Capítulo 3. El secuestro.

2042 Words
Tal y como lo habían predicho, un hombre que pasaba por ahí, un soldado, interrumpió la escena y comenzó a pelear por el honor de la joven. —Oye—dijo Arias mientras disfrutaba de la pelea. —¿El maestro no volvía el día de hoy? Caelia estaba segura de que la respuesta a esa pregunta era un rotundo no, pero en realidad no confiaba mucho en si misma pues tenia una mala costumbre de olvidar las cosas. —Será mejor que nos vayamos—propuso con una sonrisa colocando su brazo detrás del hombro de su compañero, ya qué la idea de bajar de la montaña había sido su culpa. Ambos se apresuraron a llegar a la montaña, tardando varias horas en subir de nuevo, sin idea de que su maestro había llegado unas horas antes, asi que al no verlos supo entonces que se habían atrevido a desobedecer sus ordenes de no bajar a las aldeas ya qué, siempre merodeaban espías enemigos, lobos de otras manadas qué buscaban usurpar el poder del señor de la montaña. Así que cuando ambos llegaron al palacio, fueron llamados a la presencia de su maestro para rendir cuentas. —Saben bien qué no deben bajar de la montaña—expresó Eroth luego de tomar un sorbo de una taza de té n***o del valle, servía mucho para relajarlo y aunque tenia un sabor amargo, ya le había agarrado gusto gracias a Caelia, quien siempre se estaba metiendo en problemas. —Por favor mi señor—expresó el discípulo de más rango—no se enfade con ellos, sabe bien qué solo son un par de lobos malcriados qué aun deben aprender mucho de usted, además no causaron ningún problema. Caelia sonrió hacia el otro discípulo, a quien quería como a un hermano. —Eres el mejor—dijo Caelia olvidando qué lo había dicho en voz alta, así que Eroth bajo la taza de té qué tenía en la mano, justo antes de llevarla de nuevo a sus labios. —¿Estas diciendo que aquí el malo soy yo?—sugirió Eroth, con la intención de quejarse por ser tan cercana a los otros discípulos, no le disgutaba, de hecho era todo lo contrario, después de todo ella era la única loba de su manada ahí y por supuesto no había más mujeres que ella, Eroth sabia que debía ser difícil, pero aveces esa buena camaradería lo molestaba porque él no podía hablarle a Caelia como lo hacían sus discípulos, con alegría y confianza. —N-no,claro que no—dijo Caelia nerviosa y enseguida volvió a ver al discípulo de nombre Urias, quien entendió que necesitaba ayuda. —Maestro, acaba de llegar. ¿No debería ir a descansar en vez de perder el tiempo con estos dos?—propuso para salvar les el pellejo—No se preocupe me encargaré de que reciban un castigo ejemplar. Eroth suspiro, dejando la taza de te sobre la bandeja de plata qué tenía a un lado. —Bien, estoy cansado así que pueden retirarse—dijo y todos los discípulos qué estaban ahí, que en total eran cuatro, se apresuraron a salir. —Adonis, tu no—dijo Eroth con cierta severidad y Caelia tuvo que detenerse en seco al escuchar el nombre masculino con el que se referían a ella en ese sitio. Sus compañeros trataron de que sus risas no se escucharan, pero al final tanto Eroth como Caelia notaron qué sé estaban burlando de ella, creyendo qué tal vez tendría más problemas porque Adonis, era muy travieso. —Sígueme—le ordenó y sin decir nada Eroth se levanto de su asiento hasta conducirlo hasta la siguiente habitación— ayer, antes de venir aquí, pase por el bosque del curandero, me dio un par de botellas para ti. Caelia vio que se trataban de dos botellas de vino de melocoton, un elixir especial qué el curandero preparaba una vez cada cincuenta años, pues su elaboración era bastante laboriosa y además el tiempo de preparación era bastante para unas cuantas botellas. Según había escuchado ese vino solo se preparaban diez botellas, pero ella tenía dos justo ahí. —¿Para mi?—pregunto Caelia emocionada y al mismo tiempo dudosa de que eso fuese realmente cierto. Podía ser qué el curandero y su padre fueran viejos amigos y que ella en un tiempo se volvería la líder de su manada, pero no creía tener tanta suerte para recibir no una sino dos botellas. —Mañana es tu cumpleaños ¿No?—expresó Eroth un poco avergonzado de que Caelia hubiese olvidado su propio cumpleaños, aunque lo cierto es que últimamente les había dejado a sus discípulos muchas cosas por hacer, tanto así que la traviesa Caelia no recordaba en que fecha vivía. —¡Es verdad!—expresó ella emocionada por la noticia y aunque en casa, sus padres le hubiesen preparado una verdadera fiesta, el tan solo recibir ese encantador vino de melocoton le era suficiente y no solo porque lo había preparado el curandero o de que esa bebida era sumamente especial, sino porque se la estaba dando su maestro como regalo. Eroth sonrió al ver que su discípula estaba conforme con aquel vino, aunque era mentira qué el curandero se los hubiera obsequiado a ella, no, de hecho, Eroth, sabiendo que se acercaba la fecha de la preparación de aquel vino, le había pedido al curandero con anticipación qué le reservará dos botellas, ambas para Caelia. Su comportamiento era extraño para él mismo, es decir, él era el señor de las montañas, el guerrero invencible, pero Caelia había logrado ablandar aquella piedra qué tenía por corazón. No sabia realmente si lo que estaba sintiendo por ella era tan solo el cariño que sentía por todos sus discípulos, que eran como hijos para él o si realmente se sentía atraído por ella. Nunca antes había experimentado el amor, no porque no estuviera interesado o no tuviera opciones de donde elegir, sino porque tenía una maldición, así que por ello, simplemente se limitaba a guardar distancia con cualquier mujer, pero con Caelia era diferente, simplemente no podía evitar ser así. —¿Cree que pueda compartir una botella con los demás?