Analu
Voy hasta el balcón y encuentro a Otávio parado mirando al cielo.
—¡Hola! —digo
—¿Necesitas algo?
—No, en realidad, solo quiero hacer una pregunta... —digo un poco incómoda
—Puedes hacerla...
—¿Tú duermes aquí? ¿O sea, hoy dormirás aquí?
—No, tengo una familia a la cual siempre regreso al salir de aquí.
—Ah, entiendo... —digo un poco avergonzada
—¿Por qué? ¿Algún problema? —Otávio me mira desconfiado
—No, no... —digo apartando la mirada e intentando disimular mi miedo
Miedo era poco, en realidad estaba completamente aterrorizada con la posibilidad de quedarme a solas con Santiago. Es guapo, masculino y misterioso. El tipo de hombre que hace que cualquier mujer se rinda a sus pies. Solo cerrar los ojos e imaginar esa barba pasando por mi cuello y nuca ya me hace perder el sentido. ¡Maldito imbécil atractivo!
¿De dónde salió este hombre?
¿Por qué tenía que venir a trabajar precisamente a esta casa?
«¡Dios mío! No sé qué hacer, desde que lo vi solo con una toalla no puedo dejar de pensar en él como una idiota. Pero ¿dónde un hombre como él va a fijarse en una persona como yo, que según él no es más que una niña?», pienso, y siento cómo me arde la cara y cómo mi cuerpo se quema solo de pensarlo, pero vuelvo a mí con la voz del señor Otávio.
—Tranquila, él es así extraño, pero no es un violador, no entrará a tu habitación —Otávio dice con una sonrisa medio irónica.
—¿Sabes qué? No lo había pensado —hago como que no entiendo
—Sí, lo sé, pero solo lo dije para consolarte.
—¿Lo conoces desde hace mucho tiempo? —aprovecho la oportunidad y pregunto de una vez
Necesito saber algo de este hombre y por qué es tan misterioso.
—Sí, desde adolescente, fui mayordomo de sus padres.
—¿Y qué les pasó? —pregunto atenta y el señor Otávio se acerca bajando el tono de voz para que nadie nos oiga
—Mira, no debería darte esta información, pero murieron en un accidente junto con su prometida, y eso es todo lo que tengo que decirte.
—¡Dios mío! —abro y cierro la boca de nuevo
—No te atrevas a comentar nada, a él no le gusta el tema y no reacciona bien cuando se habla de eso.
—¿Por eso siempre viste de n***o?
—Sí, ahora ve, chica, antes de que él venga a buscarte.
Regreso a la cocina llena de pensamientos.
¡Dios mío! Debe haber sido difícil para él, no me imagino en esa situación
—Ana Lucía —dice él y, una vez más, me asusto mucho
—¡Sí, señor! —Estaba tan nerviosa que lo llamé señor sin darme cuenta
Él me mira extraño, tal vez porque le llamé señor, normalmente eso no pasa, de hecho, nunca ha pasado.
—Puedes servir los entrantes.
—¡De acuerdo!
Voy hasta el comedor y sirvo los ceviches a los seis hombres que están allí. En cuanto entro, se callan, obviamente no quieren que escuche la conversación. Rápidamente termino de servir, pido permiso y salgo a tiempo de escuchar a uno de ellos decir...
—Qué criada tan guapa.
¡Asqueroso! No tengo por qué escuchar esas cosas, pero me callo en respeto a Santiago, él me dijo que era importante, así que no arruinaré las cosas.
Luego sirvo la cena, esta vez sin tonterías y regreso a la cocina para empezar a recoger la suciedad y aligerar mi trabajo más tarde.
Con todo en orden, miro el reloj y ya es medianoche. Otávio ya se ha ido y Santiago entra a la cocina.
