Narra Andres
Magaly Elvis, por supuesto.
Vuelvo a comprobar el recuento de palabras de su ensayo.
Tiene unas sólidas trescientas palabras menos. Niego con la cabeza. Perezosa
Una mancha de culpa me atraviesa.
Normalmente no lo pienso dos veces antes de decirle a un estudiante cómo es, pero tengo que admitir que la expresión de su rostro fue un poco sorprendente.
La mayoría de los estudiantes perezosos saben que son perezosos, pero la Sra. Elvis parecía estar genuinamente sorprendida cuando la llamé la atención por ello.
Pero, de nuevo, muchos estudiantes universitarios están tan absortos en sí mismos que no ven lo que tienen delante.
Pero ella dijo que tenía dos trabajos.
—Basta ya—no es mi trabajo simpatizar con los estudiantes. Ellos eligieron venir a la escuela y eligieron tomar mi clase.
Detallo todo explícitamente en el programa de estudios, de modo que el trabajo que asigno no debería tomar a nadie por sorpresa.
Paso mis dedos por mi cabello, tirando de las puntas.
Mis ojos parpadean hacia el reloj.
Son casi las cuatro. Debería irme. Connor se irá a casa pronto y no me gusta dejarlo solo por mucho tiempo.
Puede que tenga doce años y sea más capaz que muchos niños de su edad... Diablos, es más capaz que la mayoría de los estudiantes universitarios aquí, pero aún así...
Me niego a ser un padre ausente. Sé el daño que eso causa.
Ya tiene bastante con eso de su madre.
Mi hijo es mi vida y haré todo lo que pueda para estar ahí para él y protegerlo del mundo. Lástima que la única persona de la que no puedo protegerlo es la que él más ama, la que más lo lastima.
Suspiro.
Madeline. Ella también afirmó haberme amado una vez.
Supongo que hay que vivir y aprender. Y vaya si aprendí. Por muy bueno que sea formar parte de una familia amorosa y feliz y por mucho que me encantaría que mi hijo pudiera tener una figura materna disponible las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, o que pudiéramos tener a alguien que nos quisiera a ambos, ahora sé la verdad.
El amor es para los tontos.
Qué lástima que ahora mi hijo reciba la misma lección de la persona que más debería amarlo. Ojalá pudiera protegerlo de eso.
Como no puedo, hago lo mejor que puedo: vivo para mi hijo.
Soy su padre y su madre cuando lo necesito, aunque él tenga madre. Una madre que sólo recuerda que él existe cuando le conviene.
Desearía poder ahorrarle el dolor que pasé yo al ascender, pero, aparentemente, soy pésimo en todo tipo de amor. Sin embargo, una cosa es segura: nunca le haré dudar de mi amor por él. Jamás. Bueno, sólo cinco minutos más y luego me voy. Mis ojos se posan nuevamente en el ensayo de la Sra. Elvis ¿Qué calificación debería darle?
Suena mi teléfono y, mientras miro la pantalla, deslizo el dedo para responder.
—Hola, hijo. Estaba pensando en ti.
—¿Puedes recogerme en el negocio de Ben?
Frunzo el ceño.
—¿Por qué? ¿Qué pasó? ¿Dónde está Sally? Ella es la que normalmente te lleva a casa.
—Necesito que me recojas y me lleves a reunirme con mamá. Dijo que puede cenar temprano conmigo si me apuro.
–¿De qué estás hablando, hijo? ¿Dónde la encontraremos?
–Ese café que está afuera del aeropuerto. Su vuelo sale en un par de horas, pero dijo que puede arreglarlo.
Me parte el corazón por mi hijo. Porque, por supuesto, ella pediría algo tan ridículo como esto, con la esperanza de que él no pudiera ir, lo más probable.
Pero no es su culpa que su madre nos esté presionando. Él no merece que ella lo use así, pero no voy a jugar a sus juegos para convertirme en el villano.
—Claro. Me voy ahora mismo a buscarte. ¿Ya estás en el negocio de Ben?
—Sí.
Madeline y yo llevamos divorciados sólo dos años, y cada segundo de esos dos años ha sido duro para Connor.
—Te veo en unos minutos entonces. —Cuelgo el teléfono y rápidamente recojo mis cosas, metiendolas en mi bolso.
¿Por qué mi ex siempre usa a Connor de esta manera? ¿No podría haberme llamado para preguntarme si estaba bien?
No, eso significaría que le importamos. Cualquiera de nosotros.
Suspiro mientras empujo la puerta de mi oficina y me dirijo hacia el pasillo vacío, ya que la mayoría de los estudiantes están en clase en este momento.
