Gideon
20 de enero de 1920
Sus ojos se fijaron en ella como si un león observara a una gacela. Aquella mujer era tan hermosa y súper ante que, sin saberlo, atraía la atención de todos los hombres que se encontraban en la terraza.
Hablaba animosamente con Daisy, sin saber la observaba. Eso lo divirtió. Ella lo odiaba tanto que jamás imaginaría lo que había planeado para ella, para hacerla caer. Aquella mujer se le resistía constantemente, al punto de hacerlo imaginar cómo sería cuando cayera entre sus brazos. Una mujer así solo podía prometer pasión y una noche de diversión, pero era la amiga de Daisy. No, la mejor amiga de Daisy, y eso solo le dificultaba las cosas.
Daisy prácticamente era como su hermana y lo odiaría si descubría que trataba de jugar con Janet.
Aquello debería haberle hecho desistir, sin embargo, era lo suficientemente idiota como para lanzarse de cabeza hacia el peligro. En ese sentido, Felix era el más inteligente de los dos. O, quizá no. Su gemelo a menudo sabía cómo meterse en problemas también. Parecía casi como una maldición familiar, todos eran prácticamente unos niños problemáticos.
Hasta James lo era.
Y hablando de James…
-¿¡Perdona!? -el grito sofocado que soltó Daisy cuando Janet le contó sobre los rumores de su hermano, lo divirtió.
No es que escuchara las conversaciones privadas de las señoritas, simplemente tenía un pelín de curiosidad y, tal vez, buscara una oportunidad para aparecer en la conversación.
Diligentemente, se levantó y se situó detrás de ambas damas. Una sonrisa se instaló en su rostro.
-Escuchas bien, mi buena amiga -roncó observando cómo dirigían su atención sobre él-. James Stuard Hamilton busca esposa.
Daisy se giró rápidamente con los ojos muy abiertos. Su atención se dirigió al instante a Janet, quien ahora le fruncía el ceño. No dejó que eso lo desalentara, después de todo tenía que seguir el plan.
-Dime que estás bromeando.
Al instante, su sonrisa se amplió y volvió a observarla mientras les quitaba una galleta del plato que les habían puesto de acompañamiento.
-Me encantaría, mi querida Daisy -respondió llevándose la galleta a la boca. Tenía un gusto salado que no le gustó, las prefería dulces. Justo cómo sería Janet muy pronto. Trató de enfocarse en la conversación-. Sin embargo, me temo que lo que te estoy diciendo es verdad. James está buscando una esposa para asentar cabeza -no le dijo que se trataba de ella. Eso era algo que le tocaba hacer a su hermano.
El pánico se manifestó en el rostro de Daisy, agrandando su diversión. Le resultaba divertido ver cómo entraba en pánico cuando prácticamente tenía a su hermano a sus pies.
Janet le dirigió una mirada fulminante que le hizo perder la sonrisa antes de girarse hacia su amiga.
-Daisy, ¿estás bien? -preguntó suavemente.
Joder. La sutil muestra de afecto reflejada en su voz lo tenía hormigueando por dentro. Tanto, qué le hizo preguntarse cómo sería cuando la tuviera solas. Si por él fuera, lo habría comprobado ya en aquel mismo lugar, pero ella lo odiaba, por lo que antes tendría que ganársela.
Sin mucha discreción, tomó una silla vacía que ocupaba la mesa de al lado y se sentó junto a ellas. Eso le valió otra mala mirada de Janet, que él le devolvió con una sonrisa.
Pronto, se prometió. Pronto la tendría justo donde que la quería.
-Señor Hamilton, si no le importa, preferiría que se marchara en este momento.
Nuevamente perdió la sonrisa. Esa mujer no se lo iba a poner fácil.
-¿En serio quiere que me marche, señorita Dawnson? -preguntó hablándole con el mismo respeto. No es que él lo quisiera, en realidad, preferiría mil veces más ser informal, pero tendría que ser paciente. En su lugar, decidió volver a bromear-. Yo, quien humildemente le ha contado a mi gran y buena amiga, Daisy, las intenciones de mi hermano mayor, ¿debería marcharse?
La estaba poniendo de los nervios, podía verlo en sus ojos. Su pecho se hinchó y su atención se dirigió al instante hacia él. Sabía que no debería de estar mirándolo, pero apartar la vista de aquella mujer era algo casi imposible.
