Capítulo Uno: Licantropía.
La manada Seyzer era una pequeña aldea oculta en el tupido bosque que llevaba por nombre Terium, a las afueras de un poblado humano poco conocido. En total, la población no superaba los dos mil habitantes.
No por eso, dejaba de tener importancia el terreno y la producción de materia prima.
La manada se centraba en hacer que sus pobladores estuvieran seguros, protegiendo sobre todo su identidad verdadera. La licantropía, habían hombres y mujeres lobo por doquier, aunque la población humana más cercana no era cien por ciento consciente de ello. Se daban sus casos, en donde permitían la entrada a humanos (llamados beta) que conocieran el secreto o fueran de confianza, pero debían pasar por varias pruebas antes de considerarlos seguros para estar dentro del territorio.
Los cambia-formas existían desde siempre, una naturaleza paralela a la humana, aunque muy parecida.
Corriendo el año 1994, nació una pequeña omega de cabellos rubios ligeramente rizados, de tez morena y ojos decididamente marrones, con una tonalidad caoba brillante. El olor característico que ocupó para ser parte de la vida lobuna fue lavanda y caña de azúcar.
Tenía rozagantes y suaves cachetes que combinaban con la gracia de su nacimiento, la única niña de la familia. Tenía a todos sus hermanos mayores expectantes a ella, estaba Thom de siete años, Reilh y Howard de cuatro años, Ian de tres años y Ross de dos añitos. Cada uno se encontraba en un extremo de la cama donde minutos antes su madre había dado a luz. Esta tenía a la niña entre sus brazos, orgullosa de haberla visto nacer.
Santra tenía aspecto cansado y ojeroso, haber dado a luz a seis hijos no era tarea fácil. La mujer instó a todos los presentes a acercarse a la pequeña para saludarla, incluyendo a su esposo, quien se encontraba también en la habitación y había sido el encargado de atender el parto, debido a su profesión de médico.
Cada uno le dio un beso en la frente a modo de bienvenida, el mayor de todos tenía un gran dolor en el alma, pues sabía que aquél momento quizá fuera de los últimos que vivirían con su madre. Atesoró ese momento en su corazón, pues no había manera en el mundo en que quisiera olvidarlo.
Una idea se cruzó por su mente, fue por eso que corrió a una de las habitaciones contiguas de la vivienda a buscar algo en específico, la cámara instantánea. Cuando volvió, la escena era perfecta, así que de inmediato capturó el momento tan emocional para todos en varias fotos.
Finalmente se acercó para cargar a su niña en brazos luego de haber colocado la cámara y las fotos en una de las mesas de noche. Observó la tez igual a la de Santra, impoluta y de un tono único que hacía contraste con sus cabellos tan claros heredados de él. Su lobo interno estaba feliz de haber formado una familia tan grande y perfecta, revolcándose feliz por los rincones de su consciencia.
Tenían pensado que el parto sería una o dos semanas más adelante, sin embargo, la pequeña nació días adelantada, dando a conocer parte de su personalidad. Era decidida y fuerte, podía sentirlo, muy aparte de su naturaleza, era capaz de dominarse, pues cuando intentaba llorar, callaba, como si supiera cuánto ruido haría.
Tristan, el padre, pasó una mano por su delicado cabello, haciéndole saber que era bienvenida y que estuviera tranquila.
La niña pareció comprender la caricia, ya que sonrió con toda la alegría e inocencia que contenía su pequeño cuerpo.
Esa noche todos los infantes estuvieron pendientes de su madre, como si olfatearan la tragedia, ya que a la mañana siguiente al parto, la mujer ya no respiraba, quedando su integridad física helada y pálida. Los pequeños estaban desconsolados y la menor de todos lloraba incesantemente.
El médico se culpaba a sí mismo por no haber logrado salvar a su pareja destinada, incluso cuando vio los signos y la gravedad de su enfermedad, sabía que no había tratamiento, pero no hizo nada más por intentar ayudarla. El hombre había caído en una fuerte depresión, sin embargo, pudo salir de ella un mes después, cuando consiguió una niñera que pudiera cuidar de la pequeña Amanda y los demás niños.
Desde ese momento en más, no salió del hospital debido a los turnos que cubría, prefería trabajar y salvar muchas vidas como recompensa por no haber podido salvar a su propia esposa.