—dijo Caelia con la intención de celebrar con sus nuevos hermanos el día de su nacimiento, ya qué al estar ahí en la montaña aprendiendo de su maestro no había forma de que volviera a casa para celebrar con su familia, así que desde que se había convertido en discípula del maestro Eroth, no había visitado a su familia. —Por supuesto, pero no los embriagues, mañana todos tienen actividades. Una copa esta bien, pero embriagarse es malo par la salud—expresó Eroth con el fin de advertirle qué si se embrigaban cabía la posibilidad de que su secreto se descubriera sino tenia el suficiente cuidado ya qué el hechizo qué cubría su verdadero ser, en realidad solo servía para engañar a la vista, si alguien llegaba a tocarla seguro que sentiría algo demás en su pecho y algo faltan te en su entrepierna. —Solo será una copa, no pienso desperdiciar un vino tan valioso como este—dijo Caelia poco dispuesta a dar más de lo que su maestro le autorizaba, además el vino era demasiado valioso para compartirlo tan deliberadamente. Y así, como solían ser los lobos rojos, despreocupada y alegre, se fue sin darle las gracias a su maestro, pero Eroth la conocia bastante bien y había aprendido a convivir y sobrellevar su distracción y olvido, los lobos rojos se caracterizaban por ello, era su naturaleza, así que no le quedaba más remedio qué seguir esforzándose hasta que un día Caelia notará todo lo que hacía por ella. Cealia salio de aquella habitación y recorrió los pasillos del palacio de piedra hasta salir hacia una terraza qué llevaba hacia una fuente, la favorita de su maestro y donde a veces lo observaba meditar, era el camino más corto hacia las habitaciones de los discípulos, pero mientras caminaba bajo la luz de la luna, un extraño viento la empujó ocasionando qué sus valiosas botellas de vino de melocoton se cayeran y se estrellaron contra el suelo. Aquel extraño viento no era sino el agarre de un gran lobo gris qué sé había atrevido a capturarla, apresansola entre sus dientes, oprimiendo con fuerza sus fauces para evitar que ella revelará su naturaleza lobuna y con ello provocando de Caelia se desmayara en el acto. Estaba muy cerca del lugar, Urias, el discípulo mayor, el más sabio y el más fuerte. Había visto todo cuanto había ocurrió, pero debido a su lejanía no pudo llegar a tiempo para detener a aquel intruso qué no solo se había atrevido a entrar en el territorio del señor de las montañas, sino que se había atrevidos secuestrar al menos de los discípulos. Cuando Caelia despertó, ella estaba en una especie de cueva, a su lado había una lámpara de aceite qué iluminaba mucho su rostro, así que no supo enseguida si era de noche o de día, aunque eso no importaba, sino el hecho de que la habían secuestrado. Intento levantarse, el cuerpo lo sentía tenso y adolorido, así que con eso en cuenta, supo que no podría volverse un lobo rojo, esa era una de las desventajas de ser la más pequeña de su familia, que no tenia experiencia en batalla como para olvidar su dolor y volverse un lobo sediento de sangre. Cuando levanto la mirada descubrió frente a ella una joven dama sentada sobre una roca y a su lados dos mujeres que vestían ropas de color verde. —¿En donde estoy?—dijo Caelia en busca de respuestas, pero aquella mujer quien parecía ser la líder de las otras dos, no dijo nada. —¿Cómo te atreves a dirigirle la palabra a la señora del rio blanco?—protesto una de las mujeres mostrandose arrogante y altiva frente a ella—mi señora peleó al lado del señor de las montañas del norte en la guerra antigua. Caelia la miro detenidamente, lo malo de ser eternos era qué entre ellos no se podia distinguir su edad. Los eternos envejecian de formas distintas no solo por ser eternos, sino también por su r**a y su manada. En su clan, se envejecia muy lento y gracias a su poder de lobos rojos, por eso, cuando los de su manada comenzaban a verse ancianos como se decía que se veían los humanos antes de morir, los lobos rojos se transformaban en lobos y debían permanecer así mínimo cincuenta años para volver a verse jóvenes, así que la edad entre ellos era relevante; sin embargo, para respetar a alguien mayor, siempre se solía hablar de la guerra antigua, porque solo unos pocos eternos quedaban vivos de aquel evento. Mientras la observaba, Caelia pensó que aquella mujer la había traído con el propósito de arreglar cuentas con su maestro, ya qué ella ni siquiera la conocía y no había forma de que supiera que ella era una loba del clan de los lobos rojos. Aquel secuestro no era personal, sino más bien ella era una víctima colateral entre su maestro y aquella mujer. —Para enmendar este gravisimo error, deberás jurarle lealtad a mi señora—protesto aquella mujer con evidente arrogancia pero Caelia, solo pudo soltar una carcajada luego de escuchar tal barbaridad. Su padre le había contado que entre los eternos había algunos muy arrogantes qué sé creían dioses vivientes y que esperaban ser tratados como tal, pero ella no creyó qué eso fuese cierto hasta ese momento. —Eres demasiado arrogante o un estúpido por rechazar mi oferta—le reclamo aquella mujer que por alguna razón se le hacía bastante familiar, pero ella sabía que nunca antes la había visto, ni siquiera en el palacio de piedra. —Y usted es una necia por secuestrarme de esta forma y luego pedirme traicionar a mi maestro para ser su discípula. Es obvio que usted solo quiere dañar de alguna forma al señor de las montañas del norte. ¿Acaso esta enamorada de él o que motivo la ha llevado a secuestrar a un discípulo tan pobre como yo?
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