Capitulo 14

3758 Words
Cada día era más pesado que el anterior, la única que parecía estar muy tranquila era Addie, y en realidad lo estaba, la distancia entre Ivette y Caden era cada vez mayor, a ese ritmo alguno se cansaría tarde o temprano. Todas las mañanas antes de salir de casa Caden dejaba una rosa blanca en la puerta de la habitación de Ivette, no sabía ya de que forma pedirle perdón, si intentaba hablarle ella lo ignoraba, solo en reuniones mantenían las apariencias, el hubiese querido que fuese más que eso, pero respetaba su espacio, otra vez no usaría la fuerza. Toc... Toc... Toc... Alguien tocaba desesperadamente la puerta de Ivette, como no dio respuesta, esa persona entró, era Caden. Ella no le prestó mucha atención, lo observó durante unos segundos y volvió a concentrarse en el libro que estaba leyendo. Debido a la época pocos hombres le permitían a su esposa leer, pero Caden no se oponía en lo absoluto, le parecía extremadamente sexy e interesante una mujer amante a la lectura. —Quise traerte esto —. Dijo timidamente dejando dos rosas en su cama, y a su vez sacando una pequeña cajita dorada de su bolsillo. Guiandose por el significado que las rosa tenían más o menos pudo entender lo que Caden pretendía al darselas. «Perdón y anhelo de que algo sea eterno.» Con lo que respecta a la cajita desconocía lo que había dentro y no quiso acercarse a averiguarlo. —Quiero volver a casa de mis padres —. Dijo Ivette sin despegar la mirada de su libro. Al menos estar con Sophie era mejor que al lado de su marido, a pesar de que esta fuera tan ocurrente. Quería protestar, quería negarse, encerrarla tal vez, pero no... Tal vez que se fuera por un tiempo sería lo mejor, para ella, él no soportaría tenerla lejos, pero soportaría menos verla siendo infeliz a su lado, teniendo claro que merecía otra vida. —Si es lo que quieres enviaré una carta a tu padre y que él mismo venga por ti —. Tenía un nudo en la garganta, pero lo reprimió. Obtener tan facilmente aquella respuesta dejó Ivette un poco sorprendida, esperaba un Caden renuente. —Solo una cosa más —. Añadió antes de verlo marcharse. —Tú dirás —. Se detuvo en la puerta. —Los dias que esté aquí no quiero conflictos, hazle saber a tu amante que no está por encima de mí, si quiere ocupar mi lugar al menos que tenga la decencia de esperar a que me vaya. —No tengo ninguna amante, y nadie esta por encima de ti, ni siquiera yo. —Explicame entonces por qué esa demente llevaba ropa mía, hasta tenía uno de mis listones en el pelo —. No se veía molesta, más bien lucía como una niña peleando por su listón nuevo. —Te fijaste hasta en su pelo. Cuidado Ivy, si continuas reaccionando así puedo pensar que estás celosa —. Ni siquiera él mismo había notado tal listón en el pelo de Addie, las mujeres eran muy observadoras, lo acababa de comprobar. —No me llames así, tú solo limitate a faltarme al respeto, soy tu esposa —. Lo último se le escapó, no pretendía parecer celosa, en realidad estaba molesta por lo que sucedio con Addie la noche que usó su bata. Surgió un atisbo de esperanza al escucharla decir aquello, a lo mejor las cosas aún podían arreglarse. Olvidando por completo que debía irse Caden caminó hacia ella hasta quedar solo a unos centimetros de distancia. —¿Lo eres? —. Preguntó mirandola a los ojos. Tenerlo tan cerca era diabólico, le daba ganas de lanzarse a sus brazos, pero en otras circunstancias, claro. Le recordaba a aquel hombre descarado que conoció en el rio y en seguida expresó sus deseos de besarla, recordó al hombre que una vez le dijo que la prefería más cuando estaba enojada o sonriendo pero jamás triste, le recordaba al hombre del que se estaba enamorando. El amargo recuerdo de la noche en que la tomó por la fuerza disipó todos esos lindos pensamientos. —Te encargaste de que lo fuera en todos los sentidos, ¿recuerdas? —. Dijo separandóse de él. —Si, y ni dos vidas más me alcanzarian para arrepentirme siempre que lo recuerdo. —Si las disculpas remediaran algo los asesinos vivirían en paz, y los cementerios estuvieran casi vacios —. Le señaló