Comieron con muchas sonrisas cómplices y pocas palabras. Alba recogió los platos y se puso a fregar mientras su hijo se encerraba de nuevo en su habitación. Su pensamientos volaron mientras fregaba los cacharros. En apenas unas cuantas horas su vida había dado un giro radical. Sin pretenderlo, había descubierto el pedazo de v***a que gastaba su niño, bueno, su niño de dieciocho años, y no solo eso, si no que se la había pajeado, chupado y se la había metido en el coño hasta el fondo. Todo había empezado por ayudarle, pero ahora lo que sentía era deseo. Un deseo irracional y desaforado por disfrutar de esa hermosura de polla. No se reconocía a si misma. Nunca le había puesto los cuernos a su marido, aunque si la encantaba que flirteasen con ella, pero nada más. Y ahora le había puesto los