—¡Sí! —gritó Shady—. ¡A esto me refiero con hombres sexys!
—Y ETS —susurró Quiana al ver a un hombre recostar a una mujer de dudosa reputación sobre la mesa de billar.
La música dentro del lugar era sonora en demasía. Las mesas estaban esparcidas por todo el lugar, contaban con candelabros de velas, un par de mesas de billar, un escenario sin plataforma donde una mujer cantaba los mejores éxitos del último año y una barra larga y rústica donde atendían tres hombres. Las mujeres llevaban las bandejas entre las mesas repletas de hombres, algunos con el uniforme de la estación o con sus franelas azules. La cantidad de hombres sobrepasaba en demasía a las mujeres, quienes la mayoría se encontraban sentadas en sus piernas, sobre la mesa o bailando al son de la música alegre. Shady estaba emocionada de finalmente poder asistir, mientras Quiana se cuidaba de contraer alguna enfermedad que pudiera transmitirle a su hija, y Dove miraba el lugar con curiosidad por los hombres.
Cada una asistió por un motivo diferente. Shady iba por sexo, y fue por eso que su relación con su esposo terminó. El hombre se cansó de las infidelidades, de las salidas nocturnas y de la ausencia de comportamiento de señora. Esa relación se terminó y su ex esposo se quedó con su hija América. El caso lo llevaron hasta la corte, donde el hombre alegó que Shady no se encontraba en condiciones de cuidar ni darle el debido ejemplo a su hija. Shady, quien en ese momento estaba más preocupada por sus ligues que por su hija, no le importó, y continuaba sin importarle. Lo de ella era coger con cuanto hombre encontrara lo bastante apuesto, fornido y viril como para complacerla y agotarla en la cama.
Quiana por su parte era esposa de un contador público, sin embargo, su relación era abierta. Podían salir con quienes quisieran, siempre que no embarazara ni se embarazara. De esa forma mantuvieron un matrimonio de más de veinte años, con tríos, orgías, cambios de pareja y mucho libertinaje. Además, la hija de Quiana estudiaba en la misma escuela de Ava, solo que no compartían clases. Nunca nació esa amistad, pero eran conocidas.
Dove era la única que no compartía las mismas intenciones de sus amigas. Y aunque no negaría que una noche loca con alguno de esos hombres no era algo malo, en su condición de madre ejemplar lo era. Durante esa década intentó que su hija siguiera un buen ejemplo, fuera una buena chica y no se desviara del camino correcto. No hablaría mal de Shady, pero esperaba nunca ser esa clase de madre, ni practicar lo de Quiana con su pareja. Ella no se creía más que sus amigas, ni una persona que beatificarían por sus buenas acciones. Lo que Dove era, fue porque se lo prometió a la lápida de su esposo. En medio del dolor que su muerte le provocó, le juró no ser una mala madre para su hija, ni dar un mal ejemplo ante los demás. Se cohibió, pero era una madre intachable.
Shady arrastró a las mujeres hasta la barra donde se encontraban tres hombres sirviendo los tragos y preparando los cocteles. Shady sacudió su cabello al acercarse. Su primera presa era el barista que preparaba un coctel con sensualidad, picardía y algo de motivación. No había noche que no cogiera con alguna mujer al salir del trabajo, así que en parte lo motivaba a preparar mejor las bebidas. El barista conocía a todas las mujeres que turisteaban en el lugar los fines de semana, pero el trío de mujeres completamente diferentes, el hombre de treinta años, ojos café y músculos después del ejercicio de cada día, centró su atención en Dove, a quien los senos le saltaban del vestido por inercia.
—¿Qué les sirvo esta noche, señoritas? —preguntó.
Shady rozó sus dientes frontales con la punta de la lengua y lo miró de arriba a abajo. Tener tantos hombres le otorgaba ventaja sobre las demás. Ella era una experta. Alguien que lograba un ligue en menos de cinco minutos. Y el hombre lo notó cuando jugó con el borde de su corpiño blanco y pidió su trago, que a simple vista parecía una invitación al baño del bar.
—Yo quiero un orgasmo —pidió en un gemido.