hacia la puerta incitandolo a irse — Si me disculpas tengo un libro por terminar. —Hoy mismo le avisaré a tu padre, no volveré hasta el anochecer —. Lentamente se fue alejando. —No es como si yo te esperara. Sus palabras le dolían pero sabía que las merecía, ni un millón de insultos lo harían enojarse con ella, mirandola una vez más salió de su habitación. Tenía pactado reunirse con otros hombres importantes de la región, la piratería estaba siendo un problema. Sin duda alguna alguna Ivette se iría antes de que Caden se arrepintiera, mandó a llamar una una criada para que ayudara a empacar su ropa, aunque tardara un poco en irse lo mejor era estar preparada para la ocasión. Las horas se iban rápido, en un abrir y cerrar de ojos ya era de tarde, Ivette pasaba mucho tiempo leyendo, le gustaba prestar mucha atención a las historias, por eso era lenta para terminar los libros. Hace solo un par de minutos había escuchado unos gritos, pero supuso que se trataba de gente de la calle y lo ignoró por completo. Desconectada totalmente de todo una voz desesperada y unos fuertes golpes en su puerta la hicieron volver a la realidad, era la voz de Arthur. Con toda su calma abrió la puerta, Arthur estaba palido como si hubiese visto un fantasma, se imaginaba que fue hasta allí para hablar de Caden y tratar de arreglar las cosas con él. —Admiro que pienses que no todo está pérdido, pero no existe nada que puedas decirme y que logre acercarme a Caden, tu lucha es inútil —. Se apresuró, ni siquiera esperó a que Arthur dijera por qué la había buscado. —¿Ni siquiera que está justo al lado de esta habitación postrado en una cama mientras se debate entre la vida y la muerte? —. Estaba temblando al decir aquello. —Hacer bromas acerca de la vida de alguien no es bonito, viejo Arthur, Caden está en una reunión —. Estaba apoyada en la puerta. —Si crees que lo estoy inventando ve a verlo por ti misma, le dispararon en la espalda en una parte muy solitaria del camino. Anna me está esperando para ir por el médico —. Se marchó con dirección al piso de abajo. No le había creído, Caden no volvería sino hasta el anochecer, tal vez se trataba de una broma para hacerla entrar allí, pero para alejar sus dudas decidió ir, escuchaba los sollozos de alguien. Y efectivamente era cierto, Caden estaba tendido en la cama con la espalda manchada de sangre, las sabanas estaban igual, Addie también se ensució, estaba abrazada a Caden llorando. Rossabel estaba en una esquina, también había otra mujer en la habitación, era la Blair la cocinera, que según había escuchado también tenía habilidades para la curación. —No puedes dejarme, no después de tanto —. Era la primera vez que Ivette notaba una Addie tan vulnerable, su llanto era sincero, podía ser una vibora pero lo que si era cierto es que lo amaba. Aquello le causó celos, cuando supo la noticia no le prestó mucha atención, ella era quien debía estar allí cuidando de su esposo, sin embargo Addie ya se había encargado, verla tan cerca de él le molestaba. Se acercó a Blair y puso la mano en su hombro. —¿Qué tan grave es? —. Aún no había tenido el valor de acercarse a donde estaba Caden y ver la herida por si misma. —No creo que sobreviva a la noche, el frió empeorará la herida —. La mujer miraba a Ivette con preocupación. «Es joven, claro que puede sobrevivir.» Ivette se daba aquellas esperanzas asimisma, para aseguararse de que no fuera algo tan malo fue a la cama a ver la herida. Le indicó a Addie que se separara. Con mucho cuidado cortó la camisa blanca que Caden llevaba puesta. —¡Por Dios! Es una herida espantosa, tenemos que hacer algo, esperar a que llegue el médico sería sentenciarlo a muerte —. Se cubrió la boca al ver aquello, la herida era muy grande y la sangre no dejaba de salir. Con la mirada cansada Addie se levantó. —Esta mañana le avisaste que lo dejarías, ¿Ahora te importa? —. Caden le había comentado acerca de la conversación. —Lo que pase entre nosotros no es de tu incumbencia. Ahora puedes retirarte Addie, yo misma cuidaré a mi marido —. Era eso o extrangularla. —Nadie