Y veo su hermoso ojetito anal apretarse en el centro de su culo; oscurito, arrugadito, cerrado y muy apetecible. Mis pupilas se dilatan al contemplarlo. Es tan codiciable. Se mira tan lamible. Tan chupable. Tan penetrable, que las siguientes palpitaciones de mi pene que arde en los dedos de Sugey, no tienen nada que ver con sus deliciosas caricias, con su saliva mojándome el glande, ni con su boca caliente acercándose de manera violenta hacia él. Sino más bien a mis fantasías por clavarle ese culito. —¡Ahógame con tu culo, mamiii! —le imploro sediento, abriendo la boca para darle sus primeras chupadas, aunque mi lengua no alcanza a llegar a sus pliegues. —¿Quieres que me siente sobre tu cara, mi amor? —me pregunta ella, provocándome, removiendo sus enormidades a centímetros de mi cabeza.