-¿Así que tu idea es tener una cita en tu casa?
-Genial, ¿verdad?
Ella le hizo una mueca. En realidad, no estaba tan segura de que fuera una buena idea. Seguramente, su madre le haría muchas preguntas cuando regresara y, lo más probable, es que Gideon estuviera involucrado en cada una de sus preguntas.
-Yo no estaría tan segura… -cuestionó. Luego, olfateó-. ¿A qué huele?
-A picnic.
Janet se detuvo de golpe y se giró para mirarlo. Hizo una mueca.
-¿A qué?
La sonrisa en el rostro de Gideon se amplió.
-A. Picnic.
Tenía que haber perdido la cordura en algún momento y no lo había notado.
-Gideon, no podemos hacer un picnic en una casa. Entonces, ya no sería un picnic.
-¿Quién dice que no? -cuestionó mientras se quitaba el abrigo-. Sabes, Janet, a veces pienso que te falta imaginación.
Ella pestañeó, indignada.
-A mí no me falta imaginación -respondió, haciendo lo mismo que él; Gideon tomó su abrigo de ella y los colgó en el perchero vertical que tenía junto a la entrada.
-¿Estás segura? Porque hasta hace un momento decías que no se pueden hacer picnics en una casa.
Janet abrió la boca.
-Eso es porque no es lo normal. ¿Quién en su sano juicio hace un picnic en su casa?
-¿Las personas con mucha imaginación y que no tienen miedo al éxito? -sugirió.
Resopló.
-Estás mal.
-Solo por ti -le guiñó un ojo.
Eso la congeló. Su boca se abrió, pero esta vez había sido debido a la sorpresa que había causado Gideon. ¿Qué acababa de…?
-¿Qué?
Gideon se acercó a ella, al punto en el que ambos cuerpos se rozaron. Janet se tensó, ante la incertidumbre de la situación. Estaban tan cerca que prácticamente compartían oxígeno. Trató de contenerse al respirar, en vano. Con cada respiración que daba, se llevaba un poquito del perfume de Gideon. Una colonia masculina, poco sutil y que, rápidamente, la tuvo con las piernas temblando como una gallina.
-Aléjate, por favor -consiguió decir.
Sus labios se separaron lentamente y su lengua lamió suavemente el labio inferior. Janet contuvo la respiración, incapaz de apartar los ojos de la boca de Gideon.
-¿Por qué? ¿Te molesta acaso? -preguntó con la voz baja y ronca.
El tipo estaba malditamente loco. Bueno, en realidad, no lo estaba, pero le encantaba molestarla como el infierno. Tomó una respiración lenta, tratando de controlar así su pobre corazón que había comenzado a latir como un condenado.
El efecto que Gideon era capaz de tener en ella era suficiente como para persuadirla para casi cualquier cosa. Casi.
-Ni por asomo.
Él dejó escapar una risa ronca. Sus ojos azules se estrecharon mientras la miraban con una intensidad absorbente. Aquellos ojos azul cobalto se habían oscurecido y sus pupilas se habían dilatado a tal punto de que estaba segura de que sería imposible no saber qué era lo que pasaba por la cabeza del pelirrojo.
-Eres un verdadero problema, Janet.
Eso la confundió.
-¿Por qué se supone que soy un problema?
La lengua de Gideon volvió a salir para humedecer sus labios. Se inclinó más sobre ella.
-Porque haces que quiera hacer cosas para mayores.
Su nariz se arrugó.
-Tenemos la misma edad -ignoró que había entendido la referencia. Era mejor si fingía que no lo entendía.
-Lo sé -aseguró. Su cabeza se inclinó-. ¿Estás nerviosa?
Malditamente, sí.
-Ni por asomo.
Volvió a reír. La diversión brillaba en sus ojos.
-Yo creo que sí. Estás nerviosa.
Janet dio un paso atrás para separarse. Si había una distancia física entre ambos, no tendría que preocuparse por pequeños descuidos que luego lamentaría seguramente.
Tenía que recordarse los motivos ocultos en la actuación de Gideon. Él no la quería. No realmente. Lo único que le interesaba era ganar una estúpida apuesta y, por lo que estaba observando, era capaz de intentar seducirla si era necesario.
Bueno, ella no pensaba caer en semejante estupidez.
-Vámonos, todavía no he visto ese picnic.
Ambas cejas pelirrojas se alzaron con interés y sus ojos siguieron el movimiento de ella mientras seguía retrocediendo. Gideon empezó a avanzar nuevamente hacia ella.
-¿Ahora te importa el picnic?