Cada día la recordaba al amanecer, mucho más cuando veía a Amanda crecer a tanta velocidad, pareciéndose demasiado a ella, tanto que le atormentaba, por eso, no le dirigía mucho el habla, solamente se comunicaba con los varones, y estos notaban su actitud para con la chica, por lo que la sobreprotegían y le daban ellos el cariño que le faltaba, junto a la niñera de nombre Suzy, quien era en extremo amable y dulce, una chica de apenas quince años en ese momento.
Tristan solía estar triste por periodos, sin embargo, tenía sus buenos días, en donde compartía los fines de semana con sus hijos, principalmente los varones, con quienes jugaba a todo tipo de deportes e incluso salían por el bosque cambiando su forma a la lobuna.
Amanda era muy pequeña e inocente para comprender lo que ocurría, por lo que el cariño hacia su padre nunca se desvaneció.
La niña crecía con el ejemplo de la niñera, pero cuando cumplió los cinco años, la chica dejó de ir, debido a que el jefe de la casa se había negado a que siguieran cuidando de ella si no era su madre.
Thom, el mayor de todos, quedó en la responsabilidad de atender a todos sus hermanos, lo que fue una tarea ardua y quizá no la mejor hecha, pero lograron sobrevivir a pesar de las circunstancias, teniendo a ratos el apoyo del padre.
Es por eso que la única niña se sentía bastante solitaria a pesar de tener tantos hermanos, porque ninguno era como ella, extrañaba a la niñera y deseaba que su madre estuviera viva.
Cada noche observaba una de las fotos instantáneas que tenía de ella, estando con todos sus hermanos reunidos a su alrededor, lo que le daba un aura mágica y de cariño incondicional. La pequeña lloraba cuando nadie la veía.
Fue por eso que creció de una manera brusca, madurando antes de tiempo, siendo una persona seria, la cual no se dejaba engañar por nadie, con una personalidad y un carácter dignos de admirar.
Aún así, había desarrollado un amor incondicional hacía sus hermanos, quienes se encargaron desde siempre en que fuera feliz y tuviera todo lo que necesitara, e incluso más. Fue como crecer con cinco papás y medio.
El medio era su propio papá, quien nunca le dio la suficiente atención como para contarlo como figura de carácter o presencia.
De todos modos, no se quejaba, llevaba una buena vida, le iba excelente en los estudios, siempre sacaba la mayor calificación en la mayoría de las materias, lo que tenía a Thom sabiendo que hacía las cosas bien, ya que de todos, ella era la que más le preocupaba. Se esforzaría siempre por verla feliz.
Los años pasaron en un abrir y cerrar de ojos dentro de la rutina, cada quien hacía parte de las obligaciones de la casa, cosa que hacía de la misma un hogar, aún sin haber figuras cien por ciento paternales.
Thom se había casado con Suzy cuando cumplió los veintiún años, defendiendo que ella era el amor de su vida desde que la vio por primera vez, su lobo no pudo contenerse cuando se presentó, haciendo que formaran una linda familia de tres niños.
Se había mudado de casa también a esa edad, cuando Amanda tenía casi quince años, razón por la cual no le afectó en lo más mínimo, por el contrario, le hacía feliz saber que su hermano había encontrado el amor y era feliz.
Sus hermanos seguían haciéndose cargo de ella, aunque fuera más que autosuficiente. La tenían bastante consentida entre todos.
Cuando la dulce Amanda cumplió diecinueve años, era una chica alta, presentada como omega, esbelta, segura de sí misma, con el cabello rubio cenizo y la tez morena con bronceado natural.
Sus piernas eran largas, su mirada hipnotizante y sabía por sobre todo lo que anhelaba su alma.
Quería ser una mujer lobo exitosa, incluso había empezado los estudios superiores en la pequeña aldea, con los profesores que habían pasado años investigando, años en los que habían estudiado en la gran ciudad, con los humanos, cosa que también quería hacer la chica, siendo esto su máxima fuente inspiración.
Se esforzaba por aumentar su promedio (de ser posible) y mantenerse siempre a la vanguardia respecto a cualquier tema. Una mujer decidida e inteligente.
Su padre no tenía manera de influir en su vida, por lo que tendría la oportunidad de irse lejos y forjar su propio futuro.
Un buen día de julio, la rubia se encontraba arreglando sus cosas para ir a una nueva sesión de estudios, sus profesores eran dos alfas mayores, los cuales solían irritarse si llegaba tarde a los encuentros.
El área que había decidido estudiar se centraba en administración de bienes y empresas. No podía perder el tiempo cuando se trataba de estudiar, puesto que la dificultad cada vez era mayor, y sus preparadores querían verle prosperar en las universidades humanas, que eran bastante diferentes a lo que ellos dos pudieran enseñarle.
