Cena Importante

2595 Words
Analu A las cinco de la mañana suena mi bendito despertador, casi lo tiro contra la pared, puedo dormir doce horas seguidas y aun así seguir con sueño, a pesar de tener el hábito de levantarme temprano. Tomo una ducha y lavo mi cabello pelirrojo natural. Soy blanca como la leche, de esas pelirrojas que tienen pecas por todo el cuerpo. Antes me importaba maquillarme para cubrir las que están en mis mejillas, pero hoy en día ya no me importa. Y otro detalle sobre mí, solo tuve una pareja en mi vida, él fue mi primer beso, mi primer y único encuentro s****l. Terminamos porque después de tres años de relación él quería casarse, y yo le dije que no abandonaría a mi abuela y mis estudios, esas son mis prioridades y como no eran las mismas que las suyas, decidimos que era mejor así. Han pasado dos meses desde eso, ¿si sufrí? ¡Creo que no! Me he acostumbrado desde joven a la ausencia de mis padres, así que no hay nada que me afecte. Pero no estoy interesada en otras relaciones, tengo metas y en eso estoy concentrada. Tan pronto como llego al trabajo, voy al baño para cambiarme, paso por la sala, doblo en el primer pasillo a la derecha y la escena que veo me hace dejar caer mi celular al suelo. —¿Qué haces aquí? —vocifera él. Con la voz temblorosa y el psicológico afectado, respondo: —Yo... Yo... Solo iba a cambiarme. Él no dice nada, simplemente se va con la misma cara de enfado de siempre, dándome acceso al baño. Cuando entro, el olor de su jabón y su colonia están impregnados allí. Es un olor masculino, de hombre, que le queda perfecto. Ya uniformada, camino a toda prisa por el pasillo, tratando de borrar la escena de mi mente, debo haber llegado a la cocina como un rayo, porque en cuanto entro Verinha pregunta: —¿Qué pasó, chica? ¿Todo bien? Miro a ambos lados y luego susurro: —No sabes lo que acabo de ver. —Habla de una vez, mocosa... —Llegué y fui al baño a cambiarme, bueno, a ponerme el uniforme en realidad, y me encontré con tu jefe en el pasillo solo con una toalla gris envuelta en la cintura. —¿Nuestro jefe? ¿Y qué pasó? —¿Él? Nada. Solo me preguntó qué hacía allí, respondí y se fue con la misma cara de siempre. Y, por cierto, mi celular cayó al suelo y me quedé tan aturdida que no lo agarré. —Niña, ten cuidado con tus pasos, por favor, sé más cuidadosa con tus acciones. —No hice ni dije nada esta vez, fue el hombre de las cavernas que... —antes de terminar la frase, él entra y gracias a Dios a tiempo para no escuchar lo que iba a decir. —¡Tu celular! Y espero que cuando dijiste “hombre de las cavernas” no te referías a mí —Trago saliva. «¡Mierda! ¡Me escuchó!» Ahora sí, ¡me van a despedir! —No, claro que no, era de un exnovio, ¿verdad, Verinha? —Sí, claro que sí —confirma Vera. —Deseo que la intimidad con la que se tratan sea estrictamente entre ustedes dos. Ana Lucía, tráeme una taza de café a mi oficina. En cuanto sale, le pregunto a Verinha: —¿Cómo le gusta el café? —Fuerte y con dos terrones de azúcar. —¡Bien! —respondo y voy directo a preparar el café. —Abre los ojos, chica, él te está poniendo a prueba. Y créeme, mientras no esté satisfecho con tus servicios, no dejará de pedirte cosas, siempre lo hace con las novatas. Revuelvo los ojos pensando: —Es realmente un idiota. Cojo la taza de café y voy a su oficina, llego a la puerta que está cerrada y escucho que él dice que viajará mañana, jueves, y regresará el sábado por la mañana. Todavía está al teléfono, dudo si debo entrar o esperar a que termine de hablar, pero si me demoro, el café se enfriará y él se enfadará. Así que doy dos golpes en la puerta. —¡Pasa! Entro y pongo la taza en su enorme escritorio de madera oscura. Su oficina parece sacada de una película de terror, da miedo, me doy la vuelta para salir de allí rápidamente, porque mi mente solo puede recordarlo con una toalla. «¡Qué desgracia! ¿Por qué no puede ser un viejo decrépito? Facilitaría mucho más mi vida». —Ana Lucía, siéntate aquí, necesito hablar contigo. Con las manos sudando frío, me siento frente a él, que da un sorbo a su café. —Está demasiado fuerte. La próxima vez usa menos café en polvo. Tengo ganas de decir: “No me digas eso, idiota, no fui yo quien lo hizo”, pero para no meter a Verinha en problemas, me callo. —¡De acuerdo! —respondo secamente. —Por si no te has dado cuenta, la Sra. Morgana está ausente y estará fuera durante toda la semana, tuvo un problema