El hombre asintió con la cabeza. Ella parecía la clase de mujer que llevaría a la cama sin invitarle un trago y que nunca más volvería a ver. Sin embargo, al hombre le gustaban más que parecían difíciles, las que no se embobaban con sus bíceps, ni dejaban que la apariencia ganara. El hombre se dispuso a preparar el trago de Shady, mientras Quiana buscaba el suyo en la lista.
—Sexo en la playa —pidió finalmente.
Ella no buscaba acostarse con nadie, pero la bebida le gustaba. El hombre sirvió el orgasmo en una copa con la crema y una cereza de adorno. Shady insertó la cereza en su boca y con la lengua hizo un nudo en el tallo. Eso incomodó un poco a las mujeres, pero al hombre pareció agradarle, porque le sirvió un coctel de cortesía que más tarde le cobraría con un favor s****l. Y en un vaso alto lleno de hielo, el barista sirvió el coctel de Quiana con una rodaja de naranja en el borde del vaso y una pajilla.
—¿Y para ti? —le preguntó a Dove.
Dove, asombrada por lo que Shady podía hacer, no pensó en su bebida. Le echó un vistazo a la lista y pidió el menos s****l que encontró. Casi todos los nombres incentivaban al sexo, y siendo un lugar donde las personas asistían por esa razón, no era extraño.
—Quiero un beso blanco.
El hombre le miró el escote y sonrió.
—En seguida.
Dove se sentía incómoda con las miradas que se inclinaban más a su busto que a sus ojos. No estaba acostumbrada. En el ayuntamiento las personas siempre la ofendían por negarle una cita con el alcalde, pero en el bar las miradas eran lascivas, como si toda ella solo fuese su escote pronunciado. El barista le entregó su cóctel de ron blanco con crema de coco, azúcar y jugo de limón, adornado con dos cerezas. Quiana brindó con ella, al tiempo que giraban hacia las mesas y observaban la mecánica del lugar.
En una de las mesas cercanas al escenario se encontraba Callum con sus compañeros de trabajo. Después de su primera semana como bombero oficial de la brigada de evacuación y rescate, donde apagaron tres incendios en el mismo lugar y fueron obligados a bajar dos gatos de un árbol, terminó su primer turno diurno. Los chicos se portaban bien con él, lo hicieron sentir parte de su grupo, por lo que no se negó a que lo llevaran esa noche al bar. Callum tuvo una mala reputación en Boston durante un par de años difíciles. Conoció muchas mujeres, estuvo involucrado en más de un escándalo en el trabajo y apenado con su madre por sus actitudes. Todo lo desencadenó un problema emocional que con el tiempo superó, pero que dejó una estela de mujeres desnudas.
El Callum de casi treinta y cinco años no era esa misma persona. Aprendió a lidiar con sus problemas, a sobrellevar los golpes de la vida y a manejar mejor sus emociones. Acudió al bar porque lo invitaron. Si de él hubiese salido, no estarían allí. Al llegar, el lugar le pareció bueno. Tres chicas menores que él lo miraron y un par le hicieron un ademán para que se acercara. Callum no fue por sexo, así que no lo buscaba ni lo esperaba. Por eso no se acercó a ellas ni les dio su número para quedar en un motel al salir. Dexter fue quien lo invitó para que conociera un poco las mieles de Columbia. Él estaba casado, tenía dos hijos y una hermosa esposa que confiaba plenamente en su fidelidad. Dexter nunca fue infiel, ni lo sería, pero iba al bar con los hombres a pasar un rato diferente, unas horas agradables, y beber un par de cervezas.
—¿Qué te pareció tu primera semana? —preguntó Maverick.
Callum rodó la base de la cerveza sobre la mesa cuando escuchó la gruesa voz de uno de los muchachos cortar sus pensamientos sobre el lugar, la hora y que no sabía por qué estaba allí.
—Relajada. —Callum elevó la mirada de la botella y miró a los tres hombres—. Estaba acostumbrado a más incendios en Boston.
Maverick bebió un sorbo de su cerveza.