Y vaya que sabía que era difícil estudiar a un nivel superior en la gran civilización, pues su mejor amigo era un beta, es decir, humano. Era el hijo de uno de los hombres de confianza que tenía la aldea para encargarse de asuntos técnicos y de seguridad. Los humanos le llamaban policía.
El tipo de jerarquía que se llevaba a cabo allí, era basado en la familia del alfa mayor, quien solo podía transmitir su puesto hacia sus propios hijos, a quienes preparaba desde un primer momento, eligiendo a uno luego.
Cada año, se llevaba a cabo una elección diferente, puesto que se alternaban para mejorar la calidad y eficacia de la forma de gobierno, dándole un toque único, aunque solo se rotaran entre ellos.
Ese año le tocaría tomar el puesto por primera vez al hijo del medio, un alfa gigantesco y con mal temperamento, se decía que solo le gustaba la vida fácil, por ello vivía sin una regla, haciendo lo que le venía en gana. Se decía que no quería casarse, siendo ese el mayor problema para la familia real, quienes no estaban dispuestos a tolerar estupideces en cuanto a la forma de gobierno que les tocaría llevar a cabo e impartir.
La ceremonia se llevaría a cabo al día siguiente, donde le darían la jerarquía de jefe alfa de la manada a ese ser insoportable y temido por todos. Las personas murmuraban a diestra y siniestra sobre su vida, diciendo tanto lo que era como lo que no.
Lo único cierto era que a la omega de aroma a lavanda con caña de azúcar poco le interesaban esos temas, ya que después de todo, se iría de ahí sin dejar un solo rastro, y sinceramente prefería a los humanos.
Estaba planeando ir a estudiar a la gran ciudad e compañía de Randall, su mejor amigo y confidente, con el que pasó la mayor parte de su infancia hasta ese día.
También tenía dos amigas mujeres, pero estas estaban constantemente ocupadas con sus respectivas parejas, por lo que no irían a la universidad, se quedarían allí siendo personas del hogar, queriendo mantener tradiciones y una familia en toda regla.
Amanda no se quejaba de ello, simplemente las apoyaba en lo que fuera, pero no podía dejar de pensar en que para ella, formar una familia no era primordial, y ni siquiera podría ubicarlo en una de sus mayores prioridades.
A veces pensaba que no era una chica del todo normal, ya que a todas las mujeres que observaba se le veía en los ojos el instinto maternal y las ganas de formar una familia, de criar bien a los hijos, de cuidar la casa, de ser un buen ejemplo, de tener la amabilidad y la paciencia suficientes para superar cualquier obstáculo. El pequeño detalle es que ella no poseía casi ninguna de estas características.
No podía creer que una de sus mejores amigas ya se fuera a casar y la otra estuviera felizmente embarazada por segunda vez.
Sinceramente, no deseaba que eso le pasara a ella, no mientras pudiera evitarlo. El crecer sin una madre la había marcado para siempre, dejándole una gran inseguridad acerca de ese respecto, siendo lo único desastroso de su vida, porque se había encargado de trabajar en función de la superación personal, y le había servido bastante bien.
Soltó un largo suspiro cuando terminó de organizar su mochila en un apuro. Hizo su cabello en una cola alta, colocó brillo labial en su boca y tomó las llaves de casa, su móvil y una caja de supresores que debía tomar y casi olvidaba.
Los supresores les ayudaban a lobos de distintas categorías a reprimir el primer instinto animal de saciar necesidades sexuales durante su periodo de celo, que solía ser una vez cada dos meses en mujeres y cada tres meses en hombres.
En el periodo de celo, la necesidad de conexión con el lobo interno era algo inevitable y natural, pero no demasiado moral, por ello existían dichos medicamentos para aliviar el estado tan intenso.
Caminó unos cuantos pasos hasta la salida de su habitación, abrió la puerta, escuchando la música proveniente de uno de los cuartos contiguos, el cual era de Ross, un melómano de primera.
Sonrió al solo pensar en el chico que era dos años mayor que ella. Era un músico bastante talentoso, tenía una banda con la que practicaba cada fin de semana, pero aquella vez solo se encontraba escuchando la grabación de su primer álbum, por el cual estaba sumamente emocionado.
Pasó a saludarlo antes de irse, ya que se había levantado tarde y no había podido salir de la habitación sin alistarse para su clase, tampoco le daba el tiempo para comer, pero ya lo haría cuando regresara.