—Puedes ir a dormir, tomaremos otro vino, no te necesitaré más, y sobre el desorden, la señora encargada de la limpieza vendrá mañana. En cuanto te despiertes, pasa por mi oficina, recoge tu p**o y vuelve el lunes. Recuerda que Vera regresa en quince días, por cierto, está bien, y me sorprendiste con la cena —Justo cuando termina de hablar, se va.
Y yo me quedo en shock y llena de suposiciones.
¿Me elogió? ¡No puedo creerlo! Es la primera vez. ¡Dios mío! Qué sensación tan buena
Feliz, voy a la habitación que él me había mostrado antes, pero antes de llegar, me encuentro de frente con uno de sus invitados saliendo del baño.
—Si esto no funciona aquí, búscame, estaré encantado de tener a una cocinera como tú en mi casa —él dice mirándome de arriba a abajo y sosteniendo una tarjeta en la punta de los dedos.
No respondo, ni cojo la tarjeta y trato de pasar junto a él. Y justo cuando doy la espalda, él dice:
—¡Qué culito rico!
—¡Eso ya fue demasiado lejos!
Es un viejo barbudo y barrigudo que me da asco.
—Mira aquí, saco de grasa, respétame, es lo mínimo que te pido —digo llena de odio
—Te respeto mucho más de lo que imaginas, cosita linda —dice y se agarra el pene en mi dirección
—¡Asqueroso! Aprende a respetar a una mujer, inmundo —digo demasiado alto, casi gritando
—¿Qué está pasando aquí? —Santiago llega mirando al viejo con furia en los ojos—Eso amigo tuyo está siendo más que inconveniente conmigo —digo con los brazos cruzados, mirando fijamente al viejo imbécil.
Él frunce el ceño y fulmina al viejo pervertido, que ya tiene la frente empapada de sudor.
—Dentro de mi casa... Mis reglas, Feliciano. Así que respeta a mi empleada. ¿Está claro? —Santiago habla firmemente y el viejo baja la mirada.
Cruzo los brazos y sigo observando la escena.
—Y en cuanto a ti, Ana Lucía, puedes retirarte —Santiago dirige su mirada hacia mí, bajando el tono de voz.
—Espero que esto no vuelva a suceder, o voy a renunciar —Dicho esto, doy la espalda y entro en la habitación.
Enciendo la luz y voy directo al baño que está ahí, estoy tan cansada que no me fijo en nada en la habitación, solo tomo una ducha, me aplico una crema hidratante y me suelto el cabello. Voy a buscar mi nuevo pijama y adivinen qué. Mi querida abuela metió mano en mi bolso, sacó lo que compré y puso el viejo camisón de tirantes que llega hasta los pies, lleno de ositos y además dejó una nota:
“Por precaución, úsalo siempre”.
Sonrío.
—¡Qué viejita tan traviesa!
Como no tengo otra opción, visto este camisón, apago la luz y me acuesto en la cama, y en cuestión de segundos, me encuentro profundamente dormida.
[...]
En mitad de la noche, siento unas ganas fuertes de hacer pipí, me levanto y veo una luz encendida en el baño.
—¡Maldita sea! Me dormí y no apagué la luz.
Camino, adormilada, y cuando llego a la puerta del baño, me encuentro de frente con Santiago cepillándose los dientes.
—Dios mío, ¿qué haces aquí? ¿Tu habitación no tiene baño?
Él me mira y voltea la cara, acaba de cepillarse los dientes, mientras mi rostro arde de vergüenza por el camisón.
—En realidad, sí tengo, esta es mi habitación, la que tú ocupaste es mi cama, creo que te equivocaste de habitación.
En ese momento exacto, mi rostro arde de vergüenza, siento mi alma escapándose de mí, por primera vez me quedo sin respuesta, y aún más ahora, al tener una visión de este hombre solo en bóxer.
—Si quieres, puedes quedarte ahí. No hay problema.
Miro asustada, desviándome constantemente de su pecho desnudo...
—¿Y tú?