hará que me mueva de aquí, tu amante fue quien lo trajo a casa, ¿Qué me garantiza que no quieres matarlo? Pudiste aliarte con él para lograrlo —. Se mostraba desafiante. ¿Dawson? Ni siquiera sabía que fue el quién lo llevó a casa, pero algo si tenía seguro, Dawson jamás le haría daño a nadie. Justo cuando Ivette iba a cachetearla Blair se interpuso y le dio un pedazo de papel. —No es momento de pelearse. Esta es la lista de yerbas que necesito para calmar el dolor y el sangrado, la señorita Addie no las conoce pero Rossabel sí, vaya con ella que yo me encargaré de lavar la herida para que no se infecte —. Le dio una cesta para que recolectara las yerbas. —Cuando regrese te vas a largar quieras o no —. Lanzó una última mirada a su mirada a su marido y se marchó con Rossabel. Estaba nerviosa, ni siquiera sabía adonde ir, al verla desorientada Rossabel la condujo hacia el bosque detrás del castillo. Estaba leyendo la lista, Blair le había pedido Ruda, Artemisa, Hisopo y Árnica, hasta ahora no veían ninguna. Tal vez eran los nervios, pero sentía que tardar tanto ponia la vida de Caden en peligro cada minuto que pasaba. A lo mejor ya había pasado cerca de las yerbas, empezarón a alejarse del castillo hasta casi llegar a donde estaba la cabaña. ¡Por fin! Encontraron Hisopo y Árnica de sobra, Ivette tomó un poco y la arrojó a la cesta, continuaron adentrandóse cada vez más en el bosque, en donde estaban nadie podía verlas. Ivette se sentía estresada, las posibilidades de que Caden viviera eran pocas. Se sentó en el tronco de un arbol en todo el camino no había hablado nada que no fuera acerca de las yerbas, Rossabel tampoco decía nada. Siguiendo su ejemplo Rossabel también se sentó. —Le preocupa, eso es indicio de que lo empieza a querer, ¿verdad? A Ivette le pareció extraño recibir esa pregunta de parte de Rossabel, ella nunca hablaba, siempre que le sacaban conversación evadía las preguntas y se centraba en su trabajo. —No lo sé, ni siquiera soy capaz de descifrar lo que siento. Es muy probable que muera, quizás solo siento culpa por haber sido tan dura con él. Rossabel llevó dos dedos a la boca de Ivette haciendola callar. —Estás estresada, dejame que te ayude —. No pensó en la forma que Ivette podía verlo, simplemente se acercó a ella y la besó. Cuando se apartaron durante unos segundos se miraban una a la otra sin saber quién debía moverse primero. Ivette estaba anonadada, desde niña había escuchado que eso estaba mal, era pecado, una aberración la razón por la que Dios destruyó Sodoma y Gomorra. «Al diablo.» Pensó Rossabel al tiempo que volvía a besarla. Sus labios se movían con suavidad lo hacían con tranquilidad disfrutando de cada respiro. Un escalofrío recorrió todo el cuerpo de Ivette mientras más se acercaba. Rossabel empezó a acariciar sus senos hasta que con un tirón al vestido los dejó al descubierto. La acariciaba las piernas con delicadeza como si se tratara de un pedazo de cristal, una mano estaba en su cuello. Empezó a besar sus pechos, lamerlos y chuparlos. ¡Que horror! Ivette estaba a punto de acostarse con otra mujer. Sin darle oportunidad a ese pensamiento arqueó la espalda ofreciendole más sus pechos. Sentía la cálida lengua de Rossabel succionando sus pezones mientras con la otra mano pellizcaba el otro, echó la cabeza hacia atrás, exhalando un suave gemido, cada rose intencificaba el deseo. Dejandose llevar Rossabel llevó la mano a la cara interna de los muslos de Ivette, le separó las piernas percibiendo la humedad y lo mucho que estaba disfrutando el momento. Se dispuso a terminar de quitarle el vestido, le haría el amor allí mismo, era un momento que no podría dejar pasar. Ivette la detuvo. —Siempre sospeché de que tenías esta inclinación, ahora comprendo todo. Cuando salí del castillo Addie aún estaba allí, a las que no vi fue a ti y Anna, todo aquel arreglo de la cabaña fue hecho por ustedes. Estuvieron allí, claro, nadie pensarían que estuvieran juntas, así que fue más facil culparme a mí. Lo bien que había acertado era sorprendente. Aunque lo disfrutó, no se dejó tocar de