el estacionamiento de la fiesta. Había luces, globos, bambalinas, vasos de plástico en el césped, un anuncio de neón en la entrada principal que decía bienvenidos y barriles de cerveza con manguera para que rellenaran sus vasos. El lugar estaba tan lleno, que las personas se sentaban en el césped a besarse. Apenas se podía caminar por las escaleras hasta la cocina, el humo de los cigarrillos y la marihuana mareaba y la música resonaba con fuerza. Las chicas se tomaron de la mano para subir las escaleras y llenaron sus primeros vasos de cerveza. Novalee le dijo a Evolet que la acompañara a bailar y Arizona buscó a su novio con ayuda de Ava. Cruzaron todo el segundo piso y subieron al tercero, pero solo encontraron un aburrido juego de verdad o reto de prendas en el recibidor superior. Volvieron a bajar y salieron al jardín trasero, donde se encontraba la piscina. El agua estaba llena de inflables sexuales y mujeres sin la parte superior de su bikini, recostadas de los chicos o sobre sus hombros. La fiesta comenzó temprano, al igual que la ingesta de drogas. A esa hora de la noche, por el semblante de la mayoría, vomitaron tres veces en el baño que no se encontraba en condiciones de uso, y cogieron dos veces en el balcón del cuarto piso. Arizona siguió la mirada de las personas hasta encontrar al capitán del equipo de futbol conversando con el ex novio de Ava. —¿Por qué esta aquí? —preguntó Ava al mirarlo fijamente. —Que sea tu ex novio no significa que desapareció del planeta, además es el mejor amigo de mi novio. —Arizona tiró de su brazo para acercarse—. Lo verás hasta que nos graduemos. Ava no soportaba la cercanía de Alexander Park, el que le fue infiel con aquella estudiante dos años menor que él y que nunca sería perdonado por ella. Ava deseó tanto no acercarse a ellos, que cuando miró a la izquierda, hacia el extenso jardín, observó a un muchacho que bebía solo, sentado en una silla de jardín, con los codos en sus rodillas y la mirada sobre ella. Era el mismo que la llevó a casa, el que le dijo gatita en el campo de futbol y el que continuaba siendo un absoluto misterio para ella. Ava, encontrando una salida, se disculpó con Arizona y cruzó el jardín. Liam, quien llegó a la casa tras escuchar hablar a los jugadores de futbol sobre la fiesta, no consumió éxtasis, marihuana ni LSD en cada ronda donde las entregaban como bebidas. Liam se quedó sentado esperando algo que ni él mismo sabía qué era, pero que se descubrió mirándola cuando llegó al jardín. Era la chica de ojos de gato que llevó a su casa y que lo persiguió por el campo un par de días atrás, la misma que se acercaba a él con paso determinado. Liam no se enderezó. Bebió el resto de su cerveza y se levantó antes de que ella llegara. Ava despegó los labios y siguió el camino del chico hasta la cocina, donde rellenó su vaso de cerveza. —¿Qué haces aquí? —le preguntó Ava. Liam elevó el vaso azul. —Bebo —respondió. Ava lo miró bajo las luces del candelabro que por su baja altura casi le rozaba la cabeza. Su cabello azabache refulgía, al igual que sus ojos oscuros. Todo él era un manto de oscuridad, incluso más que cualquier persona que conociera, eso sin mencionar que era un fantasma en la escuela. No era una persona que nadie conociera, por lo que era improbable que lo invitaran. —Ni siquiera vas a clases —dijo Ava. Liam la señaló con el vaso. —¿Me espías? —No es necesario. —Ava movió las manos—. Todos saben quién es el chico problemático que llegó de Boston. Liam apretó la mandíbula. No le gustaba cuando lo consideraban un problema para la sociedad, ni cuando le decían que era tan criminal como un asesino. Y lo que menos le gustaba era que las chicas lo señalaran con el dedo como un maleante. —No debiste subir a mi motocicleta. —Caminó hacia ella y susurró algo en su oreja izquierda—. Luces como una niña buena. Ava, ofendida de que la consideraran una chica buena, sujetó su codo. En cualquier sociedad era bien sabido que decirle a alguien que era buena, era sinónimo de aburrida. Y ella podía ser todo lo que los demás consideraran de ella, pero no era aburrida. —No soy una niña buena —protestó mirándolo a los ojos. Liam movió el brazo y ella continuó apretando su codo. Liam miró el agarre, enarcó la ceja izquierda y encapuchó sus ojos bajo las gruesas pestañas negras. Quizá la juzgó precipitadamente, pero la chica era de armas tomar. Defendía sus opiniones. —No te diré que lo pruebes —susurró Liam—. Sé que lo eres. Ava frunció el ceño y se acercó a él. Era más alto, por lo que necesitaba elevar un poco la cabeza para verlo a los ojos. —No eres un chico malo —articuló Ava lentamente—. Los chicos malos no llevan a mujeres solas a casa. Liam le sonrió y terminó su cerveza. —Tampoco te probaré que soy malo —replicó y se zafó. Ava no sintió más que el reto en la mirada del muchacho. Liam era algo opuesto a los chicos con los que acostumbraba salir. Sí conoció chicos malos, pero no eran más que máscaras para que no los apalearan en los baños del instituto. En cambio, había algo en Liam que le era diferente. Él estaba dañado, eso era evidente, pero Ava, una persona que quería estudiar psicología cuando se graduara, quería entender por qué una persona llegaba al punto de estar en un supuesto correccional por carreras ilegales. Todo no eran más que rumores que molestaban a Ava. Y la razón por la que lo hacían era porque ella no lo conocía. Ella, determinada a conocerlo esa noche, lo siguió de regreso a la silla que por la lejanía de la fiesta nadie usaba. Liam se desplomó en ella, colocó el vaso sobre el césped y extrajo un cigarrillo que colocó en el anillo de su índice. Lo encendió, caló y soltó, a medida que ella lo observaba como si fuese un animal en un zoológico. —Sé que te preguntas por qué te llevé a casa —dijo Liam. Ava cruzó los brazos. —La noche es larga, gatita —dijo al recostarse en el espaldar de la silla con las piernas abiertas—. Averigüémoslo. El reto comenzó, al igual que la curiosidad por saber si Liam era tan malo como la mayoría pensaba, o solo era una fachada que ocultaba el dolor de años de desprecio. Y como Ava no le temía, sino que le picaba la curiosidad, sonrió de la misma forma que lo hizo la primera vez que la vio sentada en el campus, y cuando decidió que debía conocer a la mujer de esos ojos de gato.
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