Cuando Amanda cayó en cuenta de que había entrado en terreno peligroso, fue el mismo día en que un niño le ofreció ayuda en un bonito pórtico de la ciudad, el cual parecía un poco antiguo, pero bien mantenido a través del tiempo. Para ella, el niño había sido su salvación en un principio. Cuando le hizo pasar detrás de él, le guió por la mayoría de los recovecos y pasillos laberínticos que poseía la propiedad, hasta hacerla entrar a través una puerta de estilo anglicano por la que fácilmente podría pasar una persona de dos metros o más, así que ella cupo bastante bien. Aunque no era mucho más alta, sí que había diferencia con los monjes con los que se halló dentro. Estos las miraron embobados, sin poder creer que una chica pudiera ser más alta que un hombre de metro ochenta y tantos.