familiar y necesitó alejarse urgentemente del trabajo hasta la próxima semana. El sábado recibiré unos invitados en mi casa, serán seis hombres, te pido que te quedes a dormir aquí y ayudes a Vera con los cócteles. Te pagaré extra por eso, pero necesito que te esfuerces, será una cena de negocios. Si hay dinero extra, claro que acepto. —¡De acuerdo! Estaré disponible. —En ese caso, no tendrás que venir a trabajar el jueves ni el viernes, ya que no habrá nadie aquí —habla de manera seca. Estoy encantada con esto, tener tiempo libre, descansar y pasar más tiempo con mi abuela. —Dile todo eso a Vera. —Sí... —Ahora puedes irte —me dice, inspeccionándome de arriba abajo. Me levanto y salgo, entro al baño para hacer pis y ahí está la toalla gris colgada. Interrumpo el pis y voy a la cocina, necesito despejar mi mente, estos dos días sin verlo me ayudarán con eso. Al menos eso espero. El resto del día fue tranquilo, sin más quejas, hoy él estaba educado, y logramos mantenerlo así hasta el final del turno. Voy a casa feliz de saber que tendré dos días de descanso... —Que Dios te bendiga, abuela —Entro hablando sin verla aún. —Que Dios te bendiga, hija mía —Por el eco sé que está en el baño. Entro a mi habitación para esperar a que mi abuela salga del baño para que yo pueda tomar mi ducha. —Abuelita, ¿vamos a tomar un helado? —pregunto apenas salgo de la ducha. —¿Y la cena, hija mía? —No te preocupes, comeremos algo en la calle. Y así vamos a la heladería nueva que abrió a dos cuadras de nuestra casa. —¿Cómo fue tu día hoy? —ella pregunta. —Un poco inusual... —digo recordando la escena del señor imbécil con la toalla. —¿De veras? ¿Y qué quieres decir con inusual? —Nada muy importante —miento. Nunca le diré a mi abuelita que vi a mi jefe solo con una toalla. Tomamos nuestro helado, nos reímos, me preguntó por Júnior y le dije que debe estar bien y que ya no siento nada por él, que eso ya pasó. Miento otra vez. Pero no me duele, sí lo recuerdo, pero son solo recuerdos. Un hombre que no acepta a mi abuela no merece tenerme. Ya en casa me acuesto al lado de mi abuela. —Tendré que pasar la noche en el trabajo el sábado, pero me pagarán extra por eso —digo. —¿Ah, ¿sí...? ¿Y por qué? —Según el jefe, tendrá una cena de negocios importante y la ama de llaves está ausente por problemas personales, así que me tocó a mí. —¿Pero dormirás sola con él? —pregunta asustada. —No, abuela, también estará doña Verinha... —Ve con el camisón espanta-novios, eh —ella dice riendo y su cuerpo se sacude al efecto de la risa. Le doy una risa cómplice, pero jamás usaría ese camisón, no es que tenga intenciones de aparecer para alguien, pero por amor de Dios, solo debe usarse en casa. Aunque con el humor que tiene ese hombre y lo seco que es, creo que le dará igual un camisón de seda o uno de monja, para él será lo mismo. Pero eso poco me importa, estoy allí para trabajar y no para estar observando a ese iceberg con forma de hombre. Él allá y yo acá. Y punto final. [...] El viernes me levanto temprano y salgo, voy a la tiendecita del pueblo para comprar un pijama, nada muy sexy, solo presentable. El resto del día lo paso en casa con mi abuela, antes de dormir acomodo mi bolso, pongo el pijama, dos pares de calzoncillos, dos sujetadores, una muda extra y el uniforme. Le doy un beso en la frente a mi abuela y me voy a dormir. El sábado llego al trabajo y soy la primera en llegar, excepto por Otávio, que siempre está allí. Me pregunto si no vive aquí, porque sin importar a qué hora llegues a esta casa, él siempre está listo. —Buenos días, señorita —él dice abrazándome. —¡Buenos días, Otávio! —le doy un abrazo y él se pone un poco incómodo. —El señor Fizterra ya llegó y dijo que cuando llegaras tenías que ir a su oficina. —Está bien. Ya empezó temprano —revuelvo los ojos. Voy a su oficina, pero lo encuentro en la sala. —¡Buenos días! —digo sin mucha emoción. —¡Buenos días! Siéntate, que necesito darte algunas instrucciones. Me siento frente a él y espero a que hable. —Necesito tu sinceridad. Vera se cayó hoy y se fracturó el pie, estará ausente unos días. El servicio de cocina hoy será solo tuyo. Así que sé sincera conmigo; ¿puedes con el trabajo? Abro los ojos, no de miedo por el trabajo, sino de preocupación por Vera, y en el calor del momento pregunto. —¿Está bien Verinha? —Cursi y muy brusco, él me responde. —Eso no fue lo que te pregunté, Ana Lucía. Voy a preguntar