Matías analizó detenidamente las fotos que había tomado y se enojó consigo mismo por dos razones diferentes: la primera era que aún sentía excitación al ver el cuerpo semidesnudo de su madre; la segunda era que las fotografías tenían pésima calidad, muchas habían salido movidas.
«Eso me pasa por apurado», se reprochó.
Intentó corregir las imágenes con efectos de photoshop y con cambios de brillo y contraste, inclusive alteró un poco los colores, pero ninguno de los resultados se ajustó a sus altos estándares, y lo peor de todo era que la v***a se le había puesto como un garrote, otra vez. Se la agarró por encima del pantalón y sintió una placentera descarga eléctrica, miró fijamente la pantalla donde la vulva de su madre aparecía en primer plano, oculta por la tanga roja. Quería ver más, y tenía la excusa perfecta para hacerlo. Apartó la mano de su entrepierna y aguardó un par de minutos hasta que ésta volvió al estado de reposo, luego salió de su cuarto y se dirigió al de su madre.
* * *
Los dedos de Nicol se movían de forma frenética, entrando y saliendo de su húmeda concha, con una mano sostenía una pierna por debajo de la rodilla y la otra estaba tan separada como le era físicamente posible. Llevó a su boca la mano con la que se masturbaba y saboreó sus propios jugos sexuales, luego volvió a frotarse el clítoris, como previa a la penetración; en esta ocasión introdujo tres dedos por su orificio. Suspiraba y se meneaba en la cama como si un apasionado amante la estuviera penetrando. Conocía muy bien su cuerpo, llevaba muchos años masturbándose, aunque no con demasiada regularidad, sin embargo había adquirido la suficiente experiencia como para proporcionarse el placer necesario para llegar al clímax, y ya estaba a punto de alcanzarlo.
Repentinamente alguien golpeó la puerta de su cuarto, se asustó tanto que soltó un leve grito y, con la velocidad de reacción de un felino, se escabulló bajo las sábanas. La puerta se abrió de par en par y Matías se asomó dentro del dormitorio.
—No te dije que podías pasar —se quejó la mujer sosteniendo firmemente las sábanas para cubrir sus voluminosos pechos.
—Perdón, escuché que decías algo y creí que era: “Pasá”. ¿Estás ocupada?
Ella no quiso admitir que había gritado, y mucho menos quería darle a entender a su hijo que se estaba masturbando y que él había interrumpido justo cuando su concha estaba a punto de estallar de placer.
—No estoy ocupada —sus mejillas estaban rojas, pero Matías no lo notó, su mente estaba enfocada en la ropa interior roja que yacía en el piso—. ¿Qué necesitabas? —El muchacho no respondió—. ¡Matías! —Él se puso rígido, como si hubiera sido sorprendido haciendo algo malo—. ¿Qué necesitabas?
—Ah, sí… sí. Venía a decirte que, por mi culpa, varias de las fotos salieron mal… muy borrosas. Vamos a tener que sacarlas otra vez.
Nicol asintió con la cabeza, estaba avergonzada, no sólo porque su hijo la hubiera sorprendido en plena masturbación sino también porque ese “por mi culpa” le sonó a mentira piadosa para encubrir la verdad. «Hice todo mal —se dijo a sí misma—, pero él no quiere admitirlo».
—Si querés lo hacemos mañana —continuó Matías.
—No, vamos a hacerlo ahora, así tenés tiempo para trabajar tranquilo en la edición; dentro de unos días vamos a necesitar un nuevo p**o.
—Está bien —miró la ropa interior una vez más y fue recién ahí cuando cayó en la cuenta de que su madre estaba desnuda debajo de la sábana—. Voy a ir preparando todo, cuando estés lista, avisame.
Salió cerrando la puerta detrás de sí. Nicol frunció el ceño, estaba enojada consigo misma, por su culpa su hijo debía hacer doble trabajo. Se puso de pie y se miró al espejo, le agradó lo que vio, su cuerpo era muy sensual y del cuello para abajo no mostraba ni la más mínima señal de vello, lo cual, por alguna extraña razón, la hacía sentir aún más desnuda… y más provocativa. «Yo puedo hacerlo —se dijo—, sólo tengo que mantener una buena actitud». Aún estaba muy excitada y si su hijo no le hubiera pedido reanudar la sesión de fotos, habría continuado con su masturbación. Aprovechando esa calentura llevó a cabo un pequeño experimento. Dio la espalda al espejo, se reclinó hacia adelante y giró su cabeza para encontrarse con el reflejo, el cual le devolvía una explícita imagen de su concha húmeda y su culo, se abrió las nalgas usando ambas manso y sintió una agradable ola de calor al ver como sus agujeros se dilataban. «¿A qué hombre heterosexual no le gustaría verme así?», pensó. En ese preciso instante cayó en la cuenta de que la calentura podría ser un factor positivo para su modelaje erótico. Estar excitada le brindaba cierta seguridad y la hacía más osada.
Se puso el conjunto rojo, volvió a mirarse al espejo, y salió de la habitación decidida a mostrar su lado más erótico.