El otro amor que tengo, aparte de mi hijo, es la enseñanza, y aunque no necesito el dinero, me encanta el hecho de que me desafíe y mantenga mi cabeza ocupada.
Y como no necesito exactamente el dinero, enseñar es mi manera de retribuir.
Me apresuro al estacionamiento del personal.
El aire tiene un aire invernal, aunque técnicamente todavía sea otoño. El clima aquí en la ciudad nunca se decide.
En realidad no me molesta. Me mantiene alerta.
Abro la puerta de mi SUV y entro.
Después de poner en marcha el motor, salgo del lugar de estacionamiento en reversa. La luz de verificación del motor se enciende y suspiro.
Para un vehículo de lujo, esta cosa no ha sido más que una molestia desde el día que lo compré.
Pero ahora no me puedo preocupar por eso. Mi hijo me está esperando, así que conduzco hasta el negocio. Como no tengo idea de qué es esta luz y no tengo tiempo de mirar el manual ahora mismo, estaciono justo enfrente y la dejo encendida.
Aquí casi no hay autos así que debe ser un día lento.
Además, sólo quiero agarrar a Connor y seguiremos nuestro camino.
Esperaba que Connor me estuviera esperando afuera, pero supongo que Ben no lo dejaría. Mi amigo sabe que amo a mi hijo y él también es como un tío para él.
Me bajo, ajustándome un poco más el abrigo. El viento es un poco más fuerte de lo esperado. Me apresuro hacia las puertas dobles de color cereza oscuro y las abro, solo para quedarme congelado en el sitio al ver un par de ojos verdes familiares.
De ninguna manera...
—¿Mesa para uno?—pregunta una rubia a su lado.
—Eh... —mis ojos están clavados en los de la Sra. Elvis, muy abiertos, con sus labios rosados y carnosos ligeramente entreabiertos.
Es preciosa. Una joven muy hermosa. Si yo fuera diez años más joven, o estuviera en la universidad, me habría decidido por ella.
¿En qué diablos estoy pensando? No soy un universitario cachondo. Soy un adulto. Un profesor. Y ella no es una estudiante cualquiera. Es mi alumna.
Y, al parecer, decía la verdad. Al menos, tiene trabajo.
—¿Señor? ¿ Comerá dszaquí? —insiste la mujer rubia.
—¡Papá! —grita Connor desde detrás de las dos mujeres mientras yo niego con la cabeza—. Tardaron una eternidad en llegar. Ben dijo que no podía esperar afuera porque no era seguro.
—Y tiene razón. Ahora, vámonos. —Le pasé la mano por los hombros para guiarlo hacia la salida, sin mirar a ninguna de las mujeres dos veces.
—No veo la hora de ver a mamá—la sonrisa de Connor ilumina todo su rostro—. Ya ha pasado más de un mes.
—Sí —gruño.
Esa es Madeline.
Tenemos la custodia compartida porque a ella le parece bien decirlo, pero siempre está demasiado ocupada para ver a nuestro hijo, o al menos eso dice ella.
Porque, de alguna manera, siempre encuentra tiempo de sobra para su futuro marido. No tengo celos de ese tipo. Me alegro, digo. Simplemente no me gusta que sea mi hijo el que salga lastimado por culpa de su egoísmo.
Salimos y se oye un sonido de tos que viene de mi auto.
—No, no, no, no...
Corro hacia allí, abro la puerta de golpe, apago el motor y abro el capó. El humo se eleva.
No tengo tiempo para esto, tonto.
Connor está de pie en la acera, con sus ojos oscuros muy abiertos.
—¿Papá? ¿Está todo bien?
No, no es así. Nada está bien en este momento.
Respiro profundamente porque nada de esto es culpa suya.
—No lo sé, hijo —me paso las manos por la cara, inclinándome sobre el motor caliente—¿A qué hora quiere tu madre quedar contigo para cenar?
—Dijo las cuatro y media.
Miro mi reloj. Ya son las cuatro y cuarto.
Esto no es bueno.
Espera un segundo…
Miro a mi hijo.
—¿Te... te saltaste el entrenamiento ?
Connor se encoge.
—Quiero ver a mamá.
Aprieto los dientes.
Podemos hablar de esto más tarde.
Mi ex y yo estamos divorciados por algún motivo. Lamentablemente, mi hijo no puede divorciarse de ella.
A veces, desearía que pudiera hacerlo porque esto no es saludable para él. No debería tener que rogarle a su madre por un poco de su atención.
Así que no me enojaré por lo que hizo, especialmente porque recuerdo cómo se siente y yo habría hecho lo mismo cuando tenía su edad.
Si mi mamá quisiera verme.
Intento concentrarme en la tarea que tengo entre manos, pero no sé qué hacer. No tengo ni idea de qué le pasa al auto.