una vez más. ¿Puedes con el trabajo? Bufé de rabia y siento mi rostro arder. —Sé que no fue eso lo que me preguntaste, pero me preocupo por las personas que quiero, por eso pregunté primero por Vera. Y en cuanto a si puedo con el trabajo, claro que sí, solo dime qué quieres ofrecerles a tus “amiguitos” y lo haré —Ese viejo tono autoritario que me acompaña una vez más habló por mí. Él levanta una ceja, acaricia su barba que está creciendo y si no me equivoco veo una leve sonrisa en sus labios que desaparece muy rápido también. —Para la entrada quiero canapés, un ceviche de camarones y si sabes hacerlo, quiero una frijolada de mariscos como plato principal. ¿Puedes hacerlo, Ana Lucía? ¿Frijolada de mariscos? Nunca he oído hablar de eso. Pero no abriría la boca diciéndoselo. Sería lo mismo que confirmar lo que tanto afirma, que no soy más que una niña. —¡Claro que sí! —digo no muy convencida Nunca diré que no sé, nada que una búsqueda en internet me muestre una receta y pueda seguirla. —¡Genial! Escribe todo lo que necesitarás y dáselo a Otávio para que lo compre. —¡Bueno! ¿Algo más? —no sé qué debo usar, pero vamos allá —Puedes ir a cambiarte e ir a la cocina, y hoy no almorzaré en casa, así que tendrás todo el día libre para planificar la cena. —De acuerdo. Visto mi uniforme, busco en internet, apunto los ingredientes necesarios para Otávio, y mientras él va al mercado, estudio la receta y qué tipo de vino combinará. El poderoso jefe vestido con el estilo de “Hombres de n***o”, entra a la cocina. —Me estoy yendo —anuncia—, esta tarjeta se quedará con ustedes por si es necesario comprar algo. La contraseña es once mil setenta... Lo miro por encima de los ojos y digo: —¡Bueno! ¿Vas a tardar mucho en volver? —pregunto para saber si podré poner música relajante —Saber mi hora de llegada y salida no es algo incluido en tu contrato, señorita Ana Lucía. Solo necesitas absorber la información que te proporciono, eso es innecesario, estaré aquí cuando llegue el momento. Nuevamente ese nerviosismo y miedo. Y él parece esperar mi respuesta, porque se apoya en el marco de la puerta y me observa. —Realmente no me interesa tu vida personal, solo quería saber para mantener la cocina en orden. Pero como eso no forma parte de mi contratación, no volveré a preguntar. Y ahora, con tu permiso, me centraré en lo que realmente importa aquí... Frunce el ceño, me mira fijamente, parece que va a abrir la boca, pero luego la cierra y se va. Le pedí a Otávio que compre un poco más de lo que necesitaré para hacer la prueba primero. ¡Y lo logré! Al menos según mi gusto, quedó bien, no sé si le gustará al Señor de las Tinieblas. Había acordado la cena a las ocho de la noche. Exactamente a las siete de la tarde todo estaba listo. Me senté un poco para descansar y aparece el dictador. —Ponte este uniforme, creo que te quedará. —¿Puedo darme una ducha? —¡Debes hacerlo! —dice y se va. —¡Argh! ¡Qué idiota! —bufé de rabia. Voy al baño, me doy una ducha y solo después de haberme duchado veo la ropa. Se trata de unos pantalones negros formales y una camisa negra lisa de botones. Él es bueno visualizando cuerpos y adivinando el tamaño, porque acertó con el mío. La ropa me queda ajustada. ¡Me gusta! Recojo mi cabello en una cola de caballo, me pongo un poco de brillo labial que traje y está bien. Luego regreso a la cocina. Él entra en silencio y no lo veo, empiezo a cantar mientras arreglo los canapés. —Fue tu mirada lo que me cautivó, quiero un poco más de este amor. —Espero que no cocines como cantas —dice brusco. Doy un salto de susto. —¡Ay, qué susto! —me llevo la mano al pecho. —Puedes arreglar la mesa, dentro de quince minutos llegarán y necesito algo para ofrecerles. —¡De acuerdo! —¿Ya seleccionaste el vino? —Sí. Un Château Bolaire Bordeaux, francés. —¡Excelente elección! Pongo los canapés en la mesa, un cubo de hielo y el vino adentro, ya que se bebe frío. Me retiro y regreso a la cocina. Me pongo a charlar con Otávio hasta que me llaman. Poco a poco los invitados van llegando, la mayoría de ellos son hombres mayores que el jefe idiota, que me miran de manera extraña cuando paso por su mesa. Ahora estoy en la cocina, usando mi celular y me acuerdo de un hecho muy importante, si Verinha no va a dormir aquí, significa que solo dormiremos Santiago y yo en esta casa. ¿Debería preocuparme por eso? Continuará...
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