—El hombre de ciudad ofende al pueblo —bromeó Maverick.
—¡No fue lo que quise decir! —se defendió Callum.
Los cuatro hombres en la mesa rieron.
—¡Olvídalo! —interrumpió Dexter cuando elevó su cerveza y el tono de voz—. Maverick es comediante por naturaleza.
Callum solo llevaba una semana, por lo que no conocía las formas de bromear de cada uno. Lo único que sabía de cada uno era que Dexter era el líder, quien se encargaba de supervisar y controlar que todo se mantuviera y se hiciera conforme a las exigencias del capitán. Jayden era de poco hablar, pero era experto jugando póker, además era quien se vestía más rápido en cada llamado de incendio. Maverick era bromista con todos de una forma negra y ácida, rayando en lo malsonante, pero la mayoría lo veía como bromas inocentes donde solo era burla sin fomentar el bullying. Y Aiden era el mujeriego. Aiden fue el primero que estuvo de acuerdo en visitar el bar y quien llevaba los bolsillos llenos de condones para todos. Su atractivo físico era un gancho para las mujeres, pero no era hombre para una relación estable.
—¿Así que vienen cada fin de semana? —preguntó Callum.
—Solo cuando la esposa de Dexter lo deja salir —refutó Aiden mirando a las mujeres, como si la que cazó temprano no fuera suficiente—. Aquí entre nosotros, su esposa es la que manda.
Dexter, quien no se sintió ofendido por la verdad, le golpeó el rostro con el puño izquierdo. No lo golpeó con la fuerza que hubiera querido, solo para no destruir su carátula de Kama Sutra gastado. Aiden acarició su mejilla levemente enrojecida y le arrojó un chorro de cerveza en la camisa al mecerla hacia él.
—¡Maldito! —gruñó Dexter riendo.
—¡Admítelo! —ordenó Aiden con la mano en su mejilla.
Esas eran las formas en las que jugaban. A Callum le pareció tan extraño que se llevaran de una forma violenta pero amigable, que solo deseó que no lo involucraran en sus juegos. Él era un hombre de poca paciencia que no soportaría que lo golpearan. Y mientras Dexter discutía con Aiden sobre la cerveza y el golpe, Jayden se inclinó hacia Callum para decirle lo que pensaba sobre eso.
—Respondiendo a tu pregunta, solo venimos por cerveza y para que Aiden coja con las meseras —dijo—. Es nuestro bebé.
Aiden era el menor de todos, con apenas veintinueve años. Tanto Dexter como Jayden tenían casi cuarenta y Maverick rozaba la edad de Callum. Aiden estaba en es punto de su vida en el que solo pensaba en coger, coger y continuar cogiendo con cada mujer que le decía que sí. Era entendible, todos pasaron esa etapa, pero involucrarse con mujeres del mismo departamento de bomberos era penado, y a Aiden no le importaba. Se ganó incluso una orden de alejamiento de una de ellas por acoso laboral. Y una vez que el asunto de la cerveza terminó, Aiden miró a la barra y sus ojos se desorbitaron al ver a dos de las mujeres más sexys de esa noche.
—Turistas a las once en punto —anunció a la mesa.
Callum, Jayden y Dexter estaban de espaldas, mientras Aiden y Maverick miraban a las mujeres hablar con el barista. Callum, al ver que incluso Maverick estaba perdido en ellas, giró el torso hacia un lado y encontró a la mujer que le recordaba en demasía a una de sus ex novias del colegio. Era rubia, alta, delgada, con una sonrisa enorme y picardía en la mirada. Era casi idéntica, sin embargo, la que vestía de n***o fue la que llamó su atención.
—Me pido la del saco —dijo Aiden—. Es sexy.
—No —impidió Dexter—. Es la primera vez de Callum.
Aiden le lanzó una mirada.
—¿Y?
—Seremos buenos anfitriones y dejaremos que elija primero.