—Papá, tenemos que irnos —se queja Connor detrás de mí, dándome un golpecito en el hombro—¿No podemos pedir un Uber o algo así?
—¿Puedo llevarlo?—la dulce y suave voz me hace levantar la cabeza bruscamente, casi rozando la parte superior del capó.
Mis ojos se posan nada menos que en la Sra. Elvis.
Ella tiene las llaves del auto en la mano y las sostiene en alto.
El delantal n***o se ha ido, dejándola con un par de jeans ajustados negros y una blusa blanca, todo ajustado de la manera correcta, mostrando un cuerpo en el que podría perderme.
Mierda.
Aparto la mirada de ella.
—Estaremos bien.
—Parece que está en apuros por falta de tiempo. Los Uber suelen tardar unos treinta minutos en llegar porque a esta hora del día están todos ocupados en los alrededores de la universidad.
—¿No puede llevarnos, papá? Por favor .
Mi mandíbula se tensa mientras fijo mi atención en la Sra. Elvis.
—Esto no cambia nada. El hecho de que nos lleves no significa que voy a ser indulgente contigo.
—No lo hago por indulgencia —parece dolida—. Sólo estoy siendo amable. No tengo que recoger a mi hermano del programa extraescolar hasta dentro de cuarenta y cinco minutos, así que debería tener tiempo de sobra.
La miro fijamente, pensando en entrar y pedirle a Ben que me lleve, pero sé que eso lo molestará y dudo que me deje tomar prestado su auto.
La expresión esperanzada en el rostro de Connor me hace perder el control.
—Está bien —suspiro—. Vámonos.
—¡Sí!—mi hijo levanta el puño y sigue a mi estudiante a través del estacionamiento.
Ella nos conduce hasta un sedán rojo destartalado.
Genial. De la sartén al fuego.
La Sra. Elvis toca el techo del auto y le dedica a Connor una gran sonrisa.
—Es vieja, pero te llevará a donde necesites ir—mira a mi hijo y le abre la puerta—.Confía en mí. Mi papá la cuidó muy bien. Era mecánico.
¿Era?
No, no me importa. No es mi problema. Me deslizo en el asiento del pasajero.
El interior está sorprendentemente limpio y hay una especie de etiqueta de camioneta de secundaria en el tablero; debe ser por el hermano que mencionó que estaba en la escuela.
No hay manera de que la mujer tenga edad suficiente para tener un hijo en la escuela secundaria.
Mi hijo se inclina hacia delante desde el asiento del medio mientras ella enciende el motor.
—Entonces, ¿cómo te llamas? Soy Connor.
Cuando el motor arranca con un rugido, su sonido es constante, lo cual es más de lo que puedo decir de mi desastroso auto de lujo, que actualmente tartamudea y tose.
—Magaly —le sonríe por el retrovisor— ¿Adónde te llevo?
—El Cricket Café —respondo en nombre de Connor—. Está cerca del aeropuerto.
Ella asiente.
—Nunca he estado allí, pero sé dónde está.
—¡Genial! —grita Connor desde el asiento trasero— ¡Perfecto! ¡Pisa el acelerador y vámonos!
Magaly se ríe y sacude la cabeza mientras pone el auto en reversa, da marcha atrás y se va.
—¿Están planeando cenar temprano?
Y es una habladora. Simplemente maravillosa.
—No —aparentemente, Connor no tiene ningún problema con su naturaleza habladora—. Bueno, papá no va a comer con nosotros. Solo estamos mi mamá y yo.
—Oh, eso suena bien.
Está claramente confundida, pero es lo suficientemente educada como para no entrometerse. Por supuesto, la falta de un anillo de bodas en mi dedo anular debería ser respuesta suficiente, pero no me ha mirado ni una vez desde que subimos al auto.
—Necesito encontrarme con mamá antes de su vuelo. Ella se va de nuevo a encontrarse con su prometido.
—Ya es suficiente con compartir, amigo—miro a Connor y le lanzo una mirada de advertencia—. La señorita Elvis es una de mis estudiantes en la universidad. No necesita saber nada sobre nuestras vidas. Él frunce el ceño pero permanece en silencio en el asiento trasero. Cambio mi peso de un lado a otro, el cuero desgastado no le hace ningún favor a mi espalda
—.Gracias por traerme—tal vez fui un poco brusco con ella. Es decir, ella se ofreció a llevarnos.
—No hay problema— dice ella justo cuando suena el teléfono de Connor.
—¡Es mamá! —Su rostro se ilumina—. Hola, mamá. Ya casi llegamos.
En el segundo siguiente, su expresión cambia y su mirada abatida me dice todo lo que necesito saber.