Rossabel porque le gustaran las mujeres, lo hizo para confirmar lo que ya sospechaba. Aunque sería una mentirosa si negaba que no le había gustado lo que sentió al ser tocada. —Yo se lo iba a contar, no podía ver como le hacía daño callandólo —. Había miedo en su voz, temia a que Ivette jamás se lo perdonara. Colocandose el vestido como estaba se puso de pie y tomó la cesta con las yerbas. —Lo sospeché desde que Addie dijo que las acompañó a buscarme cuando salimos del castillo al mismo tiempo y ustedes ya no estaban ahí. No tienen idea de lo que provocaron, con razón Caden estaba tan enfurecido, creyó que me acosté con Dawson en la cabaña de sus padres —. Ivette empezaba a unir el rompe cabezas. —Yo... Te amo, solo... Rossabel no sabía que decir, ya no tenía nada que contar Ivette lo sabía todo, usó su atracción para dar con la verdad. —No vuelvas a acercarte a mí. Mientras estoy aquí dandóme cuenta de su mentira mi marido está moribundo, así que vamonos —. Dijo con voz dura, ahora que lo había confirmado se le ocurría que Addie podía tener algo que ver con aquella mentira, ella fue la primera en hablar esa noche en la cabaña. —No me pida eso —. Ahora si que Rossabel estaba asustada. Ivette le hablaba con desprecio, a pesar de que nunca le hablara con confianza al menos lo hacía, esta vez parecía estar muy convencida de quererla lejos. —No perderás el trabajo, pero jamás volverás a servirme a mí —. Terminando de acomodarse Ivette salió al camino en busca de las demás hierbas que le faltaban. Olvidando lo de Rosabel, volvió a pensar en lo grave que se veía Caden, toda la sangre que había pérdido. No tardó mucho en encontrar Artemisa y Ruda, tomó una buena cantidad, también encontró Sabila y empezó a correr hacia el castillo. Subió rapidamente las largas escaleras hasta que llegó exhauta a la habitación, ahora habían más personas, Blair ya no se encontraba ahí pero estaba Arthur, Anna y un hombre bajito y regordete con el pelo teñido de blanco, parecía de algunos cincuenta años, supuso que era el médico. Algo que no cambió fue la presencia de Addie, ella aún estaba al lado de Caden llorando y tomando su mano. —¡Oh! me alegra que se haya apresurado con las yerbas, Anna por favor toma las de Árnica, ponlas en agua tibia para hacer compresas y calmar la emorragia y el dolor —. Indicó el médico moviendo las manos como avisandole que fuera rápida. Dejando atrás por un momento lo que había descubierto Ivette le dio la cesta a su cuñada, Caden podía morir, no había momento para reclamos. Ahora sentía algo de culpa, lo que hizo Caden la había herido, tenía fe en que él fuera diferente, pero también comprendia que se dejó ganar por los celos, era imposible pensar otra cosa, era la escena perfecta para que ella pareciera una traidora. —Addie... ya estoy aquí, te dije que puedo encargarme yo misma del cuidado de mi marido —. Levantó la voz un poco al decir lo último. —Y yo te dije que no me iré a ningún lugar —. Estaba decidida a quedarse. Para no montar una escena frente al médico, fue hasta donde se encontraba ella y se sentó a su lado. —O te largas, o te doy a comer tus propios dientes como cena, y los que queden los guardo como trofeo. No quisiera rebajarme pero creeme que lo empiezo a considerar —. La voz de Ivette era calmada, increible que alguien pudiese amenazar con tanta paciencia. —Te estaré vigilando, no lo dejaré a tu merced. Addie supo que la amenaza de Ivette iba en serio, se levantó miró a todos en la habitación y salió de prisa. «Tal vez la actitud de Ivette eran por ciertos celos, Addie se mostraba más preocupada que ella, incluso se negaba a separarse de su lado, mientras que ella quería acercarse pero sentía un poco de recor hacia él. No es que deseara verlo morir pero tenía algo así como una mezcla de sentimientos negativos con positivos.» Una chica subió con las compresas, Caden ya estaba sin camisa, le habían limpiado la herida y sacado la bala, pero la sangre no paraba de salir. El médico tomó una toalla empapada de agua tibia y la puso sobre la herida, en un momento la hemorragía