Callum estaba ajeno a la conversación entre ellos. Su visión se clavó en Dove y lo ajena que lucía. Aunque llevaba ropa adecuada para el lugar, no lucía emocionada por estar allí ni por compartir una salida con sus amigas. Las expresiones de Dove eran de asombro por la forma en la que Shady coqueteaba tan abiertamente cuando no estaba oficialmente divorciada, tenía una hija y un trabajo donde debía comportarse como una mujer intachable. El que se comportara como si tuviera quince años no era un buen indicio, y que durmiera con media ciudad tampoco.
—¿Entonces? —indagó Dexter hacia Callum—. ¿Cuál quieres?
Callum, al escuchar que lo llamaban, giró. No sabía qué sucedía, pero debía acercarse a ella, así que sin decir nada se levantó de la mesa y caminó a la barra. Tiempo atrás se consideraba un hombre seguro de sí mismo, pero a medida que se acercaba a las tres mujeres que continuaban buscando qué hacer, sintió que no era esa misma persona, así que, en lugar de acercarse a ellas para entablar una conversación, golpeó la barra con ambas manos.
—Diez cervezas, por favor —le pidió al barista que coqueteaba con Shady—. Y una ronda de submarinos.
Shady, quien se enfocó en el barista, al ver a Callum cambió de opinión. Lo detalló. Deslizó su mirada por la camisa abotonada del pecho hacia abajo, la forma en la que sus bíceps se marcaban y que llevaba un perfume que le fascinaba, y siendo un bar de bomberos, era evidente que se trataría de uno, aunque no llevara uniforme ni ninguna insignia. Callum sintió la mirada de Shady, sin embargo, no le prestó mayor atención, sino al hombre que colocaba las cervezas en la barra. Y como Callum no la miró, Shady le habló.
—Hola.
Callum sonrió a las botellas y luego giró hacia ella.
—Hola —saludó.
Shady, con todo el licor que atestaba su sangre, no sabía ni qué buscaba, o quizá si lo sabía, pero no meditó que cinco segundos atrás coqueteaba con un hombre que no era Callum.
—¿Estás solo? —le preguntó a Callum.
Dove, quien giró el cuello cuando vio que Shady atacaba a otro hombre, miró a Callum desviar la mirada a las diez cervezas y los submarinos. Dove, sin conocerlo, notó que él si estaba lúcido.
—Es mucha cerveza para que este solo —interrumpió Dove.
Shady revoloteó los ojos y Callum miró a Dove.
—Es para mis amigos —le dijo a Dove.
Callum tuvo una ligera conexión visual con Dove, quien le mantuvo la mirada. Shady los miró y no le importó que hubiera chispas entre ellos. Shady quería a Callum para ella.
—Deberías invitarnos algo —susurró Shady al tocar el borde de la camisa de Callum—. O solo a mí. No me negaría a un trago.
Dove tragó, miró a Quiana, quien se mantuvo en silencio observándolo todo, y regresó su atención al hombre. No lo quería para ella, pero era evidente que él no quería a Shady. Además, el barista miró a Callum, quien supuso que le quitaba el ligue de la noche, cuando Callum era inocente del ataque de Shady y del cambio. Ninguno podía esperar demasiado de una borracha.
—Esta incómodo, Shady —volvió a interrumpir Dove—. Déjalo.
Shady, quien no quitó las manos de la camisa de Callum, le lanzó una mirada de odio por interrumpir lo que hacía.
—¿Tú qué sabes? —preguntó enojada antes de girar de nuevo a Callum y sonreírle macabro—. ¿Estás incómodo?
—Honestamente sí —respondió Callum de inmediato.
La sonrisa de Shady se borró, al igual que la expresión de triunfo que tenía sobre sus dos amigas. No necesitó que Callum le quitara las manos de encima, ella misma lo hizo cuando el barista le entregó la bandeja con los submarinos. Callum miró a Dove una vez más y regresó a la mesa desde donde sus compañeros veían confundidos todo lo que sucedía. No tuvieron oportunidad de preguntar nada, porque al colocar la bandeja regresó por las cervezas. Dove no lo siguió con la mirada, pero sintió las chispas.