—También me quedaré aquí...
—¿En la cama? ¿Conmigo? —digo con los ojos bien abiertos.
—¡Sí! Mi habitación y mi cama. En caso de que no quieras quedarte aquí, la habitación que te mostré está en la segunda puerta después del baño de afuera.
Sin darle una respuesta, cojo mi bolso del suelo y salgo de su habitación, y antes de que vuelva a cerrarla, él habla.
—Si este camisón tuyo fuera algo sensual, juro que podrías correr el riesgo de dormir en la misma cama que yo, pero con toda esta infantilidad luciendo ositos, la sensación es tener a una niñita a mi lado. Así que no corres ningún riesgo, en caso de que sea eso lo que te desespera para salir de aquí... —él dice entre risas.
La vergüenza es tanta que me deja sin respuesta, solo cierro la puerta y salgo de su habitación, corriendo hacia la otra.
Ahora, en la habitación correcta, me siento en la cama y pienso:
«Es la segunda vez que me trata como a una niñita».
Entonces, la ira me domina, no soy una niña, soy una mujer y puedo demostrárselo. Una idea insensata llega a mi mente, no debería hacerlo, pondría mi trabajo en peligro, pero lo haré.
Me quito el camisón, quedándome solo en ropa interior, en mi bolso cojo el sujetador que combina y me lo pongo. Me miro en el espejo y parezco más un palo vestido. Estoy delgada, no tengo mucho busto ni muchas curvas. Soy casi un palo, la única curva que tengo es pequeña y está en mi trasero, que no es grande. Para nada. Pero es considerable y además soy extremadamente blanca, tanto que las venas resaltan en mi cuerpo junto con mis pecas. Pero no me importa, le mostraré lo que esta niñita puede hacer.
Abro la puerta de la habitación decidida, pero en cuanto la abro, me encuentro con él en la puerta.
—¿Qué es esto? —él habla mirándome de pies a cabeza.
—Es un conjunto de lencería, solo para demostrarte que a las niñitas como yo también les gusta dormir así —digo esto y doy media vuelta.
Es la primera vez que lo veo sin reacción, no dice nada, solo mira, así que concluyo.
—Ahora, déjame en paz, necesito dormir, estoy agotada.
Vuelvo a la habitación, pero él me agarra y me empuja contra la pared...
—No juegues con fuego, niña, porque no soportarías las consecuencias.
Me asusto mirando la intensidad de su mirada y sus palabras. Su rostro muy cerca del mío, su olor embriagando mis fosas nasales, mis piernas se debilitan, parecen gelatina. Intento escapar, pero sus manos están a cada lado de mi cuerpo, manteniéndome atrapada ahí. Sin embargo, una vez más, hago algo que nunca había hecho, impulso mi cuerpo hacia adelante y lo beso en los labios, pero lo suelto enseguida. Entonces él agarra sus manos en mi cabello y me besa, pero no es un simple beso, es un beso que me deja temblando, con la respiración acelerada, sintiendo que este beso podría conducir a algo más íntimo. Me libero del beso y trato de salir. Viendo mi desespero, él me deja ir, pero antes dice:
—Solo juega con juguetes que sepas manejar, solo un consejo.
Corro hacia la habitación y cierro la puerta. Estoy afectada por sus palabras, por su olor, por su agarre y por su beso. No me arrepiento, solo estoy conmovida por lo que acaba de suceder.
Me pongo de nuevo el camisón y me acuesto, doy vueltas de un lado a otro y la mente viaja en muchas imaginaciones y preocupaciones.
¿Me echará él?
Si me echa, ¿qué le diré a mi abuela?
No debería haber hecho esto, él es mi jefe, ¿en qué estaba pensando?
Tengo la boca seca, necesito beber agua, pero no salgo de esta habitación ni muerta, no quiero correr el riesgo de encontrarme con él nuevamente en el pasillo.
Continuará...