pararía. Ivette se acercó, quería aprender a hacerlo, cuando el médico se fuera tendría que ocuparse ella misma. Se sorprendió, nunca se había percatado de aquellas cicatrices en la su espalda, casi parecían marcas de... —Latigazos —. Murmuró para sus adentros. Tenía toda la espalda marcada, solo a algunos le hacían eso, si eran marcas de latigazos no entendía por que Caden las tenía, él siempre fue criado con comodidades, nadie era capaz de hacerle eso a un m*****o de la nobleza. —¿Qué es esto? —. Se dirigió al tio Arthur mientras con sus manos tocaba aquellas cicatrices. —Si estuviera despierto creeme que alejaría tus manos de su espalda, esas cicatrices son algo que debe contarte el mismo, nadie más —. Arthur puso la mirada triste, por el gesto Ivette pudo comprender que la historia no era bonita. —Necesitas ser comprendido, es horrible que haya tenido que pasar esto para darme cuenta —. Esta vez se dirigia a Caden mientras acariciaba su rostro. El médico dejó claro que no habia más que hacer, solo esperar a que Dios hiciera su voluntad. Él y Arthur se retiraron dejandolos a solas. Ni por un segundo Ivette se alejó de su lado, de pronto sintió que la apretaba, Caden estaba volviendo en sí. —Madre, tú... Ivette —. Lo repetía una y otra vez mientras apretaba su mano. —Estoy aquí —. Respondió con ternura. Era la fiebre la que lo hacía delirar, ni siquiera podía hablar bien. —No merezco que... que continues aquí. —Yo quiero estar aquí, no puedes morir, tienes que ser fuerte. —Morir sería lo adecuado, no sería feliz viviendo con lo que te hice —. Hizo un pequeño esfuerzo por levantarse, pero Ivette lo detuvo, con lo débil que estaba de seguro caería al piso lastimandóse. —Ambos nos equivocamos —. No quería empezar a culparlo en esos momentos. —Pero te quieres ir, solo promete que si te importo volverás —. Su voz era muy baja, casi no tenía animos. —No hables, no gastes tus fuerzas, quedate tranquilo. —Maldices el haberte casado conmigo, ¿verdad? puedes ser sincera, si sobrevivo y algún día tengo tu perdón... Quiero que sea porque lo gané, no ahora porque sientes lastima de que estoy muriendo. —Aunque ha de parecer extraño no me arrepiento, pero en mi lugar debía estar Addie, ella te quiere. Tal vez todo esto está pasando por mi culpa, no tenías que saltarte las reglas y casarte conmigo. —No importa quien quiera tu lugar si yo quiero que en ese lugar solo estés tú —. Abrió un poco los ojos, aunque no podía girarse acercó las manos de Ivette y le dio in beso. —Debiste elegirla a ella. —No puedes decidir por mí, ma rose —. Forzarse tanto le estaba afectando, doltó un gruñido de dolor. —Sabes que no debía ser yo, Caden deja ser testarudo. —Chica tonta, yo siempre te voy a elegir, incluso si eres tú quien se interpone entre eso —. Su voz empezaba a debilitarse, hasta que se apagó. Al decir eso cerró los ojos por completo y su mano dejó de moverse, entrando en pánico Ivette empezó a darle palmadas en la cara. —Caden, por favor... No, no puedes —. Una vez la primera lagrima bajó, el resto siguió sin interrupción. No se movía en lo absoluto, tampoco sentía su pulso. —No puedes mostrarme que aún tenemos oportunidad y luego morirte, no lo acepto, NO PUEDES —. Apoyaba su cabeza en la cama mientras rogaba que estuviera bien. Al escuchar los gritos Arthur, Addie, Anna y el doctor entraron de inmediato. Al ver a Ivette tan alterada empezaron a llorar. Arthur abrazó a Ivette alejandolade Caden para que el médico pudiera revisarlo. Revisó el pulso en su muñeca y luego fue hacia su cuello, con preocupación alejó las manos, miró a todos en la habitación. Iba a hablar hasta que Ivette lo interumpió. —Ni se le ocurra decirlo, no se atreva a pronunciar esa palabra —. Ivette le gritó desesperada a lo que lo señalaba amenazante, ya se imaginaba lo que iba a escuchar. Arthur la sostenía mientras ella hacia fuerza y trataba de soltarse. —Su esposo está... ***Nota*** Quiero aclarar algo, no estoy romantizando lo tóxico y las violaciones, simplemente relato todo como era.
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