─¿Todo bien, Ross? Suena genial─ gritó la chica para que su voz se escuchara en medio de la música de rock pesado.
El mencionado volteó, quitando la vista de su ordenador por un momento.
─Todo perfectamente, cosita ¿Vas a clases?─ dijo este, después de parar un momento la música.
Se acercó hacia ella, dándole un pequeño beso en la coronilla, como ya era costumbre saludarla.
Ross era un omega, pero tenía actitudes muy protectoras con todos, como una mamá, le recordaba a Thom un poco, quizá lo aprendió de él.
─Sí, las clases están bastante pesadas últimamente─ contestó la rubia, con tono cansado, incluso tenía ojeras notables, pero no le hacían lucir menos hermosa.
─Suerte hoy, aunque no la necesites─ dicho esto, el chico le guiñó un ojo, empezando a bajar con ella las escaleras, la acompañaría hasta la puerta.
En la casa solo estaban Ross e Ian, debido a que los mellizos estaban trabajando a esas horas. Thom los visitaba una vez al mes con toda su familia.
Su padre iba cuando quería, instalándose en su habitación, solamente hablaba con los varones, como de costumbre.
La chica estaba harta de aquello, pero no podía hacer que su apariencia cambiara, no podía dejar de parecerse a su madre, y tampoco quería. Estaba dolida más que todo por la actitud del adulto, pero no podía hacer nada.
Las personas egoístas no merecían la atención que les brindaba.
Cuando llegaron a la puerta, el chico despidió a su hermana menor con un abrazo y la vio alejarse caminando hacia el pueblo, se quedó observando su figura hasta que desapareció en la lejanía.
Estaba a punto de cerrar la puerta principal, cuando un auto color azabache con brillo y ventanas polarizadas estacionó frente a la casa. El chico se extrañó bastante, frunciendo el ceño.
No conocía a nadie que tuviera ese tipo de autos, pero se quedó allí con la curiosidad picando por saber más.
Observó a dos sujetos en traje bajar del auto, ayudando a un señor mayor a salir también, abrió los ojos como platos cuando vio de quién se trataba la figura que bajó de ahí.
Era el mismo padre de los jefes alfa, había gobernado toda su vida a la aldea, así que todos los lobos le debían respeto y total obediencia.
Tragó grueso, sin embargo, salió de allí hacia el pórtico, buscando recibirlos con gratitud. No podía creer que él tuviera el honor de recibirlo en su casa.
Confirmó que no era un sueño cuando tuvo a los tres hombres frente a a él.
─Buen día ¿En que puedo ayudarle?─ habló con educación el castaño.
El hombre mayor le miró a los ojos firmemente ─Buen día, muchacho ¿Está tu hermana?─.
─¿M-Mi hermana? ¿Se refiere a Amanda?─.
─Ella misma, sí, tiene un muy bonito nombre. Es la hija de Santra ¿No es cierto? La conocí cuando era joven, lástima que su vida se haya perdido de esa manera tan trágica...─ habló un tanto ido el señor.
─Así es, señor, lamentamos mucho la muerte de mamá. Por el momento, Amanda no se encuentra en casa, acaba de partir a recibir clases─.
─¿Estudia? Qué grato saberlo, una mujer moderna, sin duda─ sonrió el mayor, dejando que los pliegues de su cara se estirasen un poco.
─Es una chica muy independiente, sí ¿Por qué razón la busca? ¿Acaso ha hecho algo malo?─.
─No, para nada, sin embargo, le tengo designada una tarea muy especial, si no les molesta como familia, claro─.
─Dígame usted en qué puede servirle mi querida hermanita, estaremos dispuestos a colaborar con la realeza todo lo que sea posible, téngalo por seguro─.
El hombre asintió, bastante complacido con la respuesta.
─La familia real y yo hemos decidido que queremos que Amanda sea la madre del primogénito de mi hijo, quien como sabrás, será el jefe alfa a partir de mañana, y no podemos darnos el lujo de tardar mucho más en conseguirle descendencia, es el único de mis hijos que no tiene. Espero que esté dispuesta, ya que ha sido elegida con sumo cuidado y delicadeza─.
La palabras dejaron atónito al chico, pero cuando logró gesticular, ya se encontraba asintiendo, porque de todos modos no tenía otra opción, decepcionar a la familia real significaba traición, lo que podría terminar en expulsar a su familia entera de la manada o instar a los demás al rechazo.
Solo esperaba haber hecho lo correcto.