Lo único que Callum debía hacer era hablarle. Dove no esperaba que lo hiciera, pero Quiana, quien fue una completa espectadora, miró el debate interno de Callum antes de acercarse a Dove. Él carraspeó su garganta y las tres mujeres giraron. Shady pensó que hablaría con ella, pero Callum ni siquiera la miró. Sus ojos fueron a los de Dove. No le miró el escote ni la hizo sentir incómoda. Fue todo lo contrario. Quiana bebió su coctel y esperó que la verdad reventara por la parte más fina, cuando Shady se decepcionara.
—A ti si quiero invitarte algo —le dijo a Dove—. ¿Puedo?
De nuevo la sonrisa de Shady desapareció y Dove la miró. No podía enojarse con ella, pero sí con Callum por no escogerla.
—El que preguntes le quita sentido a todo —replicó Shady.
—Prefiero eso a que ella me golpee —respondió Callum.
Dove miró a Shady. No quería hacerla sentir mal. Shady estuvo de acuerdo en sacarla de casa para que se divirtiera, y si la diversión estaba con el hombre sexy, ella no se opondría. Y en lugar de hacer un berrinche, giró y volvió a sonreírle al barista, quien, por su poca disponibilidad de mujeres esa noche, le regresó la sonrisa. Quiana, para que Shady no se revolcara con el barista en el baño, tiró de su codo y le dijo que buscaran una mesa. Shady le robó dos de las cervezas a Callum y siguió a Quiana a la mesa.
Tanto Callum como Dove volvieron a mirarse después que todo se calmó. Dove estaba segura de que Callum era uno de esos hombres que encontraban mujeres solteras y tristes en los bares los viernes o sábados por la noche, por lo que dejó su cóctel sobre la barra e intentó mirar si llevaba un anillo de en su dedo.
—Muéstrame tus manos —le ordenó Dove con un tono de voz demandante—. Quiero ver si llevas un anillo.
Callum frunció el ceño antes de mostrarle sus manos. Dove enarcó una ceja al percibir que no llevaba uno.
—Pude guardarlo en mi bolsillo —brotó de Callum.
Era un buen punto.
—¿Lo llevas en tu bolsillo?
—No —respondió Callum moviendo los hombros.
Era un juego previo bastante extraño, pero rompió el hielo.
—Entonces acepto el trago —dijo Dove.
Dove le pidió un té helado al barista para no mezclar tanto los pensamientos esa noche, sin embargo, Callum ordenó otra cerveza y le hizo un ademán a Dexter para que fuera por las demás. Dove miró a la mesa donde se encontraban sus amigos y luego a él. Era la clase de hombre de la que habló con las chicas en el auto antes de llegar. Era la clase que asistía con su grupo de amigos, cazaban y mudaban la fiesta de lugar. Y aunque realmente no eran eso, fue lo que ella pensó mientras él detallaba el exacto color de sus ojos.
—Espero no preguntes mi nombre, dirección, ni mi número —pronunció Dove al sujetar el vaso—. Será una noche sin nombres.
Eso rompió por completo lo que Callum pensaba hacer con ella. La idea de encontrar a alguien era hablar con ella, sentirse cercanos cuando notaban que compartían aficiones o gustos por algunas cosas. De cierta forma eso rompió la idea que tenía de la mujer. La imaginó más recatada, seria, quizá la clase de mujer que daba su número y un apretón de manos al terminar la noche, no la que dejaba las cartas sobre la mesa al decirle que no deseaba nada más que una noche de descontrol sin nombre y sin dirección. Callum era un caballero, así que aceptó los límites de la mujer, pero colocó los suyos sobre la mesa. Si Dove quería jugar de esa manera, el juego pasaría a ser de dos y no solo de ella.
—Acepto, siempre que no preguntes por mi trabajo, mi vida personal, ni si regresaré o no a mi mesa —finiquitó Callum.
Las intenciones de Dove no eran hacerlo, así que aceptó.
—Perfecto. —Dove alzó su vaso—. Brindo por eso.
Callum rozó su vaso con su botella y ambos bebieron un sorbo mirándose a los ojos, sin imaginar que, aunque no se dijeran los nombres, esa no sería solo una noche de descontrol. Sería el comienzo de un flechazo que les desgarró el corazón.