Primera impresión

861 Words
Analu Después de lo sucedido a la hora del almuerzo, mi dignísimo jefe no apareció más, excepto diez minutos antes de que me fuera. —No cenaré en casa —avisa mientras se va. Una vez que se va, me tomo la libertad de imitar. —No cenaré en casa —imito con una voz diferente. —Ah, chica, ¡ten juicio! —dice Verinha y se ríe. —Solo un poco de humor no le hace mal a nadie, desde que él llegó, esta casa parece estar de luto. Recojo mis cosas para irme, beso a Verinha en la mejilla, abrazo a Otávio y le lanzo un beso a Morgana. Todavía está enfadada conmigo por la reprimenda que recibió, pero pronto logro ablandarla de nuevo. Antes de cruzar la puerta de salida, me pongo los auriculares para satisfacer mi adicción a la música, porque debido al poderoso jefe, ya estaba en abstinencia. Tan pronto como llego a la puerta de mi casa, ya puedo oler esa sopa de verduras que solo las abuelas saben hacer. Y entonces siento esa famosa paz y satisfacción de estar en mi hogar. —Buenas noches, abuelita. ¡Dame tu bendición! —digo tan pronto como entro y veo a mi abuela en la cocina, removiendo las ollas. Ella se voltea, se seca las manos en el delantal que lleva puesto sobre una falda floral que le llega hasta sus delgados tobillos. —Dios te bendiga, mi nieta. ¿Cómo estuvo el trabajo hoy? —dice y me da un beso en la frente. —Abuelita, tengo muchos chismes para contarte sobre hoy, pero déjame bañarme primero y te contaré todo mientras disfrutamos de esa sopa que está oliendo ahí en el portón. Nuestra casa es muy sencilla y humilde, la puerta está seguida de esas paredes bajas que un niño podría saltar. Desde la puerta hasta el porche hay un camino corto y a ambos lados está lleno de flores y plantas. Hay conmigo-nadie-puede, flor de leche, espada de San Jorge y también un pequeño rosal. Ya en el porche hay un suelo rojo que parece barro, una pared blanca y una hamaca colgada. La casa es pequeña, consta de dos habitaciones, un baño, la sala y la cocina. El patio trasero está lleno de árboles frutales, tenemos guayabas, moreras y un árbol de mango espada. Además, tenemos un pequeño huerto de mi abuela. En fin, es un lugar que te brinda comodidad y paz. Después de darme un baño y con mi camisón de algodón que llega hasta los pies, que según mi abuela es para ahuyentar novios, me siento a su lado, ella ya ha puesto en la mesa nuestros platos de sopa y unos pedacitos de pan para mojar mientras la sopa se enfría un poco. Y un detalle más, mi abuela trató de corregir mi boca parlanchina durante toda la vida, pero créanme, aprendí a ser así con ella, tiene setenta y dos años, pero tiene una salud y respuestas tan bien pensadas que solo Dios sabe cómo lo hace. —Bueno, cuéntame, Analu. ¿Cuáles son esos chismes que ibas a contarme? —¿Puedes creer que mientras estaba en mi mejor actuación de cantante de baño, llegó mi jefe? —digo ahora riendo, porque ahora tiene gracia, pero en ese momento no la tenía. —¡Ay, mi Jesús Cristo! ¿Y qué pasó? —Y pasó que el hombre se enojó mucho y dio a entender que soy muy niña y que no estoy a la altura del trabajo. —¿No le contestaste, verdad, Aninha? —Oh, sin ninguna duda, sí lo hice, pero lo peor fue nuestro enfrentamiento a la hora de servir el almuerzo. Le cuento nuestra conversación bastante agradable durante el almuerzo. Por supuesto, fue sarcástico. —Oh, padre eterno, así no vas a durar ni un mes ahí —me dice riendo. Un detalle más, mi abuelita es católica, casi una devota, así que la mayoría de sus expresiones siempre tendrán a santos en medio. Mi abuela es única. —Si no aguanto, buscaré otro trabajo, abuela. —Pero dime, ¿cómo es tu jefe? —pregunta. Y enfoco mis pensamientos en él hoy cuando se fue, vestido con unos jeans negros, una camisa social de manga negra, en fin, completamente de n***o, la única luz que hay en él es la miel que irradia en el color de sus ojos. ¡Qué hombre más guapo! —Abuela, es un hombre arrogante, prepotente y un gran idiota. Y eso es todo lo que tengo que decir. —¿Solo eso? —me mira fijamente. —Hasta el momento, sí. Tuvimos poco tiempo hoy. Pero creo que pronto me sorprenderá con muchos otros defectos. Porque eso es todo lo que ese hombre tiene. Ella me mira y sigue tomando su sopa, cambio de tema antes de que ella comience con sus perlas de abuela. Terminamos de cenar, mientras ordeno la cocina, mi abuela va guardando los platos, nos sentamos en el sofá, vemos la novela y a las diez de la noche ya estábamos las dos dormidas en brazos de Morfeo. [...] Continuará...
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