-Cualquier cosa que me mantenga al menos a tres metros de ti para ser exactos -fue sincera.
-Te preocupas demasiado.
Sus ojos se estrecharon.
-Gideon, basta.
Lo vio alzar las manos.
-Está bien -cedió-. Manos arriba y cuerpo lejos. No voy a acercarme, si no quieres que lo haga -hizo una pausa-. ¿Mejor así?
Ella asintió.
-Perfecto.
Él se encogió de hombros, bajando los brazos. Luego, caminó y la rodeó para dirigirse hacia el salón. Ella lo siguió, siendo consciente de que, no solo el picnic estaba fuera de lugar en un apartamento como lo era el de Gideon, sino porque, además, estaban fuera de horario para un picnic. Más bien, si esperaban un par de horas más, podrían cenar directamente.
-¿Qué has preparado? -preguntó con curiosidad.
Él siguió avanzando y se agachó sobre el mantel que había dejado caer en el suelo. Janet observó lo que había hecho. Los muebles del salón habían sido desplazados de tal manera que el sofá había sido echado hacia un lado para dejar un espacio considerable para depositar un mantel y sentarse en él.
La mesa de café había sacada de su sitio y la había dejado en una esquina, apoyada junto a la pared. Por último, en el mantel, había una cesta de la que procedía un delicioso olor a comida, acompañada de cojines -que no sabía de donde habían salido-, y que habían sido puestos estratégicamente para sentarse sobre ellos.
-¿No habría sido mejor que preparas una mesa y sirvieras ahí la comida?
Él la observó desde su asiento.
-¿Hablas de una cena a la luz de las venas, sentados como personas civilizadas? -preguntó-. Tomo nota para la próxima cita.
Ella resopló.
-Realmente no es necesario.
Lo escuchó aspirar, fingiendo estar ofendido.
-¿Qué no es necesario? -cuestionó. Ella rió-. ¡Por supuesto que lo es! Una cita bien organizada es sinónimo de una noche feliz.
Ni siquiera estaba segura de qué quería decir “noche feliz”. Tampoco planeaba descubrirlo.
-Las citas no planificadas también pueden ser divertidas.
Él le dirigió una mirada que cuestionaba cada una de las palabras.
Vale, puede que Gideon no opinara igual que ella, pero tampoco era necesario que la mirara como si hubiera dicho la tontería más grande del mundo.
-Deberíamos haber traído a mi madre.
Él frunció la nariz.
-¿Para que nos haga de carabina y vigile mis manazas?
La referencia a sus manos le hizo gracia.
-Eso -dijo lentamente- y para no tener que verme sometida a un interrogatorio una vez regrese a casa. De esa forma, tú serías el que tendría que soportarla y yo podría cenar tranquilamente.
Él la miró, divertido.
-Dudo que eso realmente llegue a pasar.
Ella también lo creía, pero prefería reservarlo para ella.
-¿Qué has preparado?
La sonrisa en el rostro de Gideon creció, marcando el hoyuelo en su mejilla.
-Bueno, primero había pensado en hacer algo típico de un picnic. Ya sabes, el paté, los sándwiches… Un típico picnic inglés. Luego, cambié de opinión.
Eso la hizo dudar.
-No sé si ahora quiero saber qué has preparado.
Él dejó escapar una risa mientras se acercaba a la cesta y empezaba a sacar los paltos. Un delicioso olor a asado le llenó el olfato e incitó a su estómago a ser llamado. De repente, le había entrado hambre.
-Gideon, ¿has metido un asado ahí dentro? -cuestionó.
-¿Te convencería de que es seguro comerlo, si te dijera que no lo he preparado yo?
Sus ojos se entornaron sobre él y entornó la mirada.
-¿Quién lo ha preparado?
-Un restaurante -admitió-. No creo que quieras probar nada que haya sido cocinado por mí, Félix piensa que mis comidas podrían dejar en coma a una persona común.
Eso la hizo reír.
-¿No es eso bastante exagerado? No creo que tu comida sea capaz de llegar hasta tal extremo.
-Leo tuvo que ser llevado al hospital.
Sus ojos se abrieron, sorprendidos.
-¿Qué diablos le echaste a la comida?
-¿Demasiado picante? -respondió, inseguro.
Por primera vez, Gideon se sonrojó. Aquel gesto la habría divertido en cualquier otro momento, si no fuera por la declaración que le había resultado alarmante. ¿Qué había preparado aquel hombre, capaz de enviar a su hermano pequeño a un hospital?
No estaba segura de querer saberlo realmente.
-Por favor, nunca cocines para mí.