-Exactamente, señor Hamilton, quiero que se marche -su voz era dura y fría, como el corte limpio de un cuchillo sobre el papel.
-No lo dices en serio.
Sus mejillas se sonrojaron y la idea de besarla y hacerle cambiar de idea, se instaló en su cabeza como una dulce tentación. Rápidamente, descartó la idea. No podía estar pensando en eso. Al menos, no todavía.
-En realidad, pienso que yo debería de ser la que debería marcharse…
La voz apenas audible de Daisy captó su atención. Si ella se iba, eso significaba que tendría una oportunidad para hablar con Janet. Aquello solo lo motivó más.
-Esa es una idea estupenda, Daisy -concordó, ideando un plan en su cabeza-. James se encuentra en este momento en su casa, deberías aprovechar e ir a buscarlo -en realidad, no lo sabía. Sin embargo, podía suponerlo. Su hermano era un maldito adicto al trabajo, así que lo más posible es que se encontrara encerrado trabajando.
La boca de Janet volvió a abrirse y, por un momento, esperó ansioso por saber qué es lo que diría, pero por desgracia, volvió a cerrarla haciéndole sentir extrañamente decepcionado. Rápidamente pasó a otra cosa, y se centró de nuevo en su escote. Definitivamente, Janet tenía las mejores que había visto; eso lo alentó a querer saber cómo serían cuando estuviera desnuda y pudiera pasar sus manos sobre ellas.
Ella se removió, incómoda, y se preguntó si había dicho en voz alta lo de sus tetas. Una mirada hacia su rostro, de nuevo, le confirmó que solo se sentía incómoda por su mirada, puede que intimidada incluso. Eso lo hizo volver a sonreír, otra vez.
De repente, Daisy se levantó de su asiento. El rostro de Janet entró en pánico y la miró como un cervatillo a punto de ser abandonado junto al lobo grande. Un lobo. Eso era y, pronto, ella sería comida por él.
-Daisy, ¿a dónde vas? -preguntó, ansiosa.
-Necesito pensar un poco antes de hablar con James.
Él se giró para mirarla.
-¿Piensas presentarte como candidata, querida amiga? -bromeó.
La vio suspirar.
-Me temo que primero tendré que hacer James se dé cuenta de qué soy una mujer.
Su respuesta lo divirtió. La miró de arriba abajo, sabiendo perfectamente que ese no era el problema. Su hermano ya la veía como una mujer, desde hace bastante tiempo, en realidad.
-No creo que eso sea precisamente difícil, Daisy.
Escuchó a Janet jadear.
-¡Señor Hamilton! -exclamó indignada.
Se encogió de hombros, no muy seguro de su reacción.
-Solo digo la verdad -respondió-. Cualquiera que tenga ojos, podrá ver claramente que es una mujer. Lo que tiene que hacer es que James solo pueda verla a ella -aunque ese ya era el caso.
-¿Y cómo conseguirá eso? Según su opinión.
Se volvió a encoger de hombros. ¿Y él que sabía? Se le daba bien encandilar a las mujeres, no hacer que su hermano ya enamorado de Daisy se diera cuenta de lo que claramente era.
Por un momento, se sintió molesto por no poder decirlo en voz alta. Si su hermano simplemente hablara con ella, todo se solucionaría rápido, pero era evidente que no podía hacerlo porque James tenía sus planes. Planes que solo conocía él.
-Me temo que eso ya permanece fuera de mi alcance -decidió responder-. Mi hermano es tan estoico y raro, como una liebre cazadora. Único en su naturaleza y difícil de comprender, en mi opinión.
Bueno, no estaba mintiendo. Su hermano era bastante extraño.
-¿Una liebre cazadora? -inquirió la voz, sorprendida de Janet.
Él se giró hacia ella para sonreírle.
-¿Eso es lo único con lo que te has quedado de todo esto?
Sus mejillas volvieron a enrojecerse por el enfado; ella abrió la boca para responderle y él realmente esperó con ansias lo que tenía que decir, hasta que Daisy decidió interrumpirla:
-Bueno, si no tienen mucho más que decir, yo me marcho.
Le dirigió una mirada molesta, antes de volver su atención hacia Janet. No podía enfadarse, se repitió. No podía hacerlo porque que se marchara, era sinónimo de tiempo a solas con Janet.
-Por supuesto -aseguró-. Ya me contarás tus avances, cuñada.
Tan rápido como Daisy se marchó, toda su atención se enfocó en Janet y en lo incómoda que se veía estando a solas con él. Reclinó su espalda en la silla y se dedicó a observarla. Parecía un gato a punto de saltar en su silla para salir huyendo y, eso, en lugar de divertirlo, le hizo sentir de alguna manera molesto.
-Bueno, mi querida Janet, ¿qué deberíamos hacer nosotros ahora?
Un brillo peligroso iluminó sus ojos grises. Janet apretó los labios y le dirigió una mirada molesta que parecía lo más cercano a la ira.
-No soy tu querida -contestó.
Él entornó los ojos hacia ella.
-Por ahora.
Jadeó sorprendida y él sintió un extraño regocijo interior. Le gustaba alterarla.
-¡No digas tonterías! -exclamó antes de responderle-: Debería marcharse.
Ladeó la cabeza.
-¿Por qué debería? Estoy muy bien aquí.
Sus ojos se estrecharon antes de recoger su bolso para levantarse.
-Muy bien, entonces, quédese aquí, señor Hamilton. Yo me iré.
No le gustó que volviera a ser formal con él.
-Llámame Gideon y no tienes por qué irme.
La vio enderezarse.
-No tengo motivos por los que permanecer aquí. Mi amiga acaba de irse. Yo también debería hacerlo.
No le gustó que quisiera marcharse. Eso le arruinaría los planes.
-¿Es que tienes miedo de estar a solas conmigo? -la tentó.
Janet se detuvo en seco. Una mirada afilada se dirigió hacia él.
-No diga tonterías.
Decidió burlarse.
-Yo creo que sí. Tiene miedo de quedarse conmigo y por eso quiere marcharse.
Tal como lo había previsto, las mejillas de Janet volvieron a tomar el tono rojizo que adoptaban cada vez que se enfadaba; con un movimiento aireado, volvió a tomar asiento junto a él.
-No diga tonterías.
Bien, ya la tenía de nuevo en su sitio. Ahora solo tenía que seguir a partir de ahí.
-Yo creo que le asusta estar cerca de mí, por eso siempre me evita.
Sus labios se apretaron antes de abrir la boca para responder.
-No sabe de lo que habla.
Sonrió.
-Creo que lo hago -alentó. Decidió jugársela-. Le propongo una apuesta.
Al instante, Janet se cerró en banda y le dirigió una mirada recelosa. No permitió que aquello lo hiciera retroceder. ¿No había una frase que lo decía? Quien no arriesga, no gana.
-Pase tiempo conmigo -siguió-. Si de verdad no le asusta pasar tiempo a mi lado. Hágalo.
-¿En eso consiste la apuesta? -lo escrutó, todavía desconfiada-. ¿En pasar tiempo contigo?
Se sintió complacido cuando volvió a ser informal. Era algo chocante como aquella mujer tenía la capacidad de hacerlo subir y bajar de una nube en cuestión de segundos. Se estremeció pensando que tal vez se estaba acercando al peligro.
-Así es -confirmó. Negándose a adentrarse más en aquel hilo de pensamientos-. Solo le pido treinta días de su tiempo. Si es capaz de aguantarlo, ganará la apuesta y si no, ganaré yo.
La vio fruncir la nariz.
-Treinta días es mucho tiempo.
-¿Acaso tiene miedo, señorita Dawnson?
Su ceño se frunció y la vio recoger un rizo que había caído cerca de su frente. Un maravilloso rizo dorado que enmarcaba su bello rostro.
-Por supuesto que no tengo miedo -replicó-.No soy ninguna cobarde.
-Entonces, no le preocupará aceptar la apuesta -replicó sabiendo que estaba presionando.
Janet abrió la boca y la volvió a cerrar; repitió el movimiento varias veces antes de responder.
-Muy bien, acepto la apuesta -pero no se detuvo ahí-. ¿Qué pasa si yo gano la apuesta?
Sabía que le preguntaría, así que ya estaba preparado para responder.
-Si gana la apuesta, le prometo que me alejaré y que no volveré a molestarla.
Ella pestañeó, claramente sorprendida por lo que le había dicho. De alguna manera, no le gustó que se mostrara tan tranquila con eso.
-Oh, bueno, me parece bien -respondió lentamente.
Apretó los puños. No le gustó que pareciera tan complacida porque se alejara.
-¿Y si gana usted? -le preguntó con curiosidad.
Se forzó a sonreír.
-Si yo gano, lo